Gabriel Salazar, historiador de la ciudadanía: “Estamos viviendo la crisis terminal de la democracia representativa”

Presentamos amplio extracto de entrevista con Premio Nacional de Historia, Gabriel Salazar, que aparecerá íntegra en próxima edición de periódico El Ciudadano.

*Foto: Francisco Marín Castro.

Por Francisco Marín Castro – Dauno Totoro Taulis 

“En el fondo, lo que busca (la clase política con el Acuerdo por Chile y por una nueva Constitución) es encubrir el inmenso problema que tienen por debajo. Esta especie de hervidero, crítico, donde los grandes empresarios temen una explosión social peor que la anterior. Y ¿por qué le temen tanto?. Por dos razones: una, porque la oligarquía empresarial, con sus socios extranjeros, siempre ha operado en Chile, moviendo sus dos alfiles principales: la clase política y el ejército, que obedece por constitución al Gobierno de turno. ¿Qué pasa hoy? ¡Que la clase política está absolutamente desprestigiada!, por lo que no le sirve. ¿Y el ejército? Tampoco le sirve porque esta vez no ha salido a masacrar como lo hizo en el siglo XIX y en el siglo XX”. 

Las expresiones son del Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar Vergara (1936), uno de los historiadores más prolíficos de Chile y que hace poco publicó La Porfía Constituyente (Colección Pueblo Ciudadano, Ceibo) y ya prepara un nuevo título de esta colección en que profundiza sobre los procesos constituyentes y en torno a la soberanía popular. 

Salazar ha escrito cerca de medio centenar de libros entre los que se cuentan varios que son verdaderos best seller como Ser niño huacho en Chile (Lom, 2007) y En nombre del Poder Popular Constituyente (2011). Otros son de alto interés aunque no tan conocidos como La enervante levedad histórica de la clase política chilena (Debate, 2015).

Pese a ser considerado un hombre de izquierda (militó en el MIR en los sesenta y setenta) guarda gran distancia con los partidos de este sector (y de todos los sectores) aduciendo que estos entes son los grandes enemigos de los pueblos y de su lucha soberana. 

Estudió en el Liceo de Aplicación (Santiago) y luego en la Universidad de Chile donde, además de Historia, se tituló en Sociología y Filosofía. Fue ayudante de Mario Góngora, uno de los historiadores chilenos más importantes del Siglo XX. 

Tras el golpe cívico militar de 1973 fue secuestrado y torturado en el centro de detención Villa Grimaldi, de Santiago. Antes de emigrar a Reino Unido -en 1976, donde se doctoró en Historia Social y Económica (Universidad de Hull)- fue profesor de secundaria y (lo que pocos saben) fue taxista en Santiago. Nunca se escondió: la mejor forma de capear la represión (pensaba) era mantener la propia vida. Volvió a Chile en 1985, y a poco de llegar se editó su primer libro, que a la postre sería uno de los más importantes de su carrera: Labradores, peones y proletarios (Sur). 

Es sin duda el historiador del pueblo (o de los pueblos), de la ciudadanía. Y esto no sólo por las temáticas de sus estudios (la historia social, corriente de la que es principal referente), sino también por el cariño que le profesa la gente (llena auditorios con pobladoras y trabajadores) y por la inmensa cantidad de libros que vende y lo mucho que se lee y conoce su obra, no sólo entre entendidos. 

En estos tiempos de proceso constituyente y de acuerdos político-partidistas que buscan desvirtuarlo, su voz es una de las más autorizadas para entender el trance histórico en el que nos encontramos. 

PREGUNTA: Considerando el contexto de un nuevo acuerdo constituyente protagonizado por los partidos políticos, sería bueno conocer su parecer respecto del mismo. Y, para motivar su respuesta, traemos a colación recientes declaraciones de la ministra de Interior Carolina Tohá porque expresó un sentir que a nuestro juicio representa un parecer mucho más amplio que identifica a toda la clase política. Ella dijo: “Sí hay elementos para celebrar este ‘Acuerdo por Chile’, por una nueva constitución, porque estuvo a punto de irse todo al carajo”, ¿A qué se está refiriendo ella? ¿Qué celebra la clase política? 

R: Tengo la impresión que ellos piensan que era necesario un acuerdo de los políticos para superar la crisis, el retroceso, la incertidumbre que dejó el resultado del anterior proceso constituyente, con el triunfo del Rechazo. 

El Rechazo fue muy rotundo y paralizó el movimiento constituyente, y sin duda, fue interpretado por el grueso de los políticos como el triunfo de los que quieren orden, paz, de los que quieren más estabilidad que procesos de cambios. Es decir, de los que no quieren una refundación que pueda realizarse en un proceso constituyente. La clase política interpretó el rechazo como el triunfo de ella misma, igual que la derecha y la oligarquía… el triunfo del orden público y, en consecuencia, su propio triunfo.  Eso puede inspirar la frase que ellos dijeron (en la persona de la ministra Tohá) en cuanto que (el acuerdo constituyente) era un mal menor que estaba salvando de una crisis mucho mayor.

Según expresa el historiador la preocupación por la crisis política y el malestar social es un tema latente en la alta esfera del gran empresariado. 

“Ellos temen que este proceso derive en una crisis peor que el estallido social y, por tanto, era necesario ayudar al Presidente Gabriel Boric y a su gobierno a tener resultados medianamente aceptables, porque si no logra tener esos resultados, otra crisis aún más profunda -que ellos temen- puede desencadenarse sin ningún control”. 

Por esa misma razón -según concluye el autor de El Ejército de Chile y la Soberanía Popular (2019), esa elite habría recomendado a la derecha política entenderse con el Gobierno y de esta manera “construir una armonía en la superestructura del estado y, transmitir (ese mensaje) a la base social que estaba con una explosividad mayor a lo que ellos esperaban”. 

El profesor Salazar -que es hincha del viejo y querido Magallanes- concluye que, expresiones como las de la Ministra Tohá “son típicas de la clase política, de la derecha en Chile”. 

Fundamenta: “si uno mira el panorama real no cabe duda de que estamos viviendo una crisis profunda, que un buen sociólogo o un buen historiador social, podría calificar como crisis terminal”. 

Fundamenta su afirmación: 

“De una parte, estamos intentando por undécima vez darle al país una constitución política. Por tanto, esto implica que ni siquiera hemos fundado el país políticamente, porque si once veces lo hemos intentado … y ya en dos años llevamos dos intentos… entonces, el país no está fundado políticamente como ellos pretenden”.

“Por otra parte -agrega el Premio Nacional de Historia-, tenemos una crisis de la clase política que no se ha visto antes en la historia de Chile y en pocas partes del mundo. Porque el rechazo a la clase política ha venido in crescendo desde el año 1991 -en que yo comencé a seguir estos datos- hasta el día de hoy: aumentó del 57% de rechazo (ese año, primero del gobierno de Patricio Aylwin), a la última, de hace pocos días (encuesta CEP enero 2023) en que la clase política aparece con el 96% de rechazo”. 

Salazar estima que, desde mediados de la década pasada, la clase política tiene un rechazo de entre 96% y 98% y eso se mantiene. Las tres últimas encuestas del CEP es el mismo resultado: 96% de rechazo. 

Según él “esto significa que hay un rechazo total y que la clase política -pudiese decirse- es el enemigo número uno del pueblo ciudadano”

El historiador añade: “nunca antes había habido un rechazo tan sostenido, largo y completo, casi absoluto. Porque hubo un rechazo similar entre los años 1922 y 24, pero entonces no hubo medición. Pero fue tan evidente ese rechazo, que hubo un golpe militar, en septiembre de 1924, para extirpar lo que los militares llamaron: la gangrena política. 

Después, en la década de 1950 -continúa el historiador- hubo un importante rechazo contra la clase política expresado “en el bandazo electoral en favor de Carlos Ibáñez del Campo (1952), cuya campaña electoral se hizo con una escoba, que simbolizaba que se iba a barrer con los políticos y se dejaría limpio el campo para la acción reformista del gobierno”. Esto no ocurriría y la acción transformadora del segundo gobierno de Ibáñez solo quedaría en promesas.

“Estas son las tres ocasiones de rechazo a la clase política, pero éste nunca ha sido tan grande como el de ahora, porque en el siglo XIX hubo varios momentos de rechazo a la clase política pero estos terminaron en guerra civil. Entonces, lo que estamos viviendo hoy hay que verlo como una crisis terminal, pero ¿qué es lo que está terminando? La democracia representativa. No la idea de la democracia, pero sí la democracia con representantes electos por voto individual ante la oferta de candidatos. Esto no es lo mismo, que un representante mío con mandato soberano donde: ‘te elijo para que hagas esto y si no lo haces, te quito tu mandato’.  Eso sería representación soberana. Pero en cambio la representación que se ha instalado en Chile -desde dos siglos a esta parte- es una representación que no es soberana, porque yo elijo entre gente que me hace ofertas, elijo entre promesa y oferta, con voto individual. En cambio, en el voto soberano, tiene que haber deliberación colectiva, mandato colectivo, y ahí elegimos a quien va a ejecutar el mandato, por eso el poder ejecutivo se nombró así. Es quien ejecuta, no quien toma decisiones por su cuenta”. 

La entrevista se lleva a cabo en la casa de La Reina, que Salazar comparte con su esposa y pareja de toda la vida, Arlette, también historiadora. Es un hogar acogedor, ataviado principalmente con plantas y libros, si, muchos nuevos, viejos y buenos libros.

Prosigue Gabriel con la multidimensional crisis que sacude al país: “En tercer lugar, tenemos el problema de la crisis económica, la que -dígase lo que se diga- ¡es una crisis grave, muy grave!. Y no solo porque la producción haya subido o bajado; los precios hayan subido o bajado, sino, sobre todo, por el tipo de empleo. La economía no sólo es producto y precio: ¡es trabajo!. Y el sistema laboral chileno (con el Plan Laboral de 1979 y considerando las reformas de Ricardo Lagos (2000-06) es un retorno burdo a lo que fue el régimen laboral del siglo XIX”. 

Ejemplifica: “tú no tienes seguridad de trabajo a futuro como para desarrollar una carrera laboral porque aquí manda la necesidad de la empresa -lo dicen las leyes- y no hay derecho de donde agarrarse. Es exactamente lo que existió en el Siglo XIX con el sistema peonal (peonaje)”. 

El autor de Violencia política en las grandes alamedas dice que este sistema, que favorece al patrón, “actualmente se extendió a la clase media, a la universidad e incluso a los ejecutivos de empresa”. 

Añade: “Estos dependen de lo que el directorio diga y pueden echarlos sin contemplaciones. El ambiente laboral (en las empresas) es horrible porque no hay nada que garantice que tú puedes continuar trabajando y cada trabajador o profesional depende de la voluntad de los dueños de la empresa o de los ejecutivos superiores”. 

Sintetiza a este respecto: “estamos en un sistema laboral precarista que en el sistema colonial se llamó “conchabamiento”: contrato de palabra que duraba tanto como fuese la voluntad del patrón”. 

Gabriel Salazar, Dauno Totoro y Francisco Marín.

Para el historiador esto dio pie a un sistema precario que generó una “tremenda pobreza en el Siglo XIX” con la diferencia que en ese tiempo no había una oferta de crédito como ahora, por lo que en ese tiempo “la pobreza llegó a niveles increíbles”. 

“Ahora en Chile se aplica inteligentemente el mismo sistema laboral, pero con tarjetas de crédito”. 

En efecto, actualmente existen ¡42 millones de tarjetas de crédito! Que son las que permiten que la gente pueda comprar a crédito lo que no podría comprar con su propio salario, explica el investigador de la Universidad de Chile. 

“De ahí el endeudamiento y la sicosis que provoca estar endeudado permanentemente. Y de ahí el problema de la inseguridad en el empleo, en el futuro y de sí mismo. De ahí que los antiguos jefes de hogar, los que proveían a la familia, hombres y mujeres, están todos en mal estado”. 

El autor de la Historia del Municipio y la Soberanía Comunal en Chile sostiene que lo anterior ha generado una situación de salud mental “gravísima” en Chile. Esto se expresaría en la tasa de suicidio “que se ha disparado, de los cuales un 80% son hombres (y) la tasa de suicidio de las niñas de 14 años es 16 veces más alta que el promedio nacional”. 

“¿Qué implica esto?”, le consultamos.

Responde: “Que estamos viviendo una crisis implosiva del ciudadano que ya el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) detectó en 1998. Sostuvo entonces que en Chile los parámetros macroeconómicos estaban impecables, pero los parámetros del desarrollo humano, de la salud interior del ser humano, estaban todos malos, de tal manera que -concluyó el PNUD- existiría en la sociedad chilena un ‘malestar interior profundo, que ha devenido en psicosis”.  

Y continúa Salazar: “Estamos viviendo una crisis profunda que se viene repitiendo desde el periodo colonial hasta ahora. Baste con decir que todavía no logramos darle al país una constitución política. Si el país no ha sido fundado, menos puede ser refundado”. 

Afirma que hace falta definir cuestiones básicas: “no sabemos qué destino tenemos que dar al Ejército porque las constituciones las redactaron una élite que además de ser de la alta oligarquía seudoaristocrática, era mercantilista y librecambista. El hecho que este sector haya redactado los textos constitucionales (sin más participación ciudadana), hace que estos sean ilegítimos. 

“Para evitar que el pueblo se rebelara contra esas constituciones, organizaron un ejército para defender a la constitución y a la clase política. (Un ejército) contra el pueblo. Por eso al ejército le pusieron dos artículos que no se los han sacado nunca (de ninguna constitución): uno es que son ‘esencialmente obedientes’ al poder político; y otro, que no pueden deliberar. 

Pregunta: En diciembre, mientras se presentaba La Porfía Constituyente en la Furia del Libro, una señora te preguntó: ¿Cuánto tiempo pasará para que acabe la desazón que nos dejó el triunfo del rechazo? Con ocasión de esta entrevista, nos gustaría hacerte la misma pregunta, y que considerases en la respuesta el hecho que, la noche del plebiscito, el propio Boric dejó en manos del Congreso Nacional el proceso constituyente, restando al movimiento popular la conducción del mismo. 

¿No será que la posibilidad del estallido se aleje en el tiempo y venga un reflujo del protagonismo ciudadano demasiado grande?

“La verdad es que en las once oportunidades que se ha intentado hacer una constitución (1811, 1822, 1833, 1891, 1925, 1980, 2022 y 2023, entre otras) la ciudadanía como tal (en tanto ella detenta la soberanía popular) ha sido dejada de lado. 

“Siempre han sido grupitos de clases políticas, o de grandes dignatarios de la gran empresa, los que han impuesto el texto final de una manera dictatorial. Si en estas 10 oportunidades (descontando en 1828 en que la ciudadanía hizo su propia constitución democrática) la ciudadanía no ha sido considerada es porque al momento de tomar decisiones constituyentes se le deja fuera, en la calle. Por tanto, la ciudadanía ha hecho política -a partir de sí misma, espontáneamente, desde la calle. Es un actor callejero en la política chilena. 

“Y en la calle solo puede actuar como masa, como muchedumbre, como turba, en una acción que tiende más a ser física que de deliberación colectiva, racional. Por eso el pueblo chileno le ha tomado distancia a la política y mucha gente dice que eso es un problema de los políticos. Y para ellos (el pueblo) la política está en la calle. Mucha gente sale a la calle a marchar y vuelve contenta a la casa pensando que ha hecho política.

“A la ciudadanía no le ha quedado más que hacer política desde la calle, como civil, y en la calle la masa no se sienta a deliberar, entra en acción, que va desde cantar, bailar, hasta tirar piedra, incendiar, destruir. Hay que estudiar la sicología de la masa en la calle para descubrir que eso es natural. El que no tiene algo y lo ve en una vitrina, rompe el vidrio y se lo lleva. Obvio. 

“Por eso la ciudadanía no ha aprendido en 200 años a ser soberana, a tener capacidad para ella organizar y dirigir un proceso constituyente. Es decir, de hacer valer su soberanía, que es un derecho natural, no un derecho constitucional. 

“De ahí que la ciudadanía no sabe cómo imponer su voluntad soberana al proceso político; solo se le ha permitido hacer política desde la calle, entonces, si lo hace desde ahí, rompe el orden público. De esa manera, todo el aparato armado, la policía, la ataca en función de eso.

“Por eso es importante iniciar un proceso de reeducación ciudadana, para que la ciudadanía descubra o conozca sus derechos naturales y aprenda a hacer ejercicios de soberanía desde lo pequeño hasta lo más importante”, remata el historiador de los pueblos.

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