Devastador: Impacto de la pandemia recae en clase trabajadora y pobres de los EE. UU.

Un catedrático de la Universidad de Nueva York asegura que estos sectores son los que tienen el peor acceso a la atención médica en Estados Unidos

Por Félix Eduardo Gutiérrez

08/04/2020

Publicado en

Estados Unidos / Mundo

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El contagio por el Covid-19 indiscutiblemente es universal y no distingue a clases sociales. Pero en su prevención y cura se está demostrado que no es nada igualitario.

Así lo considera Kim Phillips-Fein, historiador de la Universidad de Nueva York, quien expresa que para los trabajadores y más pobres, “su salud, para empezar, es peor y el castigo económico de la distancia social es más profundo”,

Ese castigo, precisa  Phillips-Fein, consiste en la pérdida de los empleos en la escala más básica, la que engloba a los que no pueden trabajar desde casa.

En este contexto, hispanos y, sobre todo, afroamericanos son los principales perjudicados por el cierre masivo de comercios, reseñó el diario español La Vanguardia.

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El mayor foco de fatalidades en la Gran Manzana se registra proporcionalmente en el Bronx, en especial entre bloques de viviendas sociales, donde familias numerosas se amontonan en pequeños apartamentos. A esas viviendas las denominan “factorías del virus”. EFE/EPA/JUSTIN LANE

Agrega el historiador que lo peor de toda esta tragedia mundial que estamos viviendo la padece el ciudadano común: “El impacto más devastador recae en la clase trabajadora y en los pobres, que tienen peor acceso a la atención médica”.

En Chicago, según informaciones locales, el 70% de los muertos por el patógeno son negros. En Michigan la cifra se sitúa en el 40%. Los afroamericanos representan el 26% de la población en Estados Unidos.

El mayor foco de fatalidades en la Gran Manzana se registra proporcionalmente en el Bronx, en especial entre bloques de viviendas sociales, donde familias numerosas se amontonan en pequeños apartamentos. A esas viviendas las denominan “factorías del virus”.

Los ricos a segundas residencias

Los ricos se van de Manhattan –pese a contar menos difuntos que Queens, Brooklyn y Bronx.

Algunos vecinos de los edificios han desaparecido. Han dejado sus apartamentos del Upper West Side de Manhattan y se han mudado a sus segundas residencias.

La ciudad de Nueva York es el epicentro del virus y muchos de sus habitantes se sienten más seguros poniendo distancia.

El sintecho del barrio, sin embargo, sigue ahí. Lleva años y años residiendo en ese mismo lugar, a la intemperie, y parece indestructible. Por su actitud, no muestra más preocupación de la habitual.

Tal vez porque esa regla básica de la distancia social para evitar el contagio la cumple desde hace tiempo a rajatabla y sin pretenderlo: nadie se le acerca. Que lo esquiven es la constante de su existencia diaria.

Justo ahora aparca al oeste de la calle 86, a la puerta de la iglesia, el tráiler del banco de alimentos. Al cabo de un rato montarán un par de carpas y se organizará una larga cola de gente que va a recoger la manutención.

Hay indigentes, sí, pero también familias que han caído aún más en la pobreza por la pérdida de sus ingresos.

El Ayuntamiento ha intervenido. Al cerrarse las escuelas públicas, mantuvo las tres comidas al día a los escolares sin otro recurso para su alimentación. Se abrieron más de 400 puntos de recogida.

Desde el pasado viernes, ese servicio está abierto a todos los neoyorquinos que lo precisen. El programa se expande para ayudar al más de medio millón de personas que ya han perdido su trabajo.

“Estamos viendo que numerosos residentes se han quedado sin dinero y necesitan comer”, recalcó el alcalde Bill de Blasio.

“Mi primera preocupación –añadió el alcalde– es que hay mucha comida en las estanterías y también mucha gente que no se la puede permitir”.

Resulta impresionante la cantidad de colas que se organizan en la ciudad. Las hay de la miseria, en esos puntos oficiales o en iglesias y organizaciones sin ánimo de lucro, pero también las hay de la abundancia ante los supermercados.

En estas segundas se marca claramente la distancia, utilizando señales en la acera, y se facilita el acceso en pequeños grupos y controlados cada diez minutos. Estos clientes suelen salir cargados como si el mundo se acabara mañana.

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