Violencia y medios

El profesor John Keane, a propósito de una reflexión sobre la violencia, nos dice que “en todas las formas conocidas de sociedad civil existen fuentes endógenas de incivilidad”[1], en el sentido que en toda sociedad se generan niveles de violencia (“incivilidad”) que son parte de ella misma y no un extracto marginal, un resabio casi, […]

Por kaceze

06/01/2009

Publicado en

Ciudadanos al Poder / Medios

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El profesor John Keane, a propósito de una reflexión sobre la violencia, nos dice que “en todas las formas conocidas de sociedad civil existen fuentes endógenas de incivilidad”[1], en el sentido que en toda sociedad se generan niveles de violencia (“incivilidad”) que son parte de ella misma y no un extracto marginal, un resabio casi, de los elementos que no han evolucionado en ella.

A juicio de este autor, “sociedad civil (…) no es necesariamente sinónimo de tendencia a la ‘paz perpetua’”[2] y ella, al acumular la violencia, explota: “el entramado de instituciones sociales que forman el Estado, en donde no se trata ya de tendencias sino de auténtico predominio de formas inciviles de interacción, puede pasar de una brutalidad cotidiana teñida de amenazas veladas de agresión física a una violencia sistemáticamente organizada. La civilización se esfuma y, en su lugar, aparece el campo de batalla, donde los fuertes –gracias a la supervivencia de ciertas libertades civiles- se permiten el lujo de someter a los débiles”[3].

Del término “violencia”, este autor prefiere la aplicación de la antigua definición referida a la fuerza física contra una persona[4], destacando que “el carácter no consentido de la violencia supone hacer hincapié en su condición de forma extrema de impedimento de la libertad del sujeto para actuar en el mundo y sobre el mundo”[5].

Por supuesto que el antagónico de la violencia es precisamente la no violencia, su negación, y no la paz como se podría pensar. En este sentido, la no violencia es una herramienta de resolución de conflictos y aquí sí conflicto se considera como el contario de la paz.

Esta simple nomenclatura, en concordancia con lo planteado por Keane, evidentemente sólo es posible en la convivencia social. O mejor dicho, es la propia convivencia la que genera la violencia, de la cual deriva el conflicto.

Monseñor Carlos Camus sostuvo en algún momento que “Si se quiere excluir a alguien se está obligando a buscar caminos de violencia”[6], es decir, a lo dicho anteriormente hay que sumar como motivación de la violencia la exclusión.

Al respecto cabe señalar que podemos encontrar una connotación distinta de la violencia respecto de quien la desarrolla: desde la perspectiva de quien ostenta el poder –acepción utilizada en su sentido obvio y natural-, o de quien se ve afectado por el abuso de ostentación del mismo. En este punto no desarrollaremos la complejidad de la teoría del poder pues nos interesa centrarnos en el aspecto de la violencia, y para esto basta entender sólo la arista del poder desde su abuso en términos de más o menos favorecidos en la mirada de quien excluye y de quien es excluido. Por tanto no hablamos de un grupo de poder en específico, pues quien excluye puede ser cualquiera de nosotros.

Complementando lo dicho por Keane, el doctor en historia Fernando Aliaga destaca: “Nuestra sociedad es violenta y la forma común de resolver sus conflictos a todo nivel es la confrontación y la eliminación del opuesto, esto es, dentro de una cultura de guerra”[7]. Es decir, no sólo somos sociedades violentas en sí mismas, sino además nuestra forma de enfrentar el conflicto que deriva de la violencia es –y afírmense con esto- ¡con violencia!

Pese a la exclamación –por el asombro del absurdo más que por otra cosa- evidentemente esto no es una situación nueva. Y tanto así que nuestros mediadores, los medios de comunicación social –léase aquellos de reinterpretación a través de la figura del periodista- han contribuido a esta devuelta de la violencia en la violencia más que nada como un reflejo de nuestras relaciones humanas y no tanto por el deseo de hacerlo así.

DE LOS MEDIOS Y LA VIOLENCIA

Tal como lo manifiesta el comunicador social Iván Bonilla, “En el escenario de los procesos culturales, comunicar tiene que ver con la manera de percibir e interpretar la realidad, de darle significado a la existencia y con ella, a los medios y lo que éstos producen”[8]. Para el autor, lo central en el análisis de la violencia y los medios de comunicación “no radica en la cacería de unos efectos, sino en las mediaciones culturales que se activan en el proceso de comunicación”[9]. Por tanto, la mediación no es persuasión, sino reconocimiento cultural[10].

Si interpretamos esta mediación a la luz de los acontecimientos casi cotidianos de crónica roja, podemos decir que los medios poco han colaborado en este sentido al reconocimiento cultural, sobre todo en lo que refiere a la problemática social de las llamadas subculturas, que por supuesto es un término más amplio de aquel que habla de las tribus urbanas.

Especialmente en el tema que hoy nos toca, niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad, el trato desde los medios de las situaciones violentas que se generan en este grupo por supuesto no hacen consideración al reconocimiento cultural de ellos –entiéndase con todo lo que implica, es decir, maltrato, agresiones de todo tipo y, por qué no decirlo, una escala de valores morales radicalmente distinta a la que poseemos quienes no nos hallamos en la misma situación, lo que desde luego incluye también a periodistas- sino se les ve sólo desde la lupa de la amenaza a la sociedad.

Y claro, presentar a un chiquillo en rehabilitación por drogas, cuyo vocabulario no es el más fino y que tiene una crisis violenta no sólo a causa de la abstinencia sino de toda una historia de vida y de un sistema propio de valores, crisis que finalmente termina con un carabinero herido, con un inmueble dañado y con vecinos asustados por la situación pues no es fácil si se intenta hacer desde la violencia que ha generado violencia en el chiquillo y no desde la violencia que ha protagonizado.

La única forma de cambiar las miradas en este sentido es con una profundización de los aspectos disímiles que encierran los muy personales y diversos sistemas valóricos. No se trata de encontrar una “justificación”, sino una razón.

Como ejemplo, lo ocurrido el año pasado en una comunidad terapéutica residencial: tres jóvenes en proceso de rehabilitación se vuelven violentos. Los profesionales del recinto, dentro de las medidas de contención que adoptan, ante la agresividad cada vez más en aumento de los jóvenes, deciden llamar a carabineros. Al llegar los uniformados, la presencia de éstos altera aún más a los jóvenes, quienes se agolpan en el techo de la casa que sirve de residencia y comienzan a lanzar piedras y sillas a carabineros. Todo termina con un carabinero lesionado –claro, no de gravedad- y con el cierre definitivo del recinto ¿Qué sucedió?

Al sobresalto de los vecinos –natural por lo demás-, se suma el hecho de que la prensa y televisión local comienzan titulando esta información con MOTÍN, palabra de por sí con una connotación negativa y utilizada frecuentemente al referirse a los temas penitenciarios.

Por otro lado, entre todas las entrevistas realizadas no aparece ninguna versión de los participantes más directos. Difícilmente podría entrevistarse a los jóvenes que protagonizaron este suceso, pero ¿Y las personas que los tenían a cargo? A esto hay que agregar que casi no aparecen declaraciones de carabineros del sector, con quienes los profesionales de la comunidad mantenían buenas relaciones y quienes estaban al tanto de la importancia y, sobre todo, del por qué era necesario un trabajo de contención, amen de ser en este caso los afectados directos de las agresiones.

Pero por sobre todo no hubo una reflexión por parte de los medios que pudiera vislumbrar que, de la perspectiva de la salud social, era más beneficioso mantener el tratamiento a tres jóvenes, con mayores posibilidades de reinserción, que cerrar el centro y terminar abruptamente los procesos de rehabilitación.

Con esta reflexión no se busca victimizar o culpar a agresores o agredidos; más bien esperamos que ella sirva para tomar decisiones más responsables en torno al rol de mediador que adopta finalmente el periodista, independiente de la obligación de seguir las líneas editoriales que legítimamente adoptan los medios.

Karen Zelaya Latham.


[1] KEANE, John: Reflexiones sobre la violencia, Madrid, Alianza Editorial, 2000, p. 59.

[2] Ibid, p. 59.

[3] Ibid, p. 59.

[4] Ibid, p. 61.

[5] Ibid, p. 63.

[6] OSORIO, Jorge: No violencia activa: una fuerza civil para el cambio, Santiago, Serpaj Chile, 1987, p. 4.

[7] ALIAGA ROJAS, Fernando: Educación para la Paz, Santiago, Serpaj Chile, 1996, p. 17.

[8] BONILLA VÉLEZ, Iván: Violencia, medios y comunicación: otras pistas en la investigación, México D.F., Editorial Trillas, 1995, p. 69.

[9] Ibid, p. 69.

[10] Ibid, p. 70.

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