Niño símbolo de la G 90

La caída de Peñailillo y la vuelta al partido del orden

El cambio de gabinete de Bachelet reinstaló a la vieja Concertación en el núcleo político del gobierno y mandó para la casa al desempoderado Rodrigo Peñailillo. Niño símbolo de la G90 del conglomerado de centro izquierda, con su salida se despide una generación de concertacionistas formada en las sucias prácticas de la transición chilena.

Por Mauricio Becerra

12/05/2015

Publicado en

Chile / Política / Portada

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SALIDA PEÑAILILLO

Con la llegada de Jorge Burgos al ministerio del Interior, el partido del orden se vuelve a tomar el gobierno de Bachelet. Si en su primer gobierno el fin de la paridad de género y el ‘no se repetirán el plato’ sucumbió con el arribo de Edmundo Pérez Yoma, hoy quien fuera jefe de gabinete de Enrique Krauss trae en su maleta la vieja escuela concertacionista.

Contrario a una Asamblea Constituyente, Burgos inició su cargo declarando que no le gustan las retroexcavadoras, sentando así un precedente de que rumbo tomarán las reformas prometidas por Michelle Bachelet. A la par en el ministerio de Hacienda asume un tecnócrata, el economista Rodrigo Valdés, que se desempeñó en el Banco Central, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y trabajó para bancos de EE.UU. Si Burgos resulta ser el retorno del viejo orden político, Valdés es la vuelta de la ortodoxia neoliberal.
También fue reemplazado Álvaro Elizalde (PS) como vocero de gobierno, colocando Bachelet en su lugar a Marcelo Díaz (PS), operador del lobista Enrique Correa.

Alberto Mayol comenta que la tríada Peñailillo-Arenas-Elizalde apostó por “conducir las transformaciones con un discurso moderado, que fracasó. No creyeron en la necesidad de enfrentar a la Concertación. Peñailillo y Elizalde no enfrentaron a Lagos cuando criticó al gobierno, Arenas cambió su reforma tributaria, de la que no cambiaría una coma, según dijo; por la influencia de los Fontaine y la Asociación de Bancos, dejándola irreconocible. Luego intentó mostrar su presunto triunfo con una copa de champán en la mano, con portada en La Segunda. Al parecer, alguien no les explicó cómo se cambia la historia. Y la respuesta es simple: cambiándola, no conservándola. Su estrategia timorata les pasó la cuenta. Un reformista timorato siempre dará paso a conservadores osados”.

LA DESEMPODERADA G-90

En la puerta de salida aparecen los que alguna vez fueron empoderados por el discurso de Bachelet, pero que no tenían mayor chance de ascender en las escaleras políticas de la aristocracia concertacionista. Es la salida de quienes firmaron las boletas falsas para financiar la campaña de Bachelet. El círculo más íntimo que la presidenta formó bajo el estricto criterio de la lealtad y con el cual pensó superar a los viejos tercios de la Concertación. El equipo de Bachelet escogido a su antojo cuando el poder de las encuestas y la crisis del modelo político neoliberal, tenía de rodillas ante sí a los partidos. Mas, cual paradoja, el niño símbolo del círculo de la presidenta, Rodrigo Peñailillo, es obligado a abandonar el gabinete por la misma práctica que de seguro recurrieron los próceres de la Concertación, que es pasar el sombrero ante el gran empresariado para financiar las campañas.

Iniciado en el PPD ya en el declive de la política, Rodrigo Peñailillo representa a la primera generación formada en los partidos concertacionistas en democracia. Aquella generación prohibida de salir a protestar a las calles contra los gobiernos de Aylwin y Frei, y cuyo entrenamiento político fue ir monopolizando las dirigencias de las federaciones estudiantiles o sindicatos y así ir escalando en la estructura partidaria, el mejor camino para conseguir un buen empleo en el incierto mundo de precariedad profesional que se estaba gestando.

De esa forma vemos a Peñailillo como presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad del Biobío (Feubb) en 1996 y 1997. Aquellos años fueron el del despertar del movimiento estudiantil en transición. Luego del triunfo del comunista Rodrigo Roco en la Fech en 1995, se rearticula la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech) y se discute el proyecto marco de educación superior propuesto por el ministro de Educación de la época, José Pablo Arellano. De inspiración neoliberal, aquellos años se dieron las primeras grandes movilizaciones nacionales en educación. Justo cuando el movimiento estaba creciendo, Peñailillo y otros dirigentes de partidos de la Concertación suscribiendo un acuerdo con el gobierno. La mesa de la Confech estaba quebrada.

La generación de Peñailillo es la que se forma en política de esa forma: Monopolizando federaciones o sindicatos para anular su accionar o quebrando movimientos masivos cuando no los controla. De esa forma se gana su buen empleo al titularse de Ingeniero Comercial. Tras un fugaz paso por centros de estudios concertacionistas y ministerios, en 2001 lo vemos como gobernador de la Provincia de Arauco, cargo desde el que enfrenta el conflicto chileno-mapuche.

Peñailillo representa a toda esa generación concertacionista interesada en política por las posibilidades de arrumarse a un buen empleo en un contexto de precarización social. Aquellos militantes que conciben la política en función de cuotas de poder, saber allegarse a las estrellas en ascenso (Bachelet en su momento) y ser obediente. Se trata de esa generación que le cuesta inteligibilizar la emergencia de adolescentes y jóvenes universitarios, muy parecidos a ellos pero una generación después, interesados en la política por las posibilidades de transformación social. Peñailillo de seguro jamás fue capaz de vislumbrar la potencia política de una asamblea, de la discusión en las bases y sin pactos por arriba.

Menos aún comprender que las motivaciones políticas pueden surgir de la lucha por un bien colectivo. Lo suyo fue arrumarse a Bachelet incondicionalmente y encargarse de armar el comando a la ex presidenta. La tarea incluía pasar el sombrero ante el empresariado.

Peñailillo y su red de asesores hicieron no sólo el trabajo sucio de desmontar una movilización en los noventa, sino que lo suyo fue firmar boletas falsas para preparar el aterrizaje de Bachelet a Chile. Si en los noventa no importó la justicia de una demanda social por educación pública, tampoco le iba a importar después recibir dineros del ex yerno de Pinochet. Ironías del guión de Bachelet II el retorno: La salida de Peñailillo no es sólo la expulsión del obediente trepador a manos de la rancia aristocracia concertacionista, es sobre todo una imagen de que la Concertación como esquema de gobierno no tiene renovación posible y que sus experimentados capataces son los que toman las riendas finales, tal como ayer lo hizo Pérez Yoma, hoy van de la mano con Jorge Burgos.

Mauricio Becerra R.

@kalidoscop

El Ciudadano

Foto: Alex Ibáñez (presidencia)

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