Por Rodrigo Karmy Bolton
1.- Israel se inventó antes de Israel

Es clave atender al hecho de que Israel copa la imaginación del cristianismo imperial desde los textos calvinistas y evangélicos del siglo XVII hasta Theodor Herzl hacia fines del XIX. Me interesa que, si es cierto que, como decía Freud, un sueño es un “cumplimiento de deseo” diríamos que Israel no es más que eso: un cumplimiento de deseo en el que se juega el dominio imperial de Occidente sobre la tierra. Israel es, por eso, el sueño del imperialismo occidental y, precisamente por eso, el sionismo cristiano que emerge ya en el siglo XVII constituye la condición de posibilidad del sionismo judío de fines del siglo XIX. En este sentido, Israel fue inventado imaginariamente antes que el Estado de Israel. Como tal, “Israel” fue la condensación onírica de la aspiración última del imperialismo occidental: restituir a los judíos a su tierra originaria, en razón de proveer de la conversión completa al cristianismo y así prodigar el triunfo de Cristo sobre toda la Tierra. La tesis teológico-política del triunfo de Cristo sobre la tierra debe traducirse en clave geoeconómica: se trata del triunfo del capital occidental sobre todo el planeta. Así, el sionismo cristiano es el sueño que impulsa al sionismo judío a realizarse en la forma político-estatal, pero sobre todo, la inervación onírica del imperialismo occidental, la materialidad que ensambla su máquina mitológica. De aquí que, en una famosa visita que hiciera Joe Biden a Tel Aviv en 1986, dijera: “Si Israel no existiera, los Estados Unidos tendría que inventarlo”. El punto clave de esta afirmación es que Israel es un sueño que irriga estructuralmente a la imperialidad británica, europea y estadounidense.
2.- El sionismo es un cristianismo protestante
“Cristianismo protestante” significa aquí, una teología dispensionalista que se basa en el paradigma de la “elección”. Mónica Ferrando ha mostrado cómo dicho cristianismo opera según la “teoría de la sustitución” en la que la vieja figura de Israel (aquella perteneciente a la lectura veterotestamentaria) resulta sustituida por la Iglesia, pero después por el “espíritu”, según la lectura paulina que retoma el protestantismo luterano. En este registro, la antigua fórmula del “pueblo elegido” experimenta, con el reformismo protestante, una masificación sobre la cual se fundará la democracia liberal y, en esta vía, el propio sionismo judío, que traducirá su antigua fórmula hebrea en la nueva clave protestante. Con ello, podrá fundar un Estado tan colonial como los Estados protestantes, situando la noción de “elección” como el dispositivo capaz de anudar lo “judío” con lo “cristiano” que da lugar a al imperialismo colectivo constituido por Estados Unidos, Europa e Israel, después de la Segunda Guerra Mundial.
3.- Israel es un Estado cristiano imperial
Según Donald Lewis la idea de «elección» configuró la concepción imperial británica en la forma de la misión histórico-salvífica de corte filo-semítica: dado que Gran Bretaña actúa como la fuerza espiritual “elegida” para proveer el retorno de los judíos a Palestina, el sionismo fue originalmente cristiano protestante. Frente a la Iglesia católica que definía al imperialismo hispano, o a la Revolución francesa que lo hará del imperialismo francés, el británico se anudó en base a la lectura filosemita, en cuanto ella define una “elección” divina de Gran Bretaña para restituir el imperio de Cristo sobre el planeta. Esto explica el vocabulario sionista que escuchamos desde el Estado de Israel: la “nazificación” de árabes y/o palestinos muestra perfectamente bien cómo la empresa sionista en Palestina no es otra cosa que una “cruzada” contra el islam que se singulariza contra “Hamás”. Es clave entender que el cristianismo ofrece a los judíos la máquina de guerra y los judíos a los cristianos la mitología de la revelación originaria. Los dos elementos, anudados en la forma de la “elección”, ensamblan la máquina mitológica orientada a esta última “cruzada”.
4.- La cruzada sionista es la del capital fósil
“La destrucción Palestina es la destrucción de la Tierra” de Andreas Malm, es una pequeña conferencia cuya tesis traza una genealogía de más largo alcance respecto de la colonización de Palestina. Malm pone de relieve que, cuando los primeros buques británicos llegan a las costas de Palestina, alrededor de 1840 lo hacen con una novedad respecto del arsenal bélico y técnico que se tenía hasta ese momento: los barcos ya no funcionan a vela sino a carbón. Así, la colonización de Palestina implicaría: por un lado, la transformación técnica del capitalismo en la medida que puede apuntalarse a partir del capital fósil; en segundo lugar, esa transformación se asienta en Palestina, por lo cual, la destrucción de Palestina será la destrucción de la Tierra en la medida que ello implicará la producción mundial de capital fósil. Lo que Malm no señala es cómo el capital fósil, ateniendo a la premisa de Marx según la cual en el capitalismo “todo lo sólido se desvanece en el aire”, el capital fósil supone una mutación radical en aras a su abstracción: primero carbón, cuyo elemento sella el dominio británico; luego petróleo, que cifra el dominio estadounidense y, finalmente, el gas, que abstrae el capital fósil en la era del capitalismo financiero globalizado. No solo las tres fases no deben ser leídas de manera secuencial sino de forma co-extensiva, sino que tampoco deberían ser vistas a partir de la óptica de la tópica marxista clásica que se resume en: todo es por recursos en la medida que estos son infraestructura. Me gustaría señalar que el capital fósil, en sus tres formas, son modos semiológicos precisos porque precisamente ya están producidos como capital (que ya es un signo). Justamente, a partir del paradigma de la elección, se anuda capital fósil y escatología imperial: la tierra está disponible para “nosotros” los “elegidos” para ser señores de la Tierra que nos ha sido “prometida”. Este último sintagma, común a los Estados Unidos e Israel, muestra que habría que abandonar la “tópica” infra o supra-estructural y centrarnos en la noción de máquina mitológica planteada por Furio Jesi, cuyo funcionamiento resulta ser así: extrae recurso fósil y lo transforma en capital apuntalado en su discurso escatológico, tanto como este último le impulsa a extraer más y más fósiles de esta Tierra que se asume como prometida y por tanto, disponible para su explotación: la infra y la super-estructura coinciden la una con la otra, porque son una y la misma máquina articulada en base a dos polos separados y articulados a la vez.
5.- Explicar la explicación
La tesis de Malm lleva a problematizar la tesis del lobby sionista para no desresponsabilizar a los EEUU y a retomar la idea clásica de que Israel es la punta de lanza del imperialismo estadounidense en Medio Oriente. Tesis importante, pero que contrasta con la de Ilan Pappé o de John Mersheimer, según la cual, la política exterior estadounidense sobre Medio Oriente se explica en virtud de la existencia del lobby sionista. Entonces ¿es EEUU pasivo respecto del lobby israelí o es Israel pasivo respecto de los intereses estadounidenses en Medio Oriente? Me parece una discusión importante. Mi posición propone una vía media que debe ser entendida a la luz de lo que he señalado: si el sionismo es una máquina que articula no solo a Israel sino al imperialismo occidental en cuanto tal, entonces el lobby se explica por tal máquina, así como también la existencia de Israel como punta de lanza en Palestina. Así, frente a las dos tesis podemos ofrecer una explicación a lo que frecuentemente se toma por explicación.
6.- Todos los términos sionistas son términos seculares sacralizados
Si en términos generales definimos al “gnosticismo” bajo la idea de dos principios teológicos en pugna, el bien y el mal, el sionismo judío –así como el sionismo cristiano en general- se funda sobre la idea de un bien y mal eternos. El bien estaría dado por el Estado de Israel en cuanto expresión de la dispensación y el mal por el antisemitismo que opera como una dispensación invertida, esto es, demoníaca. Por esta razón, de la misma forma que el protestantismo escinde fe y obra, conciencia y cuerpo, considerando a la primera instancia como el lugar del bien y a la segunda el umbral de la naturaleza en la que se aloja el mal (es una Naturaleza caída), el sionismo derivado de él convierte a estos dos principios en la composición fundamental producida por la máquina mitológica sionista. De aquí surge la idea, impugnada en su momento por Hannah Arendt, del “antisemitismo eterno” y, a su vez, del pueblo judío como “víctima absoluta” o “ejemplar”, aquella víctima de todas las víctimas de la historia humana. Es importante este punto porque la narrativa del judío como víctima ejemplar no es más que otra versión del dispensionalismo, una forma “negativa” de restituir la interpretación supremacista del “pueblo elegido” en clave protestante que ofrece la misión histórica de recordar e instituir al holocausto como pacto liberal-sionista. En este sentido, para decirlo en una paráfrasis que invierte la célebre fórmula schmittiana de “Teología Política”: todos los términos sionistas son términos seculares sacralizados.
7.- Holocausto, el nuevo supremacismo
Para Enzo Traverso el Holocausto devino “religión civil”. Para Norman Finkelstein una “industria”. En realidad, hay que considerar las dos tesis a la vez. Bien decía Gilles Deleuze que la consideración del exterminio nazi bajo la fórmula del “Holocausto” lo convierte en un asunto religioso y místico antes que histórico y político. El Holocausto debe ser entendido como una restitución de la teología dispensionalista de corte protestante en la que se juega el paradigma de la “elección”: Bajo estos términos, el Holocausto es la religión civil del imperialismo occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial; de manera mas precisa, desde 1967. Pero como tal, debe ser entendido como el pacto entre el sionismo y el liberalismo. ¿por qué? Porque en la medida que restituye la teología imperial de corte dispensionalista, el Holocausto anuda vía el paradigma de la “elección” al supremacismo judío con el supremacismo europeo gracias a la noción de “espíritu”. De aquí que tengamos que deslindar dos asuntos: en primer lugar, atender el modo en que el Holocausto es entendido como un acontecimiento singular por un lado y, por otro, indecible, tal como lo formularía Elie Wiesel cuando decía que “una tragedia como ésta no sé si tiene respuesta”. No saber si hay respuestas es la actitud del ser humano frente a la arbitrariedad divina antes que frente a la racionalidad meticulosa del exterminio. Expresa, más bien, no solo la pereza del pensamiento sino la activación de una máquina mitológica en la que la soberanía se expresa, quizás, en su forma más excepcional y eficaz: carente de rostro. ¿Qué es el Imperio, en el sentido de Negri y Hardt sino esa forma rizomática y biopolítica que no puede identificarse a una persona, cara o representación? Justamente, la creación del Estado de Israel nace con el Imperio otorgándole a este su “mística” hegemonizada por el orden euroatlántico. Es aquí donde, frente a la proliferación de imágenes y mercancías –de las imágenes como mercancías- el pacto liberal-sionista se sostiene en un doblez: singular e indecible, único e irrepresentable. Dos modos de garantizar excepcionalidad y supremacismo en la nueva escena de la democracia liberal o, si se quiere, en la nueva articulación del Imperio.
8.- Star Wars: la segunda venida de la Fuerza
Si la gran saga de Hollywood se trama a partir de la lucha gnóstica y espiritual de la fuerza, es precisamente porque alegoriza lo que sucede en nuestro tiempo: el fascismo de nuestra era es el sionismo que se sostiene en la idea de una fuerza espiritualizada: ¿qué sería dicha fuerza sino la escatología que inviste al capital inmobiliario? ¿Lado oscuro? De ninguna manera. Ellos son los Jedi: recordemos la escena final del “Regreso del Jedi”. Ya el propio título nos ofrece la caricaturización de la cuestión de la Segunda Venida, que es el tema decisivo en la trama del sionismo cristiano. Recordemos: Vader, derrotado por Luke en su combate de espadas, le pide al hijo que le saque la máscara. Luke le recuerda que, de hacerlo, Vader morirá. Pero Anakin –es decir, el “sujeto verdadero” que estuvo siempre tras esa máscara lo asume y le dice: “déjame verte por una vez con mis propios ojos”. Más importante aún: Luke se abruma de no poder salvar a su padre. Pero Anakin viejo le dice: “ya me salvaste. Tenías razón –dile a tu hermana que tenías razón”. Noten la escena teológica aquí dispuesta: Luke es el hijo en la cruz que dice: “Padre ¿por qué me has abandonado?”. Así, en una inversión de los términos, es el Hijo el que vendrá a salvar al Padre o, si se quiere, la economía salva a la soberanía de la máquina. “Salvar” significa restituir su funcionamiento. Podemos leer aquí, el plan Marshall, es decir, EEUU cristalizado en Luke salva a Europa de los nazis que George Lukas lee como la Segunda Venida, esto es, fin de la errancia judía y de su persecución “eterna” y retorno de estos a su tierra. Se trata, por tanto, que la Segunda Venida, cristalizada en Luke, no es otra cosa que aquella que se condensa en Israel. El mensaje de los fuertes ha terminado. Los nazis han sido derrotados. Ahora, en un movimiento de kènosis paulino, será el mensaje de los débiles el que prevalezca. Se trata, por tanto, del paradojal dominio de la víctima que se erige en ejemplar. No era el imperio sino la democracia restituida por Luke en cuanto Israel, porque es Israel el lugar de la Segunda Venida: Cristo vuelve cuando Israel se hace realidad. Por eso Vader muere, pero lo hace como “humano” y no como “máquina”, como “demócrata” y no como “nazi”. Y esa salvación solo pudo ser posible gracias al Hijo, que hoy condensa la doble fuerza cristiana y judía en la forma sionista del Estado de Israel. Ahora la galaxia puede volver al orden gracias a Luke. Porque Luke es el elegido para restituirlo. Israel es la fuerza espiritual con la que EEUU triunfa sobre una Europa nazificada, en una lucha donde triunfa el bien sobre el mal, pero triunfa la fuerza al fin y al cabo. No la potencia, sino la fuerza, el reino del capital, no el de la justicia. Es Trasímaco quien se cuela en esta lucha y triunfa al final, sea el lado oscuro o el lado luminoso.
9.- La filosofía no quiere saber de Gaza
Durante los dos últimos años de genocidio en Palestina, la filosofía contemporánea ha intentado intervenir. Sin embargo, cuando lo ha hecho, inclusive desde las mejores intenciones críticas y radicales, termina resistiendo ir más allá de lo que esa misma filosofía ayudó a forjar: el pacto liberal-sionista posterior a la Segunda Guerra Mundial. La escena fundamental puede ser la invitación de Jean Paul Sartre a Edward Said, donde finalmente él queda sustraído de la escena filosófica, con un Sartre viejo, mudo, que ya ni siquiera emulaba al de su oposición a Argelia. La escena actual se podría describir así: cada vez que la filosofía entra a Gaza, es Gaza la que piensa la filosofía y no la filosofía la que piensa Gaza. Esto significa: que cuando piensa Gaza, esa filosofía no puede dejar de lado el vocabulario, la matriz o el léxico sionista. Y pensar significa desestabilizar. Ello se expresa en la imposibilidad de pensar a la resistencia palestina en la medida que, de inmediato, establece una suerte de equivalencia –que, como toda equivalencia, es abstracta- entre Netanyahu y Hamás. Ello la sustrae del compromiso de cuestionar al Estado de Israel en cuanto tal y de volver a pensar la resistencia palestina más allá de Hamás. Es decir, la priva de ir más allá de la guerra contra el terrorismo. Plantear, desde el principio, que el ataque de Hamás es un “pogrom” (Bifo), sostener que existe una suerte de antisemitismo árabe (Zizek) o fetichizar el 8 de octubre de 2023 como momento de creación ex nihilo para cualquier análisis de la situación (Illouz) es parte de esta trama que juega bajo el vocabulario del sionismo liberal. Demás está referirnos a la declaración de Habermas, según la cual, Israel no cometía genocidio en Gaza. ¿Como podría cometerlo si, como el propio filósofo dice, el “discurso filosófico de la modernidad”, después de Auschwitz, funda precisamente su lealtad en la existencia del Estado sionista? Todos los discursos más radicales o menos radicales experimentan una singular equivalencia; sean muy pesimistas (Bifo), sean normativos para una cierta izquierda (Zizek), o sean liberales (Habermas), todos defienden el pacto liberal sionista. La filosofía entra en Gaza y queda arruinada porque la cuestión palestina, en la medida que constituye la catástrofe misma sobre la que se funda dicho pacto, el desgarro que va a contrapelo de la nueva Europa liberal, la violencia última que apuntala al nuevo supremacismo democrático; Palestina es la irrupción del pensamiento contra la filosofía, la transgresión del límite del pacto liberal-sionista y, por tanto, la única potencia que puede pensar la situación en la que nos encontramos. Todo esto se puede resumir en esto: la filosofía no puede saber de Gaza porque ella ha funcionado como el “recuerdo encubridor” (Freud) o un “katechón” (Schmitt) de la nueva máquina supremacista. Lo sepa o no, lo haya querido o no.
10.- El sionismo es el nuevo fascismo
Los nuevos proyectos de derechas dicen no ser fascistas, pero sí dicen ser sionistas. La operación es estratégica: dado que el Holocausto es hoy día el dispositivo del nuevo supremacismo, entonces los nuevos fascismos abrazan a Israel para no identificarse ni al nazismo ni al fascismo históricos. Israel funciona, así, como un mecanismo higiénico de la actual cultura de derechas, pues les permite mostrarse como pro-judíos y vanguardia de la defensa irrestricta del pacto liberal–sionista señalado. Ese pacto, ya neoliberalizado y en franco estancamiento mitológico, solo puede asumir la intensa forma de una máquina de exterminio, donde el sionismo prorrumpe como su primera línea y paradigma. Por eso, parafraseando a Max Horkheimer cuando decía que “quien hable de fascismo ha de hablar de capitalismo”, la premisa fundamental de nuestra época es: “quien hable de fascismo hoy debe hablar de sionismo” –este ha sido justamente el límite de cierta politología y filosofías actuales que se esfuerzan en inteligir la cultura de derechas prevalente, pero sin analizar su componente fundamental.
Por Rodrigo Karmy Bolton
Ficción de la Razón, 3 de noviembre de 2025.
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