Influencer Berta Bernad: «Tener que poner todo el rato lo que haces en cada momento en rrss. Me parece que ahí empezó El Show de Truman»

La joven española cuenta cómo fue su experiencia en redes sociales y por qué abandonó ese estilo de vida tan demandante y público

Por Sofia Belandria

15/12/2020

Publicado en

Entrevistas

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Berta Bernad abandonó las redes sociales en un pico de popularidad, escribió un libro sobre ese universo y ahora da charlas sobre cómo afectan emocionalmente.

Con 28 años, Berta Bernad dijo adiós. No se quitó la vida como tal, pero sí eliminó su perfil en Instagram, que para mucha gente es prácticamente similar. Superaba los 100.000 seguidores. Estaba bendecida por gente como Scott Schuman, cazador de tendencias. Habían ido creciendo a lo largo del tiempo gracias a su imagen cotidiana y a sus apuntes de moda. Lo que en el gremio se etiqueta como lifestyle.

Todavía no se usaba la palabra influencer, pero ya era una. Su legión de fans escribía sobre cada cosa que subía a la plataforma y dedicaba el día entero al móvil. Era un oficio sin tiempos muertos. Y terminó siendo una frustración: soportar ese nivel de exposición le llevó a esa decisión de despedirse. Para siempre.

Volvió de otra forma. Dos años después, en 2019, publicó Mi nombre es Greta Godoy en la editorial Planeta. Su protagonista era una mujer que decide salirse de Instagram al llegar a los dos millones de seguidores. ¿Les suena? Usó experiencias e ingredientes de la ficción para confeccionar esta trama que advierte sobre las falsas apariencias o la búsqueda de uno mismo.

Ahora, a los 32 años, da charlas sobre el asunto en la Fundación Lo Que De Verdad Importa y otros organismos, aparte de continuar en el mundillo con Mindlike, agencia que crea estrategias digitales para grandes marcas. Habla tras una mudanza, a ratos. Hasta que en un rato largo consigue finalizar la charla. Le ha costado encontrar ese hueco para hablar, a pesar de sentirse, en general, «liberada».

Cuando empezó a ser ‘influencer’ apenas existía esa palabra. ¿Qué significaba entonces y en qué se ha convertido?

Empecé cuando no existía la palabra, efectivamente. Antes se era blogger o It girl. Tenía un blog con dos amigas donde subíamos fotos de ropa que comprábamos en Berlín, Londres o París. Poco a poco fue ganando visitas y decidí seguir. Había hecho periodismo y todo lo que tenía que ver con fotos o escribir me divertía muchísimo. Y el propio fenómeno digital era muy bonito y a la vez muy orgánico. Ya estaba en mí. Instagram fue un medio nuevo para volcarlo.

Le he oído decir que la gente y uno mismo ve pasar como «la película de su vida» en una pantalla. ¿Qué supone esa vida virtual? ¿Qué aporta y que te quita?

Para mí, la vida virtual aporta mucho a nivel inspiración. Puedes viajar desde tu móvil, conectar con gente que físicamente está muy lejos de ti o abrir tu propia marca. Pero eso, a la vez, ha provocado que haya una saturación en el mercado. Hemos ganado en cercanía y rapidez, pero quizás hemos perdido la capacidad de estar tranquilos, de no hacer nada. Yo todavía navego muchísimo y lo utilizo mucho, como espectadora. Es la única cosa en la que invierto muchas horas y pasan como un segundo. Eso es lo peligroso.

¿Cuántas horas le dedicaba a las redes y cómo era más o menos su jornada?

Le dedicaba el día entero y cada jornada era distinta. Tengo mil frentes abiertos, sin una rutina. Me he acostumbrado desde los 20 años a vivir muy frenéticamente. Estaba desde por la mañana hasta casi la noche. Lo peor para mí, lo que más he agradecido al cerrar mi cuenta de Instagram, era esa necesidad de tener que ir a muchos actos y de recibir muchas cosas. También es que lo dejé a una edad, a los 28 años, en que ya me había aburrido, pero entiendo que haya gente que lo vea y quiera vivirlo.

En ‘Mi nombre es Greta Godoy’ se habla de «prisión» y de «inseguridades». ¿Cómo vivió ese mundo?

Bueno, al final se convirtió en una prisión. Era un lugar donde se vive muy bien porque estás rodeado de lujos materiales (viajes, regalos y todo eso). Pero también toda esa exposición genera una inseguridad que afecta hasta en tu papel social. Cuanto más hablas de tu vida, más apática o tímida te vuelves. Al menos a mí me pasó. Yo era supersociable, pero el hecho de convertir ese don en mi curro terminó siendo negativo.

La autora Olivia Sudjic cuenta en ‘Expuesta’ el fenómeno que vivió tras publicar ‘Una vida que no es mía’, sobre la fama en las redes, y hace hincapié en la ansiedad que generan. ¿Cómo se lidia con los asociados problemas mentales?

Lo que recomiendo es que se analice cómo te sientan las redes sociales. No a todos les afectan igual. Lo suyo es que controles no solo el tiempo que pasas en la aplicación sino ver a quién sigues. Incluso apuntar en un papel a esas personas que se sienten inferior, que bloquees durante una época o incluso silencies compromisos que no te apetecen. Necesitas customizar de alguna forma esa plataforma para que no te haga daño. Imagínate que eres una mujer, no puedas tener hijos y ves todos los días fotos de gente con sus niños, pues acabarás con depresión. Creo que eso tienes que saberlo y evitarlo.

¿Estamos educados para eso, para una vida virtual que no tiene los mismos parámetros que la física (no hay límites de insultos, no hay horarios, no hay distancias…)?

El problema es ese: no hay horarios, no hay distancias, todo el mundo tiene derecho a insultar… Yo no fui una influencer muy cercana, de contar mi vida, porque además me fui cuando empezaban las stories y ya eso es demasiado: tener que poner todo el rato tus tonterías y lo que haces en cada momento. Me parece que ahí empezó El show de Truman de verdad. Para mí era más un currículum virtual donde podía conseguir trabajos y colaboraciones. Yo he vivido una relación más distante. Ahora mismo estamos expuestos a un montón de impactos emocionales y cuesta tanto mantenerse bien. Por eso creo que ha salido esta revolución del yoga, de cuidarse a sí mismo y del estar presente: con todo el jaleo que hay alrededor, es normal que estemos distraídos y dándole importancia a cosas que no la tienen.

En eso entra la omnipotencia de los dispositivos, que no solo conocen todo de nosotros sino que nos controlan. La socióloga Marina Van Zuylen dice que «vampirizan» nuestra atención. ¿Habría que regularlos o prohibirlos en ciertos casos? ¿Tú llegaste a sentirte adicta o dependiente?

Instagram ya intenta regular su uso. Te puedes poner alarmas y más avisos. Como todo, es cuestión de educación. Es algo que todavía estamos aprendiendo. Hay mucha gente que me pregunta mil cosas de cómo y cuándo pueden darle un teléfono a su hijo, por ejemplo. Y no hay una respuesta. Realmente, todo hay que verlo en cómo sea esa persona, cómo se integre, cómo sea de sociable, cuál es su necesidad de llamar la atención. Yo creo que no era adicta al móvil (o no me di cuenta), pero sí al qué dirán y a cómo me veía la gente. En mi día a día he tenido que lidiar mucho con mi imagen, con la sensación de que todo lo que hacía era noticia. Y lo que me di cuenta es de que a la gente, aunque comente o te mire todo el rato, no le importa la vida de nadie. Así que si volviera atrás, intentaría controlar más esa franja.

¿Cómo consiguió dejarlo, desaparecer? ¿Es eso lo que trata en sus conferencias?

Fue muy radical. De la noche a la mañana lo dejé. Llevaba tiempo pensándolo, pero tomé la decisión de repente. Hubo un momento en que no me vi capaz de postear menos. Y hubiera podido volver si me hubiera ido de otra forma. En mis conferencias sobre todo trato e intento fomentar el uso responsable de las redes sociales y el efecto emocional que tienen. Es el mensaje que me encanta promover. Me parece que un fenómeno así, tan grave e importante como el cambio climático o el feminismo, está cambiando el mundo. Hay mucha gente con su hijo deprimido en el sofá por las redes y eso hay que analizarlo.

Otra palabra que se repite en torno a las redes y la exposición es «frustración». ¿Por qué se produce? ¿Qué supone?

Porque al final todo el mundo compara su vida con los demás y siente que es peor. En Instagram solo se ve la punta del iceberg de lo que pasa realmente. Y creo que eso lo convierte en una máquina de frustración que te hace querer cosas que no tienes. Además, es una herramienta que no te deja ver lo que ha hecho una persona para conseguir eso. Si lo ha tenido porque sí o si le ha costado perder lazos familiares. No se puede admirar a alguien sin saber nada. No se puede hacer un líder de gente que, como se está viendo, tiene detrás muchísima soledad.

¿Qué siente cuando ve noticias de ‘influencers’ que pasan un trance extremo, como el suicidio o el batacazo de no lograr lo que esperan? ¿Cree que hay poca labor pedagógica en cuanto a este universo?

Hay que poner el tema sobre la mesa de una manera natural, hablando de ello y que se normalice. Así la gente no tendrá miedo a exponerlo y a saber que su vida va igual. Yo, desde que cerré Instagram, duermo mejor, soy capaz de atender mejor las conversaciones, consumo mucho menos y necesito muchas menos cosas, porque esa necesidad de fotografiar todo lo nuevo te empuja a comprar. Me siento muy liberada.

Un daño paralelo es la comunicación. ¿Cómo nos han cambiado estas esferas digitales a la hora de hablar? ¿Y a la hora de enfrentarnos a problemas o a empatizar?

Han cambiado mucho la forma de hablar, se nota incluso en cómo se verbaliza frente a una cámara. Se ha creado, como dijo Federico Jiménez Losantos en una entrevista que me hizo, un desdoblamiento de la personalidad. Se tiene una vida virtual y otra real. A la hora de enfrentarnos a la realidad, las redes sociales no son el canal. 

Por último, se decantó por la ficción para hablar de alguien que se borra de las redes. ¿Por qué? ¿Era más fácil para no parecer un testimonio desde la disidencia o a modo de regañina?

Preferí la ficción porque era más libre de contar lo que le pasaba a este personaje que a veces tiene rasgos de lo que he vivido y otras no. Me tomé la licencia de escribir cosas que no me pasaron y añadir otras que sí, pude jugar más. No hubiera sido capaz de ponerlo en primera persona como un diario si no fuera así. Porque no creo que mi historia sea tan importante. Lo importante es cómo ha cambiado el mundo.

Cortesía de Alberto García Palomo Sputnik

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