Hollande y Francia

En una Francia con heridas, Hollande se muestra firme

Francois Hollande, a pesar de la tristeza que atraviesa su país, aclaró que Francia esta en guerra y es por eso que tomo la decisión de prolongar a 3 meses el Estado de Emergencia. Alegando que no dejaran de bombardear al Estado Islámico en Siria.

Por Nicole Moscovich

17/11/2015

Publicado en

Mundo / Política

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El salto a lo desconocido de la guerra como respuesta a la barbarie, el refuerzo de los medios policiales y una reforma de la Constitución para adaptarla a estos tiempos de ferocidad islamista e incompetencia estratégica de Occidente, el presidente francés, François Hollande, trazó el rumbo militar y político que guiará la réplica de París a los atentados del viernes 13 de noviembre. En una Francia herida y en estado de urgencia, el mandatario pronunció un discurso ante el Congreso extraordinario –Asamblea Nacional y Senado– reunido en el Palacio de Versalles. Hollande reiteró que su país “está en guerra” y por ello decidió prolongar por tres meses el estado de emergencia, un dispositivo que autoriza los arrestos y los rastreos domiciliarios sin necesidad de una orden judicial. El jefe del Estado ratificó que el “enemigo de Francia en Siria” es el Estado Islámico y que, por consiguiente, se “intensificarán” los bombardeos contra sus posiciones. Pese a que ha resultado una de las claves del fracaso para configurar una solución al inmenso drama sirio y un objeto de divisiones insalvables entre los aliados, Hollande reiteró que se seguía buscando en Siria una “solución política en la cual Bashar al Assad no puede constituir la salida”. Esta postura se confronta con la de Rusia, un actor indisociable de la solución que sí postula la inclusión del presidente en cualquier salida al conflicto. El jefe del Estado francés también extendió la lucha contra el Estado Islámico al campo internacional. El presidente busca unir a quienes combatan al EI en una “gran y única” coalición cuyo punto de partida gira en torno de tres iniciativas: solicitar la ayuda de la Unión Europea mediante el artículo 42-7 del Tratado de la Unión. Este párrafo dice que “en caso de que un Estado miembro sea objeto de una agresión armada en su territorio, los Estados miembros (de la Unión) deben prestarle asistencia con todos los medios en su posición”. La segunda apunta a consolidar una coalición que incluya a Rusia para dislocar al Estado Islámico en Siria, mientras que la tercera se dirige a las Naciones a fin de pedirle el voto de una resolución en el Consejo de Seguridad contra los jihadistas. “La necesidad de destruir al EI concierne a toda la comunidad internacional”, puntualizó el presidente.

Lo que queda claro es que habrá más guerra y una notoria restricción de las libertades individuales. Como lo hizo Bin Laden en sus tiempos, el líder del Estado Islámico, Abu Bakr al Baghdadi, alimenta el ala más proclive al conflicto y al control policial. A su manera sangrienta, el Estado Islámico modifica la esencia de las democracias liberales tal y como lo hizo su lejano espejo de Al Qaida. Hollande dijo: “La república destruirá al terrorismo”. Es lícito constatar que ese terrorismo ha herido ya a la República de la misma manera que Bin Laden destapó lo peor de los halcones norteamericanos que gobernaron Estados Unidos durante los dos mandatos de George Bush hijo. El terrorismo azotó a una generación que representaba mejor que ninguna otra la Francia de los intercambios, de la pluralidad, la Francia de la tolerancia y de la juventud curiosa y abierta, la Francia de las mezclas que tanto aborrecen los jihadistas del EI. Los terroristas no transportaron la muerte hacia los Campos Elíseos, los barrios adinerados o símbolos del turismo: lo hicieron en un perímetro de jóvenes, lleno de bares y comercios multirraciales, situados en calles o avenidas que llevan la grandeza de la historia democrática de Francia: Avenida de la República, Boulevard Voltaire.

La reforma constitucional que presentó el mandatario tiende, entre otros contenidos, a modificar el artículo 16 con la meta de “permitirles a los poderes públicos actuar en conformidad con el estado de derecho contra el terrorismo de guerra”. También se planteó la modificación del artículo 36 que rige el estado de sitio. Acrecentar el poder policial, aumentar el peso de las condenas, ampliar el margen de competencias del Ejecutivo cuando se trata de actuar en situaciones excepcionales o retirarles la nacionalidad a las personas implicadas en actos terroristas componen la batería de medidas a las que se le agrega la creación de más de 5000 puestos de trabajo en la policía, 2500 en la aduana, y 1000 efectivos más destinados a la Justicia.

Las reacciones a las medidas de Hollande han sido contrastadas. El enfoque claramente represivo no responde ni con metáforas a la otra realidad: el fracaso rotundo de la política de integración francesa que lleva a que franceses, nacidos en este país en un entorno de valores laicos, se vuelvan asesinos de sus propios connacionales. El jefe del Estado reconoció este dato en su discurso y en ningún momento pronunció la palabra “Islam” o “musulmán”. Más bien, buscó aclarar que “no estamos en una guerra de civilización porque esos asesinos no representan ninguna. Estamos en guerra contra un ejército de jihadistas”. Justamente, el término “guerra” se sobrepuso a todas las demás opciones posibles o suplementarias, que sean en el campo de la educación o la integración. La lógica de la respuesta militar y policial diseñan el porvenir.

Nada borrará, sin embargo, la deuda de las potencias occidentales con los jóvenes asesinados en París y las decenas de miles de muertos que han dejado las guerra en Irak y Siria: la suma de errores, fallas estratégicas, egoísmos nacionales, abusos e incompetencias, recurso a la fuerza, es simplemente arrolladora. La invasión de Irak y el derrocamiento de Saddam Hussein en 2003 abrieron un volcán infernal, semejante al espanto que provocó la alianza con el islamismo radical asumida por Estados Unidos (así nació Al Qaida) con la meta de expulsar a la Unión Soviética de Afganistán. De la segunda guerra de Irak –en la que Francia no participó– nació el Estado Islámico. Las potencias que se propusieron combatirlo copiaron la estrategia que usaron en Afganistán para erradicar las bases de Bin Laden. Un error monumental. El EI no es Al Qaida, no responde a sus objetivos, ni se inspira en los mismos argumentos religiosos, ni persigue blancos políticos semejantes. El califato del EI es un territorio, Al Qaida era una franquicia globalizada. La falla fue incluso admitida en 2014 por el general Michael K. Nagata, comandante de las operaciones especiales de Estados Unidos en Medio Oriente: “No comprendemos esa ideología”, dijo el militar (What ISIS Really Wants, The Atlantic, marzo de 2015, Graeme Wood).

Desencuentros entre aliados, respaldo a una oposición siria fantomática, pacto con las petromonarquías del Golfo implicadas en la financiación y el nacimiento del Estado Islámico, aislamiento de Rusia, el catálogo occidental es pasmoso. A él se le suman las crípticas páginas de la inoperancia europea para tener una política común, y no sólo de Defensa, sino, al menos, de coordinación eficaz. ¿Cómo es posible que la decena de terroristas más notorios de los últimos 15 años hayan pasado por el suburbio belga a donde hoy se busca a los terroristas de París (Molenbeek-Saint-Jean) sin que los Estados más tecnológicos y militares del planeta hayan sido capaces de crear un servicio europeo de seguridad común a la altura de la amenaza? Es incomprensible. Además de la barbarie y la muerte, el resultado de cuatro décadas de incursiones occidentales en Medio Oriente y Asia Central y de las complicidades perniciosas de los dirigentes de la región cabe en lo que el politólogo Omar Saghi escribe en las páginas del semanario Le Nouvel Observateur: “La primera guerra civil multicultural de nuestra historia”.

Fuente: Página 12

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