Revista La Lengua

Arelis Uribe: «Todo libro es una carta y toda carta es una carta de amor»

Arelis Uribe (33) desde Nueva York, su nueva ciudad, respondió esta entrevista que aborda el irse, toparse con otros, estar sola acompañando a otros solos; y que aborda el cuerpo mismo, la lengua como herramienta, o como músculo húmedo y romántico.

La periodista acaba de publicar su tercer libro “Las Heridas” (Planeta, 2020), donde hunde profundo el dedo en las propias, ordenándolas jerárquicamente bajo la premisa de que la herida mayor tapa las más chiquititas. Nosotras, que hartas tenemos en el corazón, quisimos hacerle preguntas que fuesen balsámicas sobre esas grietas y bombazos para la creación.

Un día de tu vida en Nueva York
No uso cortinas, despierto con la luz natural del sol. Lo primero que hago es leer, leo, leo, leo. Todos los días, aunque sea media hora. Leo el libro de turno, siempre tengo sed de leer. Hoy estoy leyendo “The good Earth”, de Pearl S. Buck, y es bella Perlita, bella, bella su letra. Luego hago yoga, me ducho, desayuno alguna masita con té. Me siento al computador y escribo: emails, mensajes de chat, crónicas, ensayos; en español e inglés. Traduzco canciones, no sé, lo que esté persiguiendo creativa y laboralmente en ese momento. A veces tengo reuniones por zoom. (Telemáticas, me enseñó una amiga el otro día que se dice). Luego, a media tarde, almuerzo y de postre me arranco a algún parquecito o plaza. Voy con mi guitarra en la espalda. Toco a Javiera Mena o Violeta Parra. Vuelvo a casa. Si es viernes, salgo a algún bar. Si es día de semana, me acuesto, para descansar bien y al otro día despertar temprano a leer.


¿En qué lugares/momentos encuentras poesía?
En la lengua de quienes me rodean. Soy una cazadora de frases, mis amigues saben que siempre que escucho una oración bella, me la robo y la anoto en un cuaderno. A veces las tuiteo. Como estoy aprendiendo inglés, me fijo mucho en cómo la gente nativa o fluent-speaker lo habla. Y es tan, tan bonito. El inglés tiene complementos que cambian o especifican los verbos. Me hace pensar en el idioma —en la lengua— como un mecano, un murallón compuesto de trocitos. Veo poesía en la forma en que la gente habla en la calle, en el metro, en la fila del restaurante.

Tu mejor trayecto en bicicleta
Hoy, mi trayecto favorito es cruzar en bicicleta el Williamsburg Bridge. Es uno de los puentes que conecta Brooklyn con Manhattan y está dividido para que el metro, los autos, la gente y las bicicletas puedan cruzarlo con espacio. Es una carretera para bicis. La bajada es tan rica, llana, llena de graffitis. 

Cosas que no han cambiado en tu vida desde que te fuiste
El amor por mi abuela, mi gusto por las plantas, mi fanatismo por el té, mi urgencia por leer libros, mi necesidad dictadora de escribir como si me fuera a morir mañana.

¿Sientes que cuando vives en otro país, la gente está sola acompañando a otros que están solos también?, si es así, ¿Cómo son las personas que te acompañan en la soledad?
Hay una canción que dice “Tu soledad es como la mía: nunca se va” y en un libro María Moreno dice algo así como que le gustaría encontrar a alguien con quien complementar su melodía sin interrumpir su soledad. A mí me encanta viajar sola, quizá por eso me gusta tanto la bicicleta. Me caigo bien, no me aburro conmigo. Cuando viajas por ti misma siempre encuentras compañía, gente en el camino que anda en la misma que tú. Gente con la que te saludas, te nutres y luego dices adiós, hasta luego. Mi mayor compañía en este momento son personas bilingües que por alguna razón han transitado entre Chile y Estados Unidos. 

La mayor sorpresa positiva del país en donde estás y tu mayor decepción
Mi mayor sorpresa fue descubrir que se habla muchísimo español en Estados Unidos. Por ejemplo, en el metro de Nueva York, igual que en el de Santiago, hay señalética escrita en los dos idiomas. Hay hasta en chino. Yo vivo en Brooklyn, en un barrio llamado Bushwick y es LO LATINO. Escuchas reguetón en la calle y la gente generalmente monta restoranes de comida de su país de procedencia. México, Ecuador, Colombia. Vas al supermercado y la cajera te habla Spanglish. Nunca me he sentido más latinoamericana que en Estados Unidos. Mi mayor decepción fue darme cuenta de que mi inglés era peor de lo que yo pensaba. Pero ahí apareció, al rescate, la sorpresa: el Español.

¿Cuál fue el último párrafo que subrayaste?
Uno de Constanza Guitérrez en su cuento “Arizona”, lo estoy usando en un club de lectura de literatura latinoamericana. Creo que con ese cuento ella ganó el Roberto Bolaño. Lo sé porque alguna vez, ansiosa de leer y aprender, googlié y leí, si no todos, varios de los cuentos premiados de ese certamen. 

¿Escribes cartas de amor?, ¿Crees que podemos defenderlas como un género literario?
Me gusta pensar que los libros son largas cartas para mis amigas. Todo libro es una carta y toda carta es una carta de amor. Escribo cartas, claro que sí. En “Las heridas” hay un apartado —una suerte de capítulo— que rompe el compás de dos del libro, ese enlazado entre la historia de la muerte de mi padre y la historia de mi familia; mecanismo que sostiene el grueso de la novela. Ese apartado es una carta que escribí, una carta de amor y de despedida. La escribí con mucho cariño y quedó tan bonita que se me ocurrió que podía publicarse. Ahora está en un libro. No sé si hago literatura, yo cuento historias. Aunque las historias bien narradas con palabras son el gen de la literatura. Me vine por dos años a estudiar a NYU. En mi primer año tuve una clase teórica dictada por un profe cubano. En una oportunidad discutimos sobre la masculinización del español y le señalé cosas que él hacía en clases. Como usar “señores” de vocativo en una sala de clases donde también habíamos mujeres y hasta colas jóvenes que querían ser cualquier cosa menos un “señor”. No sé, yo estaba molesta con el viejo, con que el ochenta por ciento de la bibliografía de la clase fuera de autores hombres; porque el canon literario es un juego de espadas (quiero decir de pichulas, pero qué soez), en los que se citan unos a otros y que Bolaño leyó a todo Borges y que Borges leyó a los griegos y que no hay nada mejor que Cervantes, a quien le piratearon El Quijote antes de que el pirateo literario de la cuneta fuera mainstream. En fin. Cahuines interesantes pero tan hediondos a hombre que aburren. Y cuando me aburro invento juegos. Así que, como trabajo final de esa clase, escribí una carta. Y partía diciendo algo así como: Querido tal, escribo una carta porque no encuentro forma más honesta de hablarle y porque el género epistolar es literatura en sí misma. ¿Y qué crees? Me aprobó. 

¿En qué parte de tu cuerpo se aloja la creación?
En los brazos.

¿Qué es para ti la lengua?
La lengua es el sabor de un idioma, la nomenclatura de sonidos y signos que hacen particular a una comunidad. La lengua es lo que nos permite construir lazos, conversar, entendernos. Mi lengua es el español chileno, salpicado con cahuines del mapudungún y sorrys que me robo del inglés. Mi lengua es lo que permite transformar el pensamiento en materialidad. También es eso que se mete en una boca que devuelve el beso.

Si pasamos la lengua por sobre tu creación, ¿Qué sabor tendría?
El sabor a hierro de la sangre viva.

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