Por Luiza Calvette, Leonardo Nascimento, Gabriela de Fátima Cia, Ollivia Galdino y Leonardo Argollo.-
La historia registra un hecho inédito: por primera vez, un expresidente, Jair Bolsonaro, y generales de alto rango de las Fuerzas Armadas, son juzgados y condenados por atentar contra el Estado democrático de derecho.
Este hito no se explica de manera aislada, sino que se inserta en la larga y trágica tradición latinoamericana de inestabilidad institucional, en la que los Golpes de Estado fueron instrumentos recurrentes de la clase dominante para frenar los avances populares y atender a intereses de potencias extranjeras.
Del Brasil de 1964 al Chile de 1973, de Guatemala a las dictaduras del Cono Sur, nuestros pueblos enfrentaron sucesivos proyectos de ruptura autoritaria que buscaron interrumpir el desarrollo nacional y abrir camino al entreguismo.
La condena de Bolsonaro rompe con la tradición de impunidad
La condena por intento de Golpe, tras un juicio en tribunal civil, crea un hito en la historia de Brasil y de nuestra aún frágil democracia. En un mundo en el que gobiernos y discursos autoritarios siguen inflamando contra las instituciones, nuestro país da un paso en la dirección opuesta, reforzando que la voluntad popular debe prevalecer.
Desde la Primera República, las Fuerzas Armadas ocuparon el papel de “poder moderador”, interviniendo de manera recurrente en la vida política. Esa perspectiva se consolidó en 1964 y dejó marcas profundas en la sociedad brasileña.
Con la amnistía irrestricta a los agentes de la dictadura, se consolidó una lógica de impunidad que parecía permanente. La responsabilización de autoridades de alto nivel por el ataque muestra que las instituciones se fortalecen y que el país avanza hacia una práctica política más estable, basada en el respeto a la soberanía popular y al Estado de derecho.
La injerencia estadounidense en América Latina
La injerencia de Estados Unidos en América Latina, por otro lado, está presente desde el fin de la colonización. Se trata de la dura realidad de países sometidos a la dominación externa: la transferencia del yugo de un imperio a otro.
El imperialismo estadounidense siempre mantuvo un apetito especial por América Latina; al fin y al cabo, formamos parte del mismo continente y, en el caso de México, incluso compartimos fronteras.
Los colonizadores transformaron América en extensión de Europa, patrón heredado por los Estados Unidos. La expansión imperialista se desdobla en dimensiones económicas, ideológicas, culturales y sociales. Impusieron a las colonias un proceso de occidentalización, moldeando élites políticas, intelectuales y artísticas volcadas a sus patrones. Las clases dirigentes se mantuvieron en esa lógica de dependencia a fin de garantizar sus privilegios.
Ejemplos clásicos de esa dominación son la Enmienda Platt y la Doctrina Monroe, que consolidaron la pretensión de tener a América Latina como traspatio estratégico. Durante siglos, seguimos bajo gobiernos serviles a los intereses estadounidenses, entregando riquezas nacionales para asegurar el lucro del capital extranjero.
La injerencia política permanece constante, ya sea por el apoyo explícito de las embajadas estadounidenses, por el financiamiento de políticos alineados a su agenda de explotación económica, control de recursos naturales y mercados, o incluso por el entrenamiento de fuerzas armadas locales.
Aunque hayan pasado siglos desde la formulación de esas doctrinas, el imperialismo en nuestro continente sigue vivo. En el siglo XX y en el presente, Estados Unidos fue protagonista en el patrocinio de golpes militares, en el pasado; parlamentarios y judiciales, en el presente.
En Brasil, tanto en 1964 como en 2016, el apoyo estadounidense formó parte de la trama golpista. Para nosotros, latinoamericanos, la palabra “golpe” evoca recuerdos amargos: tiempos sombríos que no fueron reparados, crímenes que no fueron juzgados, desaparecidos que nunca tuvieron justicia. En Brasil, los militares siguen impunes por las torturas y asesinatos cometidos.
Bolsonarismo, imperialismo y extrema derecha caminan juntos
Por eso, no sorprende el apoyo estadounidense al intento de golpe de los bolsonaristas, los mayores vendepatria de nuestra historia. Una vez más, imperialismo, golpismo y extrema derecha caminaron juntos.
La condena de Bolsonaro por atentar contra el Estado democrático de derecho -con amplio derecho a la defensa, derecho negado antaño por las dictaduras- es un hito histórico para la región en 2 sentidos. Primero, reafirma que recuperamos la democracia, aunque con contradicciones y limitaciones, garantizando el derecho de existir y de manifestarse políticamente.
Durante décadas, la lucha por una patria justa fue violentamente silenciada; hoy, la sanción de un intento de Golpe es respuesta simbólica a tantas rupturas institucionales impuestas al continente. El hecho de que la sentencia haya sido pronunciada en un 11 de septiembre, fecha del Golpe contra Salvador Allende (Chile, 1970-1973), marca una ruptura simbólica: medio siglo después, no fue un presidente democrático quien cayó por acción imperialista, sino un golpista quien fue condenado con todos sus derechos garantizados.
Segundo, representa el rechazo a la extrema derecha en ascenso en América Latina. El juicio señala que, a pesar de los avances del golpismo y de la extrema derecha de Brasil, pasando por los golpes en Bolivia y en Perú, hasta los gobiernos nefastos de Ecuador y de Argentina, nuestras sociedades son capaces de responder.
Esa decisión repercute más allá de las fronteras brasileñas: fortalece a los sectores democráticos latinoamericanos, inspira luchas populares y demuestra que no estamos condenados a repetir indefinidamente el ciclo de golpes, autoritarismos y entreguismo. Existen fuerzas democráticas y populares organizadas para resistir y avanzar.
Brasil y la resistencia popular contra la extrema derecha
Juzgamos a Bolsonaro. Las calles mostraron que estamos organizados para combatir a la extrema derecha. Aquí, donde la explotación siempre se impone con más fuerza, donde las democracias pueden caer en segundos y los Golpes se convierten en laboratorio de experiencias autoritarias, demostramos que existe dignidad. Mostramos que nuestra democracia necesita avanzar, y no retroceder. Y sabemos: lo que pasa en Brasil repercute en toda América Latina, porque el destino y las batallas de nuestros pueblos son compartidos.
El bolsonarismo encarnó un proyecto explícito de subordinación a los intereses geopolíticos de los países centrales de Occidente, rompiendo con la tradición brasileña de autonomía y multipolaridad. Ese alineamiento incondicional significó, en la práctica, el apoyo a sanciones contra naciones vecinas, el abandono de foros de cooperación Sur-Sur y el debilitamiento estratégico de mecanismos de integración regional.
El resultado fue un Brasil deliberadamente aislado, que renunció a su capacidad de mediación internacional y a su vocación natural de liderazgo entre los pueblos del Sur. Este caso demuestra que las instituciones democráticas fortalecidas pueden ser trincheras eficaces contra la desestabilización geopolíticamente orientada.
La derrota jurídica y política de ese proyecto envía un mensaje crucial a los países del Sur: es posible contener la ola autoritaria y rechazar la dependencia estratégica. Al frenar al bolsonarismo, Brasil reabre la posibilidad de retomar su papel como articulador de una nueva geometría de poder global, basada en la soberanía y en la cooperación horizontal.
El mensaje es claro: el Sur Global no está condenado a la sumisión y Brasil, con su peso económico, territorial y diplomático, vuelve a ser protagonista en la construcción de un futuro multipolar escrito con base en sus propias elecciones soberanas.
Hoy, al ver a Bolsonaro y a sus cómplices condenados por la Justicia brasileña, celebramos no solo una decisión judicial, sino la primera vez en que encaramos de frente nuestra historia.
Por Luiza Calvette, Leonardo Nascimento, Gabriela de Fátima Cia, Ollivia Galdino y Leonardo Argollo / Columna Café com Vodka, Diálogos do Sul Global

El Ciudadano