Central de Inteligencia norteamericana cumple 70 años este lunes

Los cables de la CIA en 1973: «Nunca será conocida la verdadera cantidad de muertos después del golpe”

Pese a sus fiascos, el mito de la CIA como organización infalible y omnipresente se ha perpetuado durante décadas no sólo en la mente de sus "enemigos", sino en el imaginario de muchos estadounidenses influidos por los filmes de Hollywood. Aquí, algo de su historia.

Por Absalón Opazo

17/09/2017

Publicado en

Chile / Estados Unidos / Política / Portada

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La Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, el mayor y más poderoso servicio de espionaje del mundo, cumple este lunes setenta años de misiones ultrasecretas que harían las delicias del mejor thriller. Asesinatos, derrocamientos de gobiernos opuestos a las políticas de EE.UU., golpes de Estado, financiación y entrenamiento de grupos paramilitares o secuestros selectivos forman parte de la polémica historia de la CIA, que nació el 18 de septiembre de 1947. Ese día entró en vigor la Ley de Seguridad Nacional, promulgada por el presidente Harry Truman para aunar el fragmentado cuerpo de inteligencia en el extranjero.

La CIA tomó el testigo de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), creada en plena II Guerra Mundial (1939-1945) para evitar ataques por sorpresa como el bombardeo japonés contra la base naval estadounidense de Pearl Harbor (Hawái) en 1941. Así, todo lo que rodea a la Agencia es «top secret», como su plantilla y su presupuesto, aunque una información filtrada en 2013 y publicada por el diario The Washington Post arroja datos abrumadores: 21.575 empleados y 14.700 millones de dólares.

A diferencia del KGB soviético, su gran rival en la Guerra Fría (1945-1990), la CIA tiene prohibido actuar en territorio nacional y, en la práctica, sólo rinde cuentas ante el presidente de EE.UU. Este lunes, pues, la Agencia celebrará su septuagésimo aniversario en su cuartel general, un inexpugnable recinto con diseño de campus universitario enclavado en mitad de un espeso bosque en Langley (Virginia), a las afueras de Washington.

«Tendremos una tarta de cumpleaños», revela a Efe Jeannette S. Campos, portavoz de la Oficina de Asuntos Públicos de la CIA, en los pasillos del edificio principal de la sede en Langley, al precisar que el director de la Agencia, Mike Pompeo, «cortará» el pastel.

En el suelo blanquinegro del vestíbulo llama la atención el famoso logotipo de la CIA, frente al monumento a sus espías caídos en acto de servicio: una pared con 125 estrellas (una por cada agente muerto) esculpidas en un reluciente mármol blanco de Alabama. «La CIA protege a EE.UU. y refuerza la seguridad global», comenta Campos, quien intenta desmitificar el «misterio» de la Agencia en la percepción de los ciudadanos: «Somos -explica- una mezcla diversa de estadounidenses corrientes que logran cosas extraordinarias».

La CIA -añade- intenta «resolver los problemas más difíciles del mundo», una misión que en setenta años de historia presenta notables éxitos, pero también estrepitosos fracasos. La Agencia puede presumir, por ejemplo, de cantar victoria en la operación encubierta «PBSUCCESS», que desembocó en el Golpe de Estado en Guatemala de 1954 contra el Gobierno democráticamente elegido de Jacobo Arbenz Guzmán, contrario a EE.UU.

Entre otras muchas actuaciones, la CIA también cosechó éxitos en el dispositivo para atrapar -y ejecutar- al mítico guerrillero argentino Ernesto «Che» Guevara en Bolivia en 1967, o en la financiación y suministro de armas a los combatientes islamistas que lucharon contra la invasión soviética de Afganistán (1979-1989). Y, como no mencionarlo, también lograron su cometido en Chile, donde a través del financiamiento a los partidos políticos y gremios de Derecha en Chile, y la infiltración directa de las Fuerzas Armadas chilenas, provocó finalmente el Golpe de Estado que derrocó al gobierno de la Unidad Popular, encabezado por Salvador Allende.

Como contraparte, los espías de EE.UU. sufrieron la humillación de la fallida invasión de Bahía de Cochinos (1961) para derrocar al líder cubano Fidel Castro, no olieron la caída del comunismo y tampoco previeron los ataques de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington (11S). En palabras del experto estadounidense en espionaje Tim Weiner, el 11S representó un «segundo Pearl Harbor».

Las fuerzas especiales de EE.UU. se desquitaron el 2 de mayo de 2011 con el asesinato en Abbottabad (Pakistán) del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, a quien la CIA paradójicamente había entrenado y financiado durante la ocupación soviética de Afganistán. El fusil que Bin Laden conservaba en su guarida de Abbottabad, un AK-47 de fabricación rusa, puede verse minuciosamente colgado como trofeo de guerra en una vitrina del Museo de la CIA en Langley.

Pese a sus fiascos, el mito de la CIA como organización infalible y omnipresente se ha perpetuado durante décadas no sólo en la mente de sus enemigos, sino en el imaginario de muchos estadounidenses influidos por los filmes de intriga. Hollywood «no nos refleja bien (…). Las películas muestran explosiones, persecuciones de automóviles (…). Esa no es nuestra vida», asegura a Efe, bajo anonimato, un historiador de la CIA.

Quizás llevara razón Henry Kissinger cuando en 1971 viajó a China, como asesor de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Richard Nixon, y el primer ministro chino Zhou Enlai le preguntó por las subversiones de la CIA. El entonces futuro secretario de Estado contestó que Zhou «sobrestimaba enormemente la competencia de la CIA», y el mandatario replicó que, «cuando pasa algo en el mundo, siempre se piensa en ellos». «Eso es cierto -admitió Kissinger-, y les halaga, pero no se lo merecen».

Los cables de la CIA en el Chile de 1973:
«Nunca será conocida la verdadera cantidad de muertos después del golpe” (*)

El 21 de septiembre de 1973, la estación de la CIA en Santiago transmite el siguiente cable: “se prevé una represión severa. Los militares arrestan a un gran número de personas, incluidos estudiantes y gente de izquierda de todas clases, y los internan. Los militares consideran ejecutar a cincuenta izquierdistas por cada francotirador todavía en actividad”. Al día siguiente se informa sobre una masacre: “si bien la aviación abandonó su proyecto de bombardear la zona de La Legua, se cuenta allá un gran número de muertos: 500, en su mayor parte civiles. En total, diez días después del comienzo de las operaciones, las fuentes de la CIA en el seno del nuevo poder evalúan entre 3.000 y 5.000 el número de muertos en Chile, mientras que la cifra oficial de la Junta es de 244”.

¿Cómo se oculta el número exacto de muertos? La CIA explica: “las cifras oficiales sólo reflejan las muertes de personas tratadas en hospitales y servicios de urgencia. Es allí donde se emiten los certificados de defunción. Pero la gran mayoría de las personas muertas en las operaciones de limpieza no han pasado por ese circuito”. Los militares han establecido un sistema oficioso de recuento. Los agentes de Estados Unidos lo conocen perfectamente: “son informes verbales de los comandantes de regimientos. Estos informes se transmiten oralmente, a través de la cadena de mando, hasta la cumbre, la Junta”.

El 24 de septiembre la estación de la CIA en Santiago informa a Washington que “nunca será conocida la verdadera cantidad de muertos después del golpe”.

Más tarde, la CIA informa que los carabineros se sienten colmados por las torturas, las violaciones y los asesinatos perpetrados por las fuerzas armadas. En febrero de 1976, un agente de la CIA llega a un centro secreto de interrogatorios de la fuerza aérea, cerca del aeropuerto de Santiago. Allí ve dos vehículos militares que descargan dos docenas de prisioneros esposados, con los ojos vendados. Entre ellos hay “un niño de 12 años de edad y un hombre de edad. Ambos son golpeados por los guardias, que les golpean la cabeza varias veces contra el muro del edificio”. Algunas horas después, los prisioneros salen de un hangar. “Manifiestamente – escribe el agente en su informe – sufren el martirio. Se doblan sobre sí mismos en el suelo, incapaces de levantarse”.

El hecho de detener desde sus propios domicilios, lugares de trabajo o en la vía pública a hombres, mujeres y jóvenes, hacerlos desaparecer por años y mantenerlos en total indefensión, ha conmovido no sólo a los familiares de las víctimas, sino también a la inmensa mayoría de los chilenos, a personalidades, cancilleres, estadistas y gobernantes de todo el mundo porque ello ha importado descargar todos los horrores de una guerra ficticia en pacíficas familias (…) «Según nuestra fuente – informa la estación de la CIA en Santiago -, el problema mayor de la DINA es su sistema de interrogatorio. Su técnica arranca directamente de la inquisición española: a menudo deja marcas visibles en el cuerpo de las personas interrogadas. En nuestros tiempos no hay ninguna excusa para usar métodos tan primitivos» (…)

El 13 de abril de 1974, en carta dirigida a Moy de Tohá, el general Carlos Prats señala: “Ante el futuro sólo siento un gran anhelo: que llegue cuanto antes el día en que la masa de mis compañeros de armas se convenzan, por sí mismos, de que han sido engañados y de que han incurrido en la equivocación histórica más tremenda, al convertirse en verdugos del pueblo de su patria. Porque sólo en ese momento se puede empezar a recorrer el camino de la liberación”.

*Extraído del libro «La gran guerra de Chile y otra que nunca existió», de Volodia Teitelboim.

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