La calle del dolor: Así se vive el auxilio de los heridos que deja la represión de Piñera

A ratos el lugar es invadido por un silencio sepulcral, interrumpido a veces por un grito de apoyo hacia las víctimas. Un "¡vamos compañeros!" que intenta arengar y levantarle el ánimo a esa hilera escalofriante de cabezas cabizbajas, vendadas y con parches en los ojos que esperan para partir arriba de la ambulancia.

Aquí, a unos 400 metros de la Plaza Italia en Santiago, no hay música, no hay batucadas ni cánticos masivos. Aquí la banda sonora la van colocando cada cinco minutos los voluntarios y rescatistas que ya desde la esquina del pasaje comienzan a gritar «¡Abran paso! ¡Herido!».

Es uno de los tantos centros de atención para los heridos que deja la represión de las Fuerzas Especiales de Carabineros que en cada marcha o concentración, sagradamente, el gobierno de Sebastián Piñera envía a las calles.

La venida de una nueva víctima hace subir la tensión del lugar. Naturalmente, las miradas de todos se dirigen primero hacia los ojos del herido o la herida, luego a la espalda, a las piernas; o en realidad a cualquier parte del cuerpo de esa persona en donde puedan haber impactado o estar alojados los perdigones disparados por la policía.

Desde detrás de los biombos improvisados que impiden la vista hacia la zona de atención médica aparecen corriendo quienes tendrá la misión de estabilizar a una nueva víctima.

Resistencia y solidaridad

Antes que un céntrico espacio de atención de heridos, este lugar surgió originalmente como una forma de protección ante la represión. «Hemos sido testigos de cómo fuerzas policiales han hecho ingreso de manera violenta a nuestro pasaje -intimidando y violentando a vecinos que se manifestaban de forma pacífica afuera de sus casas- y hemos padecido a toda hora el insistente control ejercido por helicópteros de las Fuerzas Armadas y de Orden, generando temor y angustia en los habitantes del pasaje», señalan los vecinos en un documento elaborado para contar su historia.

Ya organizados, de manera espontánea y autogestionada comenzaron a cooperar con los equipos de salud en la implementación del centro de primeros auxilios que allí opera, trabajo que es realizado en conjunto por la ONG Salud a la Calle y Rescatistas Voluntarios de Chile.

«Sin quererlo, nos convertimos en un espacio autónomo de resistencia y solidaridad. La mejor forma de proteger nuestro entorno ha sido haciéndonos cargo de la salud de quienes lo necesitan, sin discriminar género, colores políticos, etnias y edades», apuntan al respecto.

Ni fotos ni videos… ¡avance!

Como si se tratara de un mantra, el encargado de turno de la seguridad del lugar debe exigirle majaderamente a los manifestantes que transitan que por favor sigan avanzando, que no se detengan ni a fotografiar ni a grabar, que guarden sus celulares. Algunos se molestan, no entienden la profundidad de la advertencia.

La presencia de carabineros o miembros de la PDI infiltrados en ese lugar se asume como algo obvio y con ello el riesgo de que no solo los heridos puedan ser luego perseguidos, sino que también los voluntarios que les prestan auxilio.

Alguna prensa, sobre todo la tradicional, tampoco es bienvenida acá. «Hemos restringido el ingreso de medios de comunicación que, eventualmente, puedan cargar de morbo sus sitios informativos. Ante todo, nos interesa la protección y seguridad de quienes estamos aquí, en el ojo del huracán», explican.

La guerra

Una vez que los heridos son estabilizados, son trasladados en distintas ambulancias hacia recintos de salud establecidos. Mientras estos vehículos esperan que los asientos disponibles se ocupen en su totalidad para partir, es posible ver sentados a los que ya han sido atendidos.

Diariamente llegan hasta este centro de primeros auxilios unos 50 heridos, de diversa gravedad. Muchos de ellos son menores de edad.

Hasta allí fue llevado de hecho para sus primeros auxilios el estudiante de Psicología de 21 años Gustavo Gatica, quien ya perdió la visión de uno de sus ojos producto del impacto de los balines de Carabineros, y que probablemente quedará completamente ciego a raíz de lo mismo.

A ratos el lugar es invadido por un silencio sepulcral, interrumpido a veces por un grito de apoyo hacia los heridos. Un «¡vamos compañeros!» que intenta arengar y levantarle el ánimo a esa hilera escalofriante de cabezas cabizbajas, vendadas y con parches en los ojos que esperan para partir arriba de la ambulancia. O también por el estallido cercano de una bomba lacrimógena.

A Fuerzas Especiales de Carabineros les da lo mismo lo que ahí ocurre. Las cruces rojas de las banderas que entran y salen del sector se vuelven invisibles. Estar en territorio de atención médica de emergencia no garantiza en lo absoluto que este no será también gaseado, reprimido.

Es como una suerte de periferia de un campo de batalla. Es parte de la guerra de Piñera.

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