EDITORIAL

Agitación social y reacción patriarcal: pasiones en torno al denominado «Bus de la Libertad»

La reacción furibunda y pasional contra los avances en la inclusión y la igualdad de género son una clara expresión de que los cambios sociales que han emergido con fuerza desde la década pasada no sólo se han consolidado, sino que avanzan con fuerza. Esos grupos, cuya identidad es confusa, si bien canalizan prejuicios todavía bien instalados, no logran conseguir ni siquiera el apoyo de la clase política y el establishment. Sus acciones y discurso, una caricatura para los tiempos actuales, confirman que no son más que un peligroso anacronismo.

Por paulwalder

12/07/2017

Publicado en

Chile / Editorial / Portada

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Hace más de diez años Michelle Bachelet fue electa como la primera presidenta en la historia republicana chilena. Un episodio que pese a haber perdido su foco durante los años posteriores se inscribe como parte de un proceso que enciende el presente. Un proceso de cambios sociales y culturales tan intensos entonces como hoy.

Recordamos ese momento cuando la discusión sobre la igualdad e identidad de género alcanza altos niveles de sensibilidad y desata encendidas pasiones en las calles. En estos días el denominado “Bus de la libertad” transita por las principales calles de Santiago y Valparaíso movilizando a decenas de miles de partidarios y detractores de las políticas de inclusión impulsadas por el gobierno y canalizadas no sin dificultad a través del parlamento. En forma simultánea a la circulación del bus centenares de mujeres se manifestaban ayer al mediodía ante la Corte Suprema al conocer el fallo de ese tribunal que disminuyó las penas de prisión al agresor de Nabila Rifo.

Bachelet entró a La Moneda cuando parte de este proceso ya estaba maduro. Ingresaba sin mayores problemas al centro mismo del establishment. Porque más allá de su militancia socialista, de la entonces Concertación, su base, su trampolín a la primera fila de la política,  fue su condición de género en una sociedad en plena modernización social, económica y cultural.  Bachelet, o ella como fenómeno político, irrumpió hacia el centro de esta transformación, en el que la condición de la mujer es un eje fundamental: los mayores cambios sociales y culturales del siglo XX -que para nosotros serán también y con más fuerza en el XXI- han estado impulsados por la transición de la mujer desde el ámbito exclusivamente privado al público. Esta mutación es probablemente la mayor transformación social de esta fase tardía de la modernidad, que altera no sólo las relaciones sociales y laborales sino también el concepto de familia. A partir de este cambio -la mujer en el trabajo, en la vida pública, la mujer jefa de hogar- ya nada será como antes. La figura de Bachelet en la presidencia del país certifica y consolida esta transformación.  Es como un ancla de los espacios ganados sobre el curso de la historia.

En Chile vivimos este cambio, pero tensionado por fuertes atavismos e intereses que surgen desde la masculinidad y las instituciones patriarcales. Pese a ello, se trata de una transformación transversal que cruza clases sociales e ideologías políticas. La reivindicación de igualdad de género, como respecto a la equidad salarial, es una idea compartida y levantada con matices desde la UDI al PC, aun cuando la realidad se exprese de manera opuesta.

Consideremos la primera llegada de Bachelet a la presidencia como parte del gran flujo hacia la igualdad de derechos y de la inclusión más allá del género. Una corriente que activó un reflujo, una reacción importante que se extiende por los últimos dos gobiernos, el ultra derechista de Sebastián Piñera y el segundo mandato de Bachelet, marcado por diversos errores que la tocan en cuanto es representante máximo de un poder político en pleno proceso de descomposición. Pese a la voluntad del gobierno, que impulsa las transformaciones en este ámbito, hay un discurso, artificialmente amplificado, que han levantado grupos de confusa identidad y domicilio que reaccionan a los grandes movimientos sociales.

Hace unas semanas el PNUD publicó un nuevo informe sobre la desigualdad en Chile. Entre los aspectos más sensibles y recurrentes está, por cierto, la desigualdad económica, pero hay otros de muy similar magnitud. Las personas que participaron en el estudio concluyeron que una de las facetas constitutivas de las enormes diferencias sociales en Chile es la de género, segregación que tiene, claro está, su consecuencia económica y salarial.

El clima en estos días es de una fuerte agitación, de grandes saltos históricos, de la emergencia de profundas, históricas y justas demandas. Los altercados, más o menos violentos, en torno al denominado “Bus de la Libertad”, las protestas de mujeres frente a los jueces conservadores de la Sala Penal de la Corte Suprema son claras expresiones de esta tensión, de esta lucha latente que empuja y hace la historia social y política. Porque claramente el sentido del tiempo no está en la oculta empatía  de género entre los jueces y el patriarcado institucional ni en la negación de la transexualidad a los niños, sino en el gran torrente que apunta hacia la igualdad y la incorporación de plenos derechos.

Este clima transformador, que es claramente la consecuencia de siglos de represión y discriminación, arrasa día a día con los obstáculos, no siempre insignificantes, de una cultura machista y desigual que se resiste por todos los medios a su alcance a perder sus privilegios. Una atmósfera social liberadora que no sería posible, hay que admitirlo, sin la canalización que le han dado los gobiernos de Michelle Bachelet a estas materias de inclusión, sexualidad y género. Durante estos últimos años ha habido importantes avances que tienen también su expresión en la reacción furibunda, odiosa del conservadurismo y todo el patriarcado. Su histeria y sus gritos son una buena medida de que los cambios avanzan y algunos de consolidan.

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