Entrevista

Para todos los CTM, una entrevista con Tito Matamala, autor del libro «Chile Garabato»

Creo que, sin temor a equivocarme, puedo decir que Chile es un país chucheta

Por Ángela Barraza

01/09/2014

Publicado en

Artes / Entrevistas / Literatura / Portada

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Creo que, sin temor a equivocarme, puedo decir que Chile es un país chucheta. Grosero y coprolálico. Somos una sociedad que se yergue, de manera informal, sobre la base del doble sentido, de la comodidad del “huevón” y del imaginario que está entre rodilla ombligo. Sin embargo, nuestro registro formal sigue siendo compuesto, cartucho, solemne y eso da cuenta de nuestra “esquizofrenia social”.

Obviamente tenemos una explicación coherente para todo lo que nos sucede, sin embargo, a pesar de que podemos teorizar histórica, sociológica, antropológica y hasta lingüísticamente, es poco lo que podemos avanzar hacia una coherencia real si no somos capaces de interiorizar algo tan básico como lo es nuestra forma de expresarnos, ya que es, a partir de códigos lingüísticos, que articulamos nuestros pensamientos y a partir de ellos, todo toma forma.

Tito Matamala da un paso adelante en esta historia y proceso de nuestro lenguaje, en su libro Chile Garabato. En este texto se realiza un análisis lleno de ironía y de humor, para develar el ascenso de las malas palabras en nuestro país, en los últimos 50 años. El libro es ágil, ameno y apela a nuestro inventario colectivo para darnos la mano y llevarnos a dar un paseo por la prensa, por programas de TV, por hitos de nuestro pasado a través del hilo conductor de la chuchaíta limpia que, al estar dentro de nuestro registro informal, se nos hace tan amena como si estuviéramos hablando con un amigo.

Por esta razón, y porque el libro ya se estaba volviendo necesario y se agradece,  es que lo entrevisté.

TITO CON GATO

​¿De dónde nace la necesidad de develar el uso del garabato en Chile?

Desde hace muchos años he ido coleccionando notas de prensa en que se incluyan garabatos, para mostrarlas en clases a fin de que los cabros reaccionen y comenten. Además, había armado una charla con el tema específico del garabato, que era muy bien recibida por la audiencia porque – aun cuando se trate el tema en serio – provoca risas. Sumemos a mi curiosa habilidad para la comedia, así que era un espectáculo.

El año pasado, luego del éxito de “Chile bicicleta”, debía presentar un nuevo proyecto a la editorial (actualmente es Penguin Random House). Y se me ocurrió que con todo el material que tenía acumulado podría armar una especie de libro serio pero de comedia a la vez. Es decir, nunca puedo escribir nada en serio, siempre me burlo de los otros y de mí mismo, ese fue el tono que escogí para “Chile garabato”. En algún momento digo que sólo a un huevón como yo se le puede ocurrir escribir este libro.

Mucho del libro está basado en mi memoria, en tantos años viendo televisión cuando era un muchacho, recuerdos que ahora rescaté y pude colocar en contexto.

Actualmente estamos en un proceso de democratización del garabato. Lo utilizamos en prensa y podemos ver que es utilizado por ciudadanos comunes y corriente y por diputados, indistintamente. Pero esto es un fenómeno medianamente reciente ya que sabemos que en los 90’s no se podía decir ni poto. ¿Hay otra etapa en la historia de Chile que fuera similar a lo que estamos viendo actualmente? ¿Fue Chile, siempre un país cartucho y recién nos estamos «desaweonando» al respecto?

En España cuando se acabó la dictadura de Franco, 1975, comenzó de inmediato un destape de la sociedad: se liberó todo lo que había estado reprimido por 39 años de conservadurismo. En Chile, en cambio, el retorno a la democracia en 1990 no significó un tipo nuevo de sociedad: seguimos igual de cartuchos que con Pinocho, más que nada temerosos de que hubiese una vuelta atrás. Contribuyen a ese fenómeno el peso enorme que todavía posee la iglesia católica, como si fuese parte del Estado, y esos grupos aborrecibles que pretenden imponernos una moral a su medida, como “El porvenir de Chile”. Mención aparte para el Consejo Nacional de Televisión, cuyos miembros siempre se han portado como la peor ralea de viejos de mierda de la sociedad.

No creo que haya otra etapa similar a ésta en nuestra historia reciente.

Recién con el cambio de milenio los garabatos comenzaron a abrirse espacio en la televisión y la prensa. Fue una evolución lentísima, costó que se impusiese la realidad de que el garabato es parte de nuestras vidas. El pitito censor de la TV fue perdiendo poder, pero todavía no está proscrito: suele aparecer de manera sorpresiva, quizás por la voluntad del editor de turno.

¿Cómo ves tú, que las redes sociales están afectando al desarrollo del garabato? ¿Responde, el garabato, a la globalización?

En las redes sociales se maneja un metalenguaje que responde a la necesidad de la brevedad y la rapidez. Se ha impuesto una última variante del chilenísimo “conchetumadre”, que se escribe CTM, que ya se ha popularizado y extendido por ser un eufemismo limpio e inocente. Sólo quienes conocen el código secreto saben que CTM es un garabato.

No creo que las redes sociales puedan influir en el desarrollo del garabato, no podrán llevarlo más allá de una versión gráfica, tipo emoticón chucheta. Oh, esa sería una buena idea.

En el libro haces alusión al rol del garabato y de la prensa en el clima de tensión y odiosidad, previo a la Dictadura. Puedes contarnos, brevemente, el panorama de ese momento

Desde finales de los sesenta se estaba usando parte de la prensa como un organismo de batalla para atacar al enemigo. No eran medios informativos en el sentido clásico, sino elementos de propaganda para difamar al adversario y para crear un ambiente belicista. Nadie se salva: la derecha y la izquierda son igualmente culpables. Los titulares eran consignas políticas o directamente groserías, sin relación con el cuerpo de la noticia. El más recordado es “Oye, momia pituca, cocíname esta diuca”. Todavía no hay un buen estudio que devele cuánta culpa tiene ese tipo de prensa de la debacle nacional.

El 12 de septiembre de 1973 los garabatos y las expresiones malsonantes desaparecieron. Debimos esperar un cuarto de siglo para recuperarlas.

Hay un tema que se ha retratado, incluso en el humor, que tiene que ver con la vinculación de genitales masculinos = chuchás que indican algo negativo. Ejemplo: «estoy pal pico», «me siento como la pichula». Y la vinculación de genitales femeninos = chuchás que indican algo positivo. Ejemplo: «lo estoy pasando la zorra!» ¿A qué se debe esto?

El área genital de hombres y mujeres es la gran factoría de las expresiones malsonantes. Pueden significar tanto algo positivo como negativo. No creo en esa división de que el genital de los hombres sea negativo y el de las mujeres sea positivo, siempre depende del momento y la entonación. En todo caso, revelan un inconsciente colectivo asociado a nuestros genitales: al parecer no podemos quitarnos de nuestras cabezas el chorombo, la diuca y el culito. Y si pensamos en éstos el día entero, claro que crearemos cientos de significados groseros  que provienen de esa área corporal.

Luego de todo lo expuesto en el libro, ¿hacia dónde se dirige el garabato en Chile?

Se ha logrado una libertad absoluta del garabato, ya no llama la atención ni hay viejos de mierda que concurran a tribunales para quejarse. ¿Es preferible una sociedad así, más garabatera? No lo sé, pero creo que es una evolución natural: no podíamos reprimirnos ni permitir que ciertos sujetos nos coarten la libertad de expresión. Eso, siempre prefiero la libertad, pese a los riesgos de exceso, como ocurrió con la prensa durante el gobierno de Allende.

Las malas palabras están admitidas en el diccionario de la RAE, el que sólo nos advierte que son vulgares. Es decir, se apela a nuestro sentido común para saber en qué momento es válido proferir un par de chuchadas. Ahí verá la humanidad cómo se friega la vida por un huevón más o un huevón menos.

¿Cuál es tu garabato preferido?​

¿Qué clase de huevón crees que soy?

CHILE GARABATO

Asociado a la marginalidad de los lupanares, a las clases bajas, a la delincuencia, el garabato es también una acción de protesta en contra de la censura, como la que impuso a sangre y hoguera la dictadura militar. Si nos atrevemos a proferir un par de chuchadas contra el sátrapa de turno, es que hemos comenzado a perder el miedo. Si le inventamos un chiste cochino, mejor todavía. Si lo cantamos como una consigna en la plaza pública, vamos llegando al fin de la noche.

Sin importar la condición social, somos un país de huevones groseros, conocedores de toda la imaginería de la coprolalia, tan abundante y viva que a veces se yergue como un lenguaje paralelo lleno de secretos y en constante evolución. ¿Quién, por ejemplo, alguna vez no ha mandado a la mierda a su jefe? Los garabatos cambian de significado de acuerdo a la entonación con que se proclaman, o del lugar en que lo ubicamos en una oración. Hablar a punta de chuchadas es un arte mayor.

Con un lenguaje cargado de humor e ironías, el periodista Tito Matamala – un confeso huevón ocioso – se inmiscuyó en el bajo mundo del garabato chileno para descubrir su rápido ascenso en estos últimos cincuenta años: cómo las malas palabras que siempre estuvieron ahí, latentes, hoy se van apoderando de nuestras vidas. CHILE GARABATO, para leer con el culo a dos manos.

CHILE GARABATO, publicado por Penguin Random House.

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