Poesía sudamericana

Entrevista a Osvaldo Vigna: «La poesía es lo que atraviesa toda la comunicación humana que emociona»

"Hay un nervio invisible, inhallable, inenarrable, inalcanzable que detecta la poesía", sostiene Osvaldo Vigna, poeta, músico y performer argentino que integró el mítico grupo de los Verbonautas junto a Vicente Luy, Hernán, Palo Pandolfo, entre otros. Lee la entrevista completa a continuación.

Sobre el autor: Osvaldo Vigna nació en  Buenos Aires en 1959. Estudió Química Industrial, Periodismo y Sociología. En 1995 formó parte de la fundación del colectivo poético y performático Verbonautas, junto a Vicente Luy, Pablo Folino, Eduardo Nocera, Palo Pandolfo, Karina Cohen, Hernán y Gabriel Coullery, con quienes realizó innumerables recitales de poesía en todo el país hasta el año 2000. Luego integró la banda Esquizodelia, que fusionaba poesía y música con una estética de choque, con la cual editó cuatro discos. En el 2014 Nulú Bonsai publicó «Reunión», una antología que recorre toda su obra poética. Actualmente se encuentra presentando el cd «Poesía en las cuerdas» donde se pueden encontrar sus poemas recitados por él mismo y  musicalizados por Diego Moller y Christian Remec

-Para vos, ¿qué es la poesía?
-«¿Qué es la poesía?» es una pregunta maldita, porque no tiene respuesta en términos del lenguaje que conocemos hasta hoy y porque la poesía es lo que permanentemente se va escapando cuando la queremos atrapar. Es lo que atraviesa toda la comunicación humana que emociona. La poesía como género literario es algo acotado, yo creo que la poesía es mucho más que eso; es algo que recorre todo el universo y que te emociona. Hay un nervio invisible, inhallable, inenarrable, inalcanzable que detecta la poesía. Está en Rembrandt, en Bacon, en Mozart, en Spinetta, en un sólo de Hendrix y está también en la afinación del motor de un torino o en un buen asado. Hay que saber encontrarla, sentir la vibración. Como me dijo un amigo una vez: «hay que vivir poéticamente». Si uno se anima, cosa que es bastante difícil, porque uno sale y entra constantemente de ese estado, se pude enconrar la poesía.

-Es un estado de alerta, de disponibilidad, al que hacés referencia, ¿no?
-Hay que estar en un estado de sensibilidad particular, sí. Es como una vibración. A mí me pasa básicamente en la emoción colectiva: estando con amigos, en actividades políticas. Ahí es donde entro en una especie de éxtasis personal, pero a partir de lo colectivo. Mi emoción me eleva y ahí me pongo muy sensible para poder detectar esas vibraciones poéticas que están en muchos lugares.

-¿Cómo fue tu primer acercamiento a la poesía? En relación más a la poesía como género literario, obviamente.
-Como género literario fue a partir de la filosofía de Nietszche y el cruce de eso con la cultura rock. Esa cultura rock que hoy en día está medio desaparecida, por lo menos como yo y un montón de gente la conoció a fines de los 60’s y 70’s. Hoy se convirtió en la música de fondo de una publicidad de zapatillas, lo que no quiere decir que no pueda haber poesía dentro de muchas expresiones del rock, pero en esa época a la que yo hago referencia había más poesía que zapatillas. No se buscaba el jingle, el ser famoso, el poder vivir de la música y ser Tan Biónica, por ejemplo. Se buscaba la poesía, o al menos eso expresaba un montón de gente y yo lo creía. Volviendo a ese cruce que se dio en mi vida, a mediados de los 70’s con el comienzo de la dictadura y las cosas que se oscurecían, recuerdo haber venido a la Avenida Corrientes a buscar libros, no sé muy bien de qué, pero sí sabía que ahí iba a encontrar muchas librerías. Compré un libro que se llama «Ecce Homo» de Nietszche y, aunque no sea un libro de poesía, esa es mi primer impresión de haber sentido esa vibración y eso se mezclaba con mis lecturas más asiduas como «Expresso Imaginario» y «Mutantia», que eran dos revistas de esa cultura rock a la que hacía referencia. Ahí como género literario descubrí a Allen Ginsberg y después a todo el movimiento Beatnik. Hubo una seducción total en esos poemas, en esa forma visceral, nerviosa, algo tan vívido aunque yo no conociera Estados Unidos. Hay en ellos una mezcla de velocidad y de reflexión constante que me atrajo enseguida.

Hay un nervio invisible, inhallable, inenarrable, inalcanzable que detecta la poesía. Está en Rembrandt, en Bacon, en Mozart, en Spinetta, en un sólo de Hendrix y está también en la afinación del motor de un torino o en un buen asado. Hay que saber encontrarla, sentir la vibración.

-¿Empezaste a escribir en esa misma época también?
-Ya tenía algunas cosas escritas, esbozos, partes primarias, estertores de poesía. Fue gracias a Ginsberg y los Beatniks que fue coagulando mi relación con la poesía. Empecé a sentirme más estimulado para escribir y para buscar a gente que curtiera esa onda, gente de la contracultura de acá. Escribía cartas a esos fanzines que conocí en el Parque Rivadavia. Había cartas, uno iba al correo…había otro tiempo, otra inmediatez, no como ahora que es todo acelerado, cómo nosotros para coordinar esta nota, ¿no? Antes se esperaban meses tal vez.

-Comentaste antes que tu adolescencia y juventud la transitaste con la última dictadura cívico-militar, ¿qué marcas te dejó eso?
Cuando llegó la dictadura yo tenía 17 años. Debo admitir que no recuerdo que me haya pasado nada grave. Sí que había poca oferta de todo, sobretodo de lo que me interesaba que era escuchar rock. Sin embargo, había arterias muy subterráneas y yo recuerdo haber ido en la periferia de Merlo (donde yo vivía) allá por el 78′, post mundial, a ver una banda que se llamaba «Advertencia» que hacía un show en el cine abandonado junto a otra banda del barrio de Flores que tocaban heavy metal. Me acuerdo patentemente que uno de los equipos de sonido tenía la clásica foto del Che Guevara pintada en color blanco. ¿Cómo podía ser posible que ante tan feroz dictadura hubiera unos pibes que tuvieran una foto de Guevara? Me parece muy loco ahora. De todas maneras en mi casa se hablaba mucho de política: mi papá era un obrero gráfico politizado, aunque no partidizado. Era socialista por naturaleza y se hablaba todo el tiempo sobre el tema. También había unos amigos del barrio que conocían a un militante trotskista y nos juntábamos una vez cada dos o tres meses para jugar al truco con este chico como pantalla para que nos cuente lo que estaba pasando en cuánto represión y nos pedía ayuda monetaria, lo que pudiéramos, para ayudar a los familiares de los presos políticos de ese momento.

-¿A pesar de la oscuridad de la época, pudiste encontrar espacios para poder conocer movimientos que te resultaran atractivos?
-Sí, el Expresso Imaginario por ejemplo seguía saliendo. Ahí pudimos encontrar con amigos cosas que nos resultaron muy productivas. También, por esas cosas que tiene el tiempo y la vida, hoy día soy muy amigo de Pipo Lernoud que era uno de los directores de Expresso y de Miguel Grinsberg, que era de Mutantia. Con Pipo principalmente hablamos de esto, de porqué nunca fueron a reventarles la revista a pesar de estar en Belgrano a plena luz del día. Andá a saber qué les pasaba por la cabeza a esos tipos.

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-A la hora de escribir, ¿tenés algún mecanismo o rutina?
-No, a lo sumo escribo de noche pero porque trabajo de día. De todas formas, en una época, por la década de los 90’s, he escrito muchos textos en el trabajo. Al tener  un puesto jerárquico, tenía la posibilidad de pelotudear sin que nadie me dijera nada. Hay un poema que escribi en la época de los verbonautas y que siempre leía, que dice: «Voy a herirlos/yo voy a herirlos porque soy esta inquietud permanente/que han dado en llamar HOMBRE». Bueno, ese poema, que se llama «Herirlos»está escrito a partir del día que mataron al fotógrafo José Luis Cabezas, en Pinamar y lo hice en el trabajo. Yo soy químico, un trabajo de mesada donde ves concentraciones, mediciones cuantitativas, y ese poema lo iba escribiendo mientras trabajaba, osea en una hora pero interrumpido.También mi modo de escribir, las formas, van cambiando. Muchas veces escribo emocionalmente como en ese caso, o como el poema dedicado a Vicente Luy que abre «Reunión» (Nulú Bonsai, 2014), que me senté y lo escribí, sólo le corregí dos o tres cosas.

-Muchas veces pasa eso con la poesía, hay poemas que salen completos sin necesidad de una mayor emoción. También está la contraparte, algunos que necesitan esa edición, casi como un trabajo arquitectónico.
-Sí, tal cual. Descubrí un modo a partir de que mi vida empezó a estar más ocupada por el trabajo y los quehaceres domésticos que te lleva ser padre. Dejé de escribir prácticamente con la birome, como hacía antes, y escribo en la computadora. Yo lo denomino «escribir por sedimentación»: puedo estar trabajando en diez ideas, diez poemas, y escribir hasta donde me lleva el impulso, fragmentariamente. A veces es algo automático, trato de no pensarlo. Puede pasar un mes y medio y volver a verlo para ver qué pasa.

-Se puede decir que ahí mezclas tus dos oficios: en los poemas vas calculando las medidas exactas como con la química.
-Sí totalmente, no lo había pensado. La química es exacta con esas cosas. Ese es mi método último, pero lo emocional tiene un espacio siempre, es el arranque.

Descubrí un modo a partir de que mi vida empezó a estar más ocupada por el trabajo y los quehaceres domésticos que te lleva ser padre. Dejé de escribir prácticamente con la birome, como hacía antes, y escribo en la computadora. Yo lo denomino «escribir por sedimentación»: puedo estar trabajando en diez ideas, diez poemas, y escribir hasta donde me lleva el impulso, fragmentariamente. A veces es algo automático, trato de no pensarlo. Puede pasar un mes y medio y volver a verlo para ver qué pasa.

-Justo recién hablabas de que fuiste padre hace unos años. Hay dos poemas muy lindos de Hernán que te tienen de protagonista y retratan un poco ese momento. «Osvaldo» es uno y «Oriana» es el segundo. 
-Sí, Oriana es el nombre de mi hija. Yo los leí en la presentación del libro de Hernán («Veo Veo», 2014). Igual esas son cosas de él, nunca lo hablamos, respeto ese misterio. Muy pocas veces con los poetas soy de preguntar un qué o cómo, a pesar de que Hernán es mi amigo por ejemplo. Prefiero intuirlo, tener el misterio hasta la muerte. Cuando dice «Hoy a la tarde/ vino Osvaldo con su muerte» seguramente le transmití algo que no tengo claro. Capaz tendrá que ver con algunas charlas que tuvimos al atardecer en su casa, hablando sobre Vicente, pero quizás sea una pelotudez lo que esté diciendo. Lo mismo con el segundo poema: alguna tarde habremos estado hablando sobre Oriana que es nacimiento constante, siempre creciendo. Sí puedo decir que yo sí le escribí a Oriana un poema muy sentimental a los cinco días que nació y es uno de los que más me gusta y me conmueve. Lo mismo con el poema a Luy, con la particularidad que con ese tuve que hacer un trabajo de acostumbramiento, de alejarme, porque me pasó que las primeras veces que lo hice estuve a punto de ponerme a llorar, así que siempre que lo leo me preparo un rato antes para no quebrarle el sentido.

-Relacionado a esto último, vos le das una gran importancia a la oralidad a la hora de pensar a la poesía.
-Totalmente. Nunca le doy la misma importancia que a la escritura, obviamente. Creo que no podría existir la oralidad sino existiera la escritura. Salvo que estemos improvisando, y eso lo respeto mucho también. El verdadero arte es el que no queda registrado en ningún lado. Para mí es muy importante la oralidad, siempre lo fue, traté de ser expresivo en el decir, de pronunciar bien. Tengo el tono de voz bastante alto, entonces eso me ha dado ganancias en algunas circunstancias. De hecho, cuando empezamos con el «Comando literario», antes de los Verbonautas y que prácticamente fue la génesis de eso, el que abría los atentados poéticos era yo por mi voz.

-Sí, yo me refería a que algunas veces dijiste que la oralidad te ayudaba a cerrar el sentido o transmitirlo adecuadamente.
-Perfecto, lo captaste bien, es eso. Trato de transmitir ese nervio que tiene el poema, a veces se logra, a veces no. La expresividad es fundamental, pero me importa sobretodo el texto, cuánto me deja emotivamente.

Creo que no podría existir la oralidad sino existiera la escritura. Salvo que estemos improvisando, y eso lo respeto mucho también. El verdadero arte es el que no queda registrado en ningún lado. Para mí es muy importante la oralidad, siempre lo fue, traté de ser expresivo en el decir, de pronunciar bien.

-¿Estás en contacto con los movimientos de poesía oral qué hay hoy en día? Por ejemplo la poesía slam.
-Sí, he participado desde el origen en el slam. De todas formas desde el primer día detecté, aunque levanto la bandera del slam en el sentido de apoyar la propuesta, que hay poesía pero también cosas que no son poesía. Eso no lo invalida para nada; particularmente yo tengo una visión sobre la cultura que me interesan los lugares donde hay mucho fermento y me parece que ahí hay un fermento de muchas cosas que no se sabe.

-¿Algo así como un híbrido?
-Claro, es un híbrido, una mezcla, un caldo gordo, muy sustancioso. Hay gente que tiene sus talentos y yo estoy a favor de fogonearlos, participo de corazón, me gustan. Yo participo con poesía, hay otros que participan con cosas más parecidas al stand-up por ejemplo, también muchos performers. De algún modo el slam podría ser algo cercano con el parakultural en los 80’s. No estoy comparando, que quede claro, las épocas culturales nunca se repiten. Pero sí tienen eso de similar en lo que hace a la fermentación de nuevas cosas. ¿Hay poesía? sí, hay. Pero también hay un montón de cosas que no son poesía, más cercanas al chiste. También, de la mano con eso, nunca dejé de estar ligado a la poesía under y he estado en lugares que se autoproclamaban todos como poetas donde encontré cosas más parecidas a las catarsis psiconalíticas que a la poesía. Está bien, es lo que esa persona tenía para comunicar en ese momento, contando cosas de la intimidad. Está esa creencia también de que si hay que estar cinco o seis minutos  dando la cara frente a desconocidos, hay que ser gracioso. Yo creo en el humor como parte integrante de la poesía, de hecho el que era un maestro para eso era el propio Vicente con los gags que tenía, pero eso no era la poesía de él, era un matiz únicamente, no se agotaba ahí. No podés querer hacer reír a la gente todo el tiempo. He visto muchos chicos haciendo catarsis y hablando de cosas genitales, drogas, que parece más una charla de amigos más que nada. Se busca la complicidad y el efecto de llamar la atención. No es sólo en el slam donde pasan esas cosas. Esto no imposibilita  que en cinco años esté escribiendo un excelente poema o lo que quiera.

-Justamente, a alguien que está empezando a escribir, ¿qué consejos les darías?
-No, ningún consejo. A lo sumo que lea mucho y que vaya viendo qué lo emociona y que sea sincero. Si eso te lleva a ser escatológico, podés encontrar algo muy bueno quizás. Tampoco soy partidario de los talleres literarios, fui a uno sólo con José Sbarra y nada más.

Está esa creencia también de que si hay que estar cinco o seis minutos  dando la cara frente a desconocidos, hay que ser gracioso. Yo creo en el humor como parte integrante de la poesía, de hecho el que era un maestro para eso era el propio Vicente con los gags que tenía, pero eso no era la poesía de él, era un matiz únicamente, no se agotaba ahí. No podés querer hacer reír a la gente todo el tiempo.

-Varias veces nombraste a José Sbarra como a alguien muy importante para vos y tu obra.
-Totalmente, yo lo que trato de hacer con la figura de Sbarra en la actualidad es hacerlo conocer. Me empezó a salir esa necesidad en los lugares de poesía under que frecuento, donde trato de introducir la figura de ese tipo que fue José. ¿Por qué? porque en el under argentino, si lo tomamos desde fines de la dictadura para acá, hay tipos como Enrique Symns que tienen su popularidad, o el mismo Tom Lupo, que hicieron mucho por la poesía desde sus lugares. Para mí hay una triada perfecta que es Symns, Lupo y Sbarra, que es el menos conocido, el más opaco. Inconscientemente yo empecé a romper las pelotas hablando de él, algo ya medio tiránico: hago de fascista, divirtiéndome, y obligo a todos a escucharme a hablar de Sbarra. A mí particularmente «El circo de poesía», que es el lugar que estaba desarrollando a principios de los 90’s cuando lo conocí, me pareció un espacio increíbe. Sbarra era muy sutil, muy seductor, te iba llevando a su lugar proponiéndote cosas: «¿no te querés poner un sombrerito?, ¿y pintarte los ojos?», «¿Traemos a un acordeonista?». Siempre empujaba a que rompas el límite de ser un poeta que sube a leer y te llevaba a eso que hoy llamamos performance, ¿no? A mí, que tengo naturalmente esa cosa más histriónica me gustó mucho. Era una persona muy sencilla, con mucha trayectoria y sobretodo con mucha noche. Es alguien que escribió literatura para chicos, guiones para televisión, escribía en la Playboy.

-Fue alguien muy multifacético a pesar del poco tiempo que vivió, ¿no?
-Sí, podía hacer lo que quisiera, era muy culto y a la vez un gay muy reventado, esos personajes al estilo propio de San Telmo. El «Baruk», un lugar que regenteaba él, era un espacio con mucha libertad, como todo lo que hacía. También me abrió la puerta a muchos poetas que no conocía, me amplió la cartilla. SusanaThénon, Idea Vilariño, gente con la que tenés muchos prejuicios tipo «son poemitas de amor». Sí, son de amor, pero te desgarran de una manera increíble. Además eran leídos por unas actrices muy profesionales que hacía que te gusten. Sbarra es un tipo que todavía estamos en camino de rendirle un homenaje. Espero que en algún momento coagule.

-La cara contraria a lo que decís sobre Sbarra está pasando con Luy: hay una especie de revalorización de su obra en estos últimos años después de su muerte. Fernando Bogado hablaba un poco de la fetichización que hay en torno a su figura.
-Sí, estoy de acuerdo con lo que dice Fernando, me gustó mucho. Hay un poema de Hernán también muy certero que habla sobre Vicente y que termina diciendo: «es lo que siempre pasa/ cuando un poeta calla:/ la gente empieza a hablar». Ahí dice todo, es como con la pintura: los pintores se cotizan más una vez muertos. Es muy loco porque hay una cosa importante en la búsqueda de Vicente porque él quería ser muy popular pero como poeta, no como otra cosa. Me acuerdo una discusión que era una pelotudez cuando sacamos el libro de los Verbonautas, estaba la foto de cada uno en la contratapa. Vicente decía que eso estaba mal, que el poeta no tiene que ser visibilizado por la cara, sino por lo que escribe, pero perdió por votación democrática. El puso un montón de plata para ser conocido también.

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-Claro, con toda la fortuna que heredó del abuelo poeta, Juan Larrea.
-El jugaba con ese formato. El libro «La vida en Córdoba» es una muestra de eso, los 2000 libros salieron 20.000 dólares. Acá también aparece otra faceta que tenía Vicente: él era mesiánico y fue educado de esa manera por su abuelo. Le ponen Vicente cuando nace por que significa «el que vence». La mamá también era mesiánica, era algo hereditario. En esa búsqueda que tenía, él apostó tanto al contenido de lo que hacía como al formato. Solía pensar «si sacamos este libro de esta calidad, con estas tapas duras, todos los periodistas van a a estar hablando de esto». Error. Yo fui militante de ese libro, lo distribuí y era un dolor de huevos hacer eso. Quizás ese libro esté en lugares oscuros, en algún rincón, eramos muy improvisados. También Luy creía que no era productivo una entrevista a un poeta, sobretodo si en esa entrevista no aparecían algunas poesías de ese autor, porque ahí estaba lo realmente importante. Era muy ambicioso: cuando saca la antología con CILC en el 2009 le pone «Poesía popular argentina» directamente. Yo tenía una discusión de amigo y colega permanente con él, porque conocía todas sus búsquedas. Yo siempre le decía que iba por el buen camino, de hecho Roberto Pettinato era fan de Vicente, pero él pretendía que Pettinato leyera poemas de él todo el tiempo en la radio. Después, cuando se le agudizó el problema de bipolaridad que tenía, tuvo un asedio hacia Pettinato vía mail que lo cansó y le dijo: «Vos no te das cuenta de una cosa tarado: yo soy fan tuyo, no vos mío, no me rompas las pelotas». En definitiva, Vicente terminó de lograr su cometido entregando su vida.

-En el último libro que salió publicado de él, «Plan de operaciones / La única manera de vivir a gusto es estando poseído»(Crack up, 2013), hay muchas cosas que remiten a esa insistencia y voluntad que tenía.
-Todo el tiempo, te asediaba completamente. Tengo un montón de anécdotas que ya ni siquiera tienen que ver con la poesía, sino con acciones concretas, por ejemplo. Yo le manejaba la plata a él en un momento, porque me di cuenta que Vicente tenía un horizonte de posibilidades corto si la gastaba como él quería. Me volvía loco con eso, él siempre se embarcaba con todo de manera mesiánica, no tenía barrera intimidatoria de ningún tipo, mas allá de ser un tipo completamente educado. Estaba atravesado por muchas furias. Al igual que Sbarra era encantador y seductor. Yo de hecho aprendí a «vivir bien», la buena vida, gracias a él. Tomar un buen vino, una comida sofisticada, en eso me educó y me transmitió sus valores de chico caprichoso de la clase media-alta cordobesa. Era muy generoso además, contrataba a alguien que nos cocine si íbamos un fin de semana de visita. Hubo muchos fines de semana que nos juntábamos a ver el Boca-River, por ejemplo.

-Ya pasando a los Verbonautas en general, ¿qué recuerdos te quedan con el paso del tiempo?
-Tengo los ultra mejores recuerdos. Fue una de las mejores etapas de mi vida, por cuestiones extra literarias también. Fue una época de amistad incréible. Yo creo que en lo colectivo está la realización personal.

Vicente Luy estaba atravesado por muchas furias. Al igual que Sbarra era encantador y seductor. Yo de hecho aprendí a «vivir bien», la buena vida, gracias a él. Tomar un buen vino, una comida sofisticada, en eso me educó y me transmitió sus valores de chico caprichoso de la clase media-alta cordobesa. Era muy generoso

-Fabián Casas dice en ese mismo sentido que «la poesía es una acto colectivo».
-Sí, Fabián habla de eso muy bien. Yo creo en la creación colectiva fervientemente. Con los Verbonautas se dio una conjunción de emociones y de cariños. Tanto a Hernán, Vicente Luy, Pablo Fonino, Palo Pandolfo, Eduardo Nocera, Carlos Nuñez, de hecho Tom Lupo participó al principio, Karina Cohen, muchos otros que pasaron por distintos momentos. Fue un momento hermoso de mucho vino, muchas comidas juntos, mucho rock and roll. Nos propusimos romper con los esquemas de los recitales de poesía adrede. Para nosotros eran como lo que vimos un día en el Teatro San Martín que había una lista gigante de poetas leyendo con una luz amarilla y una jarra de agua. Bueno, nosotros decidimos ir en contra de eso; cada lectura de los Verbonautas era un hecho estético en sí mismo, donde cada uno podía ser libre de hacer lo que quisiera. Hernán siempre remarca, y yo le doy mucho la razón, que nunca nos pusimos académicamente a analizar la poesía del otro, pero sí nos importaba todo lo que podía hacer que saliera bien: las luces, el escenario, la recepción con vino, el ambiente. Nos empezamos a mover como una banda de rock, la pasamos muy bien. Estábamos muy lejos de la academia, no eramos de Puán.

-Hay un poema muy conmovedor de Vicente que habla de esa época y que está en «Plan de operaciones / La única manera de vivir a gusto es estando poseído». A vos te dice «la fábrica» , por ejemplo. ¿Por qué?
-Sí, habla de una noche hermosa con Liliana Herrero allá por lo 90’s. Vicente expresa una visión muy cariñosa en ese poema. Me dice «la fábrica» porque yo siempre trabajé en fábricas y él me veía como un dirigente sindical que tenía que agitar a las masas porque soy bocón y verborrágico. Siempre nos puteábamos por eso un poco y le decía «andá vos a laburar a la fábrica, a mí no me interesa» y nos reíamos un montón. Era una época genial, lo más cercano a lo que yo imagino la vida de los surrrealistas en París entre el 1925 y 1935 por decir algo, había mucha ebullición. Con el paso del tiempo se agiganta todo un poco y se dicen muchas inexactitudes, con Hernán nos matamos de risa. Sí había una práctica conjunta que hacíamos mucho, y que está en el libro Verbonautas (Eudeba, 1999) que son los cadáveres exquisitos, a veces salían mejor o peor.

Cada lectura de los Verbonautas era un hecho estético en sí mismo, donde cada uno podía ser libre de hacer lo que quisiera. Hernán siempre remarca, y yo le doy mucho la razón, que nunca nos pusimos académicamente a analizar la poesía del otro, pero sí nos importaba todo lo que podía hacer que saliera bien.

-Para ir terminando, y ya volviendo a tu obra individual en la actualidad, ¿qué se puede encontrar el público con «Poesía en las cuerdas»? ¿Qué diferencia hay con lo que hacías en Esquizodelia?
-«Poesía en las cuerdas» es una etapa en la que yo entré y abandoné lo que yo llamo la estética de choque, por esta poesía con música que hay en el cd. Cuando en el 2001 presento el segundo libro que se llama «La estética es un tajo», lo presento en un teatrito donde performáticamente presento los poemas. De ahí nació, con Marcelo Rossi, ponerle música a mis poesías. Él me presentó a Diego Moller y armamos Esquizodelia. Estuvimos juntos once años, sacamos cuatros discos en el marco de una estética de choque que quería mostrar la decadencia del mundo tanto en el contenido de los textos como en la forma de presentarlos. Ya en el final de ese tiempo, me empecé a cansar de lo técnico, lo práctico, que te demanda tener algo parecido a una banda de rock: vas lidiando con los enchufes, acoples, cargar los equipos, etc. Entonces, empezamos a hacer cosas más acústicas y lograr algo efectivo también.

-¿Hubo como una etapa de transición de esos últimos años de Esquizodelia a lo que hoy en día se ve en «Poesía en las cuerdad?
-Totalmente, de hecho los últimos shows con Esquizodelia yo cantaba a capela, todo a volumen más bajo en lugares pequeños. Le di más importancia al cómo decir y pronunciar que a lo eléctrico que lo acompañaba. A partir de un recital de poesía que hice en el verano de 2013 donde se sumó Christian «el colo» Remec a Diego Moller y se do un formato que llamo «de living». Los chicos generan músicas para mis textos y congeniamos un ensamble perfecto donde encontramos la misma vibración rápidamente. En dos o tres veces que nos juntamos teníamos 14 poemas musicalizados y me llegaban muy profundo. Hay una combinación entre una música muy sentida en guitarra y violín o dos guitarras acústicas y lo que leo. También recomiendo escuchar un instrumento que aparece en «Poesía en las cuerdas» que es el Sanshin, de Japón. Acá hay un Osvaldo más sereno, pero que no deja de ser intenso. Ya no hay amplificación, es todo más intimista.

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