1996: Cuando Hermosilla coimeó a un exdetective para inculpar a Cuba en el crimen de Jaime Guzmán

El escándalo y conmoción provocado tras conocerse audios en que el poderoso abogado Luis Hermosilla admite delitos de soborno de funcionarios públicos -de la CMF y el SII- como método para alcanzar sus objetivos, ha calado hondo. Acá presentamos otro episodio que muestra como Luis Hermosilla, entonces abogado de la familia de Jaime Guzmán (1996) tentó al exdetective e integrante de “La Oficina” Jesús Silva para que mintiera ante la justicia e involucrara a Cuba en el citado homicidio.

Por El Ciudadano

17/11/2023

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Esto aparece en el libro “Rati, agente de La Oficina; la ‘pacificación’ en democracia”; de Dauno Tótoro y Javier Rebolledo, (Ceibo Ediciones; Santiago, 2020). 

A continuación, El Ciudadano presenta -con el beneplácito de sus autores-, un extracto del libro en que se detalla lo antes señalado:

VI

CAMBIO DE GIRO

EL ARMA SECRETA DE LA UDI

Hasta ese momento Jesús solo había trabajado como policía. A los 31 años debía reinventarse. En agosto de 1995 consiguió un puesto como guardia de seguridad en el mall Alto Las Condes. Era una labor rutinaria, sin grandes sobresaltos y sin la adrenalina a la que estaba acostumbrado. Ya no más operativos policiales, no más infiltraciones. Solo vigilar accesos del centro comercial, prevenir los pequeños robos, asegurar las persianas metálicas a la hora del cierre y regresar a casa, donde nadie lo esperaba.

Los viajes entre Las Condes, donde se encuentra el mall, y Paine, donde se había instalado a vivir en las cercanías del domicilio de sus padres, eran larguísimos. Salía de madrugada y regresaba a casa entrada la noche.

Jesús cuenta que, después de poco más de dos años trabajando como guardia de seguridad, atravesando la ciudad cada mañana y cada tarde, sumido en una soledad absoluta, comenzó a sentir que era vigilado. Pensaba que quizás era sólo paranoia, y no tomó medidas de resguardo especiales ni modificó sus rutinas ni rutas. “La verdad es que ya no me importaba lo que sucediera. Que pasara lo que tuviera que pasar. Llegado el caso que tuviera que hacerlo, me defendería, por supuesto, por eso nunca había dejado de andar con mi revólver personal”, cuenta.

Aquel día de principios del mes de agosto de 1996, cuando la ciudad de Santiago comenzaba a entibiarse tímidamente y el invierno mostraba sus primeras señales de retirada, se dirigió al centro de la ciudad. Había solicitado la mañana libre para hacer trámites. Recuerda que en la esquina de Alameda con el paseo Ahumada escuchó una voz a sus espaldas.

– ¡Silva!

Jesús se llevó instintivamente la mano al cinturón y la puso sobre la culata del Taurus que portaba escondido bajo la chaqueta. Siguió caminando entre la muchedumbre, sin voltear.

– ¡Jesús, muchacho! -repitió la voz.

Una mano se posó bruscamente sobre su hombro. Giró rápidamente, dispuesto a todo. En vez de encontrarse con la negra mirada del cañón de una pistola, vio ante sí la enorme sonrisa de Jorge Barraza, el antiguo jefe de la BIOC. De inmediato, el excomisario[1] lo estrechó en un abrazo.

– ¡Jesús, hijo, venga a darle un abrazo a su Papazón!

Aún en guardia, Jesús recuerda que se dejó abrazar por Barraza. Si había algo que le parecía ridículo era uno de los apodos con que se refería a sí mismo, Papazón, como si con eso quisiera dejar en claro su autopromovida superioridad.

– ¡Pero qué coincidencia, hijo! –continuó Jorge Barraza con sobreactuado entusiasmo, dice Jesús- ¡Lo que son las coincidencias, llevo días pensando qué habrá sido del Leyenda, y me encuentro contigo!

Jesús asegura que ni por un instante creyó que aquel encuentro fuera casual.

Barraza lo tomó del brazo, recuerda, y lo hizo caminar a su lado entre la multitud de peatones, hasta que ambos se instalaron frente a una mesita exterior del café Haití.

– No sabes cuánto lamenté la mariconada que te hicieron -le dijo el excomisario, según recuerda Jesús-. Así pagan la dedicación y la capacidad estos hijos de puta. Conmigo fue igual…

Barraza bebió un trago de café y luego miró a Jesús a los ojos.

– Así premian a los buenos policías. Yo les di en bandeja a los terroristas que mataron al senador Guzmán y secuestraron a Cristián Edwards. Pero tenían todo cocinado. La Oficina, con ese concha de su madre del Fieldhouse… que había inventado que el Frente no tenía nada que ver y agarraron a ese pobre weón de Olea Gaona, ¿te acuerdas? -continuó Barraza-. Yo denuncié que eso era un montaje del gobierno.

– Me acuerdo perfectamente. Usted decía que La Oficina protegía a los del Frente.

– Obvio, porque el gobierno estaba abriendo sus relaciones con los cubanos, y lo que yo sabía era que detrás de los crímenes estaba Raúl Castro. Si se sabía eso se iban a la cresta esas relaciones y los negocios de Belisario Velasco[2] y los pitutos de Enrique Correa y de Óscar Carpenter[3]. De todos esos.

– Ya. A mí me pasó algo parecido cuando detuve a esos dos criminales que trabajaban para el gobierno. El Nuto y Remarco. Me mandaron a la cresta -concordó Jesús.

– Tal cual, la misma cosa. A ti te hicieron pedazos, y a mí también. Una weá burda. La BIP me intervino el sistema computacional de la BIOC y, después, el culiao del Mery traspasó mi equipo a la JIPOL. ¡A la JIPOL! Me dejaron en pelotas. Y, claro, al rato, para que no pataleara, para que no se supiera que yo tenía a punto la captura de los verdaderos asesinos, en el 94 la Junta Calificadora me puso en lista cuatro y me pasaron a retiro. Es así como funcionan, ¿o no, hijo?

Jesús volvió a asentir, sin pronunciar palabra. Luego de un breve silencio, dice Jesús que Barraza le ofreció una gran sonrisa.

– ¿Y en qué estás ahora, Leyenda?

Aunque supuso que lo más probable era que Barraza estuviera ya absolutamente al tanto de cada uno de sus movimientos, le contó brevemente acerca de su trabajo como guardia de seguridad,

– Es indigno -dijo Barraza, molesto-, no puede ser que un rati con tus capacidades, con tu experiencia, esté cuidándole las carteras a las viejas culiás que van de shopping. No, tú vales mucho más que eso…

Barraza puso su brazo sobre los hombros de Jesús.

-Ven conmigo, hijo, acompáñame, este Papazón te va a presentar a una gente que te va a valorar. Yo ya les hablé de ti y hace rato que quieren conocerte. Es gente de verdad, decente, de una sola línea, sin chuecuras.

Nuevamente tomándolo del brazo, Barraza y Jesús caminaron rumbo a calle Miraflores. Recuerda que el excomisario iba hablándole de lo mucho que le convendría trabajar para esa gente decente que le iba a presentar. Insistía en que no podía botarse a la basura toda la información que Jesús manejaba acerca del funcionamiento de los traidores y chuecos de La Oficina[4].

Los hilos detrás de un misterioso encuentro

Poco antes de que Jesús se encontrara al excomisario Barraza, en abril de 1996 éste había dado una entrevista al programa de Megavisión “Aquí en vivo”, donde acusaba al director general de la Policía de Investigaciones Nelson Mery, y a los máximos responsables de La Oficina de haber protegido a la cúpula del FPMR en el crimen de Jaime Guzmán. Se refirió al episodio del camping Las Vertientes en Colliguay, cuando tenía identificados a los frentistas, y a la inexplicable llegada de detectives antinarcóticos hasta el lugar, lo que saboteó el trabajo llevado a cabo. Barraza también denunció que Nelson Mery le había ordenado esconder pruebas a la justicia, incluido el video de los frentistas, grabado en Colliguay.

Luego de hacer las denuncias por televisión, Jorge Barraza fue hasta el despacho del ministro Alfredo Pfeiffer, quien había cerrado el sumario dos años antes, luego de condenar a los frentistas Ricardo Palma Salamanca y Mauricio Hernández Norambuena[5]. Dejó una carta donde ratificaba y ampliaba sus dichos en el programa “Aquí en vivo”. Respecto del video grabado en el camping Las Vertientes ubicado en Colliguay,  la misiva señalaba que, luego de verlo, el director de la policía Nelson Mery le preguntó si existían copias del cassette: “yo le manifiesto que no, que se trata del original; me ordena que se lo deje para mostrarlo al gobierno y también me ordena no pasar los antecedentes al tribunal mientras se solucionaba el problema político de la inculpación de Olea Gaona (…) Dejamos el cassette y, durante como un año, hasta marzo de 1993, no se rectificó esta situación (…) (Mediante) un documento secreto informo a la Jefatura de Inteligencia los antecedentes sobre El Chele y solicito instrucciones, esto fue el 20 de agosto de 1993, y esa es la razón de  la persecución funcionaria y posterior disolución de la BIOC. Hago presente a V.S. que tengo antecedentes de importancia que aportar para los efectos de reabrir el sumario”.

Como consecuencia directa de los dichos de Barraza, el ministro Alfredo Pfeiffer determinó que se desprendían “antecedentes suficientes para estimar que existen diligencias investigatorias que disponer para los efectos de un total esclarecimiento de los hechos materia de este proceso; decreto: Repóngase la causa al estado de sumario”.

Pfeiffer ordenó diligencias e hizo citaciones, pero pocas semanas más tarde, el 27 de junio de 1996, se inhabilitó para seguir conociendo la causa. Entre las razones que esgrimió se encontraban una amenaza telefónica de muerte; la irrupción de un sujeto desconocido en su oficina privada con el evidente fin de robar el expediente de la causa; el supuesto hostigamiento por parte de los máximos dirigentes de los partidos de la Concertación; y, fundamentalmente, que todo lo anterior le había hecho surgir “enemistad, odio y resentimiento en relación con las personas inculpadas en auto (…) lo que en definitiva de algún modo podría influir en la sentencia que se dicte”. En su reemplazo, la Corte Suprema designó a la ministra de la Corte de Apelaciones, Raquel Camposano.

Cercano a esa fecha, el abogado Luis Hermosilla, quien representaba a la madre de Jaime Guzmán desde el primer día, se habría convencido del oscuro funcionamiento de La Oficina y de sus intentos por encubrir a los autores del crimen. El entonces diputado de la UDI, Andrés Chadwick, le habría entregado los antecedentes decisivos para formarse dicho juicio. Habían sido compañeros de carrera en la Universidad Católica y los unía, además, el cariño por su exprofesor, Jaime Guzmán[6].

Los querellantes -la UDI[7] y la familia de Jaime Guzmán-, esperaban que pronto la ministra Camposano iniciara sus indagatorias y llamara a declarar a los testigos que presentaran. Chadwick y Hermosilla estaban contra el tiempo. En septiembre de 1996 presentaron una querella en contra de La Oficina y del director de la policía Nelson Mery, por obstrucción a la justicia, y solicitaron que se incorporara a la carpeta investigativa por el asesinato de Jaime Guzmán, lo cual fue acogido por la ministra Camposano.

Todo esto era parte del tejido construido por la UDI y el abogado Luis Hermosilla, cuando en agosto de 1996 Jesús fue llevado por Barraza a hablar con esa “gente decente”.  Nada que en ese momento a él le interesara mayormente ni que conociera, pues estaba sumido en su propia historia, desencantado de su antiguo y maniqueo idealismo.

A partir de ese momento, la historia del caso Guzmán tomaría un ritmo vertiginoso.

Esa gente decente

Según Jesús, “Jorge Barraza me llevó a la calle Miraflores 802, en el piso octavo. Era la oficina del abogado Luis Hermosilla[8]”.

Recuerda que, a pesar de encontrarse en un viejo edificio del centro de Santiago, la oficina era amplia y moderna. Ahí lo esperaba Hermosilla. “Barraza le dijo a don Luis: este es el muchacho del que le hablé; si hay alguien que sabe la firme, es él. Yo estaba un poco incómodo, porque Barraza me echaba demasiadas flores. Me di cuenta de que a Luis Hermosilla tampoco le interesaba mucho eso. Él es una persona extremadamente inteligente, que escucha y analiza lo que le están diciendo y que sabe si algo es importante o no”. 

Según Jesús, Hermosilla interrumpió a Barraza y se dirigió directamente a él, quien reproduce del siguiente modo el diálogo que, asegura, sostuvieron:

– Dejemos que hable Jesús -dijo Hermosilla-. Cuéntame acerca de tu experiencia como detective, ¿cómo desarrollaste tu carrera?

Jesús le hizo un resumen de su vida como detective, mientras Hermosilla lo escuchaba atentamente. Se sentía cómodo ante el abogado. Le infundía confianza.

– ¿Participaste en la colaboración de la Policía de Investigaciones con La Oficina?

– Sí -afirmó Jesús-, me tocó hacer de enlace entre la PRIA y la BIP y ser parte del equipo operativo.

– ¿Conociste a Óscar Carpenter?

– Sí, señor.

– ¿A quién más de La Oficina?

– A don Marcelo Schilling, a don Antonio Ramos, a los funcionarios de la BIP Juan Sarmiento, Jorge Zambrano, al señor Daniel Cancino, a Juan Fieldhouse…

– ¿En qué consistían en ese contexto las diligencias ordenadas por la BIP?

– Bueno, en muchas cosas. Análisis, seguimientos.

– ¿Acciones operativas?

– También.

– ¿Te tocó participar en alguna?

– En varias.

– ¿En la que se denominó Traslado de Armas a San Bernardo?

– Sí.

– ¿Infiltraciones? ¿Se contrataba a informantes?

– Correcto.

– ¿Existían, de acuerdo con tu conocimiento, agentes infiltrados remunerados?

– Muchos de ellos.

– ¿Conoces sus identidades y cuáles eran sus responsabilidades?

– Sí, señor, sé de algunos.

– Dime una cosa, Jesús -Hermosilla lo observó detenidamente-, entre esos agentes pagados, ¿había quienes estuvieran dedicados de modo específico al Frente Manuel Rodríguez?

– Era un equipo. El más importante era un comandante del FPMR-Autónomo y estaba traicionando al Frente. Pablo Andrés Lira. Trabajaba con Carpenter, directamente.

– ¿Conoces su identidad?

– No, señor. Nunca supe mucho de lo que hacía. Yo estaba más concentrado en el trabajo contra el Lautaro.

– Don Jorge Barraza nos ha comentado acerca de tu baja de la Institución -le dijo Hermosilla-. Dice que fue muy poco conveniente para ti. Injusta, incluso. ¿Qué la motivó?

Jesús no quería sonar plañidero. Nunca le había gustado quejarse y, mal que mal, todo lo que le había sucedido era consecuencia de sus propias acciones.

Antes de poder contestar, según relata, hizo su ingreso a la oficina a quien reconoció de inmediato como al entonces diputado UDI, Andrés Chadwick[9].

– Andrés -saludó Hermosilla-, mira, ya empezamos a conversar. Te presento a Jesús Silva.

Chadwick sonrió y le dio la mano con entusiasmo.

– Es el exdetective que nos estaba contando de su trabajo como enlace entre Investigaciones y La Oficina -dijo Hermosilla.

– Ya, ya, perfecto -sonrió el recién llegado mientras se sentaba-, ¿hablaron de lo de los agentes pagados?

– Sí. Además, Jesús confirma lo del alto militante del Frente.

– ¿Pablo Andrés Lira? -preguntó con impaciencia Chadwick.

– Pero no conoce su identidad.

– Ah -se decepcionó ligeramente Chadwick-, pero, ¿lo puede describir?

Todos voltearon a ver a Jesús.

– Si… a ver -dijo Jesús-, es de mediana estatura, de complexión media, un poco pálido y con el cabello ondulado, tiene la nariz aguileña… ¿Qué más? A ver… de cara redonda, ojos de color café, la boca chica, labios delgados…

– ¿Señas particulares… algo que llame la atención? -preguntó Chadwick.

– Bueno -respondió Jesús luego de pensar un par de segundos-, nada especial, pero sí que usa unos anteojos gruesos y, cuando habla, tiene un acento un poco raro, como extranjero.

– ¿Extranjero de dónde? -intervino Hermosilla.

– No sé si de Cuba, pero algo por ahí, centroamericano o caribeño. Se le nota a veces nomás, no siempre, solo cuando se pone serio.

– Jesús -dijo Luis Hermosilla, según recuerda-, puedes hacer un gran servicio a la justicia de este país. Puedes aportar a la verdad. Hemos dado una lucha enorme por la reapertura del caso por el asesinato del senador Guzmán y tenemos la certeza que detrás de ese crimen horroroso del Frente está la mano del gobierno cubano; que los responsables directos son varios frentistas con formación en Cuba y que La Oficina, y por tanto el gobierno chileno, han hecho mucho para ocultar la verdad. Tu ayuda, Jesús, puede ser clave para identificar y exponer a ese agente al que llaman Pablo Andrés Lira. Si hay alguien que puede ayudarnos ahora para desenmascarar a aquellos que no quieren que se sepa la verdad y que se condene a los culpables, eres tú.

Jesús asintió en silencio.

– Y no solamente eso -intervino con autoridad Chadwick-. Tenemos la certeza de que hay otros altos militantes del Frente que informan a La Oficina, y que esos dirigentes tienen estrechísimos vínculos con la Inteligencia cubana. Esto significa que La Oficina sabe quiénes son, con quiénes se relacionan en Cuba y que, muy probablemente, el gobierno o supo de antemano que se iba a asesinar a Jaime Guzmán o, peor aún, que alguien en el gobierno incentivó o estuvo en la planificación del asesinato. Es decir, Jesús: tú puedes ser clave en identificar y testificar acerca de quiénes son los líderes del Frente que colaboran con el gobierno a cambio de la protección de La Oficina, y de qué manera esta protección significa la complicidad de La Oficina en este caso.

En ese momento, sostiene Jesús, se le hizo completamente claro el motivo de su presencia en ese lugar. “Lo que me estaban pidiendo era que, otra vez, me fuera contra los que habían sido mis jefes, contra los que me habían hundido. Pero, pensé en ese momento, ahora ya no iba a estar solo, ahora había gente con poder que me iba a cuidar las espaldas. Y como dicen, los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Ellos tenían un plan, una teoría; yo no sabía si acaso todo era así como lo planteaban, pero sí que era una oportunidad para denunciar la complicidad que había visto entre los políticos y los criminales. Por eso acepté hacer lo que me proponían”.

***

Jesús había sido llevado a la oficina de Hermosilla debido a que, como se ha mencionado, en abril de 1996 Jorge Barraza denunció que el Estado había entorpecido las investigaciones policiales por el caso de Jaime Guzmán, y de una supuesta protección que brindaban desde La Oficina a los dirigentes del FPMR-A involucrados en el crimen. [VER ANEXO N°19]

Según Jesús, el acuerdo al que llegó con los abogados fue que, una vez que declarara aquello que sabía respecto de La Oficina y sus actos ilegales, sería enviado a Coyhaique, donde ya le esperaba un puesto de trabajo “muy atractivo y conveniente”[10].

Jesús dice que Hermosilla le aseguró que tendría absoluta libertad respecto de la declaración que haría ante la Justicia y que no habría interferencia ni intervención u obligación alguna para orientar sus dichos. Aun así, refiere Jesús, Hermosilla trabajó junto a él en “ensayos” de lo que sería su declaración. Hasta que, como estaba contemplado, fue notificado que debía presentarse ante la jueza.

“Un día, don Luis me llamó a su oficina y fui. Me dijo que tenía que pedirme una cosa muy importante”, señala Jesús. “Estábamos solos ahí, cerró la puerta para que nadie escuchara. Lo noté más serio que de costumbre”.

Jesús recuerda la conversación del siguiente modo:

– Llegó el momento, Jesús -partió diciéndole el abogado-, y nos la vamos a jugar. Necesitamos estar seguros que contamos contigo al cien por ciento.

– Por supuesto, don Luis.

– Como sabemos, te van a preguntar concretamente acerca de los agentes pagados de La Oficina… Es vital que menciones a Gutiérrez Fischmann, El Chele; es la única manera de que se vincule a Cuba con el crimen del senador Guzmán.

– Don Luis, pero, la verdad es que no puedo asegurar eso… Yo no lo vi, no lo conozco. Y usted y don Andrés me dijeron que iba a decir lo que sabía, la verdad, que para eso me necesitaban… Que el acuerdo era que yo declaraba libremente y, a cambio, tendría la pega en Coyhaique, pero ahora usted…

– Jesús -lo interrumpió bruscamente Hermosilla-, tenemos un acuerdo: tú declaras en beneficio de que se haga justicia y nosotros te conseguimos tranquilidad y un buen pasar. ¿Lo vas a honrar?

Jesús dice que titubeó, pero que decidió seguir adelante. “Yo iba a hablar de El Chele porque, pensé, ¿a quién iba a perjudicar? ¡A los que me habían cagado la vida! Yo no les debía nada. Me di cuenta de que no había vuelta: era parte de lo que yo tenía que decir”, asegura Jesús. “Yo confieso ahora que dije lo que querían don Luis y don Andrés Chadwick porque me estaban cuidando, me apoyaban. Entonces yo cumpliría. Además, todo el mundo estaba hablando acerca de ese famoso Chele, así que yo acepté decirlo. Acepté mentir[11]”.

Una semana más tarde, la ministra Camposano acudió a la oficina del abogado Hermosilla para tomarle declaración. Ante la presencia del dueño de casa, “la ministra me hizo preguntas y, mientras yo iba contestando, don Luis me miraba fijamente mientras ella ni siquiera tomaba notas ni grababa nada. Era como una conversación. Al final, la ministra me dijo que eso había sido una especie de predeclaración, y me citó para Tribunales”.

Jesús acudió al palacio de Justicia pocos días más tarde y se sometió al interrogatorio de la jueza. “Me di cuenta de que la señora Camposano había preparado sus preguntas a partir de lo que habíamos conversado en la oficina de don Luis”, plantea Jesús, y ratificó lo que poco antes había dicho en la oficina de Hermosilla: le constaba que El Chele era agente de la oficina.

“Don Luis y don Andrés quedaron muy contentos con mi declaración[12] asegura Jesús, “porque ellos querían reventar a La Oficina y al gobierno de Cuba y lo que yo había testificado les servía de mucho. Y, como yo había cumplido con mi parte mintiendo, ellos cumplieron con la suya para protegerme y darme trabajo[13]. Como habíamos acordado, yo tenía que estar dispuesto a volver a declarar, en caso que el proceso lo necesitara”.

Producto de una gestión del abogado Hermosilla, Jesús dio una entrevista al diario La Segunda que apareció en la edición del 18 de octubre de 1996. Ahí dijo que conocía a varios militantes de izquierda que actuaban como agentes pagados de La Oficina, entre ellos a Juan Gutiérrez Fischmann, El Chele.

“Esa entrevista se hizo en la oficina de don Luis Hermosilla, con él vigilándome, sentado delante de mí”, asegura Jesús.

Desenterrando al muerto

La ofensiva de la parte acusadora, en representación de la familia de Jaime Guzmán, contaba ahora con suficientes argumentos para esperar que la ministra Camposano avanzara en su investigación. La Corte Suprema le otorgó facultades amplias no sólo para investigar lo que se refiriera al asesinato del senador, sino también para delitos conexos y aspectos vinculados con la Obstrucción a la Justicia de funcionarios estatales. Ese había sido el primer gol legal de Hermosilla, pues entre esos “delitos conexos” podía incluirse la existencia de pagos ilegales, acciones operativas, retención y ocultamiento de pruebas y todo aquello con que dañar a La Oficina y a Nelson Mery, a los que acusaba de proteger a los asesinos de Jaime Guzmán.

A partir de ello, Camposano abrió una línea paralela e incorporó las denuncias de Barraza, investigando las responsabilidades de Nelson Mery y de La Oficina en el ocultamiento de pruebas y la protección de frentistas.

Como estrategia de defensa, el exsecretario ejecutivo de La Oficina, Marcelo Schilling, decidió negarlo todo. Lo mismo hizo el presidente de La Oficina Mario Fernández quien declaró que “no existían informantes contratados, sólo terceros que concurrían voluntariamente a proporcionar antecedentes”. Sin embargo, respecto de este sensible tema, los mandamases de La Oficina fueron desmentidos judicialmente, entre otros por el protagonista de este libro, Jesús Silva, además de Humberto López Candia y, muy gravitantemente, por la secretaria de La Oficina, María Avendaño Passi[14] y por la secretaria personal de Schilling, Patricia García Bilbao[15].

Como ya se ha mencionado en esta historia, el dinero entregado a informantes fue el principal método con que La Oficina contó para lograr desbaratar a los grupos de izquierda que se negaban a dejar las armas. Por ende, al negar su existencia, Schilling y Fernández negaban la naturaleza misma de su trabajo.

Schilling también negó judicialmente que Humberto López Candia hubiera trabajado para ellos. Sin embargo, nuevamente,otros integrantes de La Oficina develaron a la ministra Raquel Camposano que López Candia sí había trabajado para ese organismo[16].

La ministra Camposano, con los antecedentes recopilados, en noviembre de 1996 dictó órdenes de arraigo contra Óscar Carpenter y Antonio Ramos quienes, según se iba formando convicción, eran clave para desenmarañar las presuntas actividades ilegales de La Oficina debido a que ambos aparecían en los testimonios como “manejadores”[17] de los agentes e infiltrados pagados. [VER ANEXO N° 20]

Lloviéndole sobre mojado al gobierno y a La Oficina, el 14 de diciembre de 1996 un muerto fue desenterrado. Ese día, la revista Qué Pasa publicó un reportaje titulado “El Policía de La Oficina”[18], donde se entregaban antecedentes desconocidos para la opinión pública respecto de las actividades de Jorge Zambrano, Christian, el policía de la Brigada de Inteligencia Policial que había trabajado de la mano con Jesús en La Oficina, indicándole en varias ocasiones a quién detener luego de realizar el trabajo de Inteligencia. El reportaje periodístico se centraba en la Operación Traslado de Armas a San Bernardo, montaje ya narrado en este libro, orquestado por La Oficina en enero de 1992 gracias a Humberto López Candia, en el que participó Jesús, La Oficina y, por cierto, el personaje del reportaje: Jorge Zambrano. De hecho, según Jesús, Zambrano le había indicado que en dicho operativo debía disparar a matar, cuestión que él no quiso llevar a cabo previendo que La Oficina buscaba desatar un baño de sangre para calmar a la opinión pública, que en ese tiempo temía a los grupos subversivos de izquierda. El objetivo central de la operación había sido crear la falsa impresión de que el gobierno estaba venciendo en la lucha contra el terrorismo. Como hemos señalado, dicho montaje fue descubierto por el subsecretario de Interior Belisario Velasco, en guerra con La Oficina, gracias a su red de informantes. Este hecho había significado el fin de La Oficina en 1993, pero hasta diciembre de 1996, cuando apareció el reportaje, la oscura trama había permanecido escondida para la opinión pública.

Tres días después de publicado el reportaje, el 17 de diciembre de 1996, la ministra Raquel Camposano incorporó al expediente por el asesinato de Jaime Guzmán la causa donde se habían investigado originalmente los hechos ocurridos en la Operación Traslado de Armas a San Bernardo[19]. En dicha causa se encontraban las declaraciones judiciales efectuadas por dos detenidos del DMPA, grupo que acopiaba las armas en una casa, supuestamente para atentar contra Joaquín Lavín.  Además, estaban las declaraciones de los policías que habían actuado en el montaje.

El mismo 17 de diciembre, la ministra sometió a proceso por el delito de Obstrucción a la Justicia[20] a Marcelo Schilling –a esas alturas subsecretario de Desarrollo Regional- y a Nelson Mery, además de incorporar como imputado en la causa al subcomisario de la BIP de Investigaciones Jorge Zambrano, Christian. Según el procesamiento, éste se justificaba por las declaraciones del protagonista de este libro, Jesús Silva, de Humberto López Candia, del excomisario Jorge Barraza y de uno de los jefes del DMPA, Carlos Saavedra[21].

Las acusaciones contra Marcelo Schilling y La Oficina generaron las más variadas reacciones, como la del expresidente Ricardo Lagos, quien declaró: “Lo que se está haciendo es de las cosas más ignominiosas que yo haya visto (…) Lo que está claro es que Chile optó por un sistema democrático y se optó por combatir al terrorismo, y Marcelo Schilling hizo eso. Por ello, creo que él tiene el respeto y la admiración de la inmensa mayoría de los chilenos. Y, por cierto, la mía”[22].

El procesamiento a Schilling y Mery generaron también la indignación del Partido Socialista que, en voz de su dirigente nacional y diputado Camilo Escalona, salió a denunciar la resolución judicial como una operación destinada a salvaguardar el monopolio de la Inteligencia política por parte del pinochetismo. [VER ANEXO N° 21]

El 26 de diciembre de 1996, sin embargo, la estrategia de la parte acusatoria, que buscaba poner a los máximos responsables de La Oficina tras las rejas, sufrió un duro revés luego de que la Corte Supremaacogiera recursos de protección en favor del socialista Marcelo Schilling, del detective Jorge Zambrano, Christian en La Oficina, Óscar Carpenter y Nelson Mery[23]. Años más tarde la ministra Camposano señalaría a la prensa que el haberse ido en contra del gobierno y de La Oficina llevó a que, cuando tuvo la oportunidad de ascender y formar parte de la  Corte Suprema[24], fue vetada.

***

Solo cuatro días después de que los principales integrantes de La Oficina y la policía fueran liberados de cargos, el 30 de diciembre de 1996 a las 15:00, un helicóptero Bell Long Ranger, robado horas antes por un comando del FPMR-A, cual pájaro de acero asomó sobre uno de los patios de la Cárcel de Alta Seguridad. A esas alturas, con el proceso abierto y avanzando, dos de los implicados más relevantes en el crimen de Jaime Guzmám, Ricardo Palma Salamanca y Mauricio Hernández Norambuena se encontraban condenados, rematados y cumpliendo  ahí su prisión efectiva. Desde la nave colgaba un canastillo de material antibalas que, en su interior, contenía armas de puño. En una maniobra de alto riesgo, el helicóptero descendió rozando con sus aspas los altos muros del penal. Se mantuvo a una decena de metros del piso mientras un par de sus tripulantes barría con ráfagas de M-16 las casetas de vigilancia de Gendarmería. En el estrecho patio, cuatro reos recogieron las pistolas que portaba el canasto y, con dificultad, dos de ellos se montaron sobre el armatoste, mientras los otros dos lograron aferrarse de su borde en momentos que el helicóptero iniciaba su ascenso. La nave se alejó rápidamente de la zona con su carga humana, surcando los cielos hasta posarse en medio de una nube de polvo en el Parque Brasil de la comuna de La Granja. En las inmediaciones esperaba un vehículo en el que los frentistas se escabulleron por las calles de Santiago.

La operación, bautizada por el Frente como “Vuelo de Justicia”, fue comandada por Emilio, Raúl Escobar Poblete. Los dos presos más custodiados de Chile, Palma Salamanca y Hernández Norambuena, además de los frentistas Patricio Ortiz Montenegro y Pablo Muñoz Hoffman, se habían desvanecido. La acción guerrillera fue un bochorno para el sistema penal chileno y concitó la admiración de la opinión pública por su carácter cinematográfico. Significó, también, un importante retroceso en las causas de Guzmán y Edwards.

***

Para entonces Jesús había cumplido con su parte involucrando al Chele con La Oficina, y se encontraba en Coyhaique, muy alejado de todo lo que sucedía en Tribunales. El trabajo que le prometieran resultó aún mejor de lo que esperaba, señala, considerando el elevado sueldo, “cerca de un millón de pesos de entonces” y la cantidad de tiempo libre del que disponía.

“En Coyhaique me recibió don Alberto Brautigam Echevarría[25]. Era de mucha plata, con grandes fundos en la zona, un terrateniente, y me nombró jefe de logística de una de sus empresas distribuidora de abarrotes. Don Alberto había sido Intendente de Aysén durante el gobierno de Pinochet y aunque era de Renovación Nacional, tenía harta cercanía con la UDI, especialmente con don Andrés Chadwick”, recuerda. “Yo le caí bien, conversábamos, y él me ocupaba sólo para que lo acompañara a pescar”.

Jesús indica que se sentía “nuevamente en casa”, como si todo lo sucedido desde que dejara el sur para ingresar a la Escuela de Investigaciones no hubiese sido más que un sueño que se había transformado en pesadilla. Volvía a encontrarse con ese cielo estrellado que lo cautivara durante la infancia, el olor a leña quemada en la cocina, las calles encharcadas durante el invierno, las largas horas sosteniendo la caña a la espera del pez que picara.

El surgimiento de Enrique Villanueva y las cuentas alegres de La Oficina

Mientras se encontraba en el extremo sur, el proceso judicial por el caso Jaime Guzmán seguía su curso. Un vuelco importante se dio el 13 de abril de 1997 cuando la periodista Paula Afani[26] publicó en el diario La Tercera un reportaje de investigación que incluía testimonios de militantes del FPMR-A, quienes señalaban que la decisión de asesinar a Guzmán había sido tomada por la Dirección Nacional del Frente, integrada en ese momento por “veinte comandantes”, uno de los cuales era, según el reporte, el comandante Eduardo, cuyo nombre real sería Enrique Villanueva Molina[27] y de quien la periodista publicó una foto en el mismo reportaje. Manteniendo en reserva sus fuentes, Afani “destapó”[28], además, que los frentistas entrevistados para el reportaje le aseguraron que Villanueva había sido informante de La Oficina y que, como tal, estuvo protegido por Marcelo Schilling y las autoridades vinculadas al aparato de Inteligencia del Estado[29]. [VER ANEXO N° 22]

Jesús dice que, cuando vio en La Tercera la fotografía de Enrique Villanueva, reconoció a Pablo Andrés Lira, el agente de La Oficina encargado de la desarticulación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez con quien habría compartido en más de una ocasión. “Y ahí llamé altiro a don Luis Hermosilla. Le dije que el que salía en el diario era el agente que estaban buscando. Me preguntó si estaba seguro. Yo le dije que sí, que yo podía testificarlo con absoluta certeza. Don Luis estaba eufórico”.

Apenas la periodista Paula Afani publicó en La Tercera el reportaje en que supuestamente se identificaba a Enrique Villanueva como agente de La Oficina, y que en esas funciones utilizaba el nombre falso de Pablo Andrés Lira, la pesquisa judicial volvió a remecerse. También despertó nuevos bríos en la carrera por la noticia entre los medios de comunicación. La periodista del diario Las Últimas Noticias, Giglia Vaccani[30], recibió de su editor Manuel Vega el encargo de viajar urgentemente a Coyhaique para entrevistar a Jesús. Vaccani abordó el siguiente vuelo disponible. La operación, fuera por iniciativa del propio medio de comunicación, u obra de influencias ejercidas por Luis Hermosilla o Andrés Chadwick, puso a Jesús de vuelta en la primera línea de la noticia.

“En el diario apareció el tremendo titular”, recuerda Jesús “algo así como Agente encubierto dispara contra La Oficina. Yo había acordado con don Luis Hermosilla y don Andrés Chadwick que me mantendría lejos, en silencio, pero en ese momento mi reaparición les servía para volver a poner el tema sobre la mesa, porque al identificarse a Enrique Villanueva se abrían nuevas posibilidades para que avanzara la causa por el asesinato de Guzmán”.

Con la publicación de la entrevista en Las Últimas Noticias terminó su anonimato en la Patagonia. Jesús asegura que Brautigam le comunicó que debía llamar de inmediato a Luis Hermosilla. La instrucción del abogado fue perentoria: volver de inmediato a Santiago.

A partir de ese momento los altos mandos de La Oficina fueron citados a declarar respecto del polémico personaje. Complicados, los directivos de La Oficina que habían negado la existencia de Pablo Andrés Lira, entraron en una serie de contradicciones:

Marcelo Schilling declaró[31], como siempre, negándolo todo. Su lugarteniente Antonio Ramos[32] cerró filas tras él y también dijo no conocer a ningún Pablo Andrés como informante o agente de La Oficina.

Sin embargo, Juan Manuel Sarmiento, Lorenzo, detective que trabajó desde la Brigada de Inteligencia Policial para La Oficina, justamente desbaratando al FPMR, sí reconoció la existencia de un Pablo Andrés que “prestaba servicios en La Oficina. Debo decir que si bien tuve contacto con él durante más o menos un año y medio, no lo conocí de nombre” [33].

Lo mismo sucedió con la secretaria personal de Marcelo Schilling en La Oficina, Ana Cecilia Contreras Silva[34]: “Reitero que conocí a una persona llamada Pablo Andrés en La Oficina (…) con quien me reuní un par de veces; en cuanto a las fotografías que se me exhiben, manifiesto que la del diario La Tercera de 1997 podría corresponder a la de la persona antes nombrada (…) reconozco en él las facciones (…) pero ciertamente la verdadera identificación puedo hacerla al estar frente a él”.

Humberto López Candia también lo reconoció como la persona cuyo rostro había sido publicado en La Tercera[35]. Y también lo hizo el protagonista de este libro, Jesús Silva.

Según la periodista Paula Afani, quien publicó la nota de prensa en La Tercera, durante su trabajo investigativo algunas fuentes le dijeron que Enrique Villanueva había sido informante de Marcelo Schilling en La Oficina y que, producto de los antecedentes que éste proporcionó para desarticular al FPMR, recibió protección[36].

***

Enrique Villanueva, el comandante Eduardo, era sindicado como miembro del mando del FPMR-A que había dictado la orden de asesinar a Jaime Guzmán y, al mismo tiempo, como el agente de Inteligencia de La Oficina Pablo Andrés Lira, encargado de desarticular al Frente.

Apenas fue divulgado su nombre y fotografía, se despachó una orden de detención en su contra. En 1997 Enrique Villanueva escapó del país. Vivió un tiempo en Cuba y luego en Venezuela, donde ejerció cargos académicos en su especialidad, sociología. Una vez ubicado, empezaron los exhortos de la justicia chilena y las dilataciones por parte de Venezuela. Acá, Villanueva se encontraba procesado y con una solicitud de condena a cadena perpetua.

En 2010 volvió a Chile. Ese mismo año fue detenido y permaneció tres meses en la Cárcel de Alta Seguridad. Luego fue dejado en libertad bajo la cautelar de arraigo nacional. En su defensa aseguró[37] que “el asesinato del senador Jaime Guzmán no fue planificado ni organizado ni ejecutado por una decisión del FPMR. Fue una acción que realizó un grupo de dirigentes del Frente y combatientes del mismo, con el objetivo de neutralizar la transformación de la organización en un partido político y de su inserción en la vida política nacional después del retorno de la democracia en Chile”. Y, respecto de su salida del país en el momento en que se dictó la orden de detención en su contra, declaró que había huido “porque mi vida estaba en peligro (…) La delación pública de mi identidad la hicieron supuestamente excombatientes del Frente”.

Más tarde, el 21 de agosto de 2015, la Octava Sala de la Corte de Apelaciones condenó al comandante Eduardo a cadena perpetua por el delito de “atentado contra autoridad política con resultado de muerte”. El caso fue llevado a la Corte Suprema. En el desarrollo del proceso se estableció que: Las imputaciones respecto de la participación de Enrique Villanueva Molina en La Oficina provenían de testimonios “circunstanciales y testimoniales”, desestimadas por la Justicia y no constitutivas de prueba alguna que pudiera ser considerada un delito. Respecto de la participación de Villanueva en la determinación del Frente de atentar contra Jaime Guzmán, su defensa fue incapaz de demostrar su inocencia. La suma de antecedentes recabados durante la investigación llevó a la condena final por su participación en el asesinato de Jaime Guzmán: cinco años con libertad vigilada.

Pero la supuesta condición de agente de La Oficina cargaba a Villanueva con una responsabilidad tan indeterminada como la utilización de la verdad y la mentira por los servicios de Inteligencia. Una de las dudas más angustiosas y, lamentalmente naturales, señalaba y señala que: tal como en 1992 La Oficina digitó la Operación Traslado de Armas a San Bernardo, en abril de 1991 ¿podía el gobierno haber digitado o sabido previamente del crimen del senador Jaime Guzmán? ¿Lo dejaron morir?

El coronel de inteligencia en retiro de la DINE Raúl Rojas Nieto[38] declaró judicialmente que supo que Enrique Villanueva era agente del gobierno de la Concertación desde marzo de 1991, es decir antes del crimen de Jaime Guzmán y de la consecuente creación de La Oficina. Esto se suma a los dichos del integrante del Frente y responsable del mando en la operación para asesinar a Jaime Guzmán, Mauricio Hernández Norambuena, Ramiro, quien señaló que Enrique Villanueva fue parte de la decisión de la dirección del Frente de matar a Jaime Guzmán.

En el expediente por el caso Guzmán quedó consignado, además, que antes de que el senador fuera asesinado, integrantes de la Dirección de Inteligencia del Ejército y de Carabineros, la DIPOLCAR, participaron de una reunión en La Moneda donde estos últimos alertaron sobre una campaña del FPMR-A llamada “No a la impunidad”, destinada a “hacer justicia ahora” y que entre sus objetivos se encontraba Jaime Guzmán. Aquello quedó consignado en un informe de Inteligencia fechado el 13 de marzo de 1991[39], es decir, prácticamente dos semanas antes del crimen. Se desconoce qué medidas tomó el gobierno con el memorando en sus manos, pero lo concreto es que, al momento del asesinato, Guzmán no había recibido ningún tipo de protección especial ni alerta por parte del gobierno.

Como se ha mencionado, después del 1 de abril de 1991, fecha en que Guzmán fue abatido, todo el espectro político se mostró indignado por el crimen. De hecho, fue gracias a este evento que el gobierno creó La Oficina a fines de ese mismo mes. Sin embargo, tres días después del asesinato, Marcelo Schilling elaboró un memorando de análisis político que envió a la Presidencia de la República, donde sacaba cuentas políticas alegres derivadas del crimen. En dicho documento se señalaba que la primera consecuencia sería el debilitamiento de la UDI si acaso “Otero asumiera en el puesto de Guzmán (…) y la UDI perderá influencia ante la opinión pública y en el Senado en beneficio de Renovación Nacional”. [VER ANEXO N° 23]

Sin más experiencia en Inteligencia que en el pasado haber integrado el Grupo de Amigos del Presidente, GAP, a cargo de la seguridad de Salvador Allende, en 1990 Schilling no tenía un cargo en el gobierno. Era parte de la Mesa de Unidad del PS, miembro de su comité central y vicepresidente del partido. Sin embargo, sus vínculos con quienes luego lo secundarían en La Oficina, Antonio Ramos y Óscar Carpenter -correligionarios y especialistas en Inteligencia-, habrían llevado a la Presidencia de la República a solicitar su consejo y luego incluirlo de lleno en materias de Inteligencia.

Regreso a la contingencia

Tras su arribo a la capital, Jesús asegura que Luis Hermosilla le explicó que después de su estadía en Coyhaique, ahora necesitaba tenerlo cerca y disponible para presentarse ante la Justicia y que, probablemente, volverían a llamarlo para ratificar o ahondar en las declaraciones que había hecho. Le indicó que debía presentarse al día siguiente en un edificio ubicado en calle República 239 donde lo esperaría Ignacio Fernández Doren[40] para ofrecerle un nuevo trabajo. Jesús recuerda que el encuentro fue en la sede central de la Universidad Nacional Andrés Bello. “Me hicieron pasar a una oficina en el cuarto piso y ahí estaba el señor Ignacio Fernández, junto a don Miguel Ángel Poduje[41] y don Luis Cordero Barrera[42]. Me dijeron que era bienvenido y que ahí me iban a ‘cuidar’ porque yo había declarado en el proceso por el asesinato de Jaime Guzmán. Después, don Luis Cordero me pidió que lo acompañara a su oficina, donde nos juntamos los dos solos y me explicó que mi tarea iba a ser de jefe de seguridad de la universidad. Me dijo que me iban a pagar un sueldo base de 370 mil pesos como funcionario, lo que era muy buena plata en esa época, más una cantidad igual por ser su guardaespaldas personal. Era claro que don Luis vivía asustado, pensando que algún día podía ser el próximo Jaime Guzmán”.

Para comenzar a cumplir sus funciones, Jesús afirma que hizo un análisis del sistema de seguridad de las distintas sedes de la universidad y se dio cuenta de que éste era precario. Hizo que contrataran veinte guardias adicionales e instruyó que el equipo no usara uniformes para que los vigilantes pasaran desapercibidos en las instalaciones; solicitó un sistema moderno de radios para la coordinación del contingente de modo eficiente; y ordenó la instalación de 40 cámaras de seguridad.

Además de coordinar a los equipos de vigilancia, afirma que su rutina como guardaespaldas de Luis Cordero consistía en el “aseguramiento” del traslado de éste desde su hogar a la oficina y la llegada y la retirada desde la sede. “Él me decía: ya, estoy llegando a Plaza Italia, y yo partía con el vehículo para escoltarlo. Era el único guardia que él permitía que se le acercara. Cuando ya estaba cerca de destino yo tenía a mis hombres dispuestos para que bloquearan la calle mientras el auto ingresaba al sótano, donde están los estacionamientos. Cuando veía en las cercanías a tipos que me parecían sospechosos, le decía que esperara antes de salir del auto. Siempre le recordaba que esas paradas eran las más peligrosas, acuérdese de lo que le pasó a su amigo Jaime Guzmán”.

La rutina de Jesús como jefe de seguridad y guardaespaldas de Cordero se veía alterada sólo cuando se llevaban a cabo ciertas reuniones. Ocurría un par de veces al mes, explica, cuando acudían a la oficina de Cordero los socios de las distintas partes involucradas en la propiedad de la universidad y de la inmobiliaria dueña de los edificios de la misma.

Al término de una de aquellas reuniones, Jesús recuerda que se le acercó Andrés Chadwick.

– Jesús, va a haber algunos cambios de ahora en adelante -dice que le señaló el abogado, según recuerda el diálogo que sostuvieron-. Necesitamos que comiences a ir un par de mañanas cada semana a nuestra oficina.

– Pero don Andrés, no puedo dejar botada la pega.

– No te preocupes -le contestó Chadwick-, ya lo conversé con Cordero.

– Es que acá tengo que estar siempre atento -replicó Jesús-, si no, la cosa no funciona.

– Te digo: ya está todo arreglado. Van a contratar personal adicional para reforzar la seguridad.

– Oiga, disculpe -insistió-, no se necesita más personal. Yo puedo manejar todo muy bien con el equipo que tengo…

– ¡Escucha, Jesús! –lo interrumpió con dureza Chadwick-. No te estoy pidiendo que lo hagas. Es una instrucción. Acuérdate que tenemos un trato.

– Yo no me olvido del trato, don Andrés, pero tampoco de mi responsabilidad. Tengo un contrato claro.

– ¡Déjate de wevadas! –le espetó el abogado-. Si te digo que vas a ir dos mañanas por semanas a nuestra oficina, tú haces caso.

Jesús reconoce que en ese momento se comió la rabia. Su naturaleza explosiva podía amenazar todo lo que había conseguido. A la mañana siguiente acudió a la oficina de Hermosilla, Chadwick & Morales, el bufete de abogados que habían constituido como socios Chadwick y Hermosilla.

En esa primera ocasión, cuenta Jesús, le explicaron que trabajaría en reuniones de planificación en una sala que se había acondicionado especialmente. “En la oficina de don Andrés y don Luis circulaban muy seguido Pablo Longueira[43], Carlos Bombal[44] y Luis Cordero, que iban a conversar acerca del asunto Guzmán, pero ellos se reunían en una sala aparte, mientras yo me juntaba periódicamente con Jorge Barraza, López Candia y Juan Manuel López Totoricaguena. Un día don Andrés Chadwick andaba súper acelerado, molesto. Llegó hablando fuerte y golpeado: ¡Avivemos el fuego! ¡Avivemos el fuego porque esto se está muriendo! ¡Y si hace falta plata, si quieren plata, hay plata!”.

Entre las muchas tesis que a Barraza le interesaba levantar, con el apoyo de los informantes, estaba la posibilidad de que el crimen de Jaime Guzmán hubiese sido conocido de antemano por el gobierno de Patricio Aylwin y que no se hubiese hecho nada por detenerlo. Pero en ese tiempo no existían aún los antecedentes que luego fueron acumulándose y que, en 2010, llevaron al ministro Mario Carroza[45], en la conducción del caso por la muerte del senador, a abrir esta brecha judicial.

Durante las reuniones de trabajo con Barraza, López Candia y López Totoricaguena, asegura Jesús, “Barraza nos decía: ya, tú declara esto, tú esto otro. Con decirles que nos pasaron a cada uno una copia del proceso y nos dedicábamos a estudiarlo. Las copias estaban marcadas en varias partes y habían subrayado cosas específicas en las que teníamos que ir viendo cómo armar nuestras declaraciones. Mira, sería conveniente que Jesús declarara esto y López Candia esto otro, para unirlo con lo que declara este otro, cosas de ese tipo”.

Así, quedaron inscritas en el proceso numerosas declaraciones. Entre ellas[46], Barraza sacó a colación la existencia de una supuesta encargada de Inteligencia del FPMR-A (una fabricación del excomisario, según los testimonios de todos los exfrentistas que han sido entrevistados por la justicia), la ciudadana francesa Emmanuelle Verhoeven quien, si bien efectivamente mantenía vínculos con militantes del Frente, jamás pudo comprobarse su supuesta alta jerarquía. Barraza declaró que Verhoeven le informaba directamente a cambio de protección acerca de lo que sucedía a nivel de la Dirección Nacional del FPMR. A través de ella el excomisario se habría enterado, o confirmado sus sospechas, de que El Chele había instruido a Ramiro para la ejecución de Jaime Guzmán; que el comandante Eduardo, Enrique Villanueva o Pablo Andrés Lira en La Oficina, habría sido miembro activo de la dirección del Frente hasta septiembre de 1993, y que en esa condición habría sido miembro del colectivo que decidió la suerte del exsenador UDI; que tanto Villanueva como Agdalín Valenzuela eran agentes a contrata en La Oficina; que El Chele era informante de la misma repartición y hacía de vínculo entre ésta y el gobierno cubano.

Jesús relata que Jorge Barraza coordinaba al grupo de declarantes, y luego iba informando de los avances a Luis Hermosilla. “Barraza estaba obsesionado con involucrar a Salvador y al Chele. También estaba muy empeñado en que los tres aseguráramos que Enrique Villanueva era efectivamente el agente de La Oficina que se conocía como Pablo Andrés Lira y que dijéramos que sabíamos que en La Oficina se sabía perfectamente bien que Villanueva había participado en la orden del FPMR-A de asesinar a Guzmán. Lo recuerdo textual cuando decía: ¡Hay que cagar a estos weones! ¡El gobierno cubano y La Oficina están metidos hasta las cachas! ¡Tenemos que cagar al Chele, a Villanueva y a Schilling!”.

Jesús reconoce que comenzó a sentir lo mismo que antes frente a sus superiores en la Policía de Investigaciones: “era como cuando yo había visto a mis colegas robando, o en cualquier otra actitud contra lo que yo consideraba la función policial. Esa misma molestia se iba apoderando de mí. Porque una cosa es que yo ratificara mis dichos, cumpliendo el compromiso con Hermosilla y Chadwick, y que dijera cosas que no eran ciertas, como lo del Chele, pero otra era que Barraza nos tratara como a sus subordinados, con tanta prepotencia. Le estaba agarrando bronca a todo eso”.

Según afirma, la “bronca” a la que se refiere llegó a tal punto que, en una ocasión, presentó su reclamo ante Luis Hermosilla y Andrés Chadwick, en un diálogo áspero que recuerda del siguiente modo: 

– Esto no estaba en nuestro acuerdo -les reclamó Jesús intentando mantener la calma respecto de la subordinación a la que le sometía Barraza.

– El acuerdo es que nosotros te amparamos a cambio de que hagas lo que se necesita -le contestó Chadwick-, y las necesidades las definimos nosotros, no tú.

– Yo he hecho todo lo que me han pedido, pero acá me están pasando a llevar.

– ¡No te hagas el delicado, hombre! –estalló Chadwick.

– Barraza es prepotente, y yo con prepotencia no funciono; además, eso de mentir…

– Nadie habla de mentir -intervino pausadamente Hermosilla.

– No abiertamente, don Luis, pero él arma la historia que tenemos que contar. Y yo me opongo. Prefiero decir la verdad, por más caro que me salga.

– ¿Qué estás diciendo? –preguntó Chadwick- ¿¡Es una amenaza!? Ten cuidado, cabrito, mucho cuidado, acuérdate de con quiénes estás hablando

– A ver, a ver -intercedió Hermosilla poniéndole paños fríos a la discusión que estaba por desbordarse-, todos tenemos que calmarnos. Hay demasiada presión, hay mucho estrés y es verdad que Barraza puede ser demasiado autoritario, a veces. Yo voy a hablar con él, Jesús, pero tienes que bajar las revoluciones. Piensa, reflexiona y no lances por la borda todo lo que has construido: trabajo, estabilidad, respeto.

“Por suerte tomó las riendas don Luis, porque Chadwick estaba alterado”, asegura Jesús “pero no se trataba solo de eso. No sacaban nada con decirme que me calmara si todo iba a seguir igual”.

Jesús asegura que la tensión con Barraza se desarrolló de modo simultáneo con la que se fue gestando con los socios de la universidad. Dice que comenzó a sentirse “pasado a llevar, por ejemplo, cuando contrataron a seis personas para integrarlas al equipo que yo dirigía, sin consultarme. Eran unos tipos que habían sido de la CNI y que llegaron con una actitud de superioridad. Se suponía que eran mis subordinados, pero actuaban como si ellos estuvieran a cargo. Eran prepotentes con el resto del grupo y conmigo. Yo quedé debilitado en mi autoridad y reclamé con los jefes. Estos tipos convencieron a don Luis Cordero de que el personal tenía que ir uniformado, lo que cambiaba completamente lo que yo había diseñado como estrategia de seguridad. Fueron varios los conflictos con esta gente, y yo me fui alterando cada vez más al punto que dije que no se estaba respetando el acuerdo con el que yo había llegado a trabajar ahí y que, si ellos no cumplían, entonces yo tampoco iba a estar obligado al compromiso de declarar ni una palabra más en el proceso por Guzmán. Ahí la embarré, porque me puse la soga al cuello”.

Dos o tres días más tarde, recuerda, cuando estaba en la sala de control de seguridad en la sede central de la universidad, lo llamó Luis Cordero para que acudiera a su oficina en el cuarto piso. Según señala, también estaba presente Ignacio Fernández Doren.

– Señor Silva –recuerda que fue directo al grano Luis Cordero, sorprendiéndolo, pues ya se había acostumbrado a un trato más familiar por parte de su jefe-, tengo que informarle que, a partir de esta fecha, no recibirá más el sobresueldo acordado y lo libero de su responsabilidad como mi guardaespaldas.

– Además hay un asunto con unas horas extra que tiene anotadas acá -intervino Ignacio Fernández, extendiendo una planilla sobre la mesa-, que tampoco pagaremos, pues no están justificadas.

Jesús Silva sonrió y miró a los ojos a Luis Cordero.

– Don Luis, yo siempre he dicho que donde no me quieren, no me quedo.

– No lo queremos -le contestó su jefe.

“Y ahí me quitaron la pega, me quitaron todo. Aunque me pagaron lo que correspondía por desahucio y vacaciones”, reconoce.

***

Jesús recuerda que, al día siguiente de perder el trabajo en la universidad, lo llamó Luis Hermosilla y le pidió que fuera a visitarlo a su oficina. “Fue muy amable, comprensivo”, dice. “Incluso valoró mi actitud de una sola línea. No fueron solo bonitas palabras, sino que me ofreció una nueva oportunidad y me contrató personalmente para que me fuera a trabajar a su casa, a cargo de la seguridad de su familia”.

Relata que ahí donde los Hermosilla hacía de todo, “hasta lavaba la piscina. Me convertí en un mozo muy bien pagado. La señora de don Luis, doña Mónica Bauer, era muy amable conmigo y me sentía muy cómodo. Ellos estaban terminando de arreglar una tremenda casa que le habían comprado a la hija de Pinochet, la Jacqueline, en San Damián 411”, recuerda Jesús “y como la estaban remodelando, yo hacía de capataz de los maestros, vigilaba que no robaran, ese tipo de cosas. Ahí estuve casi todo el ‘99”.

Jesús señala que aquellos fueron tiempos felices. Al trabajo estable se sumaba que, después de años de estar soltero, había encontrado a una mujer a quien se refiere solo con el apodo de Flaca. “Me la presentó un amigo. Me dijo: yo conozco a una mujer que te va a arreglar la vida. Le contesté que no necesitaba eso, que no me hacía falta. Pero él insistió, me mostró una foto de ella y ¡era estupenda! Una noche fui con mi amigo a la disco Excalibur y me la presentó. Ella trabajaba en Banmédica, en una ambulancia. Al principio no me pescó ni en bajada. Yo me dije: qué me va a hacer caso a mí, ¡pero me hizo caso!”.

Comenzaron una relación formal, estable, y Jesús sintió que por fin su vida se estaba encarrilando. A poco andar, la pareja se enteró de que serían padres. “Al comienzo me sentí invadido por la angustia. El recuerdo de mi hija fallecida me penaba. Pero muy pronto dejé de tener miedo y comencé a contar los días que faltaban para ser papá nuevamente”, confiesa. 

Tenía claro, afirma, que el cobijo brindado por Luis Hermosilla era una forma de mantenerlo cerca, controlado, e ir trabajándolo lentamente “para que aceptara declarar cuando llegara el momento, pero yo estaba cansado de mentir, y como sentía confianza con él, se me ocurrió la mala idea de decírselo. Esa fue la primera vez que me llegó un tremendo reto de don Luis”.

Por entonces, la defensa de Enrique Villanueva, quien se encontraba prófugo desde 1997 y radicado en Venezuela, presentó un Recurso de Amparo para anular la orden de captura en su contra.

– ¡Hay que parar a estos carajos! -cuenta Jesús que estalló Hermosilla, furioso- ¡Si les aprueban el Recurso se nos viene todo al suelo!

Con los autores materiales del crimen de Guzmán fugados e inubicables, no había nadie pagando condena por el caso que llevaba más de ocho años empujando contra viento y marea. No podía permitirlo. Jesús era una de sus últimas esperanzas.

– ¡Ya, ahora sí que llegó tu turno! -asegura Jesús que le dijo el abogado- ¡Es para esto que nos hemos venido preparando!

Para reparar su relación con Hermosilla, señala Jesús, le aseguró que iba a declarar lo que habían acordado.

– Es la única manera de interponerse en el curso de la defensa de Villanueva -cuenta que le dijo su jefe, sobándose los párpados bajo los anteojos. 

En la audiencia, sin embargo, Jesús no fue todo lo explícito que esperaba el abogado, pues se limitó a señalar que, en su calidad de funcionario de Investigaciones vinculado a La Oficina, le constaba que “Villanueva era una de las personas que visitaba a Jorge Zambrano (Lorenzo)» y que «estaba al tanto de que pertenecía al FPMR”. Esta indefinición no era lo que esperaba Luis Hermosilla, pues no consignaba la labor de Villanueva como agente encargado de todas las operaciones de Inteligencia de La Oficina contra el FPMR, incluyendo el control y manejo de numerosos infiltrados e informantes pagados, ni que correspondiera a Pablo Andrés Lira. A lo más, había identificado a Villanueva como informante ocasional, lo que le valió una nueva reprimenda de su empleador[47]

Poco tiempo después, recuerda, se metió donde no debía. “Don Luis Hermosilla y su señora Mónica Bauer no tenían una buena relación. Yo los había visto discutir bastante violentamente y, como le había agarrado mucho cariño a ella, tuve la pésima idea de intervenir en medio de una discusión y decirle a don Luis que esa no era la manera de tratar a una dama. Quedó la cagada, fue catastrófico: ¡Agarra tus pilchas y mándate a cambiar!”. Aquella había sido la gota que colmó el vaso e hizo que se cerrara una tercera puerta a sus espaldas, en el peor momento imaginable, cuando estaba esperando la llegada de un hijo.

Debía encontrar trabajo cuanto antes.

***

Según Jesús, dos días después de ser despedido por Luis Hermosilla, el 8 de noviembre de 1999, acudió al mall Alto Las Condes convencido de que lo contratarían en el servicio de seguridad y vigilancia. “Pero la reunión fue un desastre, porque habían cambiado al jefe, que ahora era un militar en retiro, y me mandó a la cresta de inmediato. No sé de dónde le habría llegado el soplo, o con quién habría consultado mis antecedentes, pero me dijo que no contrataba traidores”.

Esa tarde, de regreso a Paine donde se había instalado junto a su pareja, avanzaba sin prisas por Padre Hurtado. Luego tomó Los Morros. Le preocupaba lo que diría su mujer, a quien había garantizado que el trabajo era seguro. En un entronque secundario a Alto Jahuel, cuenta Jesús, detectó por primera vez el taxi Chevrolet Monza con cuatro tipos en su interior, detenido a un costado de la ruta.

Siguió avanzando y poco más allá lo pasó una moto con dos tipos a bordo. Alzó la vista hacia el retrovisor y vio que se acercaba el taxi. Calculó: lo iban a alcanzar al final de la última curva, justo antes de una larga recta.

El taxi no llevaba patente; el copiloto y el pasajero del asiento trasero a la derecha abrieron sus ventanillas. En el momento de pasarlo, desde el interior del taxi los sujetos dispararon a mansalva. Jesús narra que pisó a fondo el freno y se lanzó hacia un costado. Su auto derrapó y se salió de la ruta, saltando por encima del arcén y deteniéndose a centímetros de una profunda acequia.

Abrió la puerta del copiloto y se precipitó al exterior. Tenía quince tiros en la Beretta y seis disponibles en el revólver. Según relata, los sujetos se bajaron del Monza y comenzaron a avanzar hacia él, disparando. Las balas picaban frenéticamente sobre la tierra a su lado y él respondió con ritmo constante y pausado. El chofer del taxi gritó algo incomprensible y los agresores emprendieron una caótica carrera hasta el vehículo. Más allá, la moto giró sobre su eje. Tres segundos más tarde, los frustrados asesinos habían desaparecido.

La sangre palpitaba con fuerza en sus sienes y el miedo que no había sentido instantes antes ahora le atenazaba el pecho. Su mujer. Tenía que ir por su mujer.

Recuerda que volvió a subir a su auto y retomó la ruta con desesperación. Cuatro o cinco kilómetros más adelante se encontró de frente con dos patrulleras de Carabineros. ¿Un control policial? Le dieron el alto y sospechó lo peor. Se detuvo y abrió la puerta. Descendió con los brazos en alto y entonces vio a un joven suboficial acercándosele. Lo conocía bien, era Tapia, una persona recta y amable. “¡¿Qué pasó?!”, exclamó el carabinero.

– Me atacaron… -contestó él- ¡Si se apuran, los pillamos! ¡Es un taxi Monza sin patente y una moto!

– ¡Espera! –lo detuvo el carabinero.

– ¿¡Y si van por mi señora!?

– No te preocupes. Voy a dar el aviso.

Estaba a la defensiva. Lanzó una mirada cargada de sospechas al policía que se encogió de hombros.

– No me preguntes, no tengo idea de nada. A nosotros sólo nos dijeron que había que venir para acá.

El exdetective se sentó sobre el asiento del conductor sin cerrar la puerta.

– ¿Andas cargado? -le preguntó Tapia.

Él se limitó a señalar hacia el puesto de copiloto. El oficial dio la vuelta por el frente del vehículo y abrió la puerta del otro lado. Recogió ambas armas.

– Tú eres hijo de paco, igual que yo -le dijo Tapia-, actuaste en defensa propia. Yo te guardo los fierros y te los paso a dejar mañana. Todo esto va a quedar piola, tranquilo.

Efectivamente, como le señalara el suboficial de Carabineros, todo “pasó piola”, y aunque el hecho en sí había sido una señal inequívoca de que estaba marcado como objetivo, el nacimiento de su hijo, pocos días más tarde, desplazó por completo cualquier preocupación. Había sido padre nuevamente, era lo único que importaba.


[1] Había pasado a retiro de la Policía de Investigaciones el 18 de noviembre de 1994.

[2] Como se ha señalado anteriormente, la familia Velasco mantenía importantes negocios en Cuba. Ver el detalle en el Capítulo IV bajo el subtítulo “La Oficina y el fantasma de Belisario”.

[3] Tanto Enrique Correa como Óscar Carpenter habían estrechado fuertes vínculos políticos y amistosos en Cuba.

[4]

[5]Ricardo Palma Salamanca fue detenido el 25 de marzo de 1992. Con fecha 27 de enero de 1994, mientras ya cumplía condena de presidio perpetuo por el secuestro de Cristián Edwards, a la que se sumaba una segunda condena de 15 años y un día por la muerte del coronel de Inteligencia de Carabineros Luis Fontaine, fue condenado a firme a una segunda cadena perpetua por el crimen de Jaime Guzmán. Mauricio Hernández Norambuena fue detenido el 5 de agosto de 1993. Con fecha 27 de enero de 1994 fue sentenciado a cadena perpetua por el crimen de Jaime Guzmán y a una segunda cadena perpetua por el caso Cristián Edwards. Posteriormente, el día 2 de febrero de 2002, Mauricio Hernández fue detenido en Brasil por su responsabilidad en el secuestro del empresario local Washington Olivetto y condenado en ese país a 30 años de presidio, pena máxima en la legislación brasileña. Para lograr la extradición a Chile y que siguiera cumpliendo la sentencia por los casos Guzmán y Edwards, la justicia chilena reconoció la prescripción gradual de las condenas de Hernández y modificó la sentencia original a quince años y un día de presidio mayor en su grado máximo por la muerte del senador Jaime Guzmán y a quince años y un día de presidio mayor en su grado máximo por el secuestro de Cristián Edwards, igualando de este modo la pena máxima que permite Brasil.

[6]“Asesinato en el campus Oriente; 21 años de impunidad en el crimen de Jaime Guzmán”; Olivares, Lilian; Editorial Fundación Jaime Guzmán; Santiago de Chile, 2012: “El abogado Luis Hermosilla, que no soltó nunca más el proceso desde el año 1996, recuerda: ‘Cuando analicé los antecedentes que me llevó Andrés Chadwick, me pareció que los elementos justificaban de sobra que se reabriera la investigación. Esos antecedentes apuntaban no exactamente al asesinato, sino al posible encubrimiento de los autores. Creo que se ha acreditado en el proceso que aquí, por acción u omisión, el Estado de Chile ha fracasado en la persecución de los autores materiales e intelectuales del homicidio de Jaime Guzmán. Y una de las variables hoy indesmentibles es la protección y amparo de la cúpula del Frente Manuel Rodríguez y, en particular, del Chele’”.

[7]El partido UDI fue representado por su apoderado, el abogado Miguel Alex Schweitzer.

[8] Entre muchos otros casos “emblemáticos”, fue abogado de la familia del militante comunista José Manuel Parada, asesinado en el caso Degollados en dictadura; defendió al empresario Claudio Spiniak, condenado por prostitución infantil y estupro; defendió al sacerdote de los Legionarios de Cristo John O’Reilly por casos de pedofilia; es el abogado defensor de la familia de Jaime Guzmán; representó al gobierno en el caso contra el machi Celestino Córdova por el asesinato del matrimonio Luchsinger-MacKay ocurrido en Vilcún, La Araucanía; abogado defensor del exministro del Interior Andrés Chadwick durante el proceso de Acusación Constitucional por su responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile durante el llamado Estallido Social.

[9] A pesar de la estrecha amistad entre ambos, debe decirse que Chadwick y Hermosilla mantuvieron y mantienen sus propias constelaciones de amistades por separado. Mientras Chadwick departe y hace política con su primo hermano Sebastián Piñera y con altos dirigentes políticos de derecha, Hermosilla ha sabido labrarse una vasta red de amistades en mundos distintos. Respecto de Hermosilla y su universo, destaca lo que se conoció como el grupo “Súper 8”, que se reunía cada dos semanas a comer y discutir la contingencia. A este grupo pertenecían, de modo estable, Fernando Paulsen, por entonces subdirector de la revista Análisis y exmarido de Marilú Velasco, hija de Belisario Velasco, quien a su vez llegó a ser accionista mayoritario de la revista mencionada; Fernando Villagrán, en la época director de la revista Apsi; Cristián Bofill, que llegara a ser director del diario La Tercera; Isidro Solís, director general de Gendarmería y luego director de la agencia Dirección de Inteligencia y Seguridad Pública, DISPI, que sustituyó a La Oficina, además de socio en un estudio de abogados con Juan Pablo Hermosilla, hermano de Luis, y socio junto a Belisario Velasco en la propiedad de la revista Análisis; Gustavo Villalobos, que fuera jefe jurídico de la Vicaría de la Solidaridad y luego director de la Agencia Nacional de Inteligencia, ANI, heredera de la DISPI y de La Oficina. Más tarde, así como Andrés Chadwick se proyectó en el mundo de la política formal desde la UDI siendo diputado, senador y ministro del Interior, Hermosilla condujo sus pasos hacia la academia, convirtiéndose en decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Andrés Bello, nombrado para tal cargo por Luis Cordero Barrera –otro de los 77 de Chacarillas y fundador de la UDI-, colaborador estrecho de Jaime Guzmán y propietario de la empresa Copra S.A. Como decano en la Universidad Andrés Bello, Luis Hermosilla reclutó para la planta académica al exministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Alfredo Pfeiffer, quien llevara el caso por la muerte de Jaime Guzmán.

[10] Recordemos que Jesús Silva nació en 1965 en la localidad de Balmaceda, entre Puerto Ibáñez y la ciudad de Coyhaique. Posteriormente, entre 1986 y 1987, su primera destinación fue Puerto Aysén. En 1993, nuevamente fue destinado a dicha ciudad.

[11] Según explica Jesús, los abogados requerían del testimonio de un agente de la Policía de Investigaciones para corroborar o fortalecer los dichos de Humberto López Candia, quien hasta ese momento habría sido su única fuente directa de La Oficina, un testigo que contaba con una credibilidad reducida.

[12] En la declaración de Jesús Silva, a fojas 955, del tomo VII. Causa Rol N° 39.800-1991, con fecha 19 de agosto de 1996, éste señala que: “Yo me encontraba con Zambrano, Sarmiento, El Chele y (Agdalín) Valenzuela, quienes me esperaban en un furgón rojo o en un Chevette negro; esto fue a contar de enero de 1993 en adelante”.

[13] Vale la pena reiterar que la estrecha relación de amistad entre Chadwick y Hermosilla llevó a que, en 1998, se asociaran en un bufete de abogados, “Hermosilla, Chadwick & Morales”, firma que ha representado la defensa, entre muchos otros, de Claudio Spiniak, Juan O’Reilly, SQM, Hernán Larraín y la familia de Jaime Guzmán. Más recientemente, Luis Hermosilla defendió a su amigo y socio Andrés Chadwick en el proceso de acusación constitucional por la responsabilidad que le cupo como ministro del Interior en las graves violaciones a los derechos humanos ocurridas luego de la rebelión popular desatada en octubre del 2019.

[14] Declaración judicial de María Avendaño Passi, a fojas 1062, del tomo VII. Causa Rol N° 39.800-1991: “(el informante) Agdalín Valenzuela (…) se quería salir del FPMR y por eso se le ayudó para que se instalara en Curanilahue; Burgos me pasó el dinero en dos o tres oportunidades, en total unos $400.000 o $500.000, no recuerdo con exactitud, que yo entregué a Ramos y éste, a su vez, a Valenzuela”.

[15] Declaración judicial de Patricia del Carmen García Bilbao, a fojas 1146, del tomo VII. Causa Rol N° 39.800-1991. “En una o dos ocasiones le entregué dinero en sobres a un señor Godoy (El Nuto); sabía que era dinero porque Schilling me dijo que iban a buscar ese dinero”.

[16] Declaración judicial del subprefecto Juan Miguel Sarmiento Duarte, Lorenzo, a fojas 1447-1480, del tomo VIII, quien declaró: “debo reiterar a Usía que conocí a Agdalín Valenzuela y a Humberto López Candia, que eran informantes de La Oficina”.  Más adelante, en mismo tomo y fojas, declaró que “(López Candia) me dio bastante información acerca de grupos subversivos (…)”. También contradice a Marcelo Schilling el propio analista de La Oficina Antonio Ramos quien declaró judicialmente a fojas 1084-1085 del tomo VII que “conozco a Humberto López; lo conocí cuando yo trabajaba en el CCSP (La Oficina) ayudando a Schilling; éste me dijo que había una persona que quería dar informaciones sobre actividades terroristas y se produjo una reunión con él en la oficina de Schilling (…) Marcelo me preguntó si estaba dispuesto a seguir las conversaciones con López, pero yo me negué porque había aumentado la cantidad de trabajo en mi oficina (…) y Marcelo decidió que se lo pasáramos a Carpenter”.

[17] En la jerga de las agencias de Inteligencia, los “manejadores” (handlers) son quienes se encargan del reclutamiento, mantención, orientación y control de los agentes e informantes.

[18] El Policía de La Oficina fue publicado en Revista Qué Pasa el 14 de diciembre de 1996. Una copia fue incorporada a fojas 2033-2034, del tomo IX, Causa Rol N° 39.800-1991. El citado reportaje señalaba: “El subcomisario (Zambrano), Carpenter y López Candia también estarían involucrados en el ilegal traslado de armas a San Bernardo, en enero de 1992. Junto con Carpenter, Zambrano supervisó el traslado de varias armas del FPMR (…) destinadas al Destacamento Mirista Pueblo en Armas (…) Zambrano, al igual que Carpenter y otros responsables, podrían ser procesados por Ley de Control de Armas. Además, no detuvieron ni individualizaron al miembro del Frente que entregó el arsenal, lo que puede interpretarse como una aplicación ilegal de la delación compensada”.

[19] Fue la causa Rol N° 3-92T de la Corte de Apelaciones de San Miguel, iniciada inmediatamente después de que el gobierno diera el golpe en contra de los subversivos que supuestamente habían acopiado las armas en esa comuna para atentar contra Joaquín Lavín.

[20] Artículo 269 bis del Código Penal

[21] Señala “las declaraciones de Jesús Silva San Martín, a Fojas 604; Humberto López Candia, a Fojas 1018 y 1470; Carlos Saavedra Savedra, a Fojas 1605; Jorge Barraza, a Fojas 5, 11, 54 y 1033”, entre otros.

[22] Revista “Qué Pasa”, 26 de julio de 1996.

[23] “La orden de prisión y el estado de libertad provisional que han afectado al nombrado Schilling, han carecido de mérito o antecedentes que las justifiquen, por lo que la Corte debe dejarlas sin efecto. (…) Se declara que se acoge el recurso de amparo deducido a fs. 1 en favor de Marcelo Schilling y que (…) se decide que aquél no queda procesado como autor del delito que describe el artículo 269 bis del Código Penal (Obstrucción a la Justicia) y que la libertad provisional se troca en libertad incondicional”. A continuación, y en fojas consecutivas dentro de la causa, se repite el mismo veredicto para los imputados Jorge Zambrano, Óscar Carpenter y Nelson Mery.

[24] Diario La Segunda. 7 de diciembre de 2013. “Raquel Camposano, la primera mujer que integró quina a la Suprema, habla del Veto Político». Autora: Lilian Olivares.

[25] Empresario. Militante de Renovación Nacional. Hijo de Alberto Brautigam Luhr, alcalde de Aysén y luego, en tres oportunidades, de Coyhaique. Alberto Brautigam Echevarría fue Intendente designado durante la dictadura, cargo que dejó el 11 de marzo de 1990.

[26] Periodista ampliamente identificada más adelante en este libro, con estrechas vinculaciones con diversos aparatos de Inteligencia, entre ellos La Oficina y la JIPOL.

[27] Conocido en el FPMR con las chapas comandante Eduardo (al integrar la Dirección Nacional del Frente) y Roberto Torres (mientras fue vocero internacional del Frente), fue uno de sus fundadores y principales cuadros políticos. Suboficial de la Fuerza Aérea de Chile hasta el golpe de Estado de 1973, cuando fue detenido y encarcelado. Más tarde, formado militarmente en Cuba y con experiencia de combate en Nicaragua.

 Quien ya había publicado, junto al periodista Rubén Bravo sendos reportajes que, como se reseñó antes en este libro, develaron los detalles y consecuencias del operativo ideado por Marcelo Schilling y su equipo en un reportaje publicado en dos partes, los días 9 y 10 de julio de ese año. En dicho trabajo periodístico quedaba en evidencia la responsabilidad de La Oficina.

[28] Enrique Villanueva, al negar haber sido agente de La Oficina y que hubiera participado de la decisión de matar a Guzmán, diría sobre Paula Afani, de modo indirecto, que “aparece (en La Tercera) mi nombre como supuesto traidor (…) en un periódico nacional, denunciado por personas que después se sabe están vinculadas a servicios de Inteligencia de Carabineros”. El asesinato de Jaime Guzmán pudo ser digitado; El Mostrador;  Miguel Paz; 8 de septiembre, 2010.

[29] Poder Judicial, causa Rol N°39.800-1991, fojas 2230 y 2231.

[30] Quien ya había publicado junto al periodista Rubén Bravo sendos reportajes que develaron los detalles y consecuencias del operativo ideado por Marcelo Schilling y su equipo en un reportaje publicado en dos partes, los días 9 y 10 de julio de ese año. En dicho trabajo periodístico quedaba en evidencia la responsabilidad de La Oficina.

[31] Declaración de Marcelo Schilling, a fojas 2626-2627, del tomo X. Causa Rol N° 39.800-1991. “Acerca de si conozco o tuve una relación con Conrado Enrique Villanueva Molina, alias comandante Eduardo, manifiesto no haberlo conocido nunca ni he tenido contacto con él”.

[32] Declaración judicial de Antonio Ramos, a fojas 2628-2629, del tomo X. Causa Rol N° 39.800-1991. “No conocí de modo alguno a alguna persona que se llamara Pablo Andrés y que hoy, según Usted me indica, sería Conrado Villanueva”.

[33] Declaración de Juan Manuel Sarmiento, a fojas Fojas 2362. Causa Tomo X. Causa Rol N° 39.800-1991.

[34] Causa Rol N° 39.800-1991, Tomo X, a Fojas 2341.

[35] Declaración judicial de Humberto López Candia a fojas 2273, del tomo IX. Causa Rol N° 39.800-1991. “Reitero que conocí a Pablo Andrés en su trabajo en La Oficina y conversé con él muchas veces, pues lo veía todas las semanas. (En cuanto a si se trataba de Enrique Villanueva) estaría en condiciones de reconocerlo si me lo presentaran y también creo que corresponde a la persona cuya fotografía ha sido publicada en el diario La Tercera, como el comandante Eduardo”.

[36] Declaración judicial de Paula Afani, a fojas 2237-2238, del tomo IX. Causa Rol N° 39.800-1991.

[37] Declaración judicial de Enrique Villanueva Molina, a fojas 3027-3030, del tomo XI. Causa Rol N° 39.800-191.

[38]Declaración judicial de Raúl Rojas Nieto, a fojas 6148, del tomo XVIII. Causa Rol N° 39.800-1991. Según él, Lenin Guardia le dijo en marzo de 1991 que un alto militante del FPMR-A, Enrique Villanueva Molina, participaba en organismos de Inteligencia del gobierno.

[39] Memorandum de Inteligencia N° 55 de dicha repartición, fechado el 13 de marzo de 1991. Se encuentra a fojas 5.551, del tomo XVI Causa Rol N° 39.800-1991.

[40] Ingeniero. Gremialista, militante UDI, del círculo cercano de Andrés Chadwick y Pablo Longueira.

[41] Abogado de la Universidad Católica. Durante la dictadura de Augusto Pinochet fue miembro del Comité Asesor Presidencial en el área de legislación (1979-1983), ministro de Vivienda y Urbanismo (1984-1988), ministro Secretario General de Gobierno (1988-1989). Con el inicio a la Transición a la Democracia, en el sector privado fue director de AFP Provida y vicepresidente de la Asociación de AFP, director de CorpGroup International, director de Clínica Indisa y presidente de la junta directiva de la Universidad Andrés Bello.

[42] Amigo cercano de Jaime Guzmán y fundador de la UDI; fundador de Copra S.A. junto a Andrés Chadwick y Pablo Longueira. Luego se sumaron a la propiedad del grupo Copra Ignacio Fernández Doren y Marcelo Ruíz, Álvaro Saieh, Andrés Navarro, Miguel Ángel Poduje y Juan Antonio Guzmán.

[43] Descrito anteriormente.

[44] Abogado de la Universidad Católica. Militante UDI. Uno de los 77 jóvenes participantes del homenaje a Pinochet en el cerro Chacarillas. Durante la dictadura fue alcalde designado en la comuna de Santiago Fue secretario general de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC), presidente de la AFP Cuprum y asesor de Empresas Penta. Diputado (1990-1998); senador (1998-2006).

[45] Quien había reemplazado al ministro Hugo Dolmestch, quien a su vez había reemplazado a la ministra Raquel Camposano, luego de que ella dejara la causa para asumir la presidencia de la Corte de Apelaciones de Santiago.

[46] Declaración judicial de Jorge Barraza, a fojas 7957 a 7960, del tomo XII. Causa Rol N° 39.800-1991.

[47] La declaración de Jesús está registrada a fojas 4317, del tomo XIV. Causa Rol N° 39.800-1991. La Sala de la Corte de Apelaciones estaba integrada por los ministros Juan Cristóbal Mera Muñoz, María del Pilar Aguayo Pino y María Cecilia González Diez. Esta declaración fue hecha el 5 de noviembre de 1999 por Jesús como testigo de la parte acusadora, representada por Luis Hermosilla, para oponerse al Recurso de Amparo presentado por la defensa de Enrique Villanueva. A pesar de ello, el Recurso de Amparo fue acogido por la sala de la Corte y se dejó sin efecto la orden de aprehensión que pesaba sobre Villanueva, quien se encontraba en Venezuela, lo que permitió su regreso a Chile.


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