Alejandro Campos

Las ampliaciones y la decoración corporal de la tribu Suri

Se dice que llegaron a esta zona de mesetas y montañas hace más de 200 años provenientes del Nilo

Por Ángela Barraza

10/10/2015

Publicado en

Actualidad

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Se dice que llegaron a esta zona de mesetas y montañas hace más de 200 años provenientes del Nilo. Después de años recorriendo los desiertos de Sudán, se establecieron en el sur, próximos a los grandes valles donde desde entonces el ganado pasta. Sin embargo, no vinieron solos, sino con otras cuantas tribus que les persiguieron para robar sus animales. En aras de proteger aquello que habían cuidado desde su gran migración y asegurarse el dominio de su nuevo hogar, decidieron enfrentarse con sus enemigos en batallas que aún hoy perduran.

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Al sur de Sudán y suroeste de Etiopía, viven alrededor de 186 mil habitantes de la tribu Surma, también conocidos como Suri; ambos términos son utilizados por los expertos para referirse a la panetnia que se localiza en esta área geográfica. Por un lado, los Surma también incluyen a la tribu Muri, los Me’en, y los Suri es la gente con un estilo sedentario basado en el pastoreo y al lenguaje de raíz nilo-sahariano. Los Suri mantienen desde hace años conflictos con las otras once tribus que se hallan en la región, especialmente con los Nyangatom. Sus guerras solían estar marcadas por enfrentamientos con armas rudimentarias, aunque desde la Guerra Civil de Sudán se utilizan armas de fuego que han sembrado muerte y destrucción entre las tribus.

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Aquellos que desean explorar la región en vista de estudios antropológicos o proyectos fotográficos, deben de ir acompañados de guardaespaldas armados, sin embargo, aquellos que se atreven nos ofrecen un vistazo a una tribu de la cual poco conocemos. Tal es el caso del fotógrafo ruso Pavel Wolber, quien realizó una serie fotográfica sobre el pueblo Suri, en la que retrató sus tradiciones de decorar el cuerpo humano: con implantes de arcilla en los labios, pintura rústica y cicatrices.

Una de sus tradiciones lleva por nombre Donga, conocida como la pelea de varas, un enfrentamiento que trae prestigio a los hombres que se desempeñen de forma exitosa en él y que permite a los varones atraer a las mujeres. Hombres rapados con poca o nula ropa que se enfrentan en duelos individuales en los que la intención no es herir o matar al oponente, sino tan sólo mostrar el dominio de uno sobre el otro.

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Otro de los ritos de la cultura Suri es exclusiva de las mujeres, a quienes desde temprana edad se les remueven los dientes inferiores y se les perforan los labios para realizarles ampliaciones, mismas que van aumentando de tamaño conforme el tejido lo permita. Las ampliaciones consisten en platos de arcilla, cuyo tamaño denota el “valor de una mujer”. El origen de esta tradición es incierto para los antropólogos, aunque se cree que se comenzó a realizar como una forma de evitar que los traficantes de esclavos se llevaran a las mujeres. Aunque sumamente arraigado, esta tradición está sucumbiendo ante la negativa de las mujeres a realizarse estas ampliaciones.

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En el caso de los hombres y de los niños, estos se pintan el rostro y el cuerpo con arcilla blanca en diversos patrones, tanto como una forma para distinguirse de otras tribus como también una manera de entablar un vínculo con la naturaleza y sus deidades. El dios del cielo recibe el nombre de Tuma, con quien los Suri pueden comunicarse a través de ciertos hombres de la tribu, parecidos a los chamanes, quienes tiene comunicación con los dioses.

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Las aldeas Suri no superan las 2 mil personas, donde la organización del pueblo es comunal y siempre se comparte aquello que produce el ganado, alrededor de lo que gira gran parte de la vida diaria. Cada niño de la aldea es nombrado a partir del toro que se le obsequia tras su nacimiento, y a quien debe cuidar por el resto de su vida, pues representa su vínculo con la Tierra. El símbolo del poder es el ganado, donde un hombre, para saberse respetable, deberá contar con 30 o 40 vacas, y en aras de poder casarse y ofrecer un cierto nivel de vida a su cónyuge, unas 60 vacas. A diferencia de la gran mayoría de las civilizaciones que han logrado domesticar animales bovinos, estos no son sacrificados para obtener carne, pues representan un lujo y un símbolo de poder, y el mencionado sacrificio únicamente se hace para usos ceremoniales. Los Suri únicamente únicamente extraen de las vacas la leche y la sangre, misma que obtienen al hacer una herida en una vena, que luego sellan con arcilla.

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Asimismo, tanto hombres como mujeres, mantienen un gran orgullo respecto a las cicatrices en el cuerpo y el número que posean. Por ejemplo, las mujeres practican la escarificación en patrones alrededor del cuerpo, un ritual que incluso realizan en sus hijos. Por su parte, los hombres se realizan cicatrices después de matar a alguna persona, y dependiendo de su género, es el brazo donde se marcan la vida que han quitado. Los antropólogos señalan que esta práctica se trata de un tipo controlado de violencia, donde la tribu logra que los jóvenes se acostumbren a la sangre y al dolor, pues ambos elementos determinarán sus vidas.

Te compartimos el resto de fotografías de Pavel Wolber.

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