Entrevista con Claudio Katz

Neodesarrollismo, ¿crónica de una década pasada?

En tanto modelo económico del progresismo latinoamericano, el neodesarrollismo se circunscribe a un momento y una relación de fuerzas específicos. La posibilidad de reeditar aquella experiencia depende tanto del vaivén de la economía global como de elementos políticos y geopolíticos.

Por Wari

23/03/2024

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Por Darío Clemente y Facundo Lastra

El artículo que sigue es una versión adaptada del prólogo-entrevista de Claudio Katz al libro El neodesarrollismo en el Cono Sur: ¿crónica de una década pasada? Correlación de fuerzas y modelo de desarrollo en Argentina y Brasil, coordinado por Darío Clemente y Mariano Féliz y publicado recientemente por El Colectivo y Casa de las Américas.

Claudio Katz es economista, investigador del Conicet, profesor de la Universidad de Buenos Aires y miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz

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-¿Qué fue el neodesarrollismo? ¿Un momento político, una relación de fuerzas o un modelo de inserción del capitalismo periférico en el Cono Sur?

-El neodesarrollismo fue el modelo económico de algunos países bajo gobiernos del ciclo progresista. Por lo tanto, correspondió a un momento político y a la relación de fuerzas que sucedió a los gobiernos derechistas y a los modelos neoliberales previos. También antecedió a la restauración conservadora posterior. Pero esta ubicación cronológica es tan solo el punto de partida. Porque hay distintas miradas sobre qué es el neodesarrollismo. Yo adscribo a la que lo considera una variante de política económica de la heterodoxia o del keynesianismo en los países dependientes.

De la misma forma que el desarrollismo era la concepción de las burguesías nacionales de los países latinoamericanos en la posguerra, el neodesarrollismo expresa sectores de una burguesía «local» —ya no nacional—vinculados a la producción, al mercado interno y a la industria. En tanto política económica, también coincidió con mejoras sociales, aunque sin el acompañamiento necesario de redistribución de ingresos. Para pensar el neodesarrollismo lo mejor es siempre imaginarse un primer Kirchner o Lula en Brasil.

Creo que el neodesarrollismo se puede analizar en tres planos. El primero es conceptual: se trata de una concepción cuyos defensores la vinculan a una mayor intervención del Estado, que desarrolla políticas económicas heterodoxas, que busca retomar la industrialización, que intenta reducir la brecha tecnológica e imitar el sudeste asiático. Este conjunto de cinco características ya demuestra la distancia existente con el desarrollismo clásico, porque no pone el acento ni en la confrontación con el agronegocio ni en la existencia de un enfoque centro-periferia.

En el viejo desarrollismo estaba bien presente la idea de industrializar a los países y sustraerlos de la vieja estructura agroexportadora, mientras que aquí eso en el mejor de los casos está matizado. Tampoco le asignan a la inserción periférica en el capitalismo mundial, a ese condicionamiento externo que era el eje del desarrollismo, la misma gravitación. Hay una idea más pragmática, de repetir de alguna manera la que fue la experiencia asiática antes de China. Hay una tesis de que la globalización entraña beneficios y pérdidas y que uno tiene que saber encontrar el lugar para aprovechar los beneficios para el propio desarrollo; utilizar, como decía siempre Aldo Ferrer, la globalización a favor del propio país.

La considero una mirada muy endogenista, en el sentido que parecería que estableciendo una política acertada uno despeja el camino para el desarrollo. Hay una fuerte influencia de lo que fueron varias décadas de la CEPAL tecnocrática, distinta a la CEPAL original. En cierto sentido, fue esta CEPAL la que inspiró el pensamiento neodesarrollista y se trata de una matriz que explica los tantos parentescos de este pensamiento con el neoliberalismo, la falta de una ruptura radical con ello, de una batalla frontal.

El segundo elemento sería lo singular, es decir, qué tiene de específico el neodesarrollismo. Y aquí yo creo que sí hay similitudes con el desarrollismo: nuevamente, se trata de un programa económico de economías medianas con rentas agroexportadoras. No existe el neodesarrollismo en los países desarrollados. No existe ni en Francia ni en los Estados Unidos, pero tampoco en Haití. Es un tipo de política económica de países con economía mediana, las semiperiferias, las cuales tienen el problema de siempre de aproximarse a los países desarrollados mediante la industrialización limitando las obstrucciones históricas en avanzar hacia eso.

El tercer elemento lo puedo explicar a partir de lo que dice Bresser-Pereira, quizás el principal exponente del pensamiento neodesarrollista. Bresser, desde una perspectiva sociológica, insiste mucho sobre el hecho que lo que obstruye el crecimiento de nuestros países es la inexistencia de un funcionariado eficaz e independiente, en vinculación con la presencia de una burguesía timorata, lo cual acentúa el subdesarrollo. Construir esa burocracia es el objetivo político.

Aquí se ve otro elemento central de lo que es el neodesarrollismo, es decir, que se trata de una política económica en busca de ejecutores. Esa burocracia «weberiana» que debería emerger. El problema es que eso nunca acontece en países con una burguesía dependiente, como los latinoamericanos. Nunca ha ocurrido, hay un divorcio en el razonamiento. Es la vieja idea de las élites clarividentes de Jaguaribe.

Pero se podría sumar una variedad adicional de neodesarrollismo, más progresista o radical, que yo denomino «socialdesarrollismo». Se trata de experiencias de heterodoxia radical con mucho énfasis en el consumo para empujar una redistribución del ingreso, una política de regulación estatal más radical. En el neodesarrollismo no hay una estrategia de estatizaciones, a lo sumo, eso es una posibilidad. En el socialdesarrollismo sí existe esta estrategia, así como imposiciones tributarias a las clases dominantes. Algunos llegaron a considerar el socialdesarrollismo como antesala del socialismo en cuanto modelo de capitalismo de Estado, como el brasileño Valter Pomar.

¿El neodesarrollismo se terminó? ¿Estamos en una fase posterior?

-Aquí hay una contradicción, porque el neodesarrollismo fue sucedido por una restauración conservadora: Macri, Bolsonaro, Lenin Moreno, pero esta fase duró poco. Entonces el ciclo que puso fin al neodesarrollismo también feneció. Por ende, nos encontramos en una tercera etapa que es la más compleja de definir. Lo que sí está claro es que estos ciclos económicos dependen de ciclos políticos.

-¿La experiencia neodesarrollista estuvo limitada tan solo a Argentina y Brasil?

-Es importante diferenciar lo ocurrido en Brasil y Argentina en la experiencia anterior. Por como lo veo yo, el neodesarrollismo como tal estuvo claramente presente en los gobiernos de Kirchner y de Cristina. Se trató de una política económica heterodoxa que duró poco, pero con manifestaciones muy nítidas. Duró poco porque hubo una renuncia a utilizar la renta sojera para industrializar. Estuvo la típica ilusión neodesarrollista sobre los capitalistas que iban a invertir: si el Estado les daba subsidios, ellos iban a tener una conducta virtuosa. Sí hubo un choque con el agronegocio que, en mi opinión, es un nítido elemento neodesarrollista, pero con las típicas limitaciones neodesarrollistas: chocaron con la 125 y ahí quedó.

Se renunció a la apropiación de la renta agraria para financiar la industrialización. Falló por los dos lados: porque la renta quedó en manos de los agroexportadores, porque no hubo aumentos, y falló porque los subsidios otorgados por el Estado en gran cantidad se transformaron en fuga de capital al viejo estilo de Argentina. Lo que tiene de interesante el kirchnerismo es que se ve qué es el neodesarrollismo y por qué fracasa. La idea era disciplinar a la clase dominante y la clase dominante no fue disciplinada. Y así volvieron la inflación, el déficit fiscal, las devaluaciones, lo de siempre.

El otro ejemplo es Brasil. En Brasil se discute mucho si hubo neodesarrollismo, a diferencia de lo que sucede en Argentina. Es muy difícil encontrar alguien que diga que la experiencia kirchnerista fue neoliberal. En Brasil, en cambio, hay una discusión sobre si Lula, su política económica, no fueron una especie de neoliberalismo, aunque una variante regulada y moderada. En todo caso, fue mucho menos radical que en Argentina. Lo que sí se vio, que en Argentina no aconteció, fue que la mejora en los ingresos de la clase media se volvió un boomerang para el propio progresismo hasta, según algunos, volverse en la base social del propio Bolsonaro (aunque para mí el problema ahí está mal planteado: el problema no es el «expobre» que mejoró sus ingresos, sino la política que es inconsecuente, que no satisface ni sabe radicalizarse; acá también, entonces, se ve la limitación de una política heterodoxa).

Muchos estudios sobre el tema enfatizan los rasgos extractivistas del neodesarrollismo e incluso sus similitudes con experiencias de corte liberal. Según tu visión, ¿cuál es la relación entre neodesarrollismo y extractivismo? ¿Y entre neodesarrollismo y dependencia?

-Yo no creo que el neodesarrollismo sea sinónimo de extractivismo. El extractivismo es la explotación intensiva de los recursos naturales. Si yo digo que son lo mismo, estoy suponiendo que el neoliberalismo no es extractivo, entonces, ¿cuál sería la singularidad del neodesarrollismo? Para mí el neoliberalismo es el modelo más extractivo. Si yo utilizo el elemento extractivista como parámetro de clasificación, resulta muy difícil pararse ante las especificidades latinoamericanas, porque absolutamente todos nuestros países son extractivistas. Siguiendo esa lógica, todos los países serían también neodesarrollistas. 

¿Hubo algún gobierno latinoamericano no extractivista en los últimos veinte años? Así pierden sentido el concepto de neodesarrollismo y el de neoliberalismo, porque termina siendo todo lo mismo. Es la tesis del «consenso de los commodities», la cual para mí es errónea porque borra las singularidades. Así, por ejemplo, Evo Morales pasa a ser igual a Piñera en Chile porque ambos son extractivos. No tiene ningún sentido.

Además objeto el fundamento teórico de esta identificación entre extractivismo y neodesarrollismo que es la idea del «posdesarrollo», es decir, que no hay que criticar el neodesarrollismo por su incapacidad de traer desarrollo, sino porque no hay que alcanzarlo. Yo creo que sí hay que desarrollarse, lo cual sigue siendo una asignatura pendiente de América Latina. Por supuesto que hay que hacer un desarrollo no extractivo, yo soy antiextractivista, compartimos esa visión. Pero me parece que con la mirada meramente ambientalista no se registra que Argentina no es Francia, que Bolivia no es Suiza y que la diferencia justamente radica en que en nuestros países está pendiente el desarrollo y allá no.

¿El extractivismo es una prerrogativa de la dependencia?

-El extractivismo es la renovación de la dependencia de América Latina. Hay extractivismo, en cuanto destrucción del medioambiente, en los Estados Unidos y en todos lados: es la norma bajo el patrón de reproducción actual del capital. La singularidad del extractivismo latinoamericano es que esa depredación del medioambiente no es utilizada para proyectos de acumulación, desarrollo o industrialización, sino para transferencia del ingreso hacia arriba y dilapidación de la renta.

No hay ninguna duda de que China es extractivista, pero durante treinta años China ha utilizado la política de contaminación ambiental para generar el mayor desarrollo económico del siglo XXI.

En América Latina asistimos al mayor deterioro ambiental de la historia y el resultado es nulo en materia de crecimiento y desarrollo. En todo caso, el problema del neodesarrollismo es que convalida el extractivismo, pero el eje debe ser la dependencia y el neoliberalismo. Esto es importante, porque de lo contrario no se pueden distinguir gobiernos, políticas económicas y, sobre todo, fijar posiciones políticas. Negar la identidad entre extractivismo y neodesarrollismo me parece prerrequisito para poder utilizar en manera productiva cualquier debate sobre el neodesarrollismo.

¿Cuáles son los cambios locales y globales que han contribuido al ocaso del neodesarrollismo? ¿Se acabaron los «consensos neodesarrollistas» en el plano doméstico? ¿El fin del boom de los commodities puso fin al neodesarrollismo?

-Hay que ser cautos con la idea de que se terminó el boom de los commodities y que por eso no se va a poder reproducir una experiencia neodesarrollista. La guerra ha impuesto un nuevo ciclo alcista de los commodities. La evolución de estos precios responde a procesos cíclicos, así que nunca se puede decir que el boom de los commodities «se acabó». Todo indica que, por razones geopolíticas, los Estados Unidos están preocupados por inducir a que Europa sustituya a Rusia por América Latina en el abastecimiento de commodities.

Estamos en un escenario distinto al del ciclo anterior, principalmente por la presencia de China, que en el primer ciclo progresista era un actor significativo, pero no determinante. La gran novedad de esta etapa es la presencia de China en toda América Latina, que cambia todo el tablero. La expansión de China es fulminante en términos de tratados bilaterales, intercambio comercial, financiamiento, inversiones directas, diplomacia del barbijo, etc. China está arrasando en América Latina.

La segunda gran novedad que tampoco estaba en el ciclo anterior es que los Estados Unidos están perdiendo terreno en todos los planos frente a China. Basta ver el caso de Panamá, donde China está realizando las principales inversiones en ese país, lo que unos años atrás era impensable. A su vez, cada reacción de los Estados Unidos ante el avance chino es un fracaso. La reacción proteccionista de Trump falló y el proyecto de Biden del «América crece», que intenta disputar el avance de la Ruta de la Seda, tampoco va bien. 

Si miramos la experiencia de la última Cumbre de las Américas podemos pronosticar su fracaso en la región. Entonces, el tercer elemento novedoso es que las clases dominantes latinoamericanas, a diferencia del pasado, están actuando con mayor autonomía de negocios. Están balcanizadas, como siempre, pero están registrando el dato de que China es su principal socio para los negocios. Por eso, un barómetro muy ilustrativo del estado de esa contienda es la conducta de las clases dominantes latinoamericanas, que siguen haciendo negocios con China, contrariando todas las presiones de Washington.

Lo que estás describiendo sería el sueño de los desarrollistas —y de los neodesarrollistas también—, un escenario donde se puede hacer equilibrio y «tomar lo bueno de la globalización».

-Eso requeriría de autonomía política. ¿Alguna vez las clases dominantes de América Latina la tuvieron? La pregunta es: ¿cómo sería un ciclo progresista en este contexto? En los últimos meses han ganado gobiernos progresistas en Perú, Chile, Colombia, Honduras, Bolivia y Brasil, creando un escenario de eventual ciclo progresista, pero aún no sabemos si realmente se iniciará un ciclo como el que hemos vivido hace más de una década atrás. ¿Hay elementos de políticas neodesarrollistas que anticipen ese curso? Hasta ahora no. ¿Puede ocurrir un ciclo progresista? Sí, puede ocurrir.

El neodesarrollismo tuvo un gran soporte regional, como la Unasur y el ALBA. Hasta ahora no está surgiendo nada de eso, más allá de un esbozo de la Celac o la propuesta de López Obrador convocando a una empresa regional del litio. Es un escenario nuevo. Los elementos de un ciclo político neodesarrollista no están presentes y el comportamiento de los actores todavía no es nítido. Además, aun en el caso de un nuevo ciclo de alza en los precios internacionales de los commodities, eso no tiene por qué reflejarse en un nuevo ciclo progresista a escala regional.

En tus últimos escritos sostuviste que la izquierda necesita elaborar una «estrategia de radicalización» que entre en diálogo con las experiencias progresistas. ¿Podrías ampliar ese punto?

-Yo creo que la clave para responder a esta pregunta es que estamos en un escenario de rebeliones sin revoluciones. En este marco hay que priorizar la lucha social y popular, realizando un análisis que contemple lo que sucede por abajo. Esto se contrapone con la tendencia dominante hoy en día de unilateralizar los análisis de los gobiernos por arriba, desplegando reflexiones centradas en los acontecimientos geopolíticos, que dirimirían la primacía de una u otra potencia, y observando las transformaciones progresistas como un mero resultado de pulseadas entre potencias o gobiernos. El gran problema de estas miradas es que restringen todas las opciones a lo que sucede por arriba. Solo evalúan cómo dominan las clases capitalistas articulando consenso, dominación y hegemonía, pero omitiendo por completo el protagonismo de los pueblos. 

Lo importante es tener una estrategia de poder. Yo creo que muchas corrientes de la izquierda o socialdesarrollistas a lo sumo tienen una estrategia de gobierno, sobre cómo llegar al gobierno, pero no hay una reflexión sobre cómo hacerse con el poder. Esto es clave porque, en general, el progresismo llega al gobierno pero ni se aproxima al poder, y este es un aspecto central para reevaluar el pasado. El neodesarrollismo ha llegado a tener gobiernos, a tener el poder Ejecutivo, pero el verdadero poder reside en el ámbito económico, en los medios de comunicación y en el sistema judicial. Los progresistas llegan al gobierno, no disputan el poder y, como el poder sigue en manos de la derecha, esta comienza una contraofensiva y vuelve a tomar el gobierno.

Ahora bien, la izquierda tuvo dos problemas durante el ciclo progresista. Un primer problema, bastante generalizado, fue la participación en la experiencia progresista de manera acrítica. Eso llevó a acompañar todo el ciclo y, en lugar de tomar conciencia de que no se estaba diputando el poder, se aceptaron las limitaciones de los gobiernos como algo inevitable, sin confrontar con ellos. El problema opuesto, también presente en la izquierda, fue el de igualar a los gobiernos progresistas con la derecha. Desde esta perspectiva no se ven como propios los conflictos de los gobiernos progresistas que involucran demandas sociales y objetivos populares.

Ejemplo de ello en Argentina fue la estatización de las AFJP, la Ley de Medios o la 125. En todos estos casos había una bandera democrática, social y popular que había que retomar para radicalizar el proyecto progresista. Si yo digo que la nacionalización de los fondos de pensión no fue nada, sino tan solo la continuidad de una política anterior bajo el paraguas del Estado; si yo digo que la nacionalización de YPF fue una continuidad del negociado anterior; si yo digo que la 125 fue una disputa entre grupos por la tajada del negocio… No estoy distinguiendo lo que es un efectivo conflicto que involucra la redistribución del ingreso, donde es necesario participar con planteos de radicalización y de disputa de poder.

La crisis por la cual están pasando Argentina y Brasil, ¿es también una crisis de los neodesarrollismos? ¿Son las nuevas derechas un producto de su «fracaso»?

-En el escenario actual, el elemento más novedoso es la derecha. La novedad decisiva es la irrupción de la ultraderecha como protagonista de la fase actual. Es una derecha que tiene muchos elementos de la derecha mundial, con variantes xenófobas, ideología ultraconservadora y neopatriarcal. Pero es una derecha distinta a la de Europa y los Estados Unidos. La derecha europea es la más asentada, pero a la vez carga con una contradicción muy grande, porque es una derecha que quiere soberanía monetaria mientras está en el euro y quiere soberanía militar mientras está en la OTAN. Entonces radicaliza las políticas de agresión contra los trabajadores, pero la derecha europea no se define necesariamente como un proyecto del establishment neoliberal. Es algo distinto en el plano cultural e ideológico, pero no están definiendo una política nueva para Europa. Gobiernan en Hungría y en Polonia, pero están en la OTAN y están en el euro. Están con los Estados Unidos contra Rusia…

La derecha latinoamericana es muy dependiente del trumpismo. Uno podría decir que Biden está apostando a una negociación fuerte con los progresistas y Trump apuesta a gobiernos ultraderechistas. El Departamento de Estado quería que ganara Lula, y Trump prefiere a Bolsonaro. Dentro de una política nítidamente neoliberal, una diferencia de la ultraderecha latinoamericana respecto de la europea es que aquí la ultraderecha no surge como reacción al neoliberalismo, sino que surge explícitamente para profundizar el neoliberalismo. No hace demagogia nacionalista o desarrollista.

Una de las paradojas de lo que estamos conversando es que durante los años cincuenta el desarrollismo era la bandera de la derecha. Por ejemplo, el gobierno militar brasileño, la dictadura de la que supuestamente es heredero Bolsonaro, fue el modelo del desarrollismo latinoamericano. Y hoy Bolsonaro es lo más ultraneoliberal que uno puede imaginar. Entonces ahí aparece otro problema del neodesarrollismo, y es que la ultraderecha es totalmente opuesta al neodesarrollismo. Es ultraliberal.

Tenemos una ultraderecha que en todas sus expresiones es parte del ciclo conservador. Emerge para contrarrestar a la clase trabajadora con métodos cada vez más violentos. En eso se emparenta mucho con el neoliberalismo. Es liberal en sus planteos económicos y políticamente es muy próxima a cualquier variante del golpismo. Tiene una cultura fascistoide pero un programa neoliberal, sin ningún plano de contacto con el neodesarrollismo. La reacción ante el incipiente ciclo progresista que se abrió en el 2019 ya no es una «restauración conservadora» como la de 2014-2019, sino la emergencia de la ultraderecha. Lo que Bolsonaro inauguró es una reacción contra el ciclo neodesarrollista que ya no es la política neoliberal tradicional. Esto es lo que ahora siguen todos, el «patrón Bolsonaro». El ciclo progresista no se radicalizó, pero la restauración conservadora sí lo hizo, y a un ritmo vertiginoso.

Esto también cambia el escenario para la izquierda. Porque no solo no puede crecer, sino que está amenazada en su propia existencia. La gran novedad ahora es que la derecha, con una base social ya asentada, está en las calles y es allí donde se da la disputa. Para derrotar a la derecha hay que luchar en serio; inspirarse en el levantamiento popular de Bolivia, que fue de gran intensidad. La lucha contra la ultraderecha es también una lucha por la exhibición de poder, una lucha directa y sin mediaciones. Hay que combinar radicalización y resistencia.

Por Darío Clemente y Facundo Lastra

Dario Clemente es docente universitario e investigador del CONICET (IIP-UNSAM). Es coordinador de El neodesarrollismo en el Cono Sur: ¿crónica de una década pasada?.

Facundo Lastra es Doctor en Cs. Sociales e integrante del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo (CEPED-UBA) y el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC-UBA).

Entrevista publicada originalmente el 16 de febrero de 2024 en Jacobin Latinoamérica.

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