Sacerdote obrero defendió los DDHH en dictadura

Cura Aldunate cumple 100 años: «Uno quiere cambiar las estructuras del país, hacer cambios más revolucionarios»

Este lunes, el sacerdote jesuita José Aldunate Lyon cumple 100 años

Por Felipe Menares

05/06/2017

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Este lunes, el sacerdote jesuita José Aldunate Lyon cumple 100 años. Quien fuera defensor de los derechos humanos en la dictadura cívico militar nació en Santiago el 5 de junio de 2017 y fue el segundo de cuatro hijos del matrimonio entre Carlos Aldunate Errázuriz y Adriana Lyon Lynch.

Trabajó junto al padre Alberto Hurtado en la Acción Sindical Chilena, tema que concitaba su interés, puesto que su tesis doctoral la hizo sobre economía y moral.

«Generalmente al padre Hurtado se le dibuja con los niños del Hogar de Cristo, los ancianos. Pero llegó un momento en que el padre Hurtado comprendió que lo decisivo no era la caridad, la bondad, hacer el bien. Lo decisivo era la justicia. La sociedad debía ante todo buscar la justicia, que está más allá de la caridad. Hay que ser justo en primer término y después pensar en ser caritativo. Un empresario debía pagar salarios justos y después podía hacer la caridad», escribe en un relato autobiográfico.   

El trabajo junto al emblemático santo chileno le fue útil para comprender lo que significa ser un «sacerdote obrero». Al respecto, cuenta que «el padre Hurtado quiso ser sacerdote obrero, pero no pudo por su salud. Yo tuve una oportunidad y la aproveché. Fue a partir de la invitación de un sacerdote holandés de apellido Caminada, que hizo un estudio sobre lo que podría ser el trabajo de un sacerdote obrero. Postulaba que debía hacerse obrero de veras y olvidarse un tiempo de su sacerdocio, para repensar su vocación y la Iglesia desde el mundo obrero, insertándose realmente para opinar sobre cómo debe ser la Iglesia renovada».

El 10 de septiembre de 1973, día previo al golpe de Estado, comenzó a trabajar como ayudante de carpintero en Concepción. Estaba allí durante la nefasta jornada que terminó con el gobierno de la Unidad Popular. 

Se hizo teólogo de la liberación. Según escribe, «esa teología fue la que incluyó la opción por los pobres: para realizar el sueño de Dios, que es una humanidad fraternal, hay que comenzar por luchar contra la pobreza, crear equidad, crear justicia en este mundo».

Estuvo en el PEM y el POJ en Santiago, programas de trabajo para cesantes creados en la dictadura. «Al pasar al mundo obrero me sentí instintivamente solidario de su mundo, preocupado de la justicia, sintiendo constantemente esa distancia que hay entre el rico y el pobre. Una distancia que es excesiva, injusta, una injusticia estructural. Uno quiere entonces cambiar las estructuras del país, hacer cambios más revolucionarios», afirma.

Ayudó a salvar a personas amenazadas por la dictadura. De hecho, escondió a 23 personas en la Nunciatura, que es la embajada del Vaticano en Chile. Además, participó en la creación de la revista No Podemos Callar, publicación clandestina contra el régimen encabezado por Augusto Pinochet.

En la década de los ochenta, el padre Aldunate integró un grupo contra la tortura. «Armamos un grupo de denuncia de la tortura, que no usaba la violencia. Hacía protesta pacífica en las calles. Era el sistema Ghandi, es decir la no violencia activa. Activa sí, bien activa: tuvimos 180 salidas a la calle en siete años. Sin ofender, sin armas, simplemente proclamando o denunciando, nos dirigíamos a las conciencias», señala.

En esa época entabló relaciones con los familiares de detenidos desaparecidos. El sacerdote admiraba a las mujeres que denunciaban al mundo la desaparición de sus seres queridos, incluso las acompañó en una huelga de hambre. Durante 14 días, José Aldunate ayunó en la Iglesia de Jesús Obrero, capilla donde estaban los restos del padre Hurtado, antes de su traslado al Santuario.

Su compromiso le valió el Premio Nacional de los Derechos Humanos en 2016. Para la posteridad quedará su pensamiento: «El ángulo desde el cual uno mira la vida es algo muy importante. Es distinto tener una vista obrera que tener una vista de cura bien instalado, con sus cátedras, sus clases o con su parroquia, con la vida asegurada. Esa visión desde el mundo obrero creo que fue el fruto principal que saqué de esta experiencia. Y creo que la he conservado más o menos en el tiempo. Procuro ser fiel a esa vocación y aprovecho las ocasiones que tengo para meterme en retiros con obreros, para poder resucitar un poco esa experiencia».

 

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