Escritores latinoamericanos

Mariana Enríquez, escritora argentina: «Pedro Lemebel me parece una voz importantísima»

Reconocida como una de las voces más potentes y originales de la literatura argentina contemporánea, Mariana Enríquez destaca su relación con los escritores chilenos contemporáneos y clásicos. Además, en relación a su último libro Éste era el mal (Random House, 2017), señala que "no le interesa despegarse de lo juvenil", ya que afirma que los jóvenes "son capaces de leer textos complejos y bellos".

Narrar lo desconocido, explorar algo tan cercano como extraño como es el terror y no quedarse dentro de los límites confortables del realismo son algunos de los rasgos que hacen que la obra de Mariana Enríquez cobre cada vez más relevancia dentro de la literatura nacional. Con el horror , lo fantástico y lo macabro puesto en un lugar central de sus historias, la escritora y periodista logró crear su propio universo.

En ese sentido, el último libro de Enríquez, Éste es el mar (Random House, 2017), plantea una historia singular en el que el rock, el fanatismo y seres fantásticos se mezclan a lo largo de todo el relato, en una suerte de compleja relación entre fantasía y realidad que hace acordar a algunos clásicos de la literatura juvenil.

Al respecto, Enríquez, quien nació en Buenos Aires en 1973, señala: “no me interesa escapar de los juvenil pero es un juvenil vintage: es para los jóvenes de hace veinte años”. Además, destaca que dentro de ese género no es necesario utilizar un lenguaje absolutamente llano, ya que los jóvenes son capaces de leer textos “complejos y bellos”. Ahora bien, una pregunta queda abierta: ¿cómo introducir el terror en una historia? La autora que fue traducida a más de 18 idiomas nos ofrece una respuesta en la siguiente charla con El Ciudadano.

 

Éste es el mar cuenta una historia fantástica poco común dentro de la literatura argentina, sobre todo teniendo en cuento los libros de mayor circulación. ¿Cómo nació en vos el interés de encarar esta breve novela?
—La escribí en paralelo a los cuentos de Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, que son cuentos anclados en el realismo donde irrumpe lo sobrenatural o el horror. Son cuentos anfibios, digamos. Pero a mi me encanta también el fantástico más separado de las referencias cotidianos, más desatado a la imaginación. Así que la escribí como una especie de alivio y también como otra posibilidad porque los cuentos del estilo de los libros mencionados no son lo único que me gusta o me interesa.

También creo que el tema del lenguaje tan plano en la ficción juvenil es un problema: entiendo que pueda buscarse la sencillez pero no me parece necesario. Los jóvenes son capaces de leer textos complejos y bellos.

— Si bien por la aparición de seres fantásticos, así como también la centralidad que estrellas de rock y sus fans tienen en el relato, puede asemejarse a un libro de ficción juvenil, el uso del lenguaje escapa rápidamente a ese género. ¿Fue una intención a propósito o nunca te interesó escapar a esa etiqueta de historia juvenil con este libro?
—No me interesa escapar de los juvenil pero es un juvenil vintage: es para los jóvenes de hace veinte años, creo. También creo que el tema del lenguaje tan plano en la ficción juvenil es un problema: entiendo que pueda buscarse la sencillez pero no me parece necesario. Los jóvenes son capaces de leer textos complejos y bellos.

— En relación con la pregunta anterior, hay momentos del libro con un fuerte contenido poético. ¿Cómo es tu relación con la poesía? ¿Forma parte de tus lecturas?
Mucho. No escribo ni creo que escribiré poesía pero es una de mis principales influencias. Rimbaud, Yeats, Eliot, Watanabe, Cisneros, Anne Sexton, Stevie Smith, Warsan Shire, Frank O’Hara, Louise Glück, Edna St. Vincent Millay… son todos mis influencias. Y muchos más también contemporáneos como los argentinos Mariano Blatt o Elena Anníbali, por nombrar solamente dos.

 

— Julio Cortázar siempre decía que lo fantástico, para él, no podía distinguirse de lo que la mayoría de las personas encontraba como «lo normal». En tu obra sucede algo similar, donde lo fantástico muchas veces fluye en situaciones cotidianas. ¿De qué manera trabajás ese diálogo?
Leo literatura fantástica desde siempre y la verdad es que no lo trabajo mucho: para mi es muy natural, está en mis lecturas. El fantástico, salvo en casos muy particulares, especialmente en creaciones de mundos, en el fantasy y en cierta ciencia ficción, en general dialoga con lo cotidiano. Lo hace Cortázar, Felisberto Hernández, Neil Gaiman, M. John Harrison, Robert Aickman, Ray Bradbury, JG Ballard, Stephen King, casi todos los escritores que me gustan. Es cierto que yo acentúo las cuestiones políticas y sociales en los cuentos un poco más, pero creo que es un signo de los tiempos y está muy relacionado con mi propia vida cotidiana.

— Éste es el mar, a pesar de estar narrada dentro de un plano fantástico, también puede ser leído como una suerte de presente distópico, con críticas veladas al star system del rock, los fanatismos desmedidos y la hiperconectividad en la que vivimos. ¿Fue una intención desde el comienzo o forma parte de las múltiples lecturas que un texto puede tener?
Es una de las múltiples lecturas pero no hay una intención al menos buscada en ese sentido. Y con las fans al contrario: es un universo que me fascina, que me parece ha contribuido al fenómeno del rock para construirlo tanto como los músicos y me parece que, las chicas especialmente, son injustamente maltratadas porque se las considera superficiales, hormonales, todas críticas bastante misóginas que en muchos casos salieron del periodismo de rock, tradicionalmente escrito por varones, que solían negar la dimensión erótica del fenómeno. Además creo que es un libro que siente nostalgia por el rock, que ya no es LA cultura juvenil, es una más entre muchas que tienen incluso más relevancia.

— Tanto en Argentina, como en el resto del continente, se vive momentos muy intensos en lo que a la lucha por la igualdad de género se refiere. En ese sentido, el ambiente literario -como la gran mayoría- tuvo predominancia de hombres y siempre a la hora de hacer reseñas, antologías o charlas, hay un desequilibrio. ¿Cómo ves ese aspecto en la actualidad?
—Creo que hay una gran cantidad de mujeres escribiendo, y muy bien, y muchas son muy exitosas. Creo que el desequilirio pasa más por quiénes son los que arman las charlas y las antologías que por lo que pasa en la realidad. Se va a equilibrar sola la cuestión. La prepotencia de trabajo suele derrumbar construcciones artificiales como que hay predominancia de hombres. No la hay, es un efecto discursivo de tanto repetirlo. Los escritores más famosos del mundo son mujeres: Elena Ferrante, JK Rowling, Suzanne Collins.

Me gusta el trabajo de Alejandra Costamagna, Nona Fernández, Diego Zúñiga, Luis Lopez Aliaga, Rafael Gumucio, Esteban Castromán (su libro de cuentos es de mis favoritos) y también Bolaño. Siempre fui fan de Donoso y Jorge Teillier y Enrique Lihn y Pedro Lemebel me parece una voz importantísima.

—En ese mismo sentido, la literatura escrita por mujeres siempre suele estar asociada al lugar común de «la mirada femenina». En una entrevista anterior con Alejandra Zina, me comentó que charlando con vos, ella pensó que al escribir historias de terror, con presencia de imágenes macabras y oscuras, podías escapar a ese comentario, pero que no era así. ¿Cómo convivís con ese esteriotipo que se le implanta a la literatura hecha por autoras mujeres?
— No convivo. Me malhumora y me irrita. No creo que exista un ente que pueda ser llamado mirada femenina. Además tradicionalmente las mujeres escribieron horror y gótico: Mary Shelley, Alejandra Pizarnik, Daphne Du Maurier, Flannery O’ Conjor, Shirley Jackson, Emily Brönte… Y Emily Brönte, por ejemplo, escribió a uno de los «héroes» hombres más importantes de la literatura, Heathcliff. Me parece además una especie de insulto a la imaginación. ¿Acaso los hombres no tienen una mirada femenina? ¿Cómo hacen para escribir mujeres, si no? Es como si fuera exclusivo de un sexo. Un escritor, hombre o mujer, puede escribir sobre cualquier cosa y desde cualquier mirada.

—La literatura argentina y chilena siempre fueron de mantener fluidos diálogos, ¿cómo es tu propia experiencia con los autores de Chile?
—Muy buena. Tengo dos libros publicados en Chile, Cuando hablábamos con los muertos (Montacerdos) y La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo (Diego Portales) y el intercambio me hizo conocer a muchos de mis contemporáneos chilenos. Me gusta el trabajo de Alejandra Costamagna, Nona Fernández, Diego Zúñiga, Luis Lopez Aliaga, Rafael Gumucio, Esteban Castromán (su libro de cuentos es de mis favoritos) y también Bolaño. Siempre fui fan de Donoso y Jorge Teillier y Enrique Lihn y Pedro Lemebel me parece una voz importantísima. Hay muchos más que olvido.

—Por último, a la hora de escribir, ¿tenés algún tipo de procedimiento o rutina? ¿Qué consejo le podrías dar a alguien que está dando sus primeros pasos en la literatura?
— No. Trabajo como periodista y docente así que escribo cuando encuentro el tiempo, en general de mañana. El único consejo para el que quiere empezar a escribir en mi opinión es que lea. Que lea mucho y todo el tiempo y sin prejuicios.

Por Gustavo Yuste, desde Argentina
@gusyuste

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