En América el gran muro lo construye desde hace años EEUU en la frontera con México
Los muros que dividen el mundo ¿Fue Berlín un cándido sueño de verano?
Hasta un tiempo, la época en que vivimos estuvo dominada por discursos inclusivos. Los odios habían quedado en el pasado y se alzaban las voces que gritaban «¡Nunca más!». El mundo parecía más pequeño, fruto de la revolución de las comunicaciones, la globalización de los mercados y la relativización de las fronteras entre países. Durante un corto tiempo, los procesos migratorios hacia las naciones ricas del norte eran aceptados de buena gana, tanto por su aporte a la variedad y el diálogo cultural, como por el servicio de mano obra a bajo precio que significaba para le economía. Los muros empezaban a considerarse una reliquia de la barbarie.
Pero la historia no avanza en línea recta. Una sensación de crisis económica constante, la desestabilización de las relaciones de poder entre las grandes potencias y la llegada masiva de migrantes pobres huyendo de la pobreza y los conflictos bélicos, posibilitó la instalación de un bloque de gobiernos conservadores, que al alero de la promesa de restituir el tan añorado orden, borró de un plumazo los pequeños logros de la política de inclusión y cooperación que llevaron adelante algunos gobiernos progresistas. Como si nunca se hubieran ido, la discriminación, el sectarismo y el odio tienen más espacio en la opinión pública.
Fue hace poco más de 29 años cuando se celebró la caída del muro de Berlín en Alemania. Era la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989, cuando los mismos ciudadanos alemanes, eufóricos, hicieron caer a pulso «El Muro».
De un lado estaba la llamada República Democrática Alemana (RDA), que se encontraba bajo el control de la Unión Soviética y del otro lado estaba la la República Federal Alemana (RFA), bajo el control administrativo de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), pero con una profunda influencia económica y política de los Estados Unidos.
La caída del símbolo más poderoso de la guerra fría entre EEUU y la URSS, fue transmitida en vivo por televisión, dejando relatos e imágenes que aún persisten en el inconsciente colectivo de millones de personas alrededor del planeta. Esa poderosa imagen prometía inaugurar una nueva época.
Lo cierto es que los muros sobrevivieron al optimismo. Los muros (reales e imaginarios) no siguieron cayendo. Para justificar estos bloques de contención humana el discurso político se recoge y excluye. Transforma al otro, al migrante, en paria, en un enemigo que pone en riesgo el bienestar relativo del lugar donde llega.
La creación de nuevos muros «oficiales» es pujante y su propagación es evidente. Actualmente la gran mayoría se encuentra en Europa y Asia; y uno de los más grandes en América, el que divide a México con EEUU. Investigadores de la Universidad de Quebec, Canadá, constató 70 fronteras dotadas de infraestructura para neutralizar el flujo de personas.
Trump y su obsesión
Tras las crisis económicas y los conflictos armados que devastaron extensos territorios pobres, muchas naciones del norte comenzaron a desplegar vallas fronterizas para evitar la entrada de personas, en adelante llamadas «ilegales».
Así llegamos al gran muro que separa EEUU de México. Un asunto que para el actual jefe de la Casa Blanca, Donald Trump, es prioritario, pues miles de ciudadanos centroamericanos de distintos países han llegado a las puertas del imperio.
Trump, recientemente advirtió al Gobierno Federal que no tendrá reparo en cerrar parcialmente las funciones Congreso sino le aprueban a la Casa Blanca 5.000 millones de dólares para seguir construyendo el muro en la frontera con México.
Trump quiere montar una obra de dimensiones faraónicas, que no solo sirva como frontera, sino también como un brutal mensaje de exclusión.
Los muros del mundo
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