Sonríe: Te estamos grabando

La proliferación de cámaras de vigilancia en las ciudades es un fenómeno que nos afecta a todos

Por seba

14/09/2009

Publicado en

Medios / Portada

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La proliferación de cámaras de vigilancia en las ciudades es un fenómeno que nos afecta a todos. Más allá del recurrido ‘combate a la delincuencia’, asistimos a un espectáculo del asedio que pautea nuestros gestos.

“Es un lugar muy bonito”- comenta la relacionadora pública de Metro, poco antes de entrar al Centro Integrado de Control del ferrocarril subterráneo, ubicado en un amplio salón de los pisos superiores del edificio institucional. Seis operadores fisgonean las más de 400 cámaras distribuidas en las 101 estaciones.
A uno de los operadores le da por seguir a un chico de polera azul que entra en  Baquedano. Cuando el chico sale del ángulo abarcado por esa cámara, el operador recurre a otra sobre la escalera mecánica que lo sigue, otra en el andén y otra y otra para ver todo su trayecto. El chico jamás supo que alguien lo miraba.
Otra pantalla acusa a un vendedor ambulante en la entrada de la estación Universidad de Chile. El operador medita un rato, se rasca la barba y llama al guardia de la estación para que lo corra. Para este gran ojo un tipo que habla por celular despierta sospechas “porque camina muy lento”, otro tiene la pinta de ambulante y otro en el andén tiene un papel en la mano. “¿Quieres leer?”, pregunta el operador, y hace zoom y zooooom, hasta distinguir claramente lo que dice el papel. Se trata de un certificado de defunción.
En el metro, en los supermercados, en los mall y en las calles han proliferado las cámaras de seguridad con el argumento del ‘combate a la delincuencia’. No hay estadística que de cuenta de todas las cámaras que vigilan la ciudad, aunque recientemente Carabineros inauguró la nueva sala de contingencia que accede a 877 cámaras de seguridad repartidas por el país. Algunas incluso están en la laguna Sausalito o en el parque de la Quinta Vergara, Viña del Mar.
La ubicuidad de tales cámaras ya hizo que hace rato nos acostumbráramos a ser vigilados. Claudio Ibarra y César Pérez, del Grupo de Investigación en Educación y Poder-GIEP, llaman a esta situación el espectáculo del asedio. “Es habitual encontrarnos con  cámaras de vigilancia que disponen nuestro actuar bajo una puesta en escena, una especie de teatro en donde nosotros participamos como actores acosados de este entramado seguritario”, sostienen.
SOCIEDAD DE VIGILANCIA
En el siglo XVII, el filósofo utilitarista Jeremy Bentham propuso su modelo de panóptico, que es un diseño arquitectónico y filosófico a la vez. Se trata de una torre rodeada de prisiones y que tiene una pequeña abertura que permite a quien esté adentro observar a los recluidos sin que estos se enteren. Al sentirse vigilados en todo momento, los interdictos internalizan un comportamiento ajustado a las normas dictadas. La idea fue toda una revolución para la economía de la vigilancia.
El ideal panóptico ya en nuestro siglo se valdría de las tecnologías audiovisuales para aplicar dicha economía al conjunto social, configurando una red de vigilancia que combina todo tipo de sistemas de registro.
Los satélites hacen un barrido desde el espacio de todo el globo; el sistema Echelon, de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, mantiene un motor que espía las llamadas telefónicas y correos electrónicos alrededor del mundo; regalando ofertas farmacias y supermercados han reunido una base de datos con el RUT de sus clientes, lo que les permite analizar sus patrones de consumo; en Reino Unido una persona puede ser grabada 300 veces al día por las 4 millones de cámaras instaladas; en el metro de Londres se instaló la tecnología ‘Cromática’, que permite detectar automáticamente patrones de comportamiento de personas que intentan suicidarse; o las nuevas cámaras Gigapan (de ultra resolución) permiten, con una sola foto, el fichaje biométrico -estudio que mide fenómenos o procesos biológicos- de todas las personas presentes en un estadio o en un acto político.
La distopía de George Orwell en 1984, que apuntaba a graficar los excesos de la sociedad estalinista, fue posible en la ‘sociedad de libre mercado’.
LA GESTUALIDAD PERMITIDA
Los noticiarios de TV, por ejemplo, constantemente acusan el éxito de las cámaras puestas en los espacios públicos en la disminución de los delitos. Contacto, por estos días, hizo un reportaje entero de ‘periodismo de investigación’ con base en cámaras de vigilancia de las calles, autopistas y centros comerciales, rasgando vestiduras por comportamientos como parar el auto para rescatar un perro en medio de una carretera, unos chicos fumando cannabis en una esquina o la adquisición de remedios sin receta.
Así, la inseguridad se comprende como cualquier tipo de desviación. En el régimen panóptico, la vigilancia la reproducimos cada cual al pasar ante una cámara que nos otea desde las alturas: Ni sueñes con el anonimato.
Pérez acusa que los espacios “se encuentran monitoreados, cuestión que media la gestualidad poniéndola bajo vigilancia, codificándola, confiscándola. Es una gestualidad en ‘búsqueda y captura’, susceptible de ser sancionada, normada y castigada”. Ibarra agrega  que “el espectáculo del asedio concibe cada espacio de acuerdo a una función determinada: las calles deben asegurar el tránsito de las mercancías y de las personas; las fábricas la producción. Así, terminamos adaptando nuestra gestualidad a la función de cada espacio”.
Claro que el registro producido no es accesible a cualquiera y menos hay un control sobre el que vigila y el uso que hace del material registrado. Corremos el riesgo de pasar de objeto de vigilancia a material de espectáculo. Tampoco se permite la posibilidad del autoregistro en algunos espacios, como el caso de mall y supermercados. El Ciudadano intentó registrar fotos al interior del supermercado Hiperúnico de Valdivia y fuimos acosados por guardias y funcionarios con la orden expresa de que no se permite tomar fotos en dicho recinto.

¿NO ESTÁS EN FACEBOOK?
Jennifer Ringley decidió en 1997 instalar una webcam en su dormitorio y creó así el personaje JenniCam. Desde esa fecha y hasta el 2003 se pudo acceder a su cotidianeidad familiar a cualquier hora pagando una suscripción de 15 dólares al año. La idea fue copiada por muchos jóvenes y tuvo su expresión mediática en los reality shows. Y es que las tecnologías de registro han invadido nuestra vida haciendo cotidiano el uso de webcams, celulares con cámaras y plataformas de redes sociales como Facebook.
El panóptico tiene su correlato en millones de usuarios dispersos por el mundo. Del control pasamos al exhibicionismo, constituyéndose las cámaras como tecnologías de producción de subjetividad.
Ibarra comenta que estas tecnologías se montan a partir de una doble ilusión. “Por una parte la coincidencia del visor de la cámara con el ojo nos entrega la ilusión de que lo capturado es real, tanto o más que aquello que el ojo desnudo puede ver -sostiene -. Es un momento de desantropologización de la mirada. Además, la gestualidad ahora es mediada por el aparato, siendo un modo de producción de lo real que permitiría taxonomizar –clasificar- los gestos, poses, caracteres, actitudes, e incluso personalidades”.
Esta nueva experiencia humana llega a su paroxismo con Facebook, red social muy promovida en Chile por los medios masivos. El sitio recibe un promedio de 250 mil nuevos miembros cada día, teniendo 60 millones de usuarios activos en el mundo, los que publican en promedio 14 millones de fotografías al día.
La red social fue muy pronto aprovechada por la patronal. Un psicólogo laboral de una compañía de head hunting criolla que prefiere omitir su nombre comenta que “desde que se inició Facebook a la hora de seleccionar personal las empresas revisan las ‘redes sociales’ de los candidatos. Así se verifican las redes de clase que frecuenta, sus vínculos con ‘la gente bien’ y en qué campañas se involucran”.
UN SUEÑO IMPOSIBLE
Pese a lo delirante que resulta constatar la expansión de las redes de vigilancia, la sola evidencia de que es imposible que haya un ojo detrás de cada cámara de vigilancia da cuenta de sus límites. Todos los santiaguinos saben que las cámaras instaladas en los buses del Transantiago están de adorno y los mecheros de supermercados saben mapear muy bien los puntos ciegos de las cámaras instaladas.
En Estados Unidos, los programas de reconocimiento de rostro tienen vueltos locos a sus operadores, ya que generan mil falsas alarmas por cada terrorista que detectan.
Pero lo más importante es la comprensión de los excesos que conlleva esta sociedad hipervigilada y exigir mecanismos de control. Jorge Contesse, abogado del Programa de Derechos Humanos de la Universidad Diego Portales, comenta que “el derecho a la privacidad, contrario a lo que podría pensarse, no está circunscrito al ámbito íntimo, donde los demás no tienen libre acceso. Es posible ejercer el derecho a la privacidad también en lugares públicos, en donde ocurre que las cámaras de seguridad ciertamente lo lesionan. Por ello debe determinarse caso a caso qué debe prevalecer: si el combate contra la delincuencia por medio de cámaras o el derecho de las personas a decidir quiénes las ven”.
Respecto de la visibilización dada a personas en los reality policiales emitidos por televisión, Contesse sostiene que si bien “depende de la situación en particular, puede haber una afectación al derecho a la vida privada. Ahora, si se trata de una persecución penal, pueden existir razones que la justifiquen, pero ello no es claro cuando se trata simplemente de emisiones de televisión que buscan causar sensación. Es difícil sostener el principio de la presunción de inocencia cuando alguien es expuesto en público de esa manera”.
Contesse propone resolver el tema partiendo del consentimiento libre e informado de las personas: “Cuando falta consentimiento, y algún medio utiliza imágenes de una persona, entonces hay una vulneración”.
Así las cosas, es tiempo de sacarle la lengua a las cámaras, para entretener un rato al que nos está fisgoneando, ponerte una máscara o levantar el dedo índice (aún no es delito). Algo es algo, mientras no nos atrevamos a presionar un Off.

por Mauricio Becerra

El Ciudadano

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