Cultura mapuche: Rostro y alma de mujer

Conocer y reconocer que el otro es diferente y que esa diferencia encierra un valor y una dignidad irrenunciable es el objetivo de esta reflexión, que intenta aportar un granito de arena al rescate del valor y la dignidad de la mujer mapuche

Por mauriciomorales

17/04/2015

Publicado en

Género / Pueblos / Regiones

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Conocer y reconocer que el otro es diferente y que esa diferencia encierra un valor y una dignidad irrenunciable es el objetivo de esta reflexión, que intenta aportar un granito de arena al rescate del valor y la dignidad de la mujer mapuche.
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Hoy en día, cuando viajamos hacia Temuco y más al sur, nos encontramos con un paisaje que todavía es muy hermoso, pero que dista mucho de lo que fue en los tiempos antiguos. En lo que ahora conocemos como la Región de la Araucanía abundaban el canelo y el pehuén, no se conocía ni el caballo ni la oveja, y sólo el hueque (llama) pastaba por allí.

Nadie cultivaba el trigo, pero sí el madi y la quinoa. En esa tierra abundante, fértil y de imponente presencia telúrica, antes de que llegaran los conquistadores, vivía el pueblo mapuche, un pueblo amante de la tierra ligado a ella con lazos indestructibles; una unión tan fuerte que intentar comprender al pueblo mapuche separado de su tierra sería una perversión.

En esta sociedad cazadora-recolectora, la agricultura también jugaba un rol relevante y fue precisamente en esta actividad donde la mujer mapuche desarrolló un papel primordial dentro de su comunidad, pues era ella la encargada de cultivar la tierra familiar, vale decir aquella que rodeaba la ruca.

En ciertas ocasiones se realizaban cultivos y cosechas en mayor escala, que convocaban a toda la comunidad en un régimen cooperativo y solidario conocido como minga, verdadero acontecimiento social, en el que las familias compartían trabajo y comidas, pero también celebraban. La comunidad se reencontraba consigo misma y se reforzaban sus lazos internos. En estos eventos festivos, las mujeres eran protagonistas principales.

De hecho, como alguien escribió, “el alma de la minga tenía nombre y esencia de mujer”. Fue precisamente en el trabajo agrícola donde la mujer cultivó una estrecha e indisoluble unión con la naturaleza, conociendo los secretos de la tierra, de las yerbas, de los frutos, de los tiempos de vida y de maduración. La mujer mapuche aprendió a domesticar plantas y animales, a apreciar sus frutos, sus olores, sus sabores y sus propiedades de sanación.

Este vínculo sagrado mujer-tierra convirtió a las mapuches en reproductoras culturales. Ellas eran y siguen siendo las principales transmisoras de esta riqueza cultural a sus hijos, a quienes traspasan saberes prácticos propios del hogar y conocimientos más esenciales y abstractos como la lengua, las creencias religiosas y morales, la historia de su pueblo.

Otro rol que hasta hoy cumple la mujer mapuche es el trabajo al telar, actividad que no solo ayudó a procurar vestimenta a la familia, sino a conservar un antiguo y elaborado sistema de escritura ideográfica, distinto al sistema lineal que conocían los españoles a su llegada a este territorio.

Ello llevó a los conquistadores a catalogar como “primitivo e inferior” al pueblo mapuche, descalificación reforzada por la desvalorización del espacio doméstico donde se desenvolvían las mujeres mapuches, encargadas de los telares. Cada prenda, sin embargo, entregaba a través de su color y diseños, datos sobre la procedencia geográfica de la persona, su origen sanguíneo, las funciones que desarrollaba en la familia, su edad, su posición jerárquica.

A través del telar, las mujeres expresaban su propio sentir, relatando historias de las personas y tradiciones de su pueblo, un verdadero tesoro de la cultura mapuche que, con la conquista, corrió serio peligro de desaparecer. En los últimos años la escritura mapuche del telar ha vuelto a reaparecer en muy pequeños grupos, gracias a la tenacidad de estas mujeres mapuches orgullosas y protectoras de su cultura. Una noticia alentadora en este camino de reconocer en la diferencia un valor y una dignidad irrenunciables, en especial en el caso de la mujer mapuche, que ha sufrido por mucho tiempo una doble discriminación: la de ser mujer y la de ser mapuche.

Por Anna Vandini Santunioni

Escritora, académica

Departamento de Teología, Universidad Católica del Norte

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