Opinión

Nadie ve lo que no quiere ver

El golpe de Estado en Chile en contra del presidente socialista Salvador Allende Gossens, y su gobierno de Unidad Popular, tuvo impactos sociales de fondo en América Latina

Por El Ciudadano México

20/09/2021

Publicado en

Columnas / México / Puebla

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Por Enrique Condés Lara

Hace 48 años, el 11 de septiembre de 1973, tuvo lugar un cruento golpe de Estado en Chile en contra del presidente socialista Salvador Allende Gossens y su gobierno de Unidad Popular. El hecho trajo consigo trágicas repercusiones en la vida de aquel país, que padeció por cerca de dos décadas una cruel dictadura militar y que apenas ahora, está recuperando y construyendo a la vez, una institucionalidad plenamente democrática.

En América Latina tuvo efectos no menos graves. Puso en bancarrota un camino legal, democrático y pacífico para arribar al poder y realizar cambios sociales de fondo.

En efecto, Salvador Allende respaldado por los partidos Socialista, Comunista, Radical, Movimiento de Acción Popular Unificada y Movimiento de Acción Popular Independiente, ganó las elecciones presidenciales en septiembre de 1970 y asumió la jefatura del estado chileno acatando las normas constitucionales y respetando los procedimientos legales. Estaba demostrando con ello la vigencia de lo que se llamó “la vía democrática al socialismo”. Enormes expectativas brotaron en el subcontinente ante la posibilidad de transformar las cosas sin revolución armada de por medio, sin guerra civil, sin dictadura revolucionaria posterior, etc. El golpe militar las echó abajo de un plumazo (¿plomazo?).

Para muchos jóvenes que se integraron casi de inmediato a los grupos guerrilleros, la asonada demostró “la imposibilidad del camino democrático burgués” y del “reformismo” y confirmó la vigencia de los postulados guevaristas preconizados por los cubanos. Alimentadas por la cerrazón dictatorial de los gobiernos de América del sur y de Centroamérica, y por estrategias de lucha armada enarboladas por docenas de agrupamientos de izquierda tras el golpe pinochetista, no pocos países de la región vivieron los años siguientes páginas sangrientas y trágicas. Hubo quienes, también desde la izquierda, llegaron a otras conclusiones. Fueron los integrantes del joven Movimiento al Socialismo (MAS) venezolano y, destacadamente, los comunistas italianos. Concluyeron que Allende había ido demasiado rápido y que era necesario ir más despacio en los cambios porque no podía gobernarse con tan sólo 36% de la votación con que ganó las elecciones presidenciales. El MAS diseñó una estrategia ceñida estrictamente a los marcos legales, democrática, pacífica, gradual; los italianos por su parte formularon la iniciativa de compromiso histórico con su gran rival, el Partido Demócrata Cristiano.

Sin embargo, ni los revolucionarios radicales, ni los partidarios de la necesidad de ir con más calma, atendieron en su justo valor un elemento muy importante, quizá crucial, a la hora de analizar la catástrofe chilena y de aprender de ella. En el cuadro de la guerra fría, luego de la revolución cubana, los Estados Unidos no estaban dispuestos a permitir la existencia de un gobierno socialista y marxista a sus espaldas o en su patio trasero, así llegara al poder por medios democráticos y legales y contara con 36%, 50% o 60% de los sufragios, así se comprometiera a respetar las libertades públicas y las garantías constitucionales, a la oposición, la división de poderes, etc., así se mostrara dispuesto a dejar el gobierno en caso de perder los comicios siguientes. Los EEUU harían todo lo posible por desestabilizar y derrocar tal gobierno, como lo hizo la Unión Soviética en el otro lado de la cortina de hierro con la intervención militar del Pacto de Varsovia en 1968 en contra del “socialismo con rostro humano” en Checoslovaquia y el golpe militar en Polonia en 1981 para detener al sindicato Solidaridad.

En las circunstancias de la América Latina de entonces, toda estrategia de cambio debía partir y considerar en todo momento dicha situación. No obstante, no pocos dirigentes, organizaciones, partidos y publicaciones políticas se mantuvieron aferrados a sus convicciones, sin voltear la cara para ver a los lados, sin dudar un instante de sus verdades, sin flexibilizar o reconsiderar sus posiciones. Fue el caso de Salvador Allende y sus compañeros, quienes fueron informados a tiempo de que se fraguaba un golpe de Estado en su contra. Marcus Wolf, jefe de la STASI de la difunta República Democrática Alemana reveló (El Hombre sin Rostro, 1997) que “mi servicio había advertido a Allende y a Luis Corvalán, jefe del Partido Comunista, que era inminente un golpe militar; pero ellos ignoraron el aviso porque creían que las fuerzas armadas de Chile estaban tan apegadas a la tradición del control civil que no deseaban mezclarse en política. Nuestra advertencia se basaba en la información proveniente de la inteligencia alemana occidental, que estaba muy representada en Chile, y conocía bien las intenciones de los insurgentes y de la CIA”.

La inflexibilidad era parte del clima de la guerra fría en el terreno cultural y de las ideas. Dudar era ceder ante el enemigo, recapacitar paso previo a la defección, reconocer un error manifestación de debilidad o de franca incapacidad. No se podía ver u oír lo que no se quería creer. En ocasiones, el engaño es posible gracias al autoengaño.

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