Lobotomía: el ejemplo perfecto de la negligencia médica

A lo largo de la historia, cuando la mente se enfrentaba a enfermedades o sufría daños se asociaba con la influencia de seres extraños; en la Edad Media se acusaba al enfermo mental de estar poseído por fuerzas demoníacas, y enfermedades como la epilepsia eran interpretadas como una posesión diabólica

Lobotomía: el ejemplo perfecto de la negligencia médica

Autor: Andrea Peña

A lo largo de la historia, cuando la mente se enfrentaba a enfermedades o sufría daños se asociaba con la influencia de seres extraños; en la Edad Media se acusaba al enfermo mental de estar poseído por fuerzas demoníacas, y enfermedades como la epilepsia eran interpretadas como una posesión diabólica. Era común que las tribus antiguas se guiaran por el pensamiento mágico religioso y que practicaran “trepanaciones”, las que consistían en agujerar el cráneo para que pudieran salir todas las fuerzas extrañas que lo invadían.

El estudio de la mente siempre ha resultado complejo. ¿Cómo atacar algo que no podemos ver ni tocar como el pensamiento y la conducta? Se han documentado múltiples experimentos médicos cuya historia tiene gran parecido con un cuento de terror pero son hechos reales que se debaten entre los límites de la crueldad y lo que sucede cuando la medicina olvida lo humanitario a favor de la ciencia.

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En el siglo XIX la ciencia evolucionó de una manera muy acelerada, la medicina tuvo muchos avances técnicos y químicos pero a pesar de ello, en 1895, se retomó el método milenario de la trepanación, y esta vez avalado por estudios médicos como tratamiento a pacientes con alteraciones en la vista, psicosis, migrañas, crisis convulsivas o trastornos motores. A los pacientes se les perforaba el cráneo con dos agujeros en el lóbulo frontal porque se pensaba que en él habitaban la conciencia, el concepto del Yo y las emociones.

Paralelamente, el psiquiatra portugués Egas Moniz sustituyó las trepanaciones por la leucotomía o lobotomía, que etimológicamente significa “cortar lóbulos” y consistía en seccionar las fibras nerviosas del lóbulo frontal del cerebro para tratar los comportamientos obsesivos y la conducta agresiva. Esta aportación a la neurocirugía la descubrió con base en estudios científicos que afirmaban que en los perros agresivos, después de una intervención por trepanación, disminuían su ira. A partir de esa teoría, Moniz intervino a un paciente esquizofrénico en el lado izquierdo del cerebro en la región parietal y frontal, el paciente no se recuperó completamente pero sí presentó mucha tranquilidad en sus estímulos emocionales.

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Moniz continuó con su investigación y junto con su colega Almeida Lima practicó lobotomías con fines experimentales, a sus pacientes les perforaban el cráneo en ambos lados de la frente y luego inyectaban alcohol en la materia blanca del lóbulo. Su hipótesis afirmaba que las conductas y desórdenes mentales eran causados por problemas entre las conexiones y circuitos cerebrales y que al intervenirlos y seccionarlos los pacientes se curarían. La lobotomía nació como un experimento para curar la locura, la esquizofrenia y la paranoia.

Moniz especificó las condiciones para realizar una lobotomía: no podía hacerse fuera de un quirófano, requería anestesia obligatoria, se debía brindar al paciente tratamiento postoperatorio y un seguimiento de la evolución de éste después de la cirugía. Pero en 1936 una variante del método aplicado por Egas Moniz llegó a las instituciones psiquiátricas: la lobotomía transorbital. Esta nueva técnica consistía en una craneotomía e introducir un “leucotomo” o aguja cortante con un alambre retráctil para cortar el tejido del lóbulo frontal.

En 1945 apareció en la escena el estadounidense Walter Freeman, quien se propuso desafiar a las enfermedades mentales supuestamente incurables con la “lobotomía del picahielo” nombrada así para enfatizar que esa fue la herramienta que utilizó para penetrar en el cerebro de sus “víctimas”. Freeman aplicaba anestesia local o descargas de electroshock para dejar a sus pacientes inconscientes mientras introducía el picahielo a través del párpado justo arriba del ojo, apoyándolo contra el tabique nasal y lo golpeaba con un martillo hasta que el cráneo cedía y entraba directamente al lóbulo frontal. Cualquier semejanza con las torturas de la Inquisición es completamente válida.

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Lo peor del procedimiento es que era una cirugía ciega porque el “cirujano” no podía ver lo que estaba sucediendo al interior de la cabeza del inmóvil paciente, y aún así, al introducir el picahielos, lo agitaba enérgicamente para mutilar las fibras cerebrales asegurándose de romper el tejido cerebral. Sorprendentemente y a pesar de lo tétrico de la cirugía, el método que destruía el cerebro alcanzó rápidamente una gran popularidad por ser una operación ambulatoria y de bajo costo.

El problema con la lobotomía empezó cuando las instituciones psiquiátricas que en un principio y en teoría la usaban como tratamiento médico empezaron a practicar lobotomías como un mecanismo de control para los internos que no podían controlar fácilmente. Además Freeman cegado por la popularidad, inició un período de formación a través de Estados Unidos a bordo de su automóvil al que burlonamente llamaba “lobotomobile”. Esto  ocasionó que cualquier persona pudiera practicar esta intervención quirúrgica sin importar que estuvieran certificados como neurocirujanos, ya que el mismo Freeman no tenía licencia de cirujano.

November 1946, England, UK --- Nurses prepare a patient suffering from severe depression for electric shock treatment in a psychiatric hospital. --- Image by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS
La historia de un descubrimiento médico poco a poco fue llenándose de terror mientras la fama de Freeman asecendía. El supuesto cirujano tardaba solamente cinco minutos en realizar una lobotomía, lo que le permitía llevar a cabo desde una decena hasta veinticinco intervenciones al día. Freeeman intercambió su responsabilidad profesional y ética por la atención que recibía de la comunidad médica y de los medios de comunicación ante quienes alardeaba su habilidad para realizar dos lobotomías o leucotomías a la vez, martillando el picahielo en dos pacientes al mismo tiempo. En uno de sus viajes para enseñar el método realizó él solo 228 cirugías en dos semanas.

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Por supuesto que la mutilación cerebral llamada por la medicina como lobotomía causaba daños irreversibles en el cerebro y ocasionaba daños colaterales determinantes en la personalidad y la vida emocional de los “lobotomizados”, sin contar el riesgo de morir durante la intervención. Producía hemorragias, debilidad corporal, convulsiones, pérdida del control de los esfínteres, se perdía permanentemente la capacidad para planificar acciones, dirigir conductas, seguir las normas sociales, no podían reconocer las expresiones de los demás ni saber qué conductas adoptar ante ellos. Un “lobotomizado” no confía en las personas, incluso pierden la capacidad de amar y sentir placer al convivir con sus familiares y amigos, y son incapaces de responder ante una sonrisa o un coqueteo.

Es verdad que la lobotomía reducía el estrés, la ansiedad y la agresividad, pero se adopta un comportamiento infantil y en el peor de los casos, que era lo más común, el paciente alcanzaba un estado de calma extremo sin poder interactuar con nadie ni tener un razonamiento complejo. Las personas se transformaban en zombies,  muertos vivientes que perdían con el picahielos de Freeman todo lo que los hacía humanos, su esencia, no volverían nunca a ser los mismos.

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Durante esa época se intervinieron niños con simples problemas escolares y de comportamiento, familiares que se consideraban una carga o personas con problemas para adaptarse a la sociedad. Se abusó de la técnica para sembrar miedo en la sociedad pues cualquiera podía ser candidato. Esta práctica de control se ha denunciado en el cine, el mejor ejemplo es la trama del filme “Atrapado sin salida” y el personaje Randall McMurphy, quien, interpretado por Jack Nicholson, cuestiona la inexistencia de derechos humanos en los hospitales psiquiátricos donde los enfermos eran tratados como variables científicas y no como individuos. McMurphy fue una víctima de la lobotomía para acabar con su mente hiperactiva que irrumpía el orden y era un claro obstáculo para el funcionamiento de la institución.

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Se conoce el caso de múltiples personajes públicos que fueron sometidos a la destructiva lobotomía. Una de ellas fue Rosemary, hermana mayor de John F. Kennedy, quien sufría de un moderado  retraso mental pero las aspiraciones políticas de su familia no podían arriesgarse a que Rosemary se descarriara en público poniendo en peligro la carrera de sus hermanos, por lo que a sus 23 años fue intervenida. La lobotomía la dejó postrada en una cama el resto de su vida y a su cerebro semivegetal.

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Josef Hassid era un reconocido joven prodigio del violín, pero a los 20 años sufrió un ataque de esquizofrenia y para evitar que fuera internado en un psiquiátrico se sometió a una lobotomía de la que nunca se repuso, murió seis años después con un gran legado y la promesa de ser uno de los mejores violinistas del mundo, pero la lobotomía le arrebató esa posibilidad.

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Hay rumores de que Eva Perón también se realizó una lobotomía en 1952 para calmar los fuertes dolores que el cáncer de útero le causaba,  pero la prensa argentina no ha podido confirmar la veracidad de esa historia.

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Pasaron más de tres décadas y alrededor de 100 mil lobotomías hasta que los argumentos éticos contra su práctica resonaron con la fuerza suficiente para que fuera prohibida por las autoridades. Se tiene registró de que la última lobotomía se realizó en 1967, pero con tal de no internarse en la soledad de un manicomnio y ser sometido a la violencia de las camisas de fuerza en escenarios de violencia y abandono en los hospitales psiquiátricos, se siguieron practicando años después en clandestinidad. El miedo a la locura era mayor que el miedo a la destrucción de la personalidad por un extraño que penetraba la mente a ciegas.

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La lobotomía se reconoce como uno de los errores más graves de la psiquiatría a lo largo de la historia. A pesar de ello, en 1949 se otorgó el Premio Nobel de Medicina a su inventor el Dr. Egas Moniz aunque hasta hoy muchos familiares de pacientes “lobotomizados” exigen que se le retire ese galardón.

La historia condena como el principal responsable de la barbarie a Freeman y no a Moniz, porque fue el estadounidense quien se adjudicó el poder de decidir mutilar pacientes aun cuando sabía que no tendría un efecto positivo y realizar lobotomías a pacientes que no sufrían trastornos psiquiátricos graves, sino enfermedades como depresión y lo que ahora conocemos como hiperactividad.

Hay que recordar que los hospitales psiquiátricos de principios del siglo XIX no contaban con medicamentos y drogas tan avanzadas para tratar la mente humana, a los enfermos mentales simplemente se les encerraba y eran controlados como fuera posible y frecuentemente con violencia.

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La lobotomía o leucotomía marcó la historia humana por ser un método polémico considerado por  muchos años como la única solución para esquivar el aislamiento que implicaba padecer una enfermedad mental. Arrancó la personalidad de muchos pacientes, su esencia. Un “lobotomizado” era un muerto en vida.
Actualmente la medicina ha adopatdo nuevos tratamientos psiquiátricos y parece haber aprendido la lección de no dejar en manos de cualquier persona el cuidado de la mente humana. Hoy la lobotomía es ilegal y los psicoanalistas la describen como una práctica cruel, inhumana, radical: el ejemplo perfecto de la negligencia médica.

 

Fuente: Cultura Colectiva


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