Terrorismo en Europa

París tras los atentados: Normal es la excepción

El siguiente texto, un primer capítulo de una serie, fue escrito en febrero pasado y recoge el clima en París tras los atentados de noviembre del 2015. Hoy, con los atentados suicidas en Bruselas, esta serie adquiere aún más relevancia y actualidad.

Por paulwalder

22/03/2016

Publicado en

Mundo / Portada

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parisLa noche del 13 de noviembre de 2015, 6 atentados catalogados como terroristas ocurrieron en París, muriendo más de 130 personas, y resultando más de 350 heridas. Francia se encuentra en Estado de Urgencia desde entonces. Esto además dio pie a la profundización, en Europa, de un tipo de relaciones internacionales e intraestatales plenamente vigente, al menos, desde los atentados a las Torres Gemelas en 2001. A nivel internacional, se delinea un enemigo común inespecífico al que se le persigue en territorios de alto interés económico, con resultados desoladores para sus habitantes y bastante conveniente para grandes conglomerados transnacionales (del petróleo, de las armas, de los medicamentos, de la construcción, etc.). Mientras que hacia dentro del Estado, un común refuerzo de la seguridad y una disminución de las libertades civiles, con medidas aprobadas en razón de la emergencia, que terminan disminuyendo la capacidad de respuesta popular frente a modificaciones legales perjudiciales. Llegados a Europa casi por casualidad, realizamos con El Ciudadano una serie de pequeñas crónicas con el objetivo de ilustrar cómo se aprecia en el cotidiano, el despliegue de estas formas de seguridad, control y gobierno en diferentes lugares del continente europeo. Propondré que una imagen que nos ayuda a pensar tanto en nuestra actualidad política, como en la europea, es la de la dystopia. Sus características y especificidades serán desarrolladas en estas crónicas.

 

Primer acto: Un soleado, pero frío día se anuncia por las ventanas del avión al llegar al Charles de Gaulle en París. Mi imaginación distópica espera ver centenares de militares desplegados por el aeropuerto en consonancia con el Estado de Emergencia vigente en Francia, desde mediados de noviembre pasado y ya en su segunda prolongación. Un despliegue al menos similar al de la “policía uniformada” chilena cada vez que a alguien en el país se le ocurre ir a exigir lo que fue arrebatado –porque ni siquiera es más–. Sin embargo, nada de eso acontece. De no provenir directamente de África o Medio Oriente la fila avanza con rapidez. Llegado a la cabina con todos los documentos posibles para dejar bien claro que tengo como mantenerme y devolverme, nada me es solicitado, sólo me timbran el pasaporte. Vengo de Chile, nadie me pregunta nada.

Segundo acto: Un día también frío, pero lluvioso, me recibe la segunda vez que entro a París. Provengo ahora de Madrid, vengo conversando con un amigo de Senegal que acabo de conocer en el avión. El aeropuerto esta vez es Beauvais. Aeropuerto inaugurado para vuelos de bajo costo. Aeropuerto frecuentado por latinos, africanos, árabes y españoles. Aeropuerto sospechoso. Pasa mi amigo Senegalés, yo soy detenido. ¿Hablas francés? Me pregunta en francés un policía militarizado. Un poco. Luego la interrogación sigue. El tono es progresivamente menos autoritario en la medida en que los papeles exigidos aparecen. Termina con una cordial despedida y mis cosas desperdigadas por toda la mesa.etat-d-urgence

Tercer acto: Me entrevisto con un músico y una productora que participarán de una concentración que exige la deposición inmediata del Estado de Urgencia en Francia. Les presento mi inquietud por la posibilidad del fascismo en Europa en general, y en Francia en particular. Ellos me presentan una inquietud de otro orden, que de alguna extraña manera es aún más cercana a nuestra realidad. A pesar de los auges nacionalistas avivados por fenómenos como el Frente Nacional en Francia o PEGIDA en Alemania, hay un temor que le sobrepasa. En una palabra a lo que se teme es a la indistinción total entre democracia y totalitarismo. Al hecho que escudados en la necesidad democrática del orden, los dispositivos securitarios, es decir, los controles a la entrada de los museos, bibliotecas, estadios, etc., la presencia de militares circulando las cuadras, la intervención policial en barrios, el uso estratégico de los “refugiados”, el fomento a la desconfianza mutua, pero sobre todo las leyes propuestas cuando las garantías de expresión y reunión se encuentran disminuidas; terminen por ampliar tanto el margen de lo democráticamente permisible en términos de control y vigilancia, que el fascismo o la dominación abiertamente autoritaria, sea innecesaria.

Acto Cuarto: Pienso en esta idea de la indistinción cuando camino entre militares, turistas, lujos y mendigos. Pienso que por las noches la gente sigue yendo a los bares de vinos y por la mañana algunos pocos reparan en un nuevo llamado a la protesta contra el Estado de Urgencia (más masivas serán luego las protestas contra la Ley Laboral). Pienso en esta idea de la indistinción mientras me entero que el mismo día que fue aprobada en Francia la ley de matrimonio igualitario, se censuraba un programa de televisión por contenidos que, se decía, atentaban contra el pueblo judío. Y a la censura se le pone el rótulo de defensa de la libertad, igual que a la guerra. Los militares se hacen indistintos entre turistas. Los militares hacen dupla con los turistas, forman parte del mismo guion. Y podemos jugar con la imagen: es como si en la misma medida que la presencia excepcional de los militares se hace puro paisaje, el espectro de lo tolerable se amplía hasta permitir los más insulsos llamados a la movilización conservadora, temerosa, ignorante y deseosa de seguir siéndolo. Y al mismo tiempo, mientras esta confusión que aturde se expande, se busca liberar zonas a la gestión del mercado, o lo que es lo mismo, a la posibilidad de mayor explotación. La urgencia puede justificar cualquier cosa, y luego ya no necesita justificación, sino dar rienda a su mera operación, teniendo como telón de fondo al peligro y su conjura.

Entonces, un panorama de conjunto. ¿No nos parece acaso conocida esta historia? El shock, sí, pero también algo más. El Estado de Urgencia, se hace tan fácilmente normalizable, porque efectivamente contiene amplias zonas de normalidad. No se cierne sobre los “buenos ciudadanos”, ni sobre los “buenos turistas”. El Estado de Excepción actúa selectivamente, se deja caer con su fuerza sobre aquellos y aquellas que puede descartar, aquellos y aquellas que no despertarán ninguna solidaridad internacional: al llegar a Beauvais y no a CDG. Es por eso que puede perpetuarse a sí mismo, puede perpetuar sus atribuciones excepcionales, puede perpetuar también el temor que le da asidero. Y con ello puede deslizar en el horizonte político de lo posible al liberalismo como única alternativa a su propio autoritarismo, al mismo tiempo que en nombre de la libertad y la flexibilidad se va en busca de las garantías que en Chile el liberalismo sin ninguna distinción con el totalitarismo ya eliminó hace tantos años.

2016-02-09 17.29.06

Sería posible comprender nuestra actualidad política a través de la imagen de la distopía. En un sentido muy preciso. Una distopía, supone que el mundo ya se ha terminado, no es el Apocalipsis ni su espera, es su continuidad. En una distopía se gestiona la ruina del mundo. Eso significa que ya no existe estrictamente hablando un mundo, sino que por lo general y este también es el caso, una Potencia Imperial que se relaciona de diversos modos con otros conglomerados. Así el temor respecto a la manera en que el discurso securitario penetra incluso en la izquierda, y que se veía más peligroso, en tanto más plausible que un fascismo declarado; es de alguna manera el temor a la diseminación de un sentido común cercano al que ahora soporta discursos como el de Donald Trump; es el temor a que las leyes (que amenazan con cerrar escuelas y hospitales, además de disminuir la protección laboral), se aproximen a lo que tan bien conocemos en esta latitud. Es el temor al Imperio de un modo de vida, implacablemente explotador, selectivamente castigador, quirúrgicamente asesino, que penetra más y más en medio de la indistinción entre la excepción y la norma.

 

*Sociólogo

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