“A vivir la ciencia. Las pasiones que despierta el conocimiento” , último libro del informador

La ciencia necesita financiamiento, atención y dirección: Pere Estupinyà

El periodista y divulgador de la ciencia español estrena su nuevo libro “A vivir la ciencia”. Platicamos con él sobre el origen del proyecto, las expectativas desmedidas que tenemos de la ciencia y política científica.

Por Gerardo Sifuentes

Ha salido a la venta el último libro del comunicador de ciencia español Pere Estupinyà. “A vivir la ciencia. Las pasiones que despierta el conocimiento” [Debate, 2021], es una colección de textos de divulgación de lectura ágil y amena a los que ya nos tiene acostumbrados. Los capítulos incluyen temas como genética, ensayos clínicos, dinosaurios, el genoma del mejillón, el misterio del por qué hay personas zurdas, los peligros de la desinformación, exoplanetas, entre otros. Esto fue lo que platicamos con él vía Zoom, horas después que se le administró la primera dosis de la vacuna contra la COVID-19.

El Ciudadano (EC): Este libro tiene su génesis en un programa de radio, lo cual ya lo desmarca de otros libros de ciencia.

EC: ¿Podrías explicar al público latinoamericano la importancia que tiene éste en particular?

Pere Estupinyà (PE): No creo que el programa sea el punto fuerte del libro, pero te explico la realidad de cómo surgió el proyecto. A vivir es el programa líder de la radio española en fin de semana; cada sábado y domingo por las mañanas en la Cadena Ser. Es el segundo o tercer programa más escuchado en toda la radio española, tiene muchos seguidores. El director, Javier del Pino, tomó una decisión muy valiente en 2016, se dijo “quiero hablar de ciencia en serio”. Esto es algo relevante, pues a sabiendas que tiene mucha audiencia decide incluir una sección de 25 minutos cada dos semanas con buenos periodistas científicos para hablar de manera dinámica y en serio sobre el tema. Así fue que lo empezamos a hacer Javier SanPedro y yo. Al poco tiempo la sección empieza a funcionar muy bien y Javier decide hacer la sección de manera semanal. Ahora, desde la semana pasada, hay días que lo hacemos de una hora.

El libro se empezó a planear conscientes de la audiencia del programa y la diversidad de temas que tocábamos. Me hacía mucha ilusión hacer el libro con Javier Sampedro y empezamos este proyecto. Hubo un momento en el que Javier dijo no tener tiempo suficiente y prefirió que yo lo terminara.

El libro queda asociado a la radio, pero de alguna forma yo creo que para el lector esto es indiferente. Es verdad que es la excusa por la que empecé, pero al final es como “El Ladrón de cerebros” [Debate, 2010]. Lo que caracteriza algunos de mis libros es tocar temas diferentes; sé que hay mucha gente que tiene cierto interés por la ciencia, pero no se comprarán un libro entero de genética, neurociencia o el clima, pero sí que les interesan libros que ofrecen unas pinceladas de varios temas, contados con historias y que combinan un poco la curiosidad con la relevancia. Esta clase de libros me gustan porque hay gente que los busca, creo que es gente muy interesante de captar, personas que tienen interés, que buscan un poco de ciencia por ahí, pero todavía no se han hecho ‘fans’ de la ciencia propiamente dicho. Si encuentran este libro que les parece amable lo recomiendan, lo leen, lo comentan. Yo creo que el libro es una especie de menú de aperitivos, de un ‘picoteo’ por diferentes campos de la ciencia narrados de una manera emotiva.

EC: Hay un capítulo revelador, donde hablas del ciclo de sobreexpectación tecnológica. Te sinceras mucho, llegas a admitir como un error haber contribuido a esto.

PE: En el ámbito de la tecnología está muy bien documentado que hay momentos donde se dicen exageraciones (en la ciencia ocurre también, pero en la tecnología más), para buscar financiamiento de proyectos. Se tienen que prometer cosas con plazos poco realistas. Esto lo hacen seguido con distintos proyectos y es un poco una trampa.

Cuando en finales de los 90 se hablaba de nanotecnología, todo parecía que se iba a transformar la sociedad en cuestión de una década; las células madre en su momento también generaron expectativa; lo mismo ocurre con gente que habla de anti envejecimiento o la singularidad tecnológica. Los que nos dedicamos a la divulgación científica a veces nos dejamos llevar por esta pasión, esta emoción, estos sueños y los transmitimos tal y como ellos quieren que se transmitan y contribuimos con ello a incrementar este hype. Este no es en principio impulsado por los periodistas o la divulgación; sino por los propios intereses de los científicos o las compañías.

Creo que cuando somos más estrictos, cuando hablamos de un periodismo de ciencia más riguroso, debemos equilibrar un poco estas expectativas y transmitir una visión real del estado en el que están los proyectos; hay que darnos cuenta que no todo avanza tan rápido; hay grandes limitaciones, darle una visión más aterrizada, social, de los  alcances de la ciencia.

Soy consciente que en los otros capítulos del libro, cuando se habla de la esperanza en la ciencia como fuente de conocimiento, que te permite afrontar grandes problemas globales, yo mismo quizá esté añadiendo una dosis extra de confianza en el quehacer científico.

EC: Escribes que a menudo hay temas de la ciencia que solo a tI te parecen interesantes, aunque no necesariamente para otros. Te preguntas incluso “¿Para qué queremos clonar mamuts?”, considerando si de verdad es relevante invertir en proyectos de este tipo.

PE: Los incentivos de los científicos no tienen porqué coincidir con los incentivos de la sociedad. Un científico puede considerar académicamente interesante un problema, y seguro que lo puede ser desde esa perspectiva, ¿pero quién lo financia? Pues todos nosotros, con nuestros impuestos.

Si el científico quiere más dinero pues tiene que justificarlo no solo desde la perspectiva académica, sino de la auténtica relevancia de su trabajo; es decir, a todos nos tiene que convencer de que le demos más dinero de nuestros impuestos. Hay una parte de decir, bueno, si investigas en lo que me interesa a mí o lo que mejora directamente la sociedad. Esto no es dejar la ciencias básicas a un lado, sino encontrar un equilibrio un poco mayor del que a veces los científicos son muy academicistas. Si son interesantes los proyectos, pero a veces hay que priorizar.

EC: Estamos en un mundo donde ya se reconoce la importancia de la ciencia en las redacciones de los medios. ¿En qué lugar cayó la divulgación de la ciencia tras la pandemia en España?

PE: El virus ha sorprendido a todos, no solo al público sino también a los investigadores, a la propia ciencia. Este último año que hemos vivido nos ha dado mucho para reflexionar sobre el papel de la misma. Sin duda hay un cambio tras la pandemia; aunque es cierto que desde antes hubo una progresión positiva en la aceptación de la misma como parte de la cultura.

Hace mucho tiempo hubo intelectuales famosos que decían “yo de ciencia no se nada” como si la despreciaran, pero ahora esto es impensable. La ciencia está generando un conocimiento que si no lo incorporas a tu manera de pensar te quedas desfasado, no puedes llamarte intelectual, sin saber lo que está ocurriendo en el mundo de la ciencia. Desde el inicio de la pandemia han habido muchas reacciones para valorar positivamente el quehacer científico.

PE: La ciencia está subutilizada para tomar decisiones políticas. No utilizar el conocimiento que se genera en universidades o institutos de investigación para mejorar las cosas es lamentable.

La pandemia y otros fenómenos nos recuerdan que la ciencia necesita básicamente tres cosas: financiamiento, atención y dirección. La financiación es obvio, tenemos que apostar más al conocimiento generado por la ciencia. La atención es importante; como ciudadanos, empresas o gobierno tenemos que escucharla para tomar decisiones inspiradas en ella. La dirección es un tema controvertido y a diferencia de las dos anteriores no le gusta tanto a los científicos; en un mundo ideal tendríamos que dar un paso más adelante; ya no es solo que el político haga caso a los científicos, sino que el político vaya detrás del científico y le diga lo que tiene que hacer; que el gobernante, empresa o sociedad pidan a la ciencia que vaya en cierta dirección. “Oye, aquí tenemos este problema, ayúdanos a solucionarlo.”

Ya no es simplemente que el científico pida dinero para sus proyectos. Pensando en el alcalde de un pueblo, éste puede acudir al científico y plantear: “he oído del cambio climático, explícame cómo afectará a  la ciudad, qué tendríamos que hacer para prepararnos…tenemos aguacates, cómo podemos hacerlos más productivos…” . Creo que es fundamental pensar desde esa perspectiva.

Lo ideal es que una parte de la ciencia se dirija a solucionar retos locales, globales o empresariales, que no estén tan en manos de los científicos. Sin embargo, a los científicos se les ha tratado tan mal que no les podemos pedir cosas. Sería injusto decirles “te financiamos fatal y encima te exigimos”.

Por eso digo que primero hay que otorgar una buena financiación y después darles dirección. Te pongo mucho dinero y te digo lo que tienes que hacer. Si les tratamos bien podemos esperar muchas cosas positivas.

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