Entrevista con Naty Menstrual

La literatura se traviste todo el tiempo

«¿Hay una literatura de o sobre travestis?», se pregunta Ignacio Pelozo, y la búsqueda lo conduce inevitablemente hasta Naty Menstrual, la artista ya emblemática del colectivo trans, quien es, sobre todo, escritora, escritora de literatura, a secas.

Por Lucio V. Pinedo

15/03/2016

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El personaje de Naty Menstrual nació a fines de los 90, con un nombre inspirado en la actriz y cantante española Nati Mistral. Naty, la argentina, abrió camino en el arte a través de la ilustración, la actuación y la escritura. Su faceta creativa se expresa también en el diseño de indumentaria —se viste con ropa que rediseña y recicla— y todo esto lo exhibe los domingos, en el puesto que posee en una feria de San Telmo, Buenos Aires. Es autora de los libros Continuadísimo (2008) y Batido de trolo (2012). Esta cara de escritora es la que nos interesa aquí.1587

Se asocia habitualmente a Naty con Lamborghini y Perlongher. La violencia erótica de Lamborghini, la reivindicación de la libertad sexual de Perlongher, el libre albedrío narrativo y poético en ambos —ese atrevimiento de adueñarse del lenguaje, las normas, los usos y darle la forma que se le plazca—, parecen ser las huellas que preceden a la horma de los tacos de Naty Menstrual. Otra de las comparaciones habituales, y ella la tiene allá arriba, es con otra marica, Lemebel.

Lo grotesco es el hilo estético que atraviesa la obra de Naty y la configura en un todo ordenado. Su función variará de acuerdo con el tipo de texto que nos aventuremos a leer, su filiación genérica (humorística, cómica, trágica, fantástico-maravillosa) y su efecto, sea la reflexión, la risa, la pena o el alivio. En la pluralidad y la convivencia genéricas que enriquecen la obra, es la impronta grotesca, ya instaurada desde el apellido de la autora, la responsable de la unificación de la heterogeneidad.

 

 

La diversidad de la vida, la diversidad de la literatura

Naty Menstrual, por eduardo carrera

Naty Menstrual, por Eduardo Carrera

 

Era el último viernes de enero. A las dos de la tarde, en la intersección entre México y Perú, aparece ella. Caminamos casi dos cuadras rumbo al bar literario «La poesía» y, en el medio de suaves choques de copas y cubiertos y voces amenas, nos sentamos frente a frente. Ella es Naty Menstrual, una artista completa sobre madera, tela o papel. Pide una bebida con limón y yo dos cafés con crema, uno para mi pareja y uno para mí. Saco Continuadísimo de mi bolso y la conversación empieza a fluir (a veces, la rápida confianza mutua nos permite desvariar un poco).

—¿Quién es Naty Menstrual como escritora? ¿Cómo se construyó y qué te llevó a escribir?

—Mirá, yo escribo desde siempre, desde chica. Escribía las típicas, como decías vos hace un rato, las cosas indecentes que puede uno escribir de chica… así como en el encierro, en esa cosa que nadie sabe. Pero después, cuando yo empecé a travestirme, empecé a escribir en otro tono y a querer contar lo que me estaba pasando, porque me cambió todo: me cambió la sexualidad, me cambió la vida, me cambió todo. Entonces, empecé a escribir un blog por el consejo de un amigo, porque antes escribía cuentos y se los leía a mi amigo y a mi amigo le gustaban. Hacíamos reuniones, yo leía y ellos me escuchaban. Hasta que empecé a hacer el blog, el blog se empezó a leer y… yo no creo que me haya construido yo como escritora. Yo creo que el medio, los críticos y la editorial me crearon como escritora. Yo no tenía idea de publicar, yo nunca llevé mis textos a ningún lado.

—¿Ellos te lo ofrecieron?

—Claro, porque los llevó alguien sin decirme nada y ellos me buscaron y me ofrecieron editar. Después me he encontrado muchas veces con periodistas, escritores o críticos literarios que hablan de mi obra y que yo no tenía ni idea de que escribía así, ¿entendés? Y van desmembrando la literatura y te dicen «porque vos te parecés a tal, a aquello y porque usás este recurso», y como yo no sé una mierda, ni siquiera soy buena lectora, lo uso más por lo instintivo. Aunque, indudablemente, en mi vida, algo leí.

—En tus voces narradoras, en quienes relatan tus cuentos, ¿hay algo de vos?

—Y eso se lo dejo al lector. De todos modos, me parece que ningún escritor puede escribir nada que esté fuera de sí. Más allá de que te hayan pasado o no, en algún punto, te pasó. No específicamente con la pija que nombrás, ni con la medida que nombrás, ni con la situación que nombrás, pero nadie, el ser humano no puede escribir nada de lo que no conoce. No inventamos nada, no creamos nada nuevo: reciclamos, cambiamos, intercambiamos, copiamos, movemos, sacamos, lo que quieras, pero nadie inventa nada. El ser humano, por más que se haga el canchero, no puede hablar de lo que no conoce. Fijate que en las películas de extraterrestres, una base humana el extraterrestre siempre tiene: será violeta, será verde, tendrá la cabeza gigante, el cuerpo chico, pero siempre algo tiene, no podés salir de lo conocido. Y de ciertos conflictos como los de la tragedia griega, que tiene que ver con conflictos que todos vamos a tener, conflictos fijos. Si vos agarrás cualquier novela, cualquier película, la raíz de los conflictos es siempre similar. El conflicto de, no sé, el amor, de la madre, del padre, de la pareja, de lo que quieras, pero son conflictos.

—Todo depende, en definitiva, de las voces que narren.

—Claro. Vos, desde chico, tenés una información en tu cabeza. Tu cabeza es una computadora. Indudablemente. Por ejemplo, a mí de todos los autores con lo que me han comparado yo no los había leído. Yo no había leído a Perlongher, yo no había leído a Lemebel, yo no había leído a Copi. No leí Copi, todavía tengo un libro de Copi que me han regalado y no lo leí. Montones de personas que no he leído y me han comparado con ellos. Bueno, yo digo, puede haber similitudes, indudablemente. No porque los haya leído. Probablemente, porque muchos son maricones y habrán pasado por una realidad similar a la que yo pasé. Ninguno puede dejar de ver algo conocido en algo que el otro hace y el que lo hace puede decir que no hay algo conocido dentro de lo que hace, porque, de algún lado, sacó esa información.

—¿Y considerás que tenés alguna influencia consciente?

—No. No, lo que yo te digo es que tengo grandes recuerdos, por ejemplo, de mi infancia, cuando yo leía a Corín Tellado de mi abuela. Mi abuela tenía miles de Corín Tellado y a mí me encantaba. Es una mujer que no sé si está considerada como literatura, pero es una de las que vendió más libros en la historia. Supongo que tiene más que ver más que con un autor con algún tipo de… vida, tiene que ver con lo gay, o con el travestismo. Yo sostengo que hay una cultura «marica» universal. Vos a un chino lo ves y es un chino, a un brasilero que es un brasilero, a un judío que es judío. A una marica sea china, africana, o lo que sea, también. Yo estuve en España, en un boliche donde había gente de todo el mundo, y no lo podía creer, ¡eran todas iguales! Los mismos gestos, las mismas costumbres, los mismos gustos, es así. Vos vas a un boliche en España y está la misma marica vieja haciendo playback y los mismos strippers. Es como una cultura globalizada. Yo creo que también el «sentir marica», y con sentir marica me refiero a todas las niñeces que podemos tener los que no somos iguales a los otros, yo creo que en algún punto pueden llegar a haber muchas coincidencias en ese sufrir en el inicio de la vida donde vos sabés que tenés algo dentro que está «mal» y que está penado y que hay que ocultarlo. Entonces, me parece que, indudablemente, salvo raras excepciones, pasamos por eso. Entonces, quizás, ese puto con el que me comparan, o ese otro puto con el que me comparan, quizás hay una revolución interna…

—Una reflexión y una experiencia parecidas…

—Claro. Tiene que ver con eso. Tiene que ver con el ocultarte toda la vida o resolver y decir: ¡matar o morir!

—Me pregunto cómo funciona lo humorístico, lo trágico, lo cómico… y vos en tu documental decís que a veces, cuando estás leyendo algo serio, la gente se ríe. ¿Cómo es eso?

—Exactamente. Yo lo digo… y tengo un tono, tengo un tono que me estoy muriendo y la gente se ríe. Sí, pasa eso. De todos modos, también me parece que hay un humor marica (y digo la palabra marica porque me encanta la palabra marica y no me parece para nada ofensiva, porque creo que cuando uno se adueña de la palabra deja de ser ofensiva; entonces, marica te incluye a vos, incluye a todos). Eso mismo que te decía antes, que nos pasa y lo llevamos como una mochila, porque nosotros estamos acá y somos personas que decidimos alivianarnos la mochila. Sacárnosla, o alivianárnosla, mínimo. Pero hay un montón de gente que no. Entonces creo que si te tomás todo a lo tremendo, vivís sufriendo con la cabeza agachada, y vivís tapándote y negándote el disfrute y vivís perdiendo la vida, o te cagás de la risa. Te cagás de la risa hasta de lo más trágico. Es un dicho muy viejo: «mejor reír que llorar», pero es cierto. Por eso el humor de las maricas es negro, ácido, irónico, porque es una manera de sobreponerse.

—El humor es una herramienta.

—Sí, es una defensa, un recurso.

—En los cuentos en los que tocás el «bicho», el HIV, la risa es moderada.

—Sí, bueno, de todos modos, en esos textos, específicamente, fijate que, porque después de escribirlo yo empecé a verlo, nunca termina en un final trágico: una se convierte en planta, la otra se va con un supuesto militar de fantasía, la otra quiere cerrar con una gran venganza que es enfermarlo al padre. Hay cuentos muchos más trágicos que no tienen nada que ver con el HIV.

—Son finales en donde la risa está muda, pero sin embargo no son para llorar.

—Ah, no, no. Está bueno eso. Hay cosas que si en realidad las escribieras de otra manera, el mismo texto escrito de otra manera, sería para llorar.

—Hablando de la vida, vos muchas veces decís que para vos la literatura es lo que ves en la vida…

—El mejor taller literario es la vida.

—Muchas veces te habrán dicho que tu literatura es de travestis o sobre travestis. Para mí la literatura es travesti porque adopta distintas voces, distintas subjetividades.

—Sí, sí, sí. Ir a la denominación de lo que es travestirse, que es transvestite, que es cambiar de traje, obvio, sí. Visto de ese punto, es totalmente cierto.

—Independientemente del género del autor o del narrador, como digo, [la literatura] es travesti.

—Sí. Por eso, travestirse es cambiar de traje. Cuando vos tomás el personaje de una gorda con problemas de, no sé, querer suicidarse porque es gorda y su obsesión es la gordura… entonces, vos no sos gordo, estás travistiéndote de gorda… sí, es cierto, perfecto. Me parece correcto. Y por eso a mí no me parece que hago literatura ni de género, ni de travesti. Porque Jorge Luis Borges tiene género, género masculino, y nunca dijeron que hace literatura de género. Desde que los putos, las travas y los trans escribimos hacemos literatura de género. Virginia Woolf tenía género, era mujer; quién sea tiene género, ¿entonces, por qué el puto tiene género nada más?, ¿por qué la trava tiene género nada más?

—Entonces, la diversidad de la vida es la diversidad de la literatura.

 

Literatura de / sobre travestis

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Continuadísimo (2008)

 

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Batido de trolo (2012)

 

¿Es la literatura de Naty Menstrual literatura de travestis? ¿Es correcto entablar un paralelismo entre la autora y las voces narradoras? ¿Cómo se puede adherir o separarse de esta opinión?

En primer lugar, deberíamos pensar en el humor y lo grotesco para llegar al fondo de la cuestión. La autora coincide en que, sin lugar a dudas, hay un «humor marica», un humor diverso, que, en ocasiones, permite la risa como catarsis y reflexión. Además, menciona «lo raro» como aquello grotesco, diferente, distintivo, que llama la atención o produce risa y crítica desde un otro. Sin embargo, así como el humor es una herramienta para afrontar el dolor —y en «el mundo marica» ese humor tiene un matiz ácido y este mismo ha sido adoptado por autores que mayormente pertenecen a ese «mundo»—, no deja de ser un recurso universal de todo ser humano. Lo mismo ocurre con lo grotesco o «lo raro»: la travesti, por ejemplo, puede ser objeto de burla, risa o crítica de la matriz heteronormativa. No obstante, nadie está exento de poseer algo raro o grotesco y ser señalado por ello.

Es esta misma universalidad la que nos lleva a preguntar: ¿hay, entonces, una literatura de o sobre travestis? ¿O la literatura es travesti por sí misma? Cuando un autor se sienta a escribir y escoge su narrador, ¿no es esta elección de un traje? ¿No es la voz narradora una subjetividad distinta en menor o mayor medida a la mía, otra previa o posterior? Travestirse implica ajustar la subjetividad interna e individual a lo que queremos que otros interpreten de nosotros. Pasar de un «ella» a un «él» o viceversa. La literatura está jugando con esto todo el tiempo: las voces y los géneros varían y fluyen como en la vida misma.Copia de REV-BL-9362

A veces, se tiende a encorsetar: si la identidad del autor está fuera de la «norma» y su temática o sus personajes corresponden a otras realidades, entonces su literatura forma un género aparte. Diferente. No obstante, ya hemos visto que las raíces no dejan de ser universales: el humor, la tragicidad, la risa.

La literatura se traviste todo el tiempo. Y quienes nos ocupamos de ella lo que hacemos es eso: apreciamos, exploramos e investigamos de qué, por quién y cómo están hechos esos trajes.

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