EDITORIAL

La recuperación de la política se hará desde abajo

El proceso político iniciado tras el fin de la dictadura, un pacto espurio y tramposo que traicionó a una población que había arriesgado su vida en las masivas manifestaciones contra Pinochet y sus sanguinarios esbirros, ha llegado a su fin. La denominada transición a la democracia, finalmente un periodo estático, un permanente interregno apoyado en el mercado y el consumo como fines en sí mismos, ha acabado. No por decreto o estatuto, sino por destrucción natural, por corrosión.

Por paulwalder

23/03/2017

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La partida de las actividades académicas, laborales e institucionales, que inician en marzo sus rutinas colectivas y particulares, ha coincidido con la puesta en marcha de agendas paralelas, impulsadas ya sea desde los territorios o por diferentes organizaciones sociales nacionales. Una suma de fuerzas desde distintas áreas y rincones del tejido social no escuchado ni atendido por los poderes del Estado ha vuelto en estos días a anotar una serie de acciones y demandas en la agenda ciudadana. Nunca, desde el inicio de los años de la denominada transición a esta incompleta democracia, las fuerzas sociales habían logrado reunir fuerzas capaces de incidir en el devenir económico y político.

El proceso político iniciado tras el fin de la dictadura, un pacto espurio y tramposo que traicionó a una población que había arriesgado su vida en las masivas manifestaciones contra Pinochet y sus sanguinarios esbirros, ha llegado a su fin. La denominada transición a la democracia, finalmente un periodo estático, un permanente interregno apoyado en el mercado y el consumo como fines en sí mismos, ha acabado. No por decreto o estatuto, sino por destrucción, por corrosión. Por corrupción. El sistema político, basado en un perverso diseño excluyente y aislado de la ciudadanía y el electorado, considerado éste como clientela, ha sucumbido por sí mismo. Está hundido por su propio peso, por sus excesos. Está reventado bajo su insoportable poder.

Un sistema político, despreciado y odiado por la ciudadanía, que está bajo tierra. Tanto, que en estos días es incluso incapaz de responder a sus propias invenciones falaces. El proceso de reinscripción de militantes, una exigencia nimia e insignificante, ha derivado en la mayor de las miserias políticas: el fin de la democracia representativa. Los partidos, que han falseado durante décadas el número de militantes, una estadística falsificada, no consiguen reclutar ni a la más interesada clientela. No se trata aquí de asuntos ideológicos o doctrinarios. Se trata de una mínima ética. Nadie, o muy pocos, se prestan hoy en día a formar parte de una organización criminal. Porque un partido hoy en día, financiado de forma ilegal por delincuentes a cargo de grandes empresas, es sin duda una pandilla para evadir impuestos, falsificar documentos, lavar dinero, tramitar leyes a sabiendas que son nocivas para el país y sus otrora electores. Los partidos tienen hoy un solo fin: representarse a sí mismos en las redes de poder.

Los partidos son hoy el brazo armado del gran capital. Ese es el precio para acceder al poder. La venta de favores y la traición, de palabras, programas y electores. Como efecto, podemos observar parlamentarios sentados de forma vitalicia en los escaños, un duopolio apernado y una lealtad ciega al inamovible estado neoliberal. Pero también, ante esta evidencia de absoluta corrupción, surge este rechazo histórico e inédito de parte de la población a todos los partidos tradicionales. Este tipo de política en Chile está muerta.

Marzo, como hemos comentado arriba, despierta a la ciudadanía organizada. Diversas convocatorias se reparten acciones en los territorios y otras organizaciones han llamado a tomarse nuevamente las calles de norte a sur del país. Los trabajadores, en tanto, mantienen una de las huelgas más largas en la mina más grande del mundo logrando afectar posiciones importantes del gran capital transnacionalizado. Hay movilizaciones, efervescencia, porque también hay convicción, orientación y unión. La ciudadanía organizada reconoce hoy de forma natural la causa de sus problemas y dolores, todos ellos anidados en un modelo económico y político excluyente que ha entregado a las elites un poder que nunca antes gozaron ni imaginaron.

La contraparte al poder de las elites es la injusticia, la desigualdad, la pérdida progresiva de derechos por parte de la ciudadanía, la amenaza constante del capital sobre sus vidas. Esta evidencia, esta constatación diaria de la connivencia entre políticos y grandes corporaciones, ha sido la reacción, el detonante de un nuevo poder que emerge desde abajo. Una corriente transversal, que se perfila bajo una nueva noción de clase. Desde consumidores atemorizados y atomizados, desde trabajadores desorientados a sujetos sociales unidos por convicciones y adversarios comunes.

Durante este mes presenciamos la articulación de un movimiento que emerge desde abajo, que comparte identidad y objetivos frente a una posible y amplia representación política. Una movilización en un año tal vez crucial para la recuperación, también desde abajo, de la política.

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