Escritora Aura Cumes: «A las mujeres indígenas se les busca tratar como sujetos despojables»

La también investigadora y activista guatemalteca hace una radiografía del racismo existente en América Latina, al que considera como una de las consecuencias de la colonización europea

Por Sofia Belandria

17/11/2020

Publicado en

Entrevistas

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Cuando se habla de machismo en las comunidades originarias en América Latina algunos ojos voltean a ver a los indígenas como el ejemplo más tangible de esa ideología, que promueve la superioridad del hombre sobre la mujer.

Sin embargo, hay que afinar más la mirada y ubicarse en el periodo de la conquista y colonización europea, que irremediablemente modificó la relación de dualidad y de complementariedad que existían entre los hombres y las mujeres para imponer los criterios del patriarcado.

Para explicar el complejo entramado donde se unen el machismo y el racismo en contra de las mujeres indígenas, RT ha entrevistado a la investigadora, escritora, docente y activista maya Aura Cumes, quien explica en profundidad las razones históricas de la discriminación y las formas de «pensar con cabeza propia» y no con la mente del colonizador.

Si algunos afirman que la historia de América Latina comienza con la colonización, ¿cómo se concibe a la mujer antes?

Es la estupidez y la conveniencia de la historia oficial lo que hace ocultar los milenios de existencia de los pueblos originarios anteriores a la colonización.

La idea de separación de mujeres y hombres no es de toda la sociedad. Antes de la colonización había formas de vida entre mujeres y hombres distintas a las que pudieron haber ocurrido en la historia occidental: distintas en sus principios, en su entendimiento, en sus horizontes y en sus luchas.

En esas formas antiguas de pensar la vida, de vivirla, uno puede encontrar que se articuló la existencia de una forma de dualidad complementaria entre los seres vivos. Entonces las ideas de complementariedad, de dualidad y de equilibrio son importantes para la vida de los pueblos originarios en su relación con todo lo que crea la vida. Ese es el vínculo que se mantiene como horizonte político de hombres y mujeres mayas, que se rompe terriblemente con la llegada de la colonización.

Esto se ha intentado ocultar y por eso no se han dedicado tiempo ni recursos a la investigación de la existencia de los pueblos originarios antes de la colonización (que son 500 años), con relación a los 20.800 años de los pueblos mayas.

Negar y romper la memoria es útil para construirnos exactamente solo como cuerpos laborales, porque si hacemos un diálogo con el pasado y nos reconstruimos como pueblos, se pone en peligro el sistema colonial patriarcal.

Hay un mundo rico que está herido, confundido, pero existe todavía.

¿Están invisibilizadas las mujeres indígenas en la historia colonial?

A las mujeres indígenas se les invisibiliza completamente. Las mujeres blancas reciben un tratamiento como femeninas, como delicadas, y a las mujeres indígenas se les busca colocar como sujetos despojables, se les trata como a cualquier persona a quien se puede explotar al máximo.

En la colonia se les explotó a partir de cosas concretas: la obligación de hilar algodón, de tejer para los colonizadores, de moler pólvora y cal en las piedras que usaban, de ser sirvientas en las casas de los colonizadores y de ser nodrizas. Es decir, se extrajo de su cuerpo la vitalidad. Todo esto llevó a las comunidades a hacer levantamientos, rebeliones, movimientos, que estaban en muchos casos liderados por las mismas mujeres. Esto la historia oficial no lo cuenta. 

¿Qué es el patriarcado colonial?

Estamos acostumbrados a decir: «El patriarcado es de los indígenas». Tenemos que darnos cuenta que somos el resultado de una historia.

Con la llegada de la colonización hubo un contacto abrupto, agresivo y violento en nuestras vidas, entonces no se puede pensar que el patriarcado que viven los indígenas es solo de ellos.

Lo colonial traía una forma de patriarcado. Silvia Federici ha descrito en el libro ‘Calibán y la bruja’ cómo el patriarcado en Europa se constituyó sobre el genocidio de las mujeres durante al menos 800 años, pero particularmente en los dos últimos siglos cuando estaba ocurriendo la colonización en nuestros lugares. Esos patriarcas que estaban allá asesinando mujeres vinieron para acá y trajeron las mismas técnicas de muerte.

Aquí el sistema patriarcal y colonial vino al mismo tiempo, no se puede separar. Es un absurdo pensar que el patriarcado no tiene nada que ver con el colonialismo, cuando son técnicas que aparecen de igual manera, que se parecen mucho, que se mezclan y que dan sentido a las sociedades que vivimos.

¿Cómo refutar a quienes dicen que los indígenas son machistas y que las mujeres tienen una función secundaria?

Se hace por el gran desconocimiento y porque pensamos como colonizadores y miramos con sus ojos.

Para poder cuestionarlo hay que empezar a pensar con cabeza propia. Las mujeres indígenas y negras hacemos despertar a aquellos que están pensando con cabeza colonial y viendo con ojos coloniales.

Hay muchas feministas y organizaciones de mujeres que se niegan a reconocerlo, porque las luchas se convierten en luchas egoístas. Por ejemplo, como mujer maya yo podría vivir machismo de parte de un hombre indígena, sin embargo, al salir a la calle me encuentro con hombres machistas, que no son indígenas, y que me violentan. Y si voy a la capital, me topo con mujeres que me ofrecen trabajo de casa particular.

Los hombres ladinos (mestizos) en la calle me gritan: «María», «india patas rajadas», «¿trajiste las tortillas?». Entonces, ¿eso qué significa? Que estoy viviendo el machismo de parte de los hombres indígenas y también de los ladinos —que tienen más poder sobre nosotros que los mismos hombres indígenas— y de las mujeres blancas.

Las mujeres blancas no reconocen que son capaces de reproducir el racismo colonial con la misma densidad que cualquier hombre reproduce el machismo. No son capaces de mirarlo porque solo aquella que es consciente de sus privilegios y que tiene una ética de justicia, lo logra. El privilegiado nunca ve sus privilegios porque está muy cómodamente asentado en ellos.

¿Cómo hacerles ver a las mujeres blancas que reproducen el racismo y machismo?

Cuando les hacemos ver que también reproducen los sistemas de dominación no quieren escucharlo, porque están asentadas en un privilegio que los países racistas coloniales les otorgan.

Es cansado estar explicando eso, y por eso les decimos a las mujeres con las que trabajamos: «No hay que explicarlo más». Entonces, lo que hay que hacer es tambalear los privilegios, en la medida en que se pueda, hay que hacer saber a la mujer blanca que su racismo pesa tanto como el machismo de los hombres.

Las mujeres blancas pueden ser machistas, pero son racistas porque la estructura les permite gozar de ello. Por ejemplo: cuando ellas desean que todas nosotras seamos sirvientas para sus casas están reproduciendo un privilegio racista y machista que les permite sustentar un privilegio.

Imagínese que no hubiera indígenas, campesinas y negras: ellas tendrían que estar en sus casas. Los privilegios racistas posibilitan que mujeres blancas en América Latina, de EE.UU. y de Europa salgan a la calle a trabajar porque otras mujeres racializadas como inferiores ocupan sus lugares, y eso es lo que no se quiere ver, lo que el sistema racista quiere ocultar.

¿Hay exotización e hipersexualización de las mujeres indígenas?

Lo que pasa con las mujeres indígenas es que no somos cuerpos deseables en términos de enunciación pública. Por ejemplo, cuando las mujeres centroamericanas (nicaragüenses, hondureñas y salvadoreñas) migran hacia EE.UU. y pasan por la frontera de México, se piensa que son naturalmente construidas para prostituirse.

En cambio cuando las mujeres indígenas llegamos a la frontera, somos puestas en el lugar de la servidumbre: somos las chapinitas, las sirvientas, las que limpiamos, torteamos, barremos, trapeamos. Nuestro cuerpo no es sexualizado, sino que es considerado naturalmente como de sirvienta.

Sin embargo, también se sexualiza porque formamos parte de grandes redes de trata de mujeres. Hay pornografía indígena y prostitución indígena en donde las mujeres usan la indumentaria maya en toda esta construcción mercantilizada de la vida de las mujeres mayas.

Además, hay una intersexualización escondida porque cuando vamos por la calle, hay hombres mestizos que nos preguntan si nos queremos acostar con ellos, nos dicen groserías.

¿Son vistas como sujetos pasivos?

Más que pasivos, como usables y desechables.

¿Se somete a las mujeres como indígenas o como pobres?

Hay gente que piensa que si las mujeres no fueran pobres, no estarían subordinadas. Sin embargo, vemos que muchas mujeres tenemos más recursos económicos que otros hombres y, sin embargo, somos asesinadas, subordinadas, sujetas al amor romántico, por eso digo que el patriarcado no somete a las mujeres por ser pobres.

No es una cuestión de pobreza, aunque una mujer con recursos económicos puede defenderse mucho más. Se requiere de un desmontaje del patriarcado en cuanto a sistema de totalidad.

¿Cómo puede alguien detectar que es racista en su cotidianidad?

Una de las maneras es escuchando lo que están diciendo los pueblos originarios, especialmente las mujeres.

En Guatemala el racismo es más denunciado por las mujeres, hemos descrito la manera en que estamos viviendo y hemos propuesto mecanismos para hacer un trabajo antirracista. El asunto de la escucha no es fácil, por eso pienso que es una de las propuestas importantes. Lo otro es una lucha creativa y sólida en contra del racismo. No hay una sola receta, pero hay que reconocerlo: el racismo es muerte.

Por otro lado, hay que hacer tambalear los privilegios. Si la persona (que incurre en un acto racista) tiene una solidez política, analizará lo que estamos diciendo y va a reconstruirse críticamente, pero si tiene una falsa lucha política, actuará como cualquier otro y nos culpará, nos dejará de hablar y se victimizará.

Los pueblos indígenas en América Latina somos la columna vertebral, pero se necesita construir una ideología que permita pensar que no somos nadie, porque si reconocemos que somos alguien, inmediatamente se desvanece la posibilidad.

Se piensa que las mujeres no hacemos nada, que solo los hombres trabajan, pero si una mujer se declara en huelga, sin hacer nada durante dos días, se paralizaría la existencia de ese que nos dijo que que no hacemos nada. Somos el motor de la vida de otro y se necesitan ideas de que no hacemos nada para que sigamos haciéndolo.

Necesitamos reconstruir un lenguaje que logre una respuesta activa y no lo tenemos porque el racismo cruza nuestro ser emocional, no es solo racional, entonces cuando recibimos una conducta racista nos paralizamos muchas veces. A mí me pasa: de la sorpresa de la agresión no puedo pensar y no puedo responder. 

Es necesario estudiar, cuestionar el mundo en que vivimos, los privilegios que tenemos y hacer propuestas creativas sobre la forma en que vamos a vivir la vida cotidiana.

Cortesía de Nathali Gómez RT

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