El último viernes con Evo Morales

El analista y escritor Sergio Salazar Aliaga fue testigo de los sucesos que marcaron el golpe de Estado en Bolivia y en una crónica relató lo que vivió el 8 de noviembre de 2019

En noviembre de 2019 la democracia latinoamericana se vio manchada, cuando un complot orquestado por la oposición, grupos de extrema derecha, funcionarios de la policía y del ejército bolivianos, junto con los medios de comunicación y la Organización de los Estados Americanos (OEA), perpetró un golpe de Estado contra el presidente de Bolivia, Evo Morales.

En las elecciones del 20 de octubre, el líder indígena obtuvo la victoria con 47,08 % de los votos, mientras que su contendiente, Carlos Mesa, se quedó con el 36,51 %.

Con estos resultados, Evo Morales superó los 10 puntos porcentuales para ganar en primera vuelta y aseguró su continuidad en la Presidencia.

La historia es conocida, Mesa y la oposición decidieron cantar fraude -sin aportar pruebas contundentes-, y la OEA los secundó, afirmando que auditaría el proceso electoral para «verificar su integridad».

Al mismo tiempo, grupos sediciosos al mando de la ultraderecha comenzaron a llenar las calles de Bolivia de caos y violencia.

El 8 de noviembre, parte de la policía y las Fuerzas Armadas se amotinaron y se unieron a la conspiración, mientras que Morales denunció un golpe de Estado «en curso».

Ante la crisis política, el 10 de noviembre el Mandatario optó por anunciar que convocaría a «nuevas elecciones nacionales que, mediante el voto, permitan al pueblo boliviano elegir democráticamente nuevas autoridades».

Sin embargo, la OEA respondió exigiendo la anulación de las presidenciales de octubre y la realización de nuevos comicios. Dos ministros y el presidente del Congreso dejaron sus cargos y las Fuerzas Armadas y la Policía le pidieron la renuncia a Morales.

El golpe de Estado contra Evo Morales fue un complot orquestado por la oposición, grupos de extrema derecha, funcionarios de la policía y del ejército, junto con los medios de comunicación y la OEA. Imagen: Web.

Ese mismo día, el líder indígena anunció su renuncia forzada con el objetivo de poner fin a la violencia y lograr la paz social, dejando que Bolivia estaba siendo víctima de un golpe de Estado.

«Mi responsabilidad como presidente indígena y de todos los bolivianos es evitar que los golpistas sigan persiguiendo a mis hermanos y hermanas dirigentes sindicales y maltratando y secuestrando a sus familiares», afirmó en un mensaje televisado.  

De este modo se concretó el golpe de Estado, frente a los ojos escépticos del mundo que observó cómo durante los 13 años en que estuvo en la presidencia, Morales logró mejorar las condiciones de vida de los bolivianos y llevar a su país por la senda de justicia social y el crecimiento económico.

El analista y escritor Sergio Salazar Aliaga fue testigo de los sucesos que marcaron el golpe de Estado y en una crónica relató lo que vivió el 8 de noviembre cuando compartió «El último viernes con Evo Morales«.

A continuación el texto íntegro:

El viernes 8 de noviembre estaba en curso el Golpe de Estado en Bolivia con violencia implícita y con el apoyo de la policía boliviana. La Unidad Táctica de Operaciones Policiales (UTOP), cuya tarea era defender a Morales, acordó en una reunión que los oficiales de la UTOP decidían abandonar sus puestos para pedir la renuncia de Evo.

Las razones: quejas de presuntas órdenes de reprimir a manifestantes de la oposición y evitar a los de Morales, resentimientos por un percibido trato preferencial dado a las Fuerzas Armadas y el cansancio de combatir manifestantes.

Aproximadamente a las 18:00 horas de ese viernes, llamé a mi compañera para saber si seguía en el Ministerio, pues el plan era evacuar. Habían llegado los del Comité Cívico Potosinista (COMCIPO) y la Unión Juvenil Cruceñista, dos grupos de choque prácticamente armados y la muchedumbre digitada por el Rector Waldo Albarracín de la Universidad Mayor de San Andrés subía hacia la Plaza Murillo, caminaban por el prado paceño ese momento.

-Sergio, Sergio me gritó ella por el auricular.

Pues en ese momento me quedé colgado recordando esas imágenes de mis lecturas precoces de juventud, “El presidente Colgado” de Augusto Céspedes, en el capítulo cuando el Rector de la UMSA, Hector Ormachea Zalles, arrastró a los estudiantes de la universidad a un derramamiento de sangre porque urgía el complot para derrocar al gobierno popular sin importar el costo, algo así estaba pasando: la vieja derecha no quería colgar a Villarroel, lo buscaban a Evo.

Indígenas y partidarios de Evo Morales protestando rodeados de militares en La Paz. Foto: EFE.

Los agitadores movilizaron al lumpen-proletariat, su depravación y sadismo era exterminar cobardemente a los que lucharon por los pobres, por los humildes, por los trabajadores, por los derechos de los más desprotegidos y las libertades democráticas.

El 21 de julio de 1946, una turba, incitada por la prensa pagada por la rosca minera y por la embajada de Estados Unidos, asesinó y colgó a uno de los mejores presidentes de Bolivia. Ahora querían hacer lo mismo, unos días antes habían intentado asesinar a Evo Morales, cuando su helicóptero cayó.

“En ese entonces la radio “Condor” simuló haber sido tomada por unos estudiantes. Tres estudiantes improvisaron una dramática audición llamando en su socorro al pueblo fingiendo que hablaban en medio de las balas: ¡pueblo! ¡Sal a ayudarnos! Vengan a proteger a nuestros hijos barridos por la metralleta asesina del gobierno, en estos momentos estamos luchando y nuestros compañeros están cayendo a nuestros pies, ya han caído dos, ¡estas serán tal vez mis últimas palabras, ya se acerca! Hay no, una bala me ha tocado, hay Dios… ¡Y LA VOZ FUE CORTADA!”, cuenta Céspedes, pero acá la misma simulación de dramatización la hacía Televisión Universitaria, mostrando jóvenes gasificados y a los policías como gente que reprimía cuando no movieron nada porque la instrucción era esa, los jóvenes con flores, repartiendo agua y gritando policías únanse a la lucha….

«Salgan del Ministerio lo más rápido posible», atiné a decirle y colgué rápidamente.

En eso entró el jefe de seguridad del Presidente a mi oficina, le temblaba la mano, pero sereno me dijo, -Prende la tele – ¡los pacos se han amotinado!

Evo Morales se vio obligado a renunciar por el golpe de Estado que se puso en marcha tras las elecciones del 20 de octubre. Foto: Página 12.

Quedé aterrado, pero atento al mismo tiempo, buscaba el control en los cajones, no lograba verlo, al final logré prender la tele, levanté la cabeza y vi que había mucha más gente que entraba para poder ver el extra noticioso, los policías de la ciudad de Cochabamba estaban encapuchados, con las puertas cerradas de la unidad y desde la parte alta del edificio, flameaban una bandera y afuera del edificio se encontraban los motoqueros (cuasi-paramilitares) que pedían la renuncia del presidente Evo, los policías se habían revelado contra el gobierno popular, y amotinados nos ponían en más aprietos.

Lo primero que logré escuchar fue: «¡Mierda! Que se han creído estos pacos, seguro ya los van a encarcelar por sublevarse».

Vi mucha preocupación y  circulación de llamadas, a los 15 minutos escuché rumores de que cambiarían de comandantes, y esos comandantes motines los  pondrían presos, sentí algo de calma, por ahí un deseo personal en ese momento, pero ayudaba para que vuelva el ajayu. (El Ajayu es ese espíritu que vive en los corazones).

Salí al pasillo del piso 23 de la casa grande del pueblo, había mucha gente, algo inusual, aunque normal esos últimos días. Ya había llegado el comandante de la policía y vestía un uniforme como de campaña, solo verde oliva con su gorra, también estaba el entorno del Presidente, al verlos sentí mucha seguridad, pues siempre salieron victoriosos, políticos muy hábiles.

Mi teléfono sonaba, así que volví volando para contestarlo, era mi jefa.

-Sergio por si acaso nos vamos a quedar- te aviso como saldremos de acá, así que te llamo más tarde.

«Claro que sí, estaré atento, ¡a tus órdenes!», le dije.

Me acerqué a la ventana con vidrios blindados y a pesar de eso se escuchaban los ruidos de las hordas que estaban al frente de la Casa Grande del Pueblo, se sentían los petardos y las bazucas que lanzaban, la policía que se retiraba poco a poco, no puedo mentir; sentí mucho miedo ese momento, e inmediatamente me puse a pensar en la mejor manera de morir ya que parecía todo perdido. Recordé una anécdota del Che sobre el viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en el tronco de un árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte, por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que recuerdo.

Volví a los pasillos, y me encontré con los seguridades del piso, me acerque a ellos, vi que cerraban las puertas con llave, eran unas puertas grandes, pesadas y de mucha seguridad.

«Estamos cerrando desde el piso 7 por seguridad», me dijeron

Lo miré, tragué saliva y me acerqué. En plan de broma le dije en vos muy baja, denme un arma, en el caso que se la tenga que usar.

-No te preocupes, les entregaremos en un rato a todos.

El 8 de noviembre de 2019, parte de la policía y las Fuerzas Armadas se amotinaron y unieron al golpe de Estado. Foto: EFE.

En ese momento creí que ya no volvería a salir vivo de ahí, llamé a mi compañera, ya en un modo de despedida, y le dije estamos bien. En ningún momento quise que entrara en pánico e intenté darle un mínimo de seguridad.

«Estamos esperando que terminen algunas reuniones más, pero saldremos en una hora aproximadamente», le dije. En realidad había escuchado que el Presidente no saldría de la Casa del Pueblo, que ahí era patria o muerte. Algunos ministros, ministras estaban medio llorosos, dijeron que había que salir.

Al principio sentí su vos, frágil y algo llorosa, después me dijo:

-Amor, ya quiero que llegues, alcancé a  comprar  hamburguesas, quiero que estés aquí, estoy viendo las noticias y las cosas están demasiado feas.

-No te preocupes, sabes cómo son de exagerados, dramáticos y amarillistas, sobre todo el canal universitario, que es un chiste, hasta un ingeniero se inventaron.

Ella rio y me dijo:

-Bueno, amor te estaré esperando.

A las 22:00 horas logramos salir con mi equipo de trabajo, camuflados, con banderas de Bolivia y cascos, nos escabullimos entre la gente y pasamos desapercibidos, tenía miedo de que me reconocieran, tomé un taxi, el primero que vi, entré y le di mi dirección.

Cuando llegue a casa abracé a mi compañera, y le dije:

-Ya pasará.

Ese fue mi último día con Evo.

El desenlace de los días siguientes fue peor. Algún día lo relataremos.

Hoy estoy acá para contarlo, entendiendo que nadie nos prometió un jardín de rosas, hablamos del peligro de estar vivo.

Por: Sergio Salazar Aliaga.

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