Sobre la designación de Jorge Burgos como Ministro del Interior

Hoy temprano sucedió el esperado cambio de gabinete, abriendo paso a una multiplicidad de reacciones que más tienen que ver con la añoranza de que el anunciado plan de gobierno se cumpla, que con cualquier otra cosa

Por Ángela Barraza

11/05/2015

Publicado en

Chile / Editorial / Portada

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Hoy temprano sucedió el esperado cambio de gabinete, abriendo paso a una multiplicidad de reacciones que más tienen que ver con la añoranza de que el anunciado plan de gobierno se cumpla, que con cualquier otra cosa.

Palabras de buena crianza y algunas honestas de sincero agradecimiento, se llevaron los ministros que dejan el gabinete y hay concordancia en términos como “diálogo” y “experiencia”, que hacen referencias al nuevo Ministro del Interior, Jorge Burgos.

Y claro, pues la historia política de Burgos es muy extensa y con matices que van del futuro luminoso que se espera, hasta un pasado de medias tintas.

Recién instalada la democracia en Chile y durante el Gobierno de Patricio Aylwin, entre los años 1990 y 1993, Burgos se desempeñó como jefe de gabinete y asesor jurídico del Ministerio del Interior. En este mismo Gobierno, ejerció el cargo de Vicepresidente del Consejo Coordinador de Seguridad Pública.

Esta institución, creada por el Ministerio del Interior, mediante el decreto 363, jugó un rol muy oscuro en la “Transición” ya que fue el organismo que se encargó de combatir y destruir al conjunto de la izquierda que luchó en contra de la dictadura por la vía de las armas. “Prestará asesoría y propondrá medidas relativas a la planificación estratégica y coordinación de las políticas de Seguridad Pública vinculadas al ámbito terrorista, que realizan en el campo de sus respectivas competencias institucionales, Carabineros de Chile y la Policía de Investigaciones de Chile” Esta organización fue más conocida como “La Oficina” y su labor “antiterrorista” siempre ha sido defendida por los concertacionistas, a pesar de haber reclutado entre sus filas a ex miembros de la DINA y de la CNI para realizar acciones que fueron mucho más lejos que simples asesorías. Tan lejos estaban, las prácticas de “La Oficina” de la imagen de la naciente Concertación como un grupo de partidos políticos que luchó en contra de la dictadura para defender los Derechos Humanos y la democracia, que tuvo que ser disuelta a través del Ministerio del Interior, el 30 de abril de 1993, mediante el Decreto 599.

Los directores de esta entidad fueron los Democratacristianos Mario Fernández, Jorge Burgos y Marcelo Schilling del PS.

Lamentablemente, la base social sobre la cual fue construido nuestro proceso democrático post-dictadura, está cimentado en una promesa de enmendar las violaciones a los DDHH cometidos en el gobierno de Pinochet “en la Medida de lo posible” como dijera Aylwin en su momento; y en estrategias que garantizaran gobernabilidad a los flamantes “demócratas en contra de la violencia” que levantaron un proyecto país carente de la utopía real de quienes añoraban una Nación libre, en el marco de esta “Concertación” silenciosa y moderada que pudimos conocer con el correr de los años.

Por esta razón, no deja de llamar la atención que Michelle Bachelet eligiera a uno de los bastiones más duros de la Concertación para reemplazar a Rodrigo Peñailillo, sobre todo y considerando el programa de reformas estructurales que la ciudadanía espera.

El ex vicepresidente de la Democracia Cristiana y actual ministro del interior, Jorge Burgos,  dijo a Radio Agricultura en abril de 2013 que “cambiar la Constitución es perfectamente posible, pero yo no creo que el cambio sea una asamblea constituyente, no me gusta ese mecanismo. Yo creo que es posible reformar la constitución de los ’80 usando la misma Constitución”.

Declaraciones de este calibre dejan en dudas el anuncio de “Un proceso constituyente” que realizó la presidenta y que tendría su pie inicial en septiembre de este año. Lamentablemente, la incorporación de Burgos nos lleva a suponer una limitante para la conducción del país hacia un proceso de transformación, tan necesario en estos tiempos en los que la legitimidad de la institucionalidad está puesta en tela de juicio por la ciudadanía gracias a que se han develado los graves casos de corrupción que enlodan la política de Chile. En este marco, cabe mencionar que, históricamente, tanto la Concertación, como la Nueva Mayoría, han tomado como propios los discursos de los movimientos sociales y los han instrumentalizado para aquietar los amagos de movilizaciones sociales, privilegiando una institucionalidad en la que el punto articulatorio del poder se encuentra situado en el modelo económico y no en la política.

Luego de la ceremonia de juramento, el recién asumido ministro del Interior señaló que el “país necesita ministros que dialoguemos, que tomemos decisiones”. Es de esperar que estas decisiones tengan un cariz muy distinto de lo que fue su gestión política anterior y que sean concordantes con lo que propuso Bachelet para capitalizar su carisma y para conseguir la simpatía de los votantes.

Como último punto a señalar, dentro de estas reflexiones en torno al nombramiento de Burgos en el Ministerio del Interior, es necesario hacer una retrospectiva.  El 25 de marzo de 2014, el entonces vocero de la Nueva Mayoría y presidente del PPD, Jaime Quintana dijo: «nosotros no vamos a pasar una aplanadora, vamos a poner aquí una retroexcavadora, porque hay que destruir los cimientos anquilosados del modelo neoliberal de la dictadura». Y no podemos sorprendernos hoy de los dichos de Burgos frente a este tema, al llegar de manera sorpresiva al Consejo Nacional de la Democracia Cristiana. En el lugar habló sobre el acontecer nacional y dijo: «A mi no me gustan las retroexcavadoras, porque andan para atrás, y creo que este país necesita ir para adelante».

Lamentablemente, el “adelante” histórico de la Concertación y, por lo que hemos visto, también de la Nueva Mayoría, está en dirección opuesta a la “alegría” que nunca llegó y a lo que la ciudadanía ha esperado por tantos años.

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