Gaza, ¿y ahora qué?

Diez mil más resultaron heridos

Por Arturo Ledezma

13/09/2014

Publicado en

Palestina Libre / Política

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Diez mil más resultaron heridos. Al otro lado de la Franja, en Israel, el cómputo funerario es de 64 soldados y seis civiles. Heridos, 500. Además, edificios residenciales, hospitales, centros de salud y refugios de la ONU han sido objetivo de ataques directos -se estima que solo el daño en las infraestructuras básicas asciende a 5.500 millones de euros-, y 17.200 casas han sido completamente destruidas o gravemente dañadas. Todo ello ha provocado que más de 100.000 personas hayan perdido sus hogares y otras 520.00 hayan tenido que desplazarse.

Esta mortífera ofensiva llegó tan solo año y medio después de la Operación Pilar Defensivo, que costó la vida a cuatro israelíes y a 103 palestinos, y cinco años después de la Plomo Fundido, en la que murieron 13 israelíes y cerca de 1.500 palestinos -mayoritariamente civiles-. Pero, sin duda, la ofensiva de este verano ha sido la más mortífera lanzada por Israel desde que en 2005 decidiera salir de la Franja de Gaza.

«El impacto de este conflicto en los niños y sus familias, especialmente en las madres, ha sido devastador, física y psicológicamente. Las mujeres palestinas son los pilares de sus familias y comunidades, como cuidadoras, proveedoras y líderes. Y en toda la Franja de Gaza han visto que no había un lugar seguro para ellos, ya que incluso los refugios de la ONU estaban siendo atacados. El sentimiento de impotencia y de estar atrapado y sin salida es aterrador. A la cifra de niños fallecidos, la mayoría menores de 12 años, hay que sumar 253 mujeres y 3.000 heridos, muchos de ellos con terribles quemaduras y amputaciones. No hay una sola familia en Gaza que no haya sido tocada por algún tipo de pérdida como resultado de este conflicto».

Quien habla es Pernille Ironside, jefa de la oficina de UNICEF en Gaza. A sus 40 años, esta trabajadora de Naciones Unidas admite que pese a haber vivido y trabajado en numerosas zonas en conflicto, las más de seis semanas que pasó allí durante la reciente escalada militar fueron, «con diferencia», una de las más experiencias más aterradoras de su carrera. «Los bombardeos masivos desde tierra, mar y aire se prolongaron durante todo el conflicto y crearon un clima de terror; no se sabía dónde sería el próximo ataque. A partir de determinado momento, más de la mitad de mi equipo se alojaba en mi oficina con sus familias enteras. Incluso yo también tuve que dejar mi casa, inhabitable desde que, en la madrugada del segundo día, cayeron varios misiles al lado del edificio donde vivo, rompiendo las ventanas de mi apartamento. En esos momentos piensas: ‘¿Qué será lo próximo?'».

Esa es la cuestión. «Nos enfrentamos a cerca de un millón de niños profundamente afectados, muchos con cicatrices físicas y psicológicas para toda la vida. Así que su futuro parece bastante sombrío. Desde UNICEF trabajamos duro para recuperarlos». «Sin embargo», concluye Ironside, «al final del día lo que los niños y Gaza necesitan es una paz duradera, lo que pasa por una acción política más allá de un alto el fuego».

«Quizá la diferencia de esta última ofensiva con respecto a las otras es que ha durado más y ha destruido más. Los habitantes de Gaza sentían esta vez que no había un lugar seguro. Y eso genera mucha ansiedad, angustia e incertidumbre. Hubo gente que se fue a vivir a los jardines del hospital Al-Shifa [el principal de la ciudad de Gaza, también atacado esta vez por fuego israelí], ya no porque hubiera perdido su casa, simplemente porque lo percibía como un lugar seguro». Lo cuentan por videoconferencia, desde su oficina de Médicos del Mundo en Gaza, Tina Miñana Planchart y Susana del Val D’Espaux. Tina, barcelonesa de 44 años, coordinadora de la respuesta de emergencia de esta ONG en Gaza, acumula más de nueve de experiencia en respuesta humanitaria y lleva allí desde finales de julio. Estuvo también en la Operación Plomo Fundido. Susana, madrileña de 42, es psicóloga con experiencia en medio mundo y actualmente está ofreciendo apoyo, entre otros, a los equipos de rescate de la Media Luna Roja palestina. «No hay que olvidar que el personal humanitario local ha estado expuesto a una doble presión. Por una parte, a la misma que el resto de la población. Y por otro lado, a la de estar desvinculados de sus familias durante muchísimos días, sin saber si estarían a salvo o no. En muchos casos, además, los heridos a los que atendían eran vecinos o familiares».

«Cuando cayó la primera gran torre [hay edificios en Gaza que pueden alcanzar los 15 pisos] cambió la percepción de las amenazas», cuenta Tina, «sobre todo entre el personal local. Destruir eso es brutal». «Además de las pérdidas humanas», continúa Susana, «hay que sumar lo que supone para las familias la pérdida de su casa; de pronto se quedan sin dónde ir. Los dos últimos días previos al alto el fuego cayeron varias torres. La tregua llega antes o después, pero ¿qué pasa con toda esta gente?, ¿dónde va a retomar una vida más o menos normalizada?». Rememora un día en que llegó una cooperante del personal local a la oficina después de haber evaluado las áreas más bombardeadas. Pese a no haber perdido su casa ni a ningún familiar, el impacto emocional de saber que otros palestinos sí le resultó brutal. «Me produjo mucha tristeza. Porque luego hablas con ellos y te dicen: ‘No pasa nada, somos fuertes y saldremos adelante’. Eso me emociona mucho, esa fortaleza pese a la destrucción constante que sufren».

«La gente percibía que esta ofensiva era mucho más dura que la anterior. También, porque a veces la memoria es selectiva y borra lo malo. Pero ahora han barrido zonas enteras, se ha destruido muchísima industria», explica Tina. «Y escuelas. Y objetivos sanitarios. Han muerto conductores de ambulancia», añade Susana. «A las enfermeras y a las médicos les generaba mucha ansiedad, por ejemplo, dejar a sus hijos solos. Así que crearon un espacio en los hospitales donde albergar a los niños. Otra cosa que les preocupaba era qué hacer al llegar a casa para estar mejor con ellos, querían saber cómo comportarse. Llegaban enfadadas, cansadas y tristes. Y los niños también estaban así, demandando atención. Lloraban, se comportaban de forma agresiva y sus madres no sabían cómo manejarlos». «Les espera un futuro complicado, porque no hay voluntad política de arreglar nada», concluye Tina, «tengo grabada una frase que escuché en un documental y que decía: ‘Israel vive en la negación y Palestina en la fantasía'». Pasada ya la ofensiva, desde Médicos del Mundo se están concentrando, además de en dar apoyo psicológico al personal sanitario, en retomar las intervenciones y la atención a los heridos. La cirugía plástica y ortopédica, tanto de niños como de adultos, es una de sus prioridades, como también introducir en la Franja material hospitalario y sanitario.

Lo más difícil para Eman Alagha, jefa del proyecto de seguridad alimentaria de Acción contra el Hambre en Gaza, 33 años fue asegurar «el apoyo emocional necesario» a sus hijos, una niña de 11 y dos varones de nueve y un año. «Como madre soy responsable de minimizar el miedo, incluso cuando, a veces, no me creían. Los niños son muy inteligentes y saben si estás diciendo la verdad o intentado aliviarlos. Entienden. Pero no tienen la fuerza suficiente para enfrentarse a las pesadillas diarias y escuchar a la gente gritando y corriendo por la calle después de que sus casas hayan sido destruidas por los bombardeos masivos. Mi mayor miedo era perder a alguien de mi familia. No me importaba nada más. Rezaba todo el tiempo solo por eso. Me preguntaba a mí misma si era lo suficientemente fuerte para ver morir a uno de mis hijos. Y cada minuto recibía la misma respuesta: no, no lo soy, no puedo. Dormimos unas dos o tres horas al día, viviendo miles de momentos horribles. Uno de los peores fue cuando mi bebé enfermó y no podía acceder al médico a través del teléfono. Mi marido se lo llevó y tuve que quedarme con los otros niños. Tres minutos después de que salieran, escuché un gran bombardeo y dijeron que había sido cerca de la clínica. No podía usar el teléfono, pasaron 10 minutos sin que pudiera ni siquiera llorar, hablar o incluso moverme. Sonó el teléfono y mi hija contestó gritando: ‘¡Mami, mami, están bien!’. En ese momento solo pude romper a llorar como un bebé».

«Hemos vivido tres guerras en los últimos seis años. La última [en 2012] fueron solo ocho días y los ataques se dirigieron hacia edificios gubernamentales y casas de miembros de partidos políticos. Esta vez ha durado 51 días y los ataques se han dirigido hacia todo. Edificios, escuelas, hospitales, mezquitas, apartamentos, jardines, locales de Naciones Unidas, el puerto marítimo, empresas, medios de comunicación, torres, universidades, cementerios… Todo ha quedado destruido».

Durante la ofensiva, el equipo de Eman estuvo distribuyendo raciones de comida y alimentos. Ahora, tras el alto el fuego, con decenas de miles de personas desplazadas que no pueden regresar a sus hogares porque han sido destruidos, están repartiendo agua, material para cocinar, kits de higiene personal, colchones y mantas. Además, Acción contra el Hambre participa en la rehabilitación de la red de agua, que resultó muy dañada por los bombardeos. «Rehabilitamos pozos de agua, distribuimos bombas y limpiamos el alcantarillado», cuenta Eman.

También ha puesto en marcha un programa para contratar a 110 mujeres, que cocinarán comida para niños que van a guarderías dañadas por el conflicto. «De esta manera los ayudamos a ellos, y también a esas mujeres que ganarán algo de dinero. Y como mucha gente ha perdido su casa, vamos a cooperar con 235 familias en el alquiler de una nueva vivienda. Las mujeres están jugando un papel básico en esta etapa, continuarán luchando por las necesidades básicas de sus familias, pero también por su dignidad, libertad y seguridad», cuenta Eman, que no se muestra demasiado optimista. «Si la situación sigue siendo la misma, sin ninguna solución real, Gaza no tendrá futuro. Será cuestión de tiempo que vuelvan los mismos conflictos de nuevo. Puede que esta haya sido la guerra más difícil, pero no creo que vaya a ser la última. Y aunque no te lo creas, he tenido el mismo sueño varias veces: me encontraba acampando tranquilamente por unos días junto a mi familia en un bosque».

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