Trabajar en Chile: rebuscárselas para parar la olla

La mayoría de la gente en Chile se las rebusca para conseguir más que el sueldo mínimo, que destaca por su insuficiencia para sobrevivir

Por Wari

13/07/2011

Publicado en

Economí­a / Trabajo

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La mayoría de la gente en Chile se las rebusca para conseguir más que el sueldo mínimo, que destaca por su insuficiencia para sobrevivir. Aquí mostramos tres oficios que dan cuenta de chilenos y chilenas que se esmeran por conseguir mejores condiciones de vida para sus familias, aunque sus sueldos no reflejen su esfuerzo y capacidad de trabajo.

TEMPORERA EN EL NORTE: «CON EL AGUA HASTA EL COGOTE»

Marcela Uberlinda Zambra Cortés, de Vallenar, ha tenido cuatro hijos en sus 48 años de vida. El mayor, de 22 años, es el único que no vive con ella, quien tiene su pareja y “rancho aparte”. La que le sigue, de 21 años, es madre soltera de un niño de un año. Ambos dependen económicamente de Marcela, porque la guagua sufre de alergia crónica y requiere de atención permanente e ir seguido al hospital.

Ella trabaja como temporera en varias parcelas. Nunca ha tenido contrato, porque trabaja para pequeños productores, así que su sueldo fluctúa entre los 30 y los 50 mil pesos a la semana cuando la temporada es buena para recoger porotos, arvejas o tomates. “No nos dan uniformes, botas, ni nada. Una tiene que ir con su propia ropa y a veces trabajamos mojados hasta el cogote”, relata.

Cuando casi comienza mayo, hace dos meses que no le sale pega, así que se las rebusca vendiendo humus, ya que aprendió a producirlo con lombrices que tiene en su terreno, y tierra para sembrar, con lo que saca entre $1.500 o $3.000 pesos en un día, cuando vende y logra “parar la olla”. También lava y plancha, pero no siempre a cambio de dinero. A veces consigue un par de kilos de porotos o un kilo de azúcar por su trabajo. “En el norte es así. Nos ayudamos”, dice.

Los dos menores tienen una mirada distinta del futuro. La chica (15), va en 2º medio, y sabe que cuando salga del colegio va a trabajar; el último (13), cursa 8º básico y es el único de la familia que sueña con estudiar en la universidad. Su mamá dice que dejará “los zapatos en la calle para que pueda hacerlo”; el resto de la familia, incluido el mayor de sus hijos, apoyarán al adolescente porque siempre ha conseguido los primeros lugares en el colegio, dice Marcela Zambra, decidida a que su hijo sea el primer profesional de la familia.

“Yo soy cabeza de hogar. El papá de mis hijos apoya cuando se acuerda, con 50 u 80 mil pesos cada dos o tres meses, porque ahora tiene otra familia”, así que el peso de mantener las cinco bocas recae sobre ella y casi todo se va en la alimentación.

Marcela cuenta que en la “invasión” en que viven desde hace 10 años no tienen agua potable. “El año pasado la niña se enfermó de un hongo porque almacenamos agua en tambores, que me regalan los vecinos. Antes se podía sacar el agua de los ríos y era limpia, ahora está toda entubada y nosotros vivimos en la sequía”, relata, dando cuenta de la forma en que se ha privatizado el vital recurso al que no tienen acceso.

MENSAJERO Y REPARTIDOR: «LA VIDA SOBRE UNA MOTO»

Con 45 años, Carlos Martínez Saavedra circula 14 horas diarias sobre una moto de lunes a sábado. Tiene dos empleos, uno en Chilexpress y otro en Master Pizza. En el primero trabaja de 9 a 18 horas, y en la pizzería entra a las 19 horas hasta las 12 de la noche. “Hay que hacerlo cuando uno tiene hijos”.

“Si me ganara el mínimo no me alcanzaría”, dice. Tiene tres hijos, uno de 21, quien estudia Licenciatura en Matemática. Otro de 18, quien acaba de terminar su práctica de técnico electricista y quiere entrar a Inacap para hacer la ingeniería en la misma disciplina, y la menor, de cinco años, que “llegó porque una noche se fue la luz” (ríe), va al jardín.

La esposa gana 120 lucas al mes, haciendo aseos en tres sitios diferentes en la semana. “Yo, con los dos trabajos llego a unos 400 ó 450 mil: En Chilexpress me pagan el mínimo más las comisiones y en la pizzería me pagan 120 mil más subsidios de transporte, alimentación y aguinaldos”, así es como ha logrado hacerse de su casa propia y la educación de sus hijos.

“Perdona la palabra, pero con el sueldo mínimo ¡No alcanza ni cagando! Ni siquiera para un soltero. Un sueldo digno en Chile, con lo que cuestan las cosas, no debería ser menos de 300 mil pesos. Los patrones no piensan, a veces, en que ellos ganan porque tienen gente que hace el trabajo. Está mal repartida la torta”, afirma. En el correo, por ejemplo, si uno no llevara los paquetes y los sobres, ¿cómo harían sus sueldos los jefes?”, enfatiza para graficar que hay que distribuir mejor la plata, porque “no es posible que sea tanta la diferencia entre los que más ganan y los que menos, que son los que hacen el trabajo pesado”, dice.

Martínez considera que los empresarios deberían tener claro que su crecimiento depende de tener bien al trabajador y “no todo puede ser para engordar al chancho”, sentencia.

BOMBERO EN UNA BENCINERA: «DOS O TRES GRADOS BAJO CERO POR EL MÍNIMO»

Mario Figueroa Cáceres se gana el mínimo, pero con las cinco a siete luquitas que se hace en propinas al día compensa el sueldo y logra acercarse a los 300 mil pesos. “En el invierno se pasa frío, aunque nos dan buena ropa, a veces hay dos o tres grados bajo cero y si llega un auto a cargar bencina hay que echarle igual”, dice.

“Lo peor de esta pega son los asaltos, porque llegan sabiendo que hay plata. Aunque ahora no se maneja mucho, por lo mismo”, explica.

Figueroa dice que si alguien hace perro muerto, el costo lo asume el trabajador. Si alguien pasa “un cheque malo” (sin fondos), también, y no faltan los sinvergüenzas, según cuenta.

Con 47 años, Figueroa se chanta el overol de la empresa de combustible y hace varios turnos de noche en la semana, de lunes a domingo. Se descansa un día que no siempre es el mismo. “No se pagan horas extra por trabajar de noche, porque es parte del contrato. Uno tiene que saber ganarse las propinas, porque la gente no sabe que uno gana el mínimo no más. No sé si ellos podrían vivir con eso”, señala.

Ahora pusieron un negocito en la casa, en Renca, con el que su señora vende cositas, para que haya otra entrada.

En la casa habitan seis personas, incluido su hijo mayor, de 25, quien vive con su señora y un bebé. “Claro que él trabaja en casa también porque salió bueno para los computadores. Es autodidacta, aprendió solo con un computador que le compramos hace como siete años. Si hubiera podido estudiar seguro le iría mejor, en todo caso, pero no alcanza el dinero”, dice.

Además, tiene un hijo de 21 años, y dos niñas de 17 y 4 años. Con lo que se gana son pocas las posibilidades para pensar en que vayan a la universidad, pero hay que tratar de apoyarlos a ver si alguno puede sacar una carrera, dice.

“Un sueldo mínimo no alcanza para nada. No es digno que a uno le paguen 172 mil pesos. Acá las propinas compensan, pero ni siquiera con 250 mil es suficiente. No se puede ganar menos de 300 mil pesos para poder vivir dignamente en este país. Y eso si una persona es sola”, señala.

Con lo que gana, dice que no alcanza para ahorrar. “A mí me asusta que un día uno se pueda quedar sin pega, porque lo que va recibiendo se va gastando y no se puede guardar”, indica.

Se gasta entre $1.500 pesos o dos mil pesos en transporte diario y en ese sólo rubro se le van más de 35 mil pesos al mes. En comida, se van cerca de 100 mil al mes y además paga arriendo en Renca. El mínimo ya no alcanza para esos tres rubros. ¿Y el resto?

Por César Baeza Hidalgo

El Ciudadano Nº101, primera quincena mayo 2011

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