SERIE DYSTOPIA

Alemania, la última puerta humanitaria de Europa se cierra

Europa vive en estos momentos una doble crisis. Por una parte se ha desatado el terrorismo del Estado Islámico en el corazón del Continente, cambiando de forma radical los escenarios políticos y sociales. La otra cara es el incontenible flujo de inmigrantes, principalmente desde Siria, que desborda fronteras y también las políticas humanitarias. Alemania mantuvo inicialmente sus puertas abiertas, las que se han ido estrechando a medida que se agudiza la crisis. En este tercer capítulo de la serie se abordó el problema en Berlín.

Por paulwalder

05/04/2016

Publicado en

Mundo / Portada

0 0


elysium

Imagen del filme Elysium

La política de puertas abiertas de Alemania se mantuvo aún en los llamados “peores momentos” de la crisis de los refugiados (es decir, cuando más personas se encontraban desplazadas producto sobre todo de la guerra en Siria). Durante el año 2015 más de un millón de personas llegó hasta diversas ciudades germanas. Su instalación cotidiana revivió muchas antiguas tensiones, entre ellas, la idea de una pérdida de la “cultura germana”, cuyos ecos resuenan hasta llegar al nazismo. A comienzos de 2016, los discursos humanitarios de Ángela Merkel seguían prometiendo recursos y acogida, para febrero habían entrado 100.000 nuevas personas desplazadas por la guerra. En marzo, ante la derrota electoral del partido de Ángela Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), y el ascenso del partido anti-inmigración (Alternativa para Alemania), el timonel oficialista seguía sosteniendo las convicciones humanitarias, al mismo tiempo que se firmaba el pacto entre la Unión Europea y Turquía, que permitía cerrar el camino a nuevos refugiados, a la vez que deportar incluso a Sirios. Por supuesto, Turquía se beneficia. Por supuesto, ya ha sido denunciada de enviar a las personas llegadas a los países de los cuales escaparon. Algunos recovecos de la razón humanitaria en la tercera entrega de la Serie Dystopia en El Ciudadano.

 

Al llegar a Berlín a mediados del mes de febrero, un misterio recorría la ciudad y el país. Del más de millón de personas llegadas durante 2015, se desconocía el paradero de aproximadamente un 13%, es decir, más de 130 mil personas. No se habían presentado a las casas de acogida ni a ninguna vía legal para establecerse en el país. Sin embargo, nada paranormal sucedía, sino más bien algo profundamente burocrático. El procedimiento, que se encontraba en vías de modificación, era engorroso y por ello desalentaba el completarlo. Pero además, la cantidad de personas en búsqueda de refugio, había sido tal que simplemente los recursos oficiales no daban abasto. Durante el verano alemán, hasta 10.000 personas entraron al día, muchas de ellas sin documentos de identidad. Antes del acuerdo con Turquía y cierre coordinado de los caminos, se calculaba que para 2020 habría al menos 3.600.000 refugiados en Alemania.

 

Este marco nos acompañaba, mientras caminábamos bajos los puentes por la ribera del río Spree, con un grupo de amigos alemanes. No se sorprendan si ven mendigos o refugiados, nos dice uno de ellos. En efecto, mendigos y refugiados se habían instalado en distintas zonas de la ribera. Mendigos y refugiados tendían a confundirse cada vez más. Una parte del “misterio” se encontraba en realidad disperso por las ciudades, en la espera de algún papel, o agotados por las dificultades idiomáticas y burocráticas. Pero a pesar de ello Alemania era el país de la Unión Europea que, humanitariamente, seguía recibiendo personas desplazadas por la guerra. Y no había nada de sencillo en ello. Una amiga y un amigo que tenían mayor cercanía con programas de acogida en ciudades pequeñas, nos contaban cómo esta situación había reflotado temores y afirmaciones que parecían enterradas, en el rechazo políticamente correcto a todo tipo de xenofobia, posterior a la reunificación de las alemanias en los 90. Aun gente joven, acostumbrada al uso de internet con su supuesta apertura, manifestaba rechazos fundados principalmente en la ignorancia y en los prejuicios. Aquello evidentemente alimentaba a los partidos más conservadores, pero nuevamente esto no era el punto de mayor temor. Lo que les causaba preocupación era ver cómo el discurso humanitario cedía paso, sin modificarse, a una creciente tolerancia al rechazo y la deportación en todo el espectro político. Poco después el acuerdo con Turquía les daría una lamentable razón.

 

En Elysium (2013), otra película de Hollywood, los habitantes privilegiados de la tierra viven en un satélite fuertemente inmunizado, al cual sólo pueden acceder aquellos a los que les está permitido acceder, mientras en la tierra sigue gestionando el colapso ambiental y social el “99%” restante, obligados a trabajar en actividades que sólo dañan más y más el hábitat del que no pueden escapar. Por supuesto, hay intentos de migración, de refugio uno podría decir. Hay piratas informático-materiales, que logran lanzar naves cuya tripulación son personas que buscan escapar de la muerte. Si la nave logra tocar el suelo del satélite, entonces, les está obligado reconocerlos y darles las garantías sociales que tienen los ciudadanos de Elysium. Lanzado un contingente de tres naves repletas de refugiados, la alerta se enciende en el satélite conforme se acercan. Mientras sesiona una especie de parlamento global, la Ministra de Interior y Seguridad es avisada y se hace cargo personalmente de la solución: las naves “intrusas” son simplemente destruidas. El parlamento la llama para cuestionarla. Y ella no duda en poner en su sitio incluso al primer ministro. “La única razón por la que estamos aquí”, les dice, “la única razón por la que tú estás ahí, es porque nada está por sobre nuestra seguridad”. El primer ministro duda, pero el discurso humanitario sigue operando mediante una sanción menor contra la ministra. La formalidad democrática, a pesar de toda su evidente imposibilidad, es salvada, pero el fondo obsceno, inconfesable, ha quedado al descubierto.

 europa

El acuerdo suscrito por la UE con Turquía contempla no sólo la deportación de refugiados “irregulares”, en un intercambio de personas como mercancías, sino también el cierre del paso Turquía-Grecia hacia el continente. El acuerdo se considera un éxito y se plantea replicar con el norte de África, para evitar nuevas rutas. A cambio de esta recepción de migrantes, Turquía recibe entre otras cosas dinero y la posibilidad de que se analice su ingreso a la Comunidad Europea. El dinero entregado permite seguir manteniendo el discurso humanitario, pues se supone que va de la mano con dar las mejores condiciones a las personas desplazadas, sometidas no sólo a la guerra sino a los infaltables mercaderes del desplazamiento humano.

 

A pesar de que, como señalaban nuestros amigos, el hecho de que prácticamente solo Alemania sostuviera una política de recepción de refugiados abierta, convirtiéndose no sólo en un sostén económico del continente, sino también en una especie de sostén moral de los valores humanistas, fuera injusto e insostenible. La solución europea expone un fondo más perverso que sutil. Una vez desbordada la capacidad que la economía tiene de acoger mano de obra, la razón securitaria ocupa el lugar central, aún en medio del discurso humanitario, que dice que la operación intenta evitar el tráfico ilegal de personas. La principal diferencia con Elysium es que no se aniquila directamente, sino que se relega, se envía hacia un sitio en donde legítimamente ya no podrán hacerse cargo, y las dramáticas imágenes devenidas cotidianas nos revelan una realidad mortificadora (sino mortal), pues a pesar de lo que digan los acuerdos, las personas no pueden ser simplemente enviadas de un lugar a otro, como se envían cosas o dinero.

 

Tenemos entonces un nuevo matiz en la dystopia. El Imperio de una forma de vida, su defensa, implica el potencial aniquilamiento de aquellas que se consideren ya ni siquiera peligrosas, sino descartables. Y lo que es quizá peor, esto sin modificar un ápice el discurso democrático, sin renunciar jamás –aun contra toda evidencia- a la razón humanitaria. Si al elemento indeseado no se le puede considerar explícitamente una amenaza y hacerle la guerra, se le puede relegar hacia el exterior de la sociedad que se quiere defender, se le puede entonces simplemente y por razones humanitarias dejar morir.

 

* Núcleo de Estudios en Gubernamentalidad, Colectivo Communes.

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones

Comparte ✌️

Comenta 💬