Vladimir Safatle:

“Gobernar es garantizar las condiciones para que las personas se gobiernen a si mismas”

El filósofo brasileño conversa sobre la repolitización del pensamiento de izquierda más allá del Estado de derecho y contesta el discurso de las instituciones fuertes como símbolo de la democracia. Para Safatle la verdadera democracia es aquella cuyas decisiones son tomadas por aquellos que irán a ‘sufrir’ tales decisiones. Además destaca la importancia de inventar nuevas formas de subjetividad más allá de los discursos identitarios del multiculturalismo: “Una verdadera política de la diferencia sólo puede ser una política de des-identidad”.

Por Mauricio Becerra

18/08/2014

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wladimir safatle

La época de la diversidad cultural y de identidades generó un problema para el pensamiento de izquierda que ve diluirse sus propuestas emancipatorias en un supermercado de identidades muy bien aceitado por los medios de comunicación en las sociedades neoliberales. Un llamado a repolitizar el pensamiento de la izquierda es lo que hace el filósofo brasileño Vladimir Safatle en su primer libro traducido al español, La izquierda que no teme decir su nombre (LOM Ediciones).

Safatle nació en Chile en 1973. Es hijo de una generación de jóvenes exiliados tras el golpe de Estado en Brasil de 1964 y que tuvieron que marchar un nuevo exilio tras el golpe de Pinochet. Profesor libre de la Universidad de São Paulo y columnista del periódico Folha de Sao Paulo. Otros de sus libros son A paixão do negativo: Lacan e a dialética (2006), Cinismo e falência da crítica (2008), Fetichismo: colonizar o outro (2010) y Grande Hotel Abismo (2012).

El Ciudadano conversó con Safatle sobre los vínculos entre los procesos sociales de Brasil y Chile y se colocó en discusión la idea de ‘gobernabilidad’ e ‘instituciones fuertes’ (tesis de Ricardo Lagos, Arturo Valenzuela y amigos) como bases de la democracia. Para Safatle lo que hace una democracia son los mecanismos de democracia directa. También contesta el discurso de la meritocracia, usado hoy por la derecha en la discusión sobre la reforma educativa.

Tu primer libro traducido al español lo dedicas a Francisco Cuadrado, nieto del general Carlos Prats, de quien rescatas su escupo al ataúd de Pinochet como un gran gesto político ¿Por qué?

– El verdadero gesto político tiene la fuerza de suspender el tiempo. Hasta entonces, Chile estaba sumergido en un tiempo en el que la violencia del pasado no podía ser reconocida. Era un tiempo en el cual las víctimas de la dictadura morían dos veces: física y simbólicamente. Porque no castigar ejemplarmente a los responsables de la dictadura era matar simbólicamente a los que esa dictadura asesinó. Es el crimen perfecto, porque era sin memoria y sin castigo. El gesto Francisco equivalió a decir: «No acepto habitar este tiempo”. Todo verdadero gesto político tiene algo de esta naturaleza, algo de una tentativa desesperada de detener un tiempo muerto. El tiempo político es un tiempo en el que el pasado y el presente no están dispuestos en relación de sucesión, pero se encuentran en relación de sobreposición.

portada¿Tienen algo en común las manifestaciones de Chile de 2011 y de junio de 2013 en Brasil?

– Se trata del mismo proceso, aunque Chile está más avanzado que Brasil en este momento. Todas estas manifestaciones son parte de una conciencia mundial sobre las fronteras políticas, económicas y sociales del sistema socio-económico que organiza nuestras vidas. Normalmente dichas manifestaciones parten de cuestiones aparentemente puntuales, como el valor de las mensualidades escolares o el precio del transporte público, para luego transformarse en contestación de toda la lógica económica. En este sentido, estas manifestaciones funcionan como en psicoanálisis, o sea interpretamos los síntomas y se articula la parte con un todo. En el caso de Brasil, el precio del transporte público es sólo un punto que demuestra la irracionalidad de toda la lógica del crecimiento brasileño. Normalmente los tecnócratas responden que ‘no hay como cambiar el precio de las cosas’. Pero entonces comienzan a aparecer cuestiones hasta entonces nunca escuchadas como ¿por qué tenemos uno de los peores y más caros sistemas de transporte público? ¿Por qué fue privatizado si los resultados son nulos? ¿Quién se beneficia de esto? ¿Cuál es la verdadera relación entre los empresarios de transporte y los partidos políticos?

En Chile un discurso común de los gobiernos post-dictadura es la idea de la gobernabilidad como un principio de orden y la estabilidad política. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

– La preocupación por la gobernabilidad no puede ser vendida como una excusa para perpetuar formas de mal gobierno. Existe una compulsión en la izquierda gobernante diciendo que no se puede hacer mucho porque la «correlación de fuerzas» todavía no lo permite. Y así sólo nos queda esperar por décadas. Diría que cuando no se sabe muy bien a dónde ir, la correlación de fuerzas siempre será mala. Corresponde a la izquierda no sólo gobernar mejor, sino que cambiar radicalmente lo que significa gobernar. Hay que evitar la ilusión tecnocrática de que la estructura estatal del gobierno es buena, que basta ser ocupado por empleados comprometidos, dedicados y honestos. Debemos pasar gradualmente los procesos de gestión y de decisión para los foros de democracia directa. Gobernar no es dirigir. Gobernar es garantizar las condiciones para que las personas se gobiernen a si mismas.

DESREGULACIÓN DE LA BIOPOLÍTICA Y EL DISCURSO DE LA MERITOCRACIA

En su libro también llama a la izquierda a no ceder en el horizonte de ocupar el Estado ¿Cómo resuelve esto con la crítica hecha durante el siglo XX a tal institución como agente disciplinario?

– El Estado no es sólo una estructura disciplinaria. Sin la fuerza del Estado nunca tendríamos los mecanismos para imponer políticas de combate a la pobreza y de lucha contra las desigualdades. Las críticas de izquierda contra el Estado olvidan que no podemos dejar la actividad económica desregulada, ya que ella es productora natural de desigualdad y concentración de la riqueza. Incluso una economía no estatal basada en cooperativas que sólo trabajarían en pequeña escala, necesita del Estado para garantizar la regulación de sus condiciones de funcionamiento. Sin embargo, podemos pensar en un modelo en el que el Estado no legisle sobre la forma de vida social, sobre lo que Foucault llamó una vez como biopolítica, mientras legisla fuertemente sobre asuntos económicos. Mi propuesta sería: desregulación de la biopolítica y la regulación de la actividad económica.

En la actual discusión en Chile sobre la reforma educativa, un lugar común de la derecha es la idea de la meritocracia. ¿Qué puede decir acerca de esta idea?

– Es fácil hablar de meritocracia cuando usted siempre recibió las mejores condiciones, mientras que otros tuvieron que luchar desde el inicio de su vida contra la pobreza. Las condiciones no son las mismas si usted es blanco, de clase media alta, vive en una zona con cines, bibliotecas, teatros y buen círculo de familia y amistades; muy diferente a un negro pobre, que vive en un barrio miserable y excluido. El Estado debe entender que hay sectores más vulnerables de la sociedad, los sectores que sufren la discriminación más fácilmente.

Hoy en día muchas de las intervenciones de los EE.UU. y los países europeos están justificadas en la defensa o la promoción de la democracia. Sucedió así con Siria, por ejemplo ¿Qué piensas de esta idea de la democracia que termina siendo colonialista?

– Es bastante divertido ver a un país que apoya la peor dictadura en el mundo, como lo es el reinado de Arabia Saudita; que apoyó todos los gobiernos dictatoriales y corruptos de la región (Egipto, Túnez, Jordania, Emiratos Árabes Unidos) decir que defiende democracias. Comparado con Arabia Saudita, Irán es una democracia escandinava. Como dijo Aristóteles, la primera calidad de un buen enunciador es su ethos. Usted debe tener legitimidad para hacer ciertas declaraciones. Para un árabe la idea occidental de democracia es la peor de todas las hipocresías, ya que fue utilizada por los gobiernos que convivieron my bien con dictadores como Mubarak y Ben Ali y que no ven mayores problemas en monarquías absolutas como las de Arabia, Bahrein o Qatar. Más que colonialista, el discurso occidental sobre la democracia es simplemente cínico. No hay ninguna razón para que un árabe les crea.

Otro discurso muy repetido durante la post dictadura en Chile fue la idea de las instituciones fuertes, sobre todo durante el gobierno de Ricardo Lagos.

– La democracia no necesita de instituciones fuertes. Ella necesita un poder instituyente soberano y siempre presente. Hay una plasticidad institucional que es natural en una democracia. ¿Cuántas veces Francia reformó sus instituciones y su gobierno desde el fin de la Segunda Guerra Mundial? ¿ella es menos «democrática» por esto? Más que de instituciones fuertes, necesitamos mecanismos de intervención directa de la soberanía popular. No estoy abogando por un régimen de relación directa entre un ejecutivo fuerte y la masa. Tenemos que pensar en mecanismos de democracia directa independientes del poder ejecutivo.

SUPERAR LOS LÍMITES DEL INDIVIDUO

¿Podría ampliar la idea de la política como un deseo de liberarnos de nosotros mismos?

– No habrá transformación política real mientras consideremos que el eje de la lucha social gira en torno al reconocimiento de nuestra personalidad o individualidad. Es verdad que podemos sufrir por no lograr tener nuestra individualidad reconocida, pero también podemos sufrir por ser apenas un individuo, por no saber qué hacer con experiencias que no pueden ser pensadas dentro de la figura y de los límites del individuo. Yo diría que la verdadera política comienza a través de la capacidad de escuchar y respetar tal sufrimiento, es la invención de nuevas formas de vida que traen nuevas posibilidades de experiencias subjetivas. Cuando una sociedad se derrumba, son sus sujetos los que también desaparecen. No debemos tener miedo de desaparecer.

Además de la democracia parlamentaria, ¿Hay alguna experiencia que sirve para pensar en la democracia como participación popular directa?

– Puedo dar un ejemplo de lo que pienso sobre esto. Una de las hipótesis más absurdas de la política actual es la creencia de que las personas directamente involucradas en los procesos no son capaces de tener las mejores respuestas a los problemas que se generan en los mismos procesos. Por ejemplo, a pesar de un sinnúmero de reformas educativas decididas por burócratas que durante décadas no entrar en un aula y las ideas ‘ingeniosas y revolucionarias’ salidas de las cabezas de consultores internacionales pagados a precio de oro, la educación brasileña tiene niveles de calidad deplorables. Sin embargo, ¿creemos que los ministerios y departamentos de educación deben imponer planes? ¿Por qué no modificar radicalmente el proceso de toma de decisiones y dar realmente a los implicados, es decir, profesores y profesionales de la educación, la condición de discutir y decidir lo que se debe hacer? Nadie sabe mejor que un maestro, quien pasa horas todos los día en la sala de clases, lo que funciona y lo que no funciona, lo que significa educar y sus dificultades. Por lo tanto, el proceso decisorio podría ser hecho a través de la implementación de consejos de profesores con poder deliberativo. Cabe al Estado simplemente garantizar el buen funcionamiento de tales consejos, bloqueando a aquellos que intentan servir a lobbies económicos y otros factores de dominación, e implementar sus decisiones. O sea, la verdadera democracia es aquella cuyas decisiones técnicas de Estado son tomadas por aquellos que irán a ‘sufrir’ tales decisiones. Este principio podría aplicarse en cualquier área de la gestión pública. Esto significa que en una democracia directa, los poderes ejecutivo y legislativo renuncian gradualmente a su monopolio administrativo para funcionar cada vez más como aparatos de implementación de decisiones tomadas directamente por la soberanía popular. Esta transformación política, que implica una normalización cotidiana de los mecanismos de manifestación de la soberanía popular, así como la pulverización de instancias decisorias, es la condición previa para cualquier renovación.

¿Podría explicar su idea que insiste en no organizar el campo social a partir de la ecuación de la diferencia y transformar el problema de la tolerancia en diversidad cultural?

– En este sentido, insisto en que nuestra época está marcada por la inversión de los efectos del multiculturalismo. Es tal inversión la que nos fuerza actualmente a pensar. Si la crítica conservadora busca descalificar el multiculturalismo por sospechar del ‘cosmopolitismo’ y la ‘desintegración de los valores nacionales’, hay una crítica que recuerda que el multiculturalismo es hasta ahora poco multicultural. Fue importante para da visibilidad a grupos hasta entonces víctimas constantes de exclusión, pero no podemos continuar insensibles al hecho de que gran parte del aumento del racismo y la xenofobia se han dado en nombre de la tolerancia multicultural. Como era de esperar, entre los países más xenófobos hoy hay algunos que se consideraban un ejemplo de tolerancia multicultural, como Holanda.

Lo que me gustaría destacar es el error de elevar la lucha por la formación de la identidad a una bandera política defendible. Muchos olvidan que dichas políticas de la diferencia son, el en fondo, políticas de afirmación identitaria. Así terminan por organizar la vida social en un tejido compuesto por identidades estancas y, en muchas situaciones, inflexibles. Una verdadera política de la diferencia sólo puede ser una política de des-identidad. Ella no se conformará con transformar las declaraciones como «yo soy indio», «yo soy gay» en realizaciones finales de los procesos de reconocimiento. Ella tratará de crear marcos institucionales para el reconocimiento de declaraciones como «estoy animado por una experiencia de indeterminación que hace que no me reconozca completamente como un quilombano, un negro o un homosexual».

Tal vaguedad tiene, a mi juicio, un gran potencial político y emancipador. Permite la creación de una fuerte solidaridad más allá de la afirmación natural de diferencias étnicas, religiosas y sexuales. Dicha indeterminación permite que la sociedad sea comprendida como portadora de una ‘zona de indistinción e indiferenciación’, en la cual las diferencias culturales son sometidas a una saludable indiferencia política.

Mauricio Becerra Rebolledo

@kalidoscop

Foto: Werner Amman

El Ciudadano

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