«Óxido» de Marcelo Arce Garín: Vida en comunidad, producción obrera y resistencia política

Nos trasladamos al Chile obrero de los años sesenta y setenta, pero no como una caminata hacia atrás en el tiempo, tampoco desde la idea del multiverso de la ciencia ficción. En “Óxido” la simultaneidad es como un origami que se desdobla y se despliega en la palabra, permitiendo percibir simultáneamente las diferentes caras de un mismo cuerpo social.

Por El Ciudadano

29/11/2023

Publicado en

Actualidad / Chile / Literatura / Poesía

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Por Marcela Parra

Cuerpo de obra

Una ruptura interdimensional altera la realidad, de manera que es posible vivenciar simultáneamente múltiples acciones, posiciones y personajes. Nos trasladamos al Chile obrero de los años sesenta y setenta, pero no como una caminata hacia atrás en el tiempo, tampoco desde la idea del multiverso de la ciencia ficción. En “Óxido” la simultaneidad es como un origami que se desdobla y se despliega en la palabra, permitiendo percibir simultáneamente las diferentes caras de un mismo cuerpo social. El conjunto de nombres y oficios que aquí aparecen, pone en marcha una coreografía de movimientos entrelazados, que convergen en un mismo escenario, dibujando un gran símbolo, una clave de acceso.

Mediante una orquestación de acciones concretas, cotidianas, las personas que protagonizan estos poemas, despliegan amorosamente una multiplicidad de acciones ligadas a la vida en comunidad, la producción obrera y la resistencia política. El libro en su conjunto enciende el motor de una gran maquinaria social, permitiéndonos ver desde un plano abierto la totalidad de sus movimientos y a la vez acercarnos a sus protagonistas, relatados desde sus nombres y las huellas que deja en el mundo su humanidad. Este rasgo me recuerda intensamente algunas estrategias del muralismo mexicano. Y cómo no, si al entrar en nuestro cuerpo la poesía se transforma en imágenes, y las palabras nos abre paisajes. En la obra “Tierra y Libertad”, Diego Rivera compone una ópera visual en torno a la revolución mexicana, relatando el fin de la dictadura de Porfirio Díaz, el levantamiento del poder popular y su lucha por el reconocimiento de los derechos de los sectores populares. El cuerpo de esta obra, está conformado por una gran escena, en la cual son retratados distintos y distintas actores de la revolución, algunos anónimos, otros personajes famosos con nombre y apellido. Cada persona incluida en la escena es cuidadosamente descrita, detallada en su vestimenta, indumentaria y posición social, así como desde su distribución espacial en la imagen. Con este gesto, se da cuenta de distintos actores, interrelaciones y desigualdades de poder, otorgando el mismo tratamiento a todas las personas, el mismo nivel de detalle, una clara nitidez y el enfoque siempre en primer plano, expresando que todas esas vidas actúan desde la misma condición de realidad, sin importar su nivel de liderazgo, fama o poder. Así, es posible ver este pasaje de la historia como un macro evento, pero al mismo tiempo percibir a todas las partículas que lo componen, co-creando un trozo de su historia. En Óxido, la estrategia de composición macroescenográfica de la intimidad, nos sitúa en los hogares, los talleres, las maestranzas, las fábricas, las calles y las plazas de un cuerpo de obra llamado Chile.

Luis Reyes, María Angélica Castillo, Juan Painenao, Boris Calderón, Ricardo Palma, y otros nombres entrelazados con los de Carlos Pezoa Véliz o Roque Dalton, establecen una idea de la importancia que tienen en este libro los nombres de cada obrero, de cada revolucionario; los que funcionan como pequeñas consignas que reclaman la devolución de espacios usurpados, en el territorio, en la fuerza laboral, en la mutilación de los cuerpos. Muchos de sus poemas funcionan como retratos, en los cuales las personas son indivisibles de sus trabajos, de los materiales que conocen como a sus propios huesos, así como de su lugar dentro de la coreografía de la muchedumbre. “Subsistir es la consigna”, como menciona Marcelo Arce. Una seña levantada a diario con materiales blandos, como sábanas colgadas en los conventillos y con materiales pesados, como clavos gigantes o vías de acero. Que se hincha con la levadura del gremio de los panaderos, y es pisoteada por bototos, apuntada por fusiles.

En un alcance de nombres, no tan casual quizás debido a su sencillez, una de las personas retratadas en estos poemas se llama Luis Parra, al igual que mi abuelo paterno. En los tiempos de la UP, mi abuelo Luis era presidente de los trabajadores de la feria Pinto y organizó la visita de Allende a este recinto. Él estuvo ligado a la vida política y a distintos oficios, los que siento practicaba, más que como estrategia de sobrevivencia, de una manera filosófica. Además de feriante, Luis era ferroviario y zapatero. También fue músico, y con las mismas herramientas con las que hacía los zapatos construyó un violín, un banjo de cartón. Llegó a tener una pequeña industria de zapatería que terminó con el golpe de estado y la extinción de la independencia laboral. “Óxido” me recuerda en particular, un retrato en el que mi abuelo posa junto a sus indumentarias de trabajo, mirando hacia el cielo, firmemente de pie, con cierta pose pintoresca, que asocio mucho a la estética de un momento social en el que el futuro tenía cara de progreso y la preparación para una fotografía era ardua, ya que la escasez de instancias para fotografiarse no permitía espacio para la casualidad, para lo coloquial. Fotografiarse era un momento definitorio, una declaración de principios, la definición de una identidad solidificada en un manto de polvo de plata, muy distante a la noción que actualmente tenemos de la identidad, como una esencia que se desplaza y muta a lo largo de la vida.

Observando esta coreografía de acciones detenidas, en mi mente de ciudadana de los nuevos locos años veinte, y habiendo pasado del cordón industrial de la generación de mi abuelo, a un cordón sanitario que desarticuló tantos espacios en los que, sin percatarnos demasiado, hacíamos igualmente comunidad, pienso ahora, leyendo estos poemas, que todas las acciones con las que producimos algo, son maneras de dar forma a las ideas; cociéndolas como zapatos, probándolas como el encendido y apagado de un interruptor, fumándolas, embotellándolas, sintonizándolas en cada jornada que anuncia la radio Cronos. De ser así, quien fusila o tortura, está mutilando a la vez sus propias ideas, con una violencia que ni siquiera su cuerpo es capaz de tolerar.

El realismo de estas escrituras, claro, directo y de una calidez sonora que maneja con amorosa destreza, tanto el léxico del mundo industrial, como las materialidades de la población y de la clase obrera, pareciera, a final de cuentas, conformar algo abstracto; una suerte de símbolo, extraído desde una rigurosa y sensible investigación. Lo real es profundamente simbólico. Un día pasando a través de la ventana puede arrojar la definición diaria de una idea del ser; el moldeado mutuo entre los productos y quienes los fabrican, puede conformar a la vez un cuerpo de obra o un país entero pasando por la fábrica del tiempo.

Presentación de: Marcela Parra, artista, investigadora y docente.

Fotografía de portada: Úrsula Medalla.

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