Cierre de las piscinas por la pandemia representa un drama para los islandeses

La pequeña isla del Atlántico Norte cuenta con una piscina por cada 2.700 habitantes, una de las tasas más altas del mundo

Por Félix Eduardo Gutiérrez

08/05/2020

Publicado en

Mundo / Salud

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A principios del siglo XX, agobiada por un aumento vertiginoso en los precios del carbón y el petróleo, Islandia comenzó su transición energética por necesidad.

Durante este mismo período, la isla subártica transformó su economía basada en la agricultura y apostó por la pesca.

«Nadie sabía nadar, por lo que hubo muchos ahogados», señaló Valdimar Hafstein, profesor de etnología en la Universidad de Islandia en Reikiavik.

“Por esa razón, en 1940 el gobierno hizo que la natación fuera obligatoria en las escuelas y se lanzó un plan de construcción de piscinas que abarcó incluso a las aldeas más pequeñas”, explicó Hafstein a la AFP.

Los islandeses sufren por el cierre de las piscinas - RFI
El cierre de las piscinas debido al coronavirus representa un drama para los islandeses, fanáticos de natación, que se ven privados de su ejercicio favorito y de un lugar de relación social. Foto: RFI.

Ahora la natación está profundamente arraigada en la cultura islandesa y el país cuenta con una piscina por cada 2.700 habitantes, una de las tasas más altas del mundo.

A partir de los seis años, en el marco escolar, los niños practican natación varias veces a la semana, haciendo de ese deporte una rutina cotidiana.

De esta manera la piscina se instaló en el corazón de la vida islandesa, al igual que la sauna en Finlandia o el pub en Inglaterra.

Es por ello que el cierre de las piscinas debido al coronavirus representa un drama para los islandeses, fanáticos de la natación, que se ven privados de su ejercicio favorito y de un lugar de relación social.

Ni siquiera las heladas de invierno impiden a los islandeses nadar al aire libre.

Natación obligatoria

«Hemos comenzado a construir piscinas para la higiene personal, la actividad física y la supervivencia», explicó Valdimar Hafstein.

Las 134 piscinas municipales y otras piscinas de agua caliente, incluida la emblemática Laguna Azul, particularmente popular entre los turistas extranjeros, son un lugar de ejercicio, pero también forman un ágora, un espacio público de encuentro y vida social.

La gente viene «a reunirse, conversar y simplemente relajarse después de un duro día de trabajo», dijo Hulda Bjarkar, quien generalmente ofrece lecciones de natación en Laugardalslaug, la piscina más grande Islandia.

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Este gigantesco complejo, que recibía 1.800 visitantes diarios, ubicado en el corazón de la capital, Reikiavik, cerró, como todos los demás, el 24 de marzo, acatando las medidas tomadas por el gobierno para combatir la propagación de la COVID-19.

El agua sigue meciéndose en las grandes piscinas, pero los cuatro baños calientes (con temperaturas de 40 a 44°C), ahora vacíos, ya no dan la bienvenida a los conversadores que llegan para intercambiar los últimos acontecimientos.

«Para mí, es muy, muy difícil porque es nuestra forma de vida», admitió Robert Spanó, que llegó desde Italia hace medio siglo por el amor de una mujer islandesa y que también se enamoró de las piscinas.

Este empresario jubilado de 80 años, traspuso a la capital islandesa el proverbio «en Roma, como los romanos».

Por eso, viene a nadar todos los días con su esposa y se encuentra con sus amigos en el jacuzzi para conversar.

Política, deporte y clima, nada escapa a sus conversaciones que a veces duran hasta una hora, algo que no pudieron trasladar a otra parte debido a las medidas de distanciamiento social.

Más que el vínculo social, «es especialmente el contacto con el agua lo que más extraño», señaló, por su lado, Kristinn Thórarinsson, de 23 años, una gran esperanza de la natación islandesa que entrena normalmente dos veces al día.

En la pequeña isla del Atlántico Norte la práctica de baños públicos es reciente, facilitada por la abundancia de agua caliente proveniente de las fuentes geotérmicas.

En 2019, el comité de investigación sobre accidentes de transporte no lamentó ninguna muerte en el mar por tercer año consecutivo, y solo por sexta vez en más de un siglo.

Aunque muy alejada del continente europeo, Islandia se encuentra a 1.472 kilómetros de Noruega, la isla de 364.134 habitantes no se salvó de la pandemia del nuevo coronavirus.

Islandia ha registrado oficialmente 1.799 casos de contaminación, incluidos diez víctimas fatales, desde el comienzo de la pandemia, pero el número de nuevas infecciones diarias ha sido casi cero desde el 23 de abril.

Aunque desde el lunes Islandia comenzó un paulatino desconfinamiento, las piscinas, que generalmente cierran menos de cinco veces al año, permanecerán cerradas hasta el 18 de mayo. A partir de esa fecha, se admitirán solamente 50 personas al mismo tiempo.

Mientras tanto, Spanó se refugia en la cocina: «Paso al menos dos horas al día cocinando porque me encanta comer italiano», dijo.

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