El camino de la pólvora: La historia del niño que sobrevivió a un baleo policial

A los 13 años Cristofer Cárdenas recibió en su cabeza un disparo que lo cambió para siempre.

Por Cesarius

26/12/2011

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Cristofer, tres años después, en el lugar del baleo.

A mediados de febrero de 2008, una noticia de violencia policial se coló en la pauta de los medios de Valparaíso. Un niño había sido baleado por Carabineros, terminando internado en la UCI del Hospital Van Buren con riesgo vital. Eso fue lo último que se supo. Tres años después, encontramos a Cristofer Cárdenas y acá les contamos qué ocurrió con él y los dos policías que le dispararon, luego de que sus vidas se cruzaran en el camino de La Pólvora.

«¡CUIDADO, NIÑOS JUGANDO!»

La tarde del domingo 17 de febrero de 2008, Cristofer, con 13 años, caminaba de regreso a casa luego de visitar a su hermano para dejarle un CD. En el trayecto vio a un grupo de niños, algunos amigos de su población Costa Brava de Playa Ancha, revoloteando en el mirador que da al camino La Pólvora. Según nos relató, quiso saber qué hacían. Se acercó y se quedó mirando. Le arrojaban piedras a los buses que trasladaban hinchas de la Universidad de Chile. De pronto, alertados de esto, llegaron carabineros en un radiopatrullas y se estacionaron al otro lado de la carretera, frente a ellos.

Las cámaras registran el momento en que los carabineros disparan a los niños.

Lo que puede recordar el menor, hoy de 16 años, es que el policía que iba al volante sacó su arma y disparó hacia el mirador. Como todos los demás Cristofer se agachó, pero cuando se paró nuevamente a mirar, otro uniformado disparó. El tiro dio en su cabeza. Dice que alcanzó a dar unos pasos y cayó, se levantó y cayó nuevamente, inconsciente.

Su amigo Raúl intentó detener la hemorragia de la cabeza de Cristofer con su camisa y fue uno de los que debió obligar al chofer de un colectivo -que quiso pasar de largo y no prestarles ayuda- a llevarlos al SAPU más cercano. En la posterior investigación, el vecino Mario Castillo relata que le habría pedido a otro carabinero que llegó hasta el mirador donde yacía Cristofer (sargento 1º Guillermo Sasso del Pino) que trasladaran en el furgón al niño a la posta, pero que este le habría respondido que «ellos no iban a ese procedimiento sino que al lanzamiento de piedras, permaneciendo el niño entre 15 a 20 minutos en el suelo”. Finalmente, en el camino el taxi se topó con la ambulancia y el menor fue trasladado al hospital Carlos Van Buren. El radiopatrullas desde donde vinieron los disparos abandonó el lugar.

El proyectil le produjo a Cristofer una “herida parietal izquierda de cráneo, con pérdida de masa encefálica”, según el informe médico, lo que se traduce en un daño cerebral grave e irreversible. Sin embargo, durante la cirugía a la que debió ser sometido el niño se constató otra lesión y no una sino dos heridas de proyectil. Es decir, Cristofer fue alcanzado finalmente por dos disparos. Uno de ellos lo dejó en estado de coma, con riesgo vital, debiendo permanecer 12 días internado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Van Buren. Pero sobrevivió.

Cristofer y su abuela Olga, quien lo ha criado desde que era un bebé.

Cristofer Cárdenas ha estado desde los tres días de vida con sus abuelos. Su madre, con quien mantiene una relación casi nula, no lo pudo mantener, así es que Bernabé Castro, comerciante, y su cónyuge Olga Castillo, dueña de casa, lo han criado. A ambos se les diagnosticó un grave estado depresivo luego del baleo.

Olga es su madre, en los hechos, por eso, apenas empieza a recordar lo que ocurrió se le cristalizan los ojos y prefiere que su vecina, Matilde Anwandter, que conoce a Cristofer desde pequeño, nos hable de él. “Siempre fue como hiperkinético, bien inquieto, jugaba mucho al fútbol, siempre andaba en la calle con los chiquillos, corriendo, riéndose, siempre fue bien juguetón”, recuerda. “Se me arrancaba para jugar. Tenía que andar buscándolo”, agrega Olga cuando consigue reponerse.

Pero esa postal de la infancia se desintegró de golpe aquella tarde. Sometido a una evaluación de personalidad luego del baleo, se concluyó que Cristofer sufre “alteraciones en las relaciones interpersonales y en la esfera afectiva, siendo predominante la inhibición, introversión, incapacidad de relacionarse con los otros y retraimiento”. “No lo motiva nada, pasa encerrado. Le cambia mucho su ánimo. Está dedicado a su perrita, como que la busca más como compañero. Es su vida para él”, dice la abuela. Y Matilde agrega: “Es un cambio bien notorio de personalidad. A veces anda contento, otras veces idiota, callado, amurrado. Con mi hija, que tiene 15 años, se juntaban, jugaban y peleaban, pero ellos ahora prácticamente no tienen comunicación”. A Cristofer le gusta el reggaeton, Daddy Yanki es su favorito, pero prefiere no salir a bailar.

El menor también debió terminar a temprana edad con esa relación de amor inquebrantable de quizás la mayoría de los niños de este país: Fútbol y amigos. “Yo antes corría y ahora no puedo, tengo que tocarla no más, se me queda la patita atrás”, dice inocentemente Cristofer, cuya pierna derecha quedó con una parálisis que le impide caminar de forma normal y lo hace cojear. Fanático de Colo-Colo, pasó de estar todo el día en la cancha a tener que ir a terapias y refugiarse en su casa. “Juego Play (Station), de repente salgo a la esquinita, a conversar, pero con gente adulta”, recalca. No tiene mala onda con sus amigos, pero apenas se saludan. “Con ellos me pasó la cosa”, dice, refiriéndose al baleo, aunque también reconoce que la lejanía se debe a que no puede hablar bien: “Decir las cosas que quiero decir, me da vergüenza”, explica.

Sometido posteriormente a una prueba de inteligencia para niños, el diagnóstico arrojó que Cristofer quedó con una leve deficiencia, traducida en “serias y profundas alteraciones de lenguaje y en el procesamiento de la información, memoria a corto y largo plazo, problemas conductuales; y por último, una regresión seria en su desarrollo psíquico, afectivo y social”. “Parece tener menos de 16 años”, grafica su abuela Olga.

Los pronósticos del diagnóstico motor y psicológico tampoco fueron nada alentadores, pues plantean que estas secuelas lo imposibilitan «a futuro a una adaptación adecuada, que le permita realizar labores mínimas básicas, como habilidades sociales, posibilidad de estudiar y posteriormente realizar actividades sociolaborales”. De hecho, Cristofer hoy ya no va a la escuela. Antes de aquel domingo negro iba en 7º año, pero frente a la obligación de tener que ingresar a cursos menores, prefirió hacerlo en una especial de nivelación, donde compartía sala con compañeros adultos. Sin embargo, sus dedos meñique, anular y medio de la mano derecha perdieron movilidad. “Me costaba escribir y me daba vergüenza igual, me da lata ir. No alcanzo a escribir lo que anota la profesora”, se lamenta.

Carabineros llegan al lugar del baleo en 2008.

“UN ACTUAR DESPROPORCIONADO NEGLIGENTE E IRRACIONAL”

Según se pudo establecer en el Sumario Administrativo realizado por Carabineros luego del baleo, el cabo 2º Manuel Antonio Castillo Castillo, quien conducía el auto, percutó desde su interior 6 tiros con su revólver hacia donde se encontraba Cristofer. Mientras esto ocurría, el capitán Rodrigo Andrés Hidalgo Leighton, uniformado de mayor jerarquía y quien estaba a cargo del operativo, disparó un tiro también en dirección hacia el menor. Según logra recordar Cristofer, esta habría sido la bala que ingresó en su cráneo.

Los uniformados, ambos de la Primera Comisaría Sur de Valparaíso, argumentaron que dispararon hacia el cerro y no al cuerpo de los niños, con el objetivo de amedrentarlos cuando los atacaban supuestamente con piedras. Sin embargo, la misma investigación fue categórica al señalar que los disparos “jamás fueron realizados al aire sino que con un ángulo de inclinación aproximado de 17º, manteniendo una visual y visibilidad buenas –en línea recta y sin inconvenientes- respecto de los menores que lanzaban objetos a la vía”, agregando que el uso de armas se hizo “no viéndose afectada en forma real e inminente” las vidas de los policías.

Por último, el sumario catalogó el hecho como “un actuar desproporcionado, negligente e irracional, carente de todo sentido y razón en el ámbito legal y reglamentario, perfectamente evitable”. De acuerdo a ello, las medidas disciplinarias que se aplicaron fueron la “baja por mala conducta” al cabo Manuel Castillo y la “separación de servicio” del capitán Rodrigo Hidalgo, quienes -según antecedentes proporcionados por la misma institución- no figuran hoy como parte de sus bases de datos.

Esta investigación sirvió de base para que el 4º Juzgado Civil de Valparaíso condenara, en octubre de 2011, al Fisco de Chile al pago de $25 millones de pesos por el baleo a Cristofer Cárdenas, como respuesta a la demanda presentada por sus abuelos.

La resolución de primera instancia, generada también de acuerdo a las declaraciones de los uniformados y los peritajes realizados, estableció que Carabineros de Chile “incurrió en una conducta negligente, ni siquiera con impericia” y confirmó lo que la familia del menor aseguraba: Aquel día el niño no se encontraba arrojando piedras a los vehículos que pasaban por el sector.

Un fallo favorable y reparador para la familia de Cristofer, pero que no termina de hacer justicia. “A mí no me interesa la plata, sino cómo dejaron a mi hijo. Ellos tienen que pagar por lo que hicieron. Un niño que era hiperactivo, mire cómo me lo dejaron”, se lamenta su abuela Olga. De las responsabilidades penales o civiles de los dos involucrados, debía encargarse entonces aquel enquistado resabio de la dictadura: La Fiscalía Militar.

LA LEY: ESPEJO DE NUESTRO HONOR

La causa 889-2008 que lleva la Fiscalía Militar de Valparaíso por el baleo a Cristofer es un grueso documento que incluye, por supuesto, los antecedentes y contundentes conclusiones del sumario interno de Carabineros. Allí está, por ejemplo, el peritaje balístico donde se establece que “quedó plenamente determinado que el daño en la prenda de vestir del lesionado (costado izquierdo del gorro), es atribuible al uso de armamento a larga distancia (40 metros), lo que concuerda con el trayecto o distancia establecido al efecto (48 metros aproximadamente) desde las respectivas ubicaciones”, esto último refiriéndose a los uniformados.

Y también están adjuntados los informes médicos realizados al niño, como el de Pediatría del Hospital Van Buren (28 de febrero de 2008), que expone que “se visualizaron dos heridas de entrada y salida de proyectil”, y el del doctor Paolo Massaro, del Servicio de Neurocirugía del mismo centro (5 de mayo de 2008), que establece que las lesiones se “corresponden con mecanismo traumático con arma de fuego”. Igualmente, están las imágenes de los registros de video, donde se observa a los dos carabineros disparar. Lo único que no está presente en ninguna de las dos investigaciones es la declaración de Cristofer. Nunca se le tomó.

Y es probable que nunca lo esté. Sumando el apellido Cárdenas al de Lemún, Catrileo y tantos otros en los que la impunidad ha triunfado, en mayo de 2009 la Fiscalía Militar de Valparaíso sobreseyó la causa. El dictamen es fulminante e increíblemente establece que “no obstante resultar de los antecedentes agregados al sumario haberse cometido el cuasi-delito de lesiones graves” contra Cristofer Cárdenas, en los informes periciales y médicos “consta que no es posible determinar, fehacientemente, cuál de las armas de fuego fue la que en definitiva efectuó el presunto disparo producto del cual habría resultado lesionado el menor, como tampoco establecer realmente si la especia alojada (o no) en el cuerpo del aludido es un objeto y proyectil”. Esta última parte del dictamen se sostendría en el hecho de que durante la operación a la que fue sometido Cristofer no se extrajeron cuerpos metálicos ni tampoco posteriormente, según declaró luego el médico del Van Buren, Andrés Horlacher. De hecho, todavía él vive con parte de la bala alojada en su cabeza, pues por el riesgo que implicaba no se le pudo sacar.

La Fiscalía Militar de Valparaíso consideró entonces “legalmente insuficientes” los antecedentes que existen para poder formular una acusación fiscal en contra de los involucrados, como autores, cómplices o encubridores, resolución que fue confirmada por el Segundo Juzgado Militar de Santiago, que otorgó finalmente el sobreseimiento de la causa.

Es decir, hoy Manuel Antonio Castillo Castillo y Rodrigo Andrés Hidalgo Leighton -este último en Santiago, según conseguimos averiguar- caminan libres entre nosotros. Cristofer conoce a uno de ellos, se lo mostraron una vez. Dice que no les guarda rencor, sólo quiere irse de esa población que limita con el camino La Pólvora. Mientras, su abuela nos lanza una última pregunta antes de despedirnos: “Yo creo que esto nos pasa por ser pobres. ¿Qué piensa usted?…”.

Por Daniel Labbé Yáñez

Ciudad Invisible

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