Creerle a Henrique Capriles

Entre los venezolanos opositores residentes en Chile hay muchas personas íntegras que están convencidas de ubicarse en el lado correcto de la inmensa barricada (o talanquera, como le dicen allá) que divide a Venezuela

Por Leonel Retamal

20/07/2013

Publicado en

Latinoamérica / Política / Portada

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Entre los venezolanos opositores residentes en Chile hay muchas personas íntegras que están convencidas de ubicarse en el lado correcto de la inmensa barricada (o talanquera, como le dicen allá) que divide a Venezuela. Están convencidos de que personajes como Henrique Capriles serían mejores gobernantes que Hugo Chávez y sus herederos.

El altísimo precio a pagar por estas convicciones, sin embargo, es renunciar a una parte de aquella integridad en función de derrotar un mal mayor: el chavismo. Eso implica hacerse parte de las falsedades que Capriles dice sin sonrojo alguno, y asociarse a sujetos como los diputados Ismael García -ex partidario de Chávez-, María Machado o Ramón Aveledo, todos involucrados en turbios episodios conspirativos.

También implica asociarse en Chile con el pinochetismo puro y duro. El presidente Sebastián Piñera accedió a cenar con él, pero en el sigilo, y en la casa del ex Subsecretario de Gobierno de Augusto Pinochet, el senador Jovino Novoa, de la UDI, en un intento de reducir el daño político.

Curiosamente, los más entusiastas anfitriones de Capriles han sido los demócratacristianos, en particular esa casta rémora de la DC que conspiró contra Salvador Allende y aplaudió la carnicería destada en 1973. Creerle a Capriles puede ser un gesto de extrema ingenuidad, de ceguera ideológica (o de clase) o sencillamente mala leche. He aquí por qué.

CAPRILES EN EL EX CONGRESO

Henrique Capriles entraba en la noche del jueves triunfalmente, a saludar a sus eufóricos seguidores en el salón de Honor del ex Congreso, gentilmente cedido por el Presidente del Senado, el DC Jorge Pizarro. Tuvo, eso sí, que entrar por detrás, en vista de la funa de la calle Catedral, y fue saludado por su gente como se saluda a los rockeros: con aullidos.

En la funa variopinta no reinaba la elegancia de la audiencia de Capriles, sino una particular bronca con el personaje a quien consideran responsable de un intento golpista, en la noche del 16 de abril de 2013. Bronca acentuada por los lazos que unen a la oposición venezolana con lo más reaccionario del paisaje político chileno, con los beneficiarios del legado dictatorial, los que promueven la represión y los engaños para mantener a toda costa la institucionalidad dictatorial.

Todo esto explica los malos modales que tenían perplejos a los antichavistas reunidos en el Salón de Honor.

Capriles , estilizado, elegante, con su cabello corto, impecablemente cortado, sus ademanes seguros, juega su papel con eficacia. Cariñoso, aunque no efusivo, saluda con amplia sonrisa y gesto humilde a cuántos quieran estrechar su mano o besar sus mejilas.

Lo presentan como «Presidente electo de Venezuela», en una sede oficial del Estado de Chile, que reconoce la legitimidad de y tiene -o tenía- buenas relaciones con el gobierno venezolano.

La sala -llena, con unas 300 personas – hervía de cierto placer, una inmensa fascinación de ver en persona, y cerquita, al líder por el que han trabajado con ahinco en las últimas elecciones, movilizando votos de todo Chile, sin escatimar en gastos. Y con buenos resultados electorales: diez votos opositores por cada sufragio chavista.

Capriles, en su discurso, se encargó de destacar esa inmensa desporporción, y lo agradeció. Fue ovacionado con emoción, cuando prometió que en su eventual futuro Gobierno, todos los venezolanos podrían regresar a su patria. Y ahi aparece la primera manipulación: nada ni nadie impide a los venezolanos regresar a su país; van y vienen constantemente.

Les gusta sentirse exiliados, pero no saben realmente lo que es mearse de miedo al llegar a un aeropuerto donde te pueden arrestar, torturar y asesinar. Ellos viven una «dictadura» donde los «perseguidos» tienen la mayoría de los medios de comunicación y controlan los mandos medios del Estado.

Luego, otra insidia: «nuestra Embajada en Chile no es la embajada de Venezuela, sino una oficina del partido de Gobierno». Insidia, porque pocas sedes diplomáticas han habilitado un servicio más cómodo para sus ciudadanos como la sección consular venezolana, reestructurada para que nadie pase frío, ni esté de pie, ni tenga que sortear más vallas burocráticas de las necesarias.

Como les consta a los activistas opositores, esta «oficina del PSUV» ha garantizado plena transparencia y acceso en los procesos electorales, de acuerdo a la ley. Al parecer, lo que pasa es que ya la sede no es de «ellos», ni exclusiva, como antes. Lo mismo que ocurre en Venezuela.

Hago un paneo visual de la sala y veo la composición social y racial, tan nítida y reveladora en Venezuela, un país donde 80 por ciento de la población es mulata. En la sala no hay, casi, negros o mulatos, sino las caras típicas de la clase media acomodada, de los profesionales educados gratis en las universidades públicas de calidad, y luego becados por el Estado para postgrados en Europa y Estados Unidos.

OPOSICIÓN «PACÍFICA»

Capriles maneja los ritmos, habla bien, con voz firme, suena sincero. Lo escucho con atención. Dice que en Venezuela la dicotomía no es entre izquierda y derecha, sino entre retrógrados y progresistas, entre quienes quieren que Venezuela avance, y quienes la mantienen estancada. Tipo Franco Parisi.

Y da un ejemplo sorprendente: vio en el aeropuerto de Lima, a medianoche, un inmenso tráfico aéreo, un aeropuerto abarrotado de turistas que viajaban en todas direcciones. Lo comparó con el escaso tráfico nocturno del aeropuerto internacional de Caracas, una «puerta de de entrada» a América Latina, que sin embargo nadie usa. Ése es el tipo de progreso que quiere para Venezuela, dice. Ovación.

Quien sabe si está enterado de los contratos de los trabajadores del aeropuerto y de Lan, de los multi-RUT, de la expansión agresiva de Lan en Chile y Perú, que eliminó por guerra de precios a toda competencia. No sé si se dio cuenta de que en Lima casi todos los aviones son el azul-blanco de Lan. O si sabe del monopolio formado por Lan y la brasileña TAM, para hacer lo mismo en todo el continente. Quién sabe si le interesa que Lan es una compañía establecida con el esfuerzo de todo Chile por muchas décadas, privatizada a precio de gallina flaca en las postrimerías de la dictadura.

No creo que sepa nada de eso, pero tampoco creo que le importe: lo que realmente importa es la aparente eficiencia de Lan, donde hasta el piloto lo fue a saludar, a expresarle simpatía y a invitarlo a viajar gratis en primera clase, beneficio que él -haciendo un poco de lobby, según confesó sonriendo- consiguió para toda su comitiva.

Un asistente le recordó que tras la elección del 14 de abril, él llamó a la gente a la calle (con el resultado de 11 personas muertas) y le preguntó si lo volvería a hacer en el futuro. Y aquí sobreviene tal vez la mentira más notoria.

Todo el país, y el continente, vieron por televisión ese 16 de abril cómo Capriles se declaraba ganador y llamó al pueblo venezolano a rodear las sedes del Consejo Nacional Electoral para «descargar su arrechera» (bronca). En todo el país turbas opositoras siguieron la orden: hubo incendios en ocho Centros de Diagnóstico Integral, tres casas del Partido Socialista Unido de Venezuela, y tres locales de la red de abastecimientos populares Mercal.

Las 11 personas que murieron esa noche, lo hicieron defendiendo aquellas instalaciones. La violencia fue inusitada: hubo un camión que atropelló y luego retrocedió para repasar a sus víctimas.

¿Qué dijo Capriles en Santiago de lo ocurrido ese día? Que el 16 de abril «llamamos a la población a pedir pacíficamente al CNE la auditoría de cien por ciento de las mesas electorales». No recordó lo de la «arrechera», ni habló de los muertos y heridos, ni de las instalaciones destruidas. Nada de eso pasó aquella noche.

Nadie parece saber cuáles eran los verdaderos planes de la asonada en la noche del 16 de abril, que contemplaba una marcha al día siguiente, en Caracas, hacia la sede del Consejo Nacional Electoral. Parecía una reedición del 11 de abril de 2002, cuando una movilización similar fue el prestexto para el golpe de Estado que derribó a Hugo Chávez por casi 72 horas. El Gobierno la paró en seco.

Capriles dijo que fue él quien suspendió esa marcha para evitar actos de violencia, pero la evidencia indica que fue Nicolás Maduro, el 16 de abril, quien la prohibió, para abortar un golpe.

«Son ellos» -subrayó Capriles en el ex Congreso- «quienes celebran los golpes de Estado», posiblemente recordando el intento fracasado de golpe -o rebelión militar, según se mire- encabezado por Chávez en 1992. Pero es otra falsedad: en 2002, Capriles era alcalde de Baruta, un municipio acomodado de Caracas, y junto a su policía municipal, él salió personalmente a ubicar y meter presos a los altos funcionarios chavistas.

Y no sólo eso. Una turba -ante la vista de la policía de Capriles- asedió el 12 de abril la embajada de Cuba, cortando la luz y el agua, lanzando piedras y destruyendo los automóviles. Adentro estaban los diplomáticos y funcionarios con sus familias. Hasta allí llegó el alcalde Capriles con un megáfono, amenazando con un ataque si no le permitían registrar la sede para buscar y detener a posibles chavistas refugiados. Entró luego, escalando un muro, y el Embajador, fiel a la tradición cubana, le advirtió que estaba violando la ley internacional, y que un asalto encontraría una resistencia total en que participarían hasa los niños. Alguiien le debe haber susurrado a Capriles que en ese tema los cubanos no blufean, y desistió.

Pero además, Capriles viajó acompañado de un personaje singular: Ramón Aveledo, secretario ejecutivo de la coalición derechista Mesa de la Unidad Democrática, quien hace unas semanas fue delatado por una compañera de causa, la diputada María Machado, por haber suplicado al Departamento de Estado de Estados Unidos que propicie un golpe de Estado.

EL «SOCIALISMO CHILENO»

Lo más pintoresco ocurrió al llegar a Santiago, en la madrugada del 18. Capriles dijo suelto de cuerpo que venía por primera vez a Chile, y que le interesaba nada menos que conocer «el socialismo chileno, que es totalmente diferente del modelo que tenemos allá».

Capriles es economista, y es imposible que no sepa que en Venezuela, y mucho menos en Chile, hay socialismo. Él sabe perfectamente que los brotes de socialismo en Venezuela -como el propio Chávez lo señaló- distan aun mucho de constituir un factor dominante en la economía o en la vida social del país.

Pero, también entiende que la idea socialista es potente en el imaginario popular, y que se materializa en los derechos adquiridos en los últimos 15 años.

Afirmar que en Chile -el sistema neoliberal más radical del mundo- hay socialismo, no puede ser apenas una burrada monumental: Capriles no es idiota, aunque no le importe parecerlo. Aunque aquí provoque increduilidad y risa, el destinatario de esta «ignorancia» no es otro que el pueblo venezolano, donde la palabra socialismo se ha entronizado en la cultura popular, apela a la memoria de Chávez y a las esperanzas de una vida plena.

Capriles le dice a su pueblo que quiere un país «rico» y ordenado como Chile, pero no puede decirle que se trata del experimento estrella del neoliberalismo: uno de los países más infelices, con las mayores tasas de depresión clínica, donde la gente vive agobiada por las deudas y sometida a las estafas de bancos, empresas de telecomunicaciones y cadenas comerciales, cuyos dueños son los mismos. Donde no hay derechos sindicales, ni negociación colectiva, y los parlamentarios se eligen a dedo por los partidos.

Tampoco puede contar que está entre los más desiguales del mundo, donde los servicios sociales, la educación, las carreteras o las pensiones están privatizados, en que la categoría de ciudadano fue reemplazada por la de consumidor-pagador-de-deudas. Y menos todavía uno donde la represión policial es omnipresente en todo el territorio.

Para aplicarlo en Venezuela, el neoliberalismo se debe disfrazar de «socialista», porque la estrategia de la derecha venezolana ya no es atacar a Chávez y su ideario, sino apropiarse de él, separarlo del chavismo, y convertirlo en un ícono vacío, como antes lo hicieron con Simón Bolívar.

DIME CON QUIEN ANDAS

¿Con quién se reune Capriles en Chile para conocer el «socialismo» imperante en Chile? Con los más destacados representantes del neoliberalismo y el sistema polìtico de génesis dictatorial que la mayor parte de ciudadanía aborrece: Piñera, la UDI, RN, los parlamentarios de la Democracia Cristiana y algunos de la Concertación.

Los partidos y el Congreso son las instituciones más desprestigiadas, según todas las encuestas, pero detrasito les viene pillando la cola la iglesia católica, cuyo jefe, el arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati, es otro de los amigos locales con quienes se reunió el Gobernador del estado Miranda.

En lo que es un perfecto papelón, Capriles llegó a Chile cobrando la solidaridad prestada por Venezuela a los perseguidos de la dictadura de Pinochet. Una y otra vez dijo que Chile padeció una dictadura tremenda, pero se dio abrazos no con quienes sufrieron y lucharon contra Pinochet, sino con los propios funcionarios pinochetistas y de la derecha DC, que patrocinó y apoyó el golpe de 1973.

O sea, se abrazó con los asesinos del socialismo, de la democracia y de Salvador Allende.

En su primer viaje a Chile, el «socialista» Capriles tampoco visitó Villa Grimaldi, la tumba de Allende, la casa de Pablo Neruda, o el Museo de la Memoria, como hacen invariablemente hasta los progresistas más amarillos que se puedan encontrar en el mundo.

Por todo ello, estos encuentros de «alto nivel» están destinados al consumo venezolano, donde no saben el grado de ilegitimidad de los anfitriones. Porque en Venezuela ganan los candidatos que tienen más votos, y todos creen que eso mismo ocurre en Chile.

Capriles llegó además en medio de la turbulencia creada por la renuncia de Pablo Longueira a la candidatura presidencial. En un gesto típico, el presidente de Renovación Nacional, Carlos Larraín, anunció que su partido y la UDI iban a «aprovechar que nos encontramos con el candidato derrrotado», para discutir el tema de la candidatura. Asi de interesado estaba Larraín en Capriles.

Se convirtió el Gobernador, para la derecha, en un convidado de piedra, del mismo modo que para el propio Gobierno, cuyo canciller, Alfredo Moreno, hizo de todo para que Piñera no lo recibiera.

MIÉNTEME MÁS

Quienes respaldan a Capriles saben que es mentira que en Venezuela se juntan diez personas y aparece la policía, como dijo Capriles en rueda de prensa. Saben que el Estado no controla la mayoría de los medios, como repetía en todos lados.

Los más informados saben, sobre todo, que no hay fraude posible en el sistema electoral, y menos de la magnitud que ellos denuncian. Si pensaran que el fraude es la norma, no estarían llamando a sus electores a inscribirse para los comicios municipales de diciembre, ni planificando destituir a Maduro a mitad de su mandato, en virtud de la cláusula constitucional del referéndum revocatorio impuesta por el «tirano» Chávez, y que ellos votaron en contra.

Si creyeran en el fraude electoral, no le habrían confiado al CNE sus propias elecciones primarias en 2012, porque en su «coalición» todos recelan de todos.

Hay quienes gustan de escuchar mentiras, porque les espantan sus inseguridades. En el sector chavista hay muchos: los que dicen que no se debe criticar nada porque «ayuda al adversario», que califican de «contrarrevolucionario» por cualquier nimiedad, que niegan la desventura económica que afecta al país, y cuya esencia es capitalista; los que creen que basta vestirse de rojo y vociferar la palabra «socialista» para ser un «hombre nuevo».

Ya el gobierno venezolano ha reconocido suficientemente, y en los hechos, que hay una ineficienca extendida, que muchos disfrazados de revolucionarios fervientes son más bien fervientes ladrones. Pero por primera vez en la historia de Venezuela hay altos funcionarios presos por corrupción, y como nunca el Gobierno se ha volcado a una gestión rectificadora «de calle», con Nicolás Maduro al frente.

Puede que nada de esto baste, que las inmensas transformaciones y derechos realizados en estos 15 años parezcan poco, que las decenas de fábricas y empresas de propiedad social creados no alcancen a modificar el esquema rentista petrolero, capitalista monoproductor y dependiente de la economía venezolana.

Hasta puede ser que por todo eso la derecha llegue a ganar elecciones, prometiendo más socialismo y más chavismo que el de los chavistas. Pero todo será para aplicar el modelo neoliberal, el «socialismo chileno» de Pinochet que le gusta a Capriles y que sólo se puede establecer en dictadura.

 Por Alejandro Kirk

El Ciudadano

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