La corrupción en los partidos de la nueva pillería

            La política debiera ser una activad noble, pero cuando se trata del poder por el  poder, sin objetivos, sin sueños, se prostituye y se precipita a los bajos fondos

Por Director

04/03/2014

Publicado en

Política / Portada

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            La política debiera ser una activad noble, pero cuando se trata del poder por el  poder, sin objetivos, sin sueños, se prostituye y se precipita a los bajos fondos. Es cierto que la política no es un asunto de monjes epicurianos – que buscan el placer y evitan el dolor – sino una actividad social que, a veces, exige ensuciarse las manos: no siempre la ética congenia con el poder, pero la relación entre los políticos y los negocios termina enlodando la política. Es un poco de esto lo que ha ocurrido en el Chile transaccional. Los partidos políticos son necesarios para la democracia siempre y cuando canalicen las expectativas de la ciudadanía hacia el Estado: en una democracia sin ciudadanos, como la chilena, sólo puede existir la hegemonía de las plutocracias, las oligarquías y las castas.

            Tanto  de la nueva felonía, como la Alianza por Chile muestran síntomas de decadencia: en el fondo, la mayoría de los partidos políticos han sido repudiados por los ciudadanos, que se manifiesta, especialmente, en la abstención y los votos nulos y blancos. Muchas veces escucho a personas, cuyo rechazo a la casta política es notorio, manifestando que votarán en blanco o nulo, incluso en la elección presidencial, donde los candidatos posibles pertenecen a la “tercera edad” y todos ellos han sido partícipes de la llamada democracia de los acuerdos, una especie de bipolio que elimina la competencia y, además, excluye a la soberanía popular. ¿Qué legitimidad tendrá un Presidente elegido por una cuarta parte de los ciudadanos aptos para votar?

            El Chile de hoy es manejado por burócratas y tecnócratas, sean estos de la nueva pillería  o de la Alianza. La política es una verdadera jaula de hierro weberiana. En los partidos, las instancias democráticas se han convertido en una burla a los pocos militantes que continúan en ellos

. En realidad, los partidos son más bien burocracias tecnocráticas, grupos de amigos, asociaciones de operadores políticos y, como en las monarquías, hay príncipes, duques, condes y demás cargos nobiliarios, todos ellos se encargan de manipular el poder a su antojo, repartiéndose las plantillas parlamentarias, de alcaldes y concejales, intendentes y grandes gerentes de empresas del Estado.

    Los partidos de la Concertación han sido incapaces de terminar con el legado antidemocrático de Augusto Pinochet: se ha cumplido la idea de Jaime Guzmán, un ideólogo conservador, a quien se le ha construido en su memoria un muy inmerecido monumento, de que el gobierno opositor de ese entonces estará amarrado por corsé institucional, que lo obligará a hacer política dentro de los marcos del autoritarismo. En diecisiete años los partidos políticos han sido incapaces de atraer a los ciudadanos y en todas las encuestas están clasificados en los últimos lugares.

    Todos los partidos políticos han perdido votación desde 1960 a 2014 en el caso de los históricos, y desde el comienzo de la transición, respecto a los nuevos. Hay derrumbes catastróficos, como el de la Democracia Cristiana, pero también estancamientos, como es el caso de los socialistas. ¿A qué se debe este deterioro? En primer lugar, los partidos políticos en la transición carecen de ideología, sólo practican el pragmatismo más ramplón; en segundo lugar, adolecen de militancia activa y únicamente están compuestos por funcionarios públicos; en tercer lugar, son burocracias, como las jaulas de hierro weberianas: las directivas actuales tienen como función primordial el reparto del botín. Hay más mercenarios y condotieris que idealistas.

             En toda decadencia lo viejo se niega a morir: los líderes y dirigentes, acostumbrados por  24 años a manejar de determinada forma, les es muy difícil cambiar los males hábitos adquiridos en tan largo período. Es esto lo que está ocurriendo tanto en  la nueva tontería, como en la Aliaza: son consubstancialmente incapaces de cambiar y, así, despertar siquiera alguna esperanza.

            La idea de la banalización de la política no es nueva en la filosofía: ya Platón planteó el gobierno de los filósofos; posteriormente, Saint Simon, el profundo de los llamados socialistas utópicos, visualizó la administración de las cosas en reemplazo del Estado; en este pensador, los leguleyos, los curas, los políticos, eran las clases ociosas – los zánganos- contra las abejas laboriosas, cuya mejor expresión eran los banqueros y empresarios, incluso planteó un parlamento newtoniano, que estuviera presidido por estos financistas –  si hubiera sabido que en la reciente crisis estas clases están sindicadas como las culpables del colapso económico y financiero-. El neoliberal Hayek repite un parlamento no muy distinto al del noble francés, ahora compuesto por los vencedores del mercado.

            En una política banalizada quienes dominan son loas tecnócratas, acompañados de operadores políticos, cuya única capacidad se reduce a manipular el poder de la administración pública. ¿Qué ocurre con los partidos políticos en esta jaula de hierro? La lucha se reduce al canibalismo: se trata de aniquilar al rival para conservar el poder; cada dirigente actúa más en razón de intereses personales y de grupo, que el bien común del partido.

            El PPD, por ejemplo, carece de una ideología que le dé sustento: está integrado por diversos retazos de antiguos partidos: ex Mapu, IC, comunistas y radicales. Sus pensamientos pueden ir desde los tecnócratas de Expansiva hasta el ecologismo de Guido Girardi. El PPD, de partido instrumental, cuyo santo patrono, Ricardo Lagos, se ha convertido en una agrupación tipo Art Nouveau, pues en él pueden convivir, sin problema, personajes de los más diversos orígenes y creencias, que hacen muy difícil, para el lego, captar qué los une que no sea la administración del Estado

            El  PPD no ha dejado de ser adolescente, en fondo sigue siendo un partido instrumental, con intenciones de convertirse en el más nuevo y renovado de los partidos de la Concertación hoy nueva mayoría

            El Partido Socialista no es ni la sombra de la agrupación revolucionaria soñada por sus fundadores; hoy sólo se trata de humanizar el neo  liberalismo y, sobretodo, de convertirse en un partido gobernante que se distribuye los cargos; el concepto de disciplina, propiciado por la directiva de Andrade, no difiere mucho de los métodos de la ex RDA. La nueva izquierda se ha apropiado del partido, logrando el apoyo de los apitutados militantes para elegir a Andrade como su presidente. Ya nada queda de la libertad de debate que caracterizó a este partido. Si bien hay algunos que mantienen los postulados de izquierda, estos son rápidamente opacados por el poder burocrático y autoritario de la directiva.

     . El drama de los partidos de la nueva mayoría  no está en los dirigentes, sino en la obsolescencia ideológica, la falta de militantes y el burocratismo

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 Por Rafael Luís Gumucio Rivas

El Ciudadano

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