EDITORIAL

Razón y utopía: sin sueños no se construye un nuevo mundo

Los acontecimientos de Mayo del 68 pasaron hace 50 años y nos trae de regreso la presencia del torrente de cambios. Mayo del 68 es la ruptura total con el pasado, sus instituciones y sus normas. Es la inversión de la mirada hacia el futuro bajo los ojos y la esperanza juvenil. Es la ilusión, el deseo de liberación y de aniquilación del viejo orden.

Por paulwalder

16/05/2018

Publicado en

Chile / Editorial / Portada

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No pocos historiadores y observadores consideran que Mayo del 68 es el acontecimiento más relevante del siglo pasado. Una afirmación que pudiera ser arriesgada al considerar dos guerras mundiales, las revoluciones rusa y china y otros eventos cataclísmicos como la Gran Recesión de 1929. Tal vez es preferible no hacer comparaciones aun cuando los efectos sobre el curso del futuro son también sísmicos: Mayo del 68 es un momento, una explosión, el efecto de la historia en todas sus derivaciones. Un acontecimiento que hace detonar el pasado y se expande hacia el futuro. Un quiebre profundo de varias capas geológicas en todos los terrenos reales y posibles.

La historia reciente de la Humanidad establece un giro desde entonces. Es una detonación en un sitio, París, que se reproduce y amplifica en lugares aparentemente tan lejanos como nuestro Chile, ya sacudido entonces por sucesos de similar inspiración como la Revolución Cubana. Una serie de hechos aparentemente dispersos pero en su génesis concatenados. Tanto, que hacia finales de esa década pulverizan, en la teoría, los deseos y también la realidad, las viejas instituciones, desde las universidades a las extensiones del Estado denominado, entonces, como burgués.

Mayo del 68 es la ruptura total con el pasado, sus instituciones y sus normas. Es la inversión de la mirada hacia el futuro bajo los ojos y la esperanza juvenil. Es la ilusión, el deseo de liberación y de aniquilación del viejo orden, aquel capaz de llevar al mundo desarrollado a dos guerras mundiales con decenas de millones de muertos y de mantener en el Tercer Mundo violencias e injusticias endémicas.

Si la revolución se libera entre los estudiantes y los trabajadores, es tanto o más importante en el campo de la academia. El pensamiento crítico, con Marx como referencia y objeto central de estudios, ingresa a las universidades con las consecuencias de mutaciones irreversibles tanto en las mismas universidades como en las mismas disciplinas. Múltiples derivaciones surgen desde la academia, con efectos visibles y evidentes en el día de hoy. Las diversidades actuales no serían posibles sin este quiebre a la linealidad de los estudios.

A 50 años de aquel mayo irradiado por todo el planeta, o por lo menos una buena parte de él, tenemos un mundo lleno de contradicciones y en plena crisis. Tras los procesos de liberación en el Tercer Mundo las fuerzas conservadoras desataron una reacción sin contemplaciones de ningún tipo para reinstalar su statu quo. Desde entonces hemos vivido el emplazamiento de las ideas y el orden conservador, con alcances y profundidades no vistas desde los orígenes del capitalismo.

El gobierno de Salvador Allende en Chile puede inscribirse como uno de los momentos más emblemáticos en las revoluciones de los tardíos 60. Y también se registra trágicamente como víctima de la reacción bestial de la maquinaria conservadora internacional. La dictadura que siguió al golpe de Estado en Chile no sólo barrió con todos los avances sociales, económicos y políticos, sino que también con la cultura de emancipación juvenil. Durante los primeros años, la dictadura quemaba libros, arrasaba con profesores y alumnos en las universidades, prohibía la escucha de los cantautores emblemáticos de la izquierda y perseguía, incluso, a los hombres con el pelo largo y a las jóvenes con blue jeans.

La regresión, en Chile y el mundo, ha sido dolorosa. En nuestras latitudes han debido pasar más de 40 años para que vuelvan a germinar demandas que son una consecuencia de aquella revolución política y cultural. Tras largas y oscuras décadas de represión y del avance del capitalismo más extremo, con efectos sobre una sociedad que en los hechos está bajo el control de los sistemas financieros y las grandes corporaciones, desde hace no demasiados años Chile comienza a tener conciencia nuevamente de las posibilidades de liberación.

Si buscamos más elementos de unión entre el espíritu de los años 60 y nuestros presentes, podríamos hallarlos en las subjetividades, principalmente hoy en las demandas para una real igualdad de género. Sin duda antes de Mayo del 68 la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, lo mismo que entre nacionalidades y etnias como también entre generaciones, no era un tema a debatir. Hoy la gran fuerza de los cambios culturales corren por estos senderos.

Pese a la fuerza de estos procesos de cambio social y cultural (tal vez hoy asumidos por las elites como un mal menor a asumir), pese a las marchas y protestas, el núcleo del poder, expresado en el control económico y político tiende a consolidarse. Si otrora empleó la maquinaria de la desatada represión vía golpes de Estado y sangrientas dictaduras, hoy lo hace sobre la base de la completa corrupción y confusión. Todo el sistema político es una extensión del poder financiero, que compra partidos, bancadas parlamentarias, fiscales, jueces, ministerios y presidentes.

La década de los 60 es ilusión, es utopía, pero es principalmente razón política en cuanto la institucionalidad en vigencia es un mero andamiaje levantado por los poderosos que puede tumbarse. Un espíritu hoy incipiente que ante la escena de crisis y corrupción tenderá a crecer. O tal vez pronto estén las condiciones, hoy ocultas, de un nuevo estallido local y mundial.

El Ciudadano

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