Por Carlos Gutiérrez P.

El diseño estratégico israelí-estadounidense para el Oriente Medio sigue avanzando, por supuesto a costa del genocidio del pueblo palestino, las muertes de civiles en los ataques al pueblo Huti y del caos político-estatal-societal que ha generado en Siria.
El proyecto del Gran Israel, con dominios sobre nuevos espacios territoriales para el asentamiento de su población, el aseguramiento de sus fronteras más complejas, las que tiene con El Líbano y las que tenía con Siria, acompañado de una colonización política sobre el resto de los países árabes que constituyen ese espacio subregional, así como del gobierno palestino en la Cisjordania, sigue teniendo un par de obstáculos importantes.
Uno de ellos es Irán, que se ha convertido en una potencia regional y mantiene influencias importantes sobre determinados grupos insurgentes en distintos países, particularmente los grupos de Hezbolá y Hamas que, aunque actualmente algo debilitados, la historia nos ha demostrado que logran recuperarse relativamente rápido. Su futuro se juega en esta coyuntura, con una situación precaria en la relación con Israel y Estados Unidos, y que transita por negociaciones difíciles, pero sobre las cuales mantiene una determinada cuota de maniobra.
Sus recientes acuerdos con Rusia y China le favorecen desde el punto de vista internacional y le brinda un espacio necesario de articulación extra regional, generándole un apoyo al más alto nivel.
El otro obstáculo, quizás inesperado y sorprendente, es el que plantea el pueblo Huti que tiene un particular estado en territorio yemení, que ha logrado consolidarse a lo largo de una cruenta guerra civil y enfrentamiento con su vecino Arabia Saudita.
Esta guerra iniciada en 2014 se ha decantado con una división territorial que lo que comenzó como grupo rebelde Huti, se ha constituido prácticamente en otro estado en la zona oeste del territorio histórico del estado de Yemen. En este conflicto se enfrentó a una coalición de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Marruecos, Barein y Jordania apoyados por Estados Unidos, que solo logró una frágil tregua en 2022, que ha permitido consolidar el poder huti y convertirse en un actor local relevante.
Tiene una ventaja comparativa importante, dado por el control y las particularidades del territorio sobre el que se asienta, al cual ha sumado la existencia y el dominio sobre determinados sistemas de armas modernos que lo convierten en un gran peligro para el statu quo regional.
Su territorio tiene dos particularidades fundamentales: tiene una costa oeste que le permite ejercer una influencia sobre el crítico Mar Rojo, y hacia el sur sobre el Golfo de Adén y el Mar Arábigo, claves en las cadenas de suministros comerciales entre Asia y Europa.
Su espacio terrestre está constituido por una geografía marcada por contrastes entre cadenas montañosas tanto al oeste como al este del país, desiertos al este y al norte encontrándose entre los más inhóspitos del mundo, vastas superficies planas, con permanentes tormentas de arena y una situación hídrica crítica.
A estas ventajas del terreno para enfrentar hipotéticas invasiones terrestres, hay que sumarle la enorme convicción subjetiva, dada entre otras cosas por su fe religiosa, que la ha puesto decididamente al lado de la lucha del pueblo palestino, y por lo tanto acérrimo enemigo de Israel, de los países árabes que son cómplices pasivos de su hegemonismo y de las fuerzas occidentales, que han dejado una huella indeleble de colonialismo entre los pueblos de la región.
De aquí que su aporte en el ámbito militar en la lucha directa contra Israel, no siendo determinante, sí se convierte en una variable de cuidado, porque genera incertidumbre y desconfianza del clásico relato de invulnerabilidad del territorio israelí, que lo ha demostrado permanentemente a través de los ataques misilísticos contra ciudades y objetivos militares.
Especial relevancia en las últimas semanas han sido sus ataques a centros neurálgicos, como puestos de mando y al aeropuerto principal, que ha sumado críticas importantes al gobierno y sus sistemas de seguridad, especialmente la tan publicitada Cúpula de Hierro, que supuestamente hacía invulnerables los ataques aéreos.
Esta nueva etapa exitosa en sus ataques ha elevado el nivel de escalamiento, a tal punto de anunciar un futuro bloqueo aéreo integral sobre Israel, producto de su continuidad en el asedio a la franja de Gaza.
Pero, su influencia gravitante la ha tenido en el control de los flujos marítimos en el Mar Rojo, que evidentemente ha tenido impactos económicos y estratégicos, y se ha convertido en un desafío aún sin resolver para Estados Unidos y sus socios otanistas.
En esta misma línea el gobierno Huti ha declarado la prohibición de las exportaciones de crudo estadounidense a partir del 17 de mayo, amenazando a las flotas de las empresas cruzar el Mar Rojo, el golfo de Adén, el Mar Arábigo y el océano Índico.
Ya se ha enfrentado a dos grupos de tareas navales, encabezados por los portaviones Eisenhower y Truman. Los han obligado a refugiarse en la zona norte del Mar Rojo; la semana pasada perdieron un avión de combate F-18 Super Hornet, valorado en 60 millones de dólares, supuestamente producto de un accidente al tratar de esquivar un ataque con misiles.
Ante la imposibilidad de disuadir la envestida huti, se ha sumado al despliegue naval el portaviones británico Prince of Wales, que con su fuerza aérea también ha participado en los ataques a territorio yemení.
Estados Unidos ha usado buena parte de su arsenal más moderno contra la resistencia huti, como por ejemplo aviones B-2, F-35 y F-18; drones; guerra de inteligencia, información y propaganda; guerra económica; misiles u bombas modernas, además de los grupos de tareas encabezados por portaviones.
También hay que recordar que, desde el inicio de la guerra en Yemen, los países de la coalición anti Huti perdieron un total de 115 aviones, 64 de Arabia Saudita; 22 los Emiratos Árabes Unidos; 26 Estados Unidos; y uno de Marruecos, Barein y Jordania. De estos, 21 corresponden al período de la guerra en la Franja de Gaza, de los cuales 19 eran drones MQ-9 estadounidenses.
Esto ha demostrado la gran capacidad adquirida por las fuerzas armadas hutíes en el manejo de modernos y complejos sistemas de información, misiles tierra-aire y misiles navales.
Estados Unidos e Israel saben perfectamente que el avance de su proyecto estratégico se cruzará con Irán, que es la presa mayor, pero previamente tienen que eliminar este enclave político-militar que se traduce en la amenaza Huti, que se ha demostrado muy capaz militarmente.
Por eso han aumentado los ataques sobre la población civil y estructuras portuarias; buscan colapsar la frágil red de conectividad, así como la voluntad de lucha del pueblo y su liderazgo, con más de 800 ataques en la última semana. Los golpes a los centros militares han sido menos eficaces, producto de la intrincada estructura logística y de almacenamiento al amparo de su particular geografía.
Una guerra terrestre contra el pueblo huti sería de mucha complejidad, teniendo en cuenta el territorio y la voluntad de lucha, factores que, especialmente Estados Unidos ya ha enfrentado en su historia tanto en Vietnam como en Afganistán, ninguna de las cuales resultó victoriosa para el imperio.
Como lo señala muy bien el geógrafo Robert Kaplan, en este caso opera la “venganza de la geografía” contra los grandes poderes imperiales.
La particular irrupción del pueblo huti-yemení en un conflicto de esta magnitud sobre un contexto regional altamente tensionado, trae a la discusión varios aspectos que ya han sido tratados en debates intelectuales.
Me parece que por lo menos tres son de gran interés por su proyección estratégica.
El primero es sobre la importancia del poder marítimo, que a principios del siglo XX ya fueron señalados por autores clásicos como Alfred Mahan y Julian Corbett. Hoy es indudable el tremendo impacto que tiene sobre la economía el comercio marítimo, y la preocupación que existe sobre las vías que cruzan el mundo. Una de las más sensibles es el mar Rojo y el canal de Suez que comunica Asia con Europa, el que actualmente se encuentra parcialmente bloqueado por el pueblo huti.
Tradicionalmente los imperios de ultra mar construyeron grandes flotas de buques para administrar este poder, y actualmente el mejor ejemplo es justamente Estados Unidos, que está en la lógica del poder naval unilateral de Mahan.
Pero, hoy en día esa particularidad parece estar cuestionada, y un contemporáneo de Mahan, el académico Julian Corbett, ya anunciaba una variante estratégica, la de una flota en potencia, consistente en un conjunto de buques con capacidad de concentrarse rápidamente en una flota unificada cuando se es necesario.
La incapacidad actual de Estados Unidos para dar cuenta de la primera versión, está llevando rápidamente a transitar por la segunda, y al parecer está siendo un aprendizaje para todas las actuales potencias con aspiraciones marítimas oceánicas.
El segundo es el papel que crecientemente pueden jugar actores no estatales en conflictos estatales y con alcances regionales, a través de lo que por mucho tiempo se ha denominado como guerras asimétricas.
El politólogo Paul Bracken, en su libro “Fuego en el Este”, tratando de caracterizar a estos grupos y su incursión en determinados conflictos, asevera que mientras Occidente se concentra en la globalización, el reclamo del nacionalismo y el poder militar aumentan en Eurasia y Medio Oriente. La tecnología militar y la creación de riqueza siempre han estado estrechamente relacionados y eso se aprecia en países de esta región que son ricos en riquezas básicas.
Esto crea, en este tipo de actores, un complejo militar que denomina como tecnologías disruptivas. Lo afirma de la siguiente manera: “La tecnología disruptiva cambia las reglas del juego. Al desarticular las prerrogativas existentes, alimenta nuevas capacidades y fomenta estrategias distintas. La incertidumbre resultante reestructura el orden establecido y reescribe los criterios que definen el liderazgo”.
Es decir, que en vez de ayudar a mantener o consolidar los liderazgos del poder internacional (en este caso Estados Unidos), la socavan al alterar el statu quo.
La sorprendente capacidad militar de los hutíes, especialmente en ataques aéreos contra Israel y ataques navales a la flota estadounidense, dos poderosos colosos militares, es un claro signo de un uso cualitativo superior de esta tecnología militar disruptiva.
El tercero, dice relación con el empoderamiento de estructuras políticas y militares que tienen motivaciones étnicas y religiosas poco entendidas en Occidente, y que, sumados al acceso a las tecnologías, particularmente armamentísticas, y el crecimiento demográfico, producen un “encogimiento geográfico”, que tienden a que las fronteras artificiales empiezan a debilitarse.
El geógrafo Robert Kaplan, en su libro la “Venganza de la geografía” lo entiende de la siguiente manera: “Entender el mapa del siglo XXI conlleva aceptar grandes contradicciones. Mientras unos estados se fortalecen militarmente, abastecidos de armas de destrucción masiva, otros, sobre todo en Oriente Medio, se debilitan; generan ejércitos sub estatales, ligados a geografías específicas con toda la tradición cultural y religiosa que ello comporta, que combaten mejor de lo que jamás podrían hacerlo los ejércitos estatales en el mismo territorio”.
Los ejemplos de Hamas, Hezbolla, milicias en Irak, India, Pakistán, Siria y hasta los propios hutíes son el ejemplo creciente de estos procesos.
Por Carlos Gutiérrez P.
Carta Geopolítica 43, 06/05/2025
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