Ferias Libres: Lleve de lo bueno

Las ferias libres tienen más años que el mismo Chile y datan de la antigüedad cuando el ágora ateniense era el espacio clásico de mixtura cultural. En Chilito, las ferias –como las conocemos hoy- datan de la década de 1930 y en esos registros destacan la feria de 10 de Julio en Santiago, Santa Laura en Independencia y Martínez de Rozas. En 1955 existían 87 en el gran Santiago.

Por Arturo Ledezma

28/10/2014

Publicado en

Chile / Organización social

0 0


Mural: Nuestra Feria - De Salazart

Mural: Nuestra Feria – De Salazart

Para mí, la misma linda y especial de todas es la feria de Guanaco, que hasta los 80, fue la feria de Santa Laura (hoy Julio Martínez) en los alrededores de la Plaza Chacabuco y el Hipódromo. Los jueves y domingos comenzaba el rito de la feria. Junto con las bolsas y el sombrero para capear el sol en verano, se daba inicio al peregrinaje hacia los manjares frescos y coloridos dispuestos en puestecitos sencillos, ofrecidos y ordenados por buena gente, amigos de siempre. Los vecinos semanales que son parte del inventario barrial.

Mi abuela, como para todo rito cívico, se peinaba con un moño tirante y serio para emprender rumbo al vergel, al mercadito local. Primero lo hizo con las bolsas de ese material que se transforma para los pobres, en trajes típicos pascuenses y luego, cuando sus manos viejitas no le dieron para más se resignó a que el carro seria de ayuda y con la música cacharrienta que producían las ruedas viejas de aquel carrito, se sumaba a la melodía que todas las señoras del barrio tocaban en su viaje a las compras.

Recuerdo correr hasta el casero de las verduras, a oler el cilantro fresco y la diosa albahaca en verano. Los ajos hechos trenzas y los pepinos árabes a 100. Eran tiempos en que una gambita alcanzaba para mucho y te transformaban en pudiente frente al kiosco del colegio numerado. Ese hombre, con tapaduras de oro en la boca y delantal azul, todavía es de los caseros clásicos y favoritos de mi vieja y mi abuela. La señora María y don Armando que ya está ciego, son parte del alma misma de esa feria. Venden ropa de algodón: calzones, baberos, gorritos y de un tutti cuantti para los niños. Ellos no sólo han pasado su vida en ese espacio, son los dueños por derecho y en ese amor mutuo por la feria, han sobrevivido a su suerte de proletariado que lucha  y lucha en la calle.

SÍMBOLOS DE RESISTENCIA POPULAR

El historiador Gabriel Salazar plantea estos espacios como la dimensión espacial ocupada por el pueblo que representa la soberanía y resistencia de éste, a la vez que genera un diálogo abierto e intercambio cultural puro, toda vez que la relación feriante-casera es cara a cara y en ella converge el conocimiento mutuo del otro, como un espejo, en forma directa y pareja; sin intermediarios, ivas, cajeras ni empaques. La feria genera el reconocimiento de uno mismo en quién te ofrece las manzanas y naranjas. En quién te pregunta de corazón que ha sido de tu vida y de los tuyos.

Las ferias han resistido a la dictadura y sus toques de queda. A la instantaneidad que exigimos los más nuevos, a las transformaciones de la ciudad y al supermercado, enemigo declarado. En ese sentido, la feria es sobreviviente de todo un sistema que ha arrasado con lo propiamente proleta. Sobreviven y resisten a que las “embellezcan”, modernicen o uniformen. La feria, en su esencia, es la alternativa de los sectores más vulnerables de proveerse alimentos frescos y de calidad a un costo asequible. El elemento de la autogestión resuena en este sistema portador de la revolución sobreviviente al capitalismo hecho cadenas, que lo aguarda caliente pero constante, para que en un momento lo cachetee. {destacado-1}

Hoy, la feria es salida requerida para hacer frente a la oferta desabrida de los tomates verdes y manzanas harinosas de las moles opacas que sólo dejan un pasillo para las frutas y verduras. Quizá las lechugas de la feria vienen con tierra y bichos minúsculos, pero no hay comparación ni papila gustativa que niegue lo que digo: benditas sean las pulpas del durazno conservero del casero de la fruta y los zapallos naranjo- furioso que hacen celestial los porotos con rienda y la cazuela. Sumemos a eso, la posibilidad de probar recién partida una naranja de jugo o una palta hass, “para que me crea casera, pura crema, puro filete”. O comprarse una empanada, que aunque sea pura cebolla sabe como la mejor, mientras la señora que la ofrece grita automáticamente “dihornocalentita”…y los puestos con  ingredientes peruanos se asoman tímidos… y algunos ya piensan en la tarjetita de débito para que la casera no tenga la excusa que se quedó sin morlacos… Los libros clásicos, en modestas ediciones añejas, pero infinitamente útiles para el colegio… y los coleros que agregan su oferta como un reciclaje inteligente y un trueque amable, donde uno puede sumarse con sus cachivaches, los juguetes en desuso de los críos y la ropa en buen estado que a otro pueda enamorar.

Respetando los códigos propios, uno puede sumarse y ver in situ, que linda es la feria. No por nada, es el lugar donde los políticos comienzan sus campañas electorales.

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones

Comparte ✌️

Comenta 💬