Nuevas identidades políticas, para una nueva forma de hacer política

El pensador Pierre Calame reflexiona en su libro ‘Hacia una revolución de la gobernanza’ (LOM Ediciones) sobre la organización de las sociedades en un mundo de interconexiones y propone reconstruir una democracia basada en la idea de Gobernanza

Por Mauricio Becerra

25/05/2010

Publicado en

Literatura / Política

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El pensador Pierre Calame reflexiona en su libro ‘Hacia una revolución de la gobernanza’ (LOM Ediciones) sobre la organización de las sociedades en un mundo de interconexiones y propone reconstruir una democracia basada en la idea de Gobernanza.

Calame es ingeniero de caminos y sus dos décadas de funcionario estatal lo han hecho escribir sobre la gestión pública. En este libro analiza la paradoja democrática de que conviven en este tipo de régimen dos tradiciones opuestas, una liberal y otra democrática; lo que hace que los partidos políticos terminen especializándose en ser maquinas para lograr poseer el Estado.

Enrique Lillo, estudiante de Ciencias Políticas y Administración Pública, rescata ideas, sus links y una síntesis de esta obra:

El ideario liberal, considera a la política como un ámbito más de la acción y el conocimiento, y ya no como la esfera última y contenedora de los otros ámbitos de la acción y el conocimiento humano, como en su momento lo plantearía Hegel, y desde donde se asientan las nociones modernas de Estado y ciudadanía.

De esta manera la política obtiene una autonomía relativa que la hace desvincularse progresivamente de los otros ámbitos de la vida de las personas, los que a su vez refuerzan su independencia y capacidad de autoreferenciarse (como el arte, la economía, la tecnología y otras.) Esto produce al menos dos consecuencias evidentes:

1. El establecimiento de democracias procedimentales o electorales en casi todo Occidente, donde se instala lo que Chantal Mouffe denomina la paradoja democrática(1), es decir, una imbricación histórica contingente de dos tradiciones opuestas, una liberal y otra democrática, con la consecuente especialización de los partidos políticos, en maquinarias electorales orientadas a la posesión del Estado.

2. “Todo lo que orienta hoy nuestro futuro, particularmente las grandes decisiones científicas y técnicas, no se somete a debate público (…) Los grandes actores económicos y financieros están fuera del alcance de cualquier influencia o control” (2) (Calame, 2008) transformando nuestras realidades y perspectivas de futuro, sin mediar para ello un debate público o proyecto político, que las oriente en una determinada dirección.

Si a lo anterior agregamos la dificultad para acordar fines colectivos, continuos en el tiempo, producto de la mediatización que se hace de los temas que forman parte del “debate” público, en tanto estos demandan miradas y tratamientos eminentemente superficiales y cortoplacistas, tenemos una evidente re-configuración de la política, o en palabras de Lechner “Condensando el tiempo en un solo presente, la vida social deviene una superficie plana, un “collage”. Eliminada la perspectiva, la mirada en profundidad, todo vale –everything goes-. Y precisamente porque todo es posible, cada posibilidad es efímera, consumida al instante.” (3)

En este nuevo escenario los ciudadanos tienden a desconfiar de la honestidad y capacidad de entidades representativas de gran escala, y por tanto a confiar en formas de acción o representación más cercanas e inteligibles, ya sea en términos espaciales o bien en términos de intereses o estilos de vida comunes.

Aquí es donde es posible observar un cambio en la forma en que los sujetos construyen su identidad política, la que anteriormente se encontraba fuertemente ligada a un sentimiento de clase, evidencia de esto es el nacimiento de una serie de organizaciones y partidos políticos “proletarios” o “de  clase” como las mancomunales, los sindicatos, el partido socialista y comunista, entre otros de raigambre burguesa o terrateniente.

Con el fin de la guerra fría y el triunfo de la ideología liberal, ocurre una progresiva retirada de los imaginarios clasistas, como contenidos fundamentales para construir una identidad política, siendo común hoy en día el dicho “ahora somos todos burgueses”, producto de la evidente generación de un imaginario orientado hacia la profesionalización y el éxito personal, donde la posibilidad de interpelar a una masa trabajadora pauperizada resulta cada vez más difusa, pues si bien la cantidad de trabajadores asalariados seguramente a aumentado , aparentemente sus condiciones de vida han mejorado, o bien contienen la potencialidad de mejorar en el futuro, gracias al sacrificio individual y el acceso universal al crédito, por una parte y a la fe en la educación y en diferentes formas de emprendimiento, por otra.

Con todo esto, comienzan a emerger una serie de nuevos actores, caracterizados por una suerte de “especialización política”, en el sentido de que el lei motiv que gatilla su participación en espacios públicos o colectivos responde menos a una postura ideológica y más a intereses o estilos de vida comunes, como la defensa de los animales, el medio ambiente, reivindicaciones feministas o de minorías sexuales, la afición por el deporte, la cultura o la tecnología, entre otras, las que finalmente revisten un carácter político, en la medida que logran incidir en la toma de decisiones a nivel de gobierno.

Benjamín Arditi, en una línea argumentativa similar, agrega que esta nueva forma de representación “Desplaza los parámetros del calculo político y estratégico de las fuerzas sociales tradicionales (partidos, sindicatos, patronales) y genera “microclimas” de relaciones que van modificando, multiplicando y diferenciando las imágenes de lo que es una “sociedad” (4) por lo que pensar en una respuesta desde el campo de la política, que atienda divergencias en torno a la distribución de los recursos materiales y simbólicos de una sociedad, desde un esquema monopolizado por la clásica distinción izquierda-derecha, está destinada al fracaso y la apatía.

Ahora bien, me parece importante aclarar que lo que ocurre en la contemporaneidad es que estas nuevas identidades o relaciones sociales, conviven y en otros casos se mezclan, con las anteriores –tradicionales y modernas- lo que además de generar especies de híbridos (la izquierda cristiana o los eco-socialistas, por ejemplo), supedita la posibilidad de acuerdos y entendimientos a la capacidad de tolerar lenguajes, estéticas o estilos de vida diferentes,  o como plantea Arditi  requieren de “un proyecto basado en el principio de articulación que respete a lo diferente antes que en una fusión que reduzca la diferencia a una identidad de lo uno o lo mismo. Se trataría de una política partidaria fundada en una “microfísica de utopías” que imprime un matiz relativizador a las viejas tesis de la política total” (5)

Enrique Lillo M.

*1 Mención aparte requiere el incremento de la población que realiza trabajos informales, los que carecen de la legalidad y garantías que aseguran un trabajo formal, pero que representan una oportunidad real de supervivencia o incluso de prosperidad económica.


Fuentes:

(1) Mouffe, Chantal (2003), La paradoja democrática, Gedisa editorial, Barcelona, (2003)
(2) Calame, Pierre (2008), Hacia una revolución de la gobernanza: reinventar la democracia, LOM Ediciones, Santiago de Chile, pág. 12
(3) Lechner, Norbert (1987), La democratización en el contexto de una cultura postmoderna, CLACSO, Buenos Aires, Pág. 260.
(4) Ardite, Benjamín (1987), Una gramática postmoderna para pensar lo social, CLACSO, Buenos Aires, Pág. 174
(5) idem., Pág 186.

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