EDITORIAL

Vigilar y Castigar en Chile: de los sapos al montaje digital

El control de las instituciones del Estado ha sido una función tradicional de la prensa. Aun cuando ésta hoy se presta y se vende a las grandes corporaciones y a los intereses del poder hegemónico -como es la demonización de las demandas del pueblo mapuche y la creación de la imagen del terrorista-, queda aún un espacio de acción que ocupa cierta prensa independiente.

Por paulwalder

16/03/2018

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Hace ya más de 40 años Michel Foucault publicó Vigilar y Castigar, uno de los textos más influyentes para el pensamiento crítico y político desarrollado desde entonces. La sociedad capitalista para mantener su orden y disciplina, levanta sus estructuras sobre estas premisas policiales. Foucault estudió las teorías de Benthan y su panóptico para desmadejar las tramas del poder y control en la sociedad capitalista.

Los planteamientos del filósofo francés no sólo han sido tremendamente acertados para su campo de análisis en cuanto exposición y explicación del sistema capitalista, sino que también han gozado de una comprobación y complementación tanto en sus objetos de estudios como de nuevos aparatos de análisis apoyados en su tesis.

En el capitalismo desarrollado y extremado, como es el neoliberalismo que hoy padecemos, la vigilancia ha evolucionado echando mano a todas las tecnologías de la información. El espanto del Big Brother constatado en el siglo pasado, que expresa una sociedad disciplinaria, muta en un panóptico digital. Nuestros pasos y acciones, nuestras huellas digitales o analógicas, quedan registradas en alguna memoria del poder hegemónico. Esta supuesta transparencia de nuestras actividades a través de las redes sociales juega decididamente contra nuestras libertades y acciones privadas. Todo, o casi todo, puede hoy ser publicado, divulgado y observado. Un plato servido para los poderes y los aparatos de vigilancia.

Edward Snowden, el ex agente de la CIA y de la NSA, reveló los ubicuos sistemas de espionaje que cuentan estas agencias estadunidenses. Con una capacidad tecnológica que masifica el trabajo de los viejos topos, las gigantescas máquinas son capaces de albergar datos de millones de personas y organizaciones para su posterior seguimiento e infiltración.

Hemos retrocedido, sin duda, en libertades. Bajo la apariencia democrática, que es en los hechos una vida acotada a ser disciplinados trabajadores para consumir los productos y servicios ofrecidos por las grandes corporaciones, nuestros actos son vigilados para que no escapen al orden establecido para el necesario desarrollo del gran capital. En este escenario, extremada y progresivamente limitado, aquellas acciones contrarias al ejercicio del poder establecido son perseguidas. El aparato comunicacional y político se encarga de justificar aquella persecución.

El sistema de vigilancia, que es en rigor un sistema de control policial, ha creado con la anuencia y complicidad de los mecanismos comunicaciones totalitarios, la figura del terrorista, bestia negra que ha de ser destruida. Bajo este argumento oficial toda vigilancia no sólo es posible, sino que es además beneficiosa para el devenir de la sociedad, el cuidado de sus miembros y sus instituciones.

La vigilancia en nuestras latitudes tiene características singulares. Está claro que es heredera de aquellos “sapos” de la dictadura y sus mecanismos de infiltración, pero también demuestra -tal vez a diferencia de la NSA, la CIA y otras agencias del terror como el Mossad-, que la escuela de la DINA y la CNI deja mucho que desear en cuanto a sus objetivos. Los mecanismos que usa la policía chilena, y también otros investigadores, como ha quedado demostrado en casos anteriores, carecen tanto de eficacia como de mínima coherencia. Son, en rigor, una componenda, un zurcido mal hecho de piezas falsas e inconexas. La «Operación Huracán» para inculpar a un grupo de comuneros mapuche se inscribe en este absurdo con características de ridículo y comedia. Un montaje que se cae a las primeras miradas.

A esta cultura nacional del control, del castigo arbitrario y la impunidad  le agregamos hoy las tecnologías digitales, que tienen como característica y sello la vigilancia. Para Byung Chul–Han  en el panóptico digital desaparece la diferencia entre el Big Brother y los ciudadanos. Todos nos vigilamos, no sólo los servicios secretos del Estado. Empresas como Google o Facebook trabajan como servicios secretos, iluminan nuestras vidas con una falsa libertad para sacar información a veces relevante mediante el rumor y el chisme que circula a raudales por las redes sociales. Los bancos, las empresas, googlean a sus clientes y trabajadores. Un espacio con millones de datos que es el deleite de las policías y los sistemas de seguridad.

En este mundo estamos y estaremos sin duda menos seguros. Y mucho más expuestos al fisgoneo, al uso malicioso de nuestros discursos y acciones. Pero siguiendo a Chul–Han, si todos nos vigilamos entre sí, por qué no vigilar a las policías.

El control de las instituciones del Estado ha sido una función tradicional de la prensa. Aun cuando ésta hoy se presta y se vende a las grandes corporaciones y a los intereses del poder hegemónico -como es la demonización de las demandas del pueblo mapuche y la creación de la imagen del terrorista-, queda aún un espacio de acción que ocupa cierta prensa independiente. Ante el uso masivo y abusivo de las tecnologías digitales por todas las expresiones del poder, desde los aparatos del Estado al sistema financiero, creemos que el necesario y legítimo control por parte de la ciudadanía ha de hacerlo y canalizarlo la prensa independiente. La que aún existe.

El Ciudadano

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