Serie territorios: Tarapacá, pujanzas e historias para transformar

Tarapacá, es parte de un territorio ancestral de Pueblos y Naciones Originarias que fue cercenado por los estados en el marco del conflicto por el salitre en el siglo 19, con múltiples historias de pujanza, resistencias, tristeza, dolor y también, de múltiples esperanzas

Por Seguel Alfredo

26/09/2021

Publicado en

Historia / Portada / Pueblos / Regiones

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El Ciudadano comparte una serie sobre territorios en Chile, incluyendo antecedentes desde una perspectiva histórica, ancestral, geo política, económica, política y socio ambiental.

A continuación, TARAPACÁ:

Geo políticamente, la Región de Tarapacá, ​ es una de las dieciséis regiones en Chile. Limita al norte con la Región de Arica y Parinacota, al este con los departamentos de Oruro y Potosí pertenecientes a Bolivia, al sur con la Región de Antofagasta y al oeste con el océano Pacífico.

Las comunas que comprende esta Región son:  Alto Hospicio, Camiña, Colchane, Huara, Iquique, Pica y Pozo Almonte. Cuenta con una superficie de 42 225,8 km² y una población al 2017 de 330.558 habitantes. Se divide en las provincias de El Tamarugal e Iquique, y la capital regional es la ciudad de Iquique, que, junto con Alto Hospicio forman el Gran Iquique cuya población alcanza los 300.000 habitantes al censo de dicho año.

La llamada región de Tarapacá durante finales del siglo XIX y principios del XX fue la cara de la explotación salitrera a manos europeas y norteamericanas, y fue testigo de una de las matanzas más sanguinarias de la historia de Chile, La Matanza de la Escuela Santa María de Iquique en 1907 que se relata más adelante.

Esta región, mártir de la lucha obrera y que representó uno de los motores económicos del Chile de antaño, hoy desarrolla su economía principalmente a base de la extracción de recursos naturales, en especial la minería, donde la extracción de cobre es la que lidera este sector seguido por otros minerales como como la sal en el yacimiento de Punta de Lobos, y la pesca comercial, especialmente las especies anchoveta y jurel.

La región que agrupa costa, con algunas de las mejores playas del país, pampa y altiplano andino posee uno de los mejores desarrollos turísticos a nivel nacional. Destacan como puntos de atractivo turístico el casino de Iquique, la playa Cavancha en la costa de la ciudad y las antiguas oficinas salitreras de Humberstone y Santa Laura, declaradas en 2005 como Patrimonio de la Humanidad. La Zona Franca de Iquique (ZOFRI), por su parte, ha provocado un importante progreso en el desarrollo comercial, especialmente en la venta de automóviles y productos tecnológicos.

Según el Índice de Desarrollo Regional (IDERE) 2019, la región de Tarapacá es la que registra menor diferencia entre hombres y mujeres en la incorporación a actividades económicas, sin embargo, existen altos índices relacionados a diversos tipos de violencias, incluyendo los recientes actos de xenofobia por parte de grupos antimigración, efectuados este sábado 25 de septiembre del en Iquique, hecho, que se incorpora al grueso historial de hitos decadentes y vergonzosos en Chile, relacionados a racismo y discriminación.

Tarapacá se mantiene en un índice de desarrollo medio en comparación al resto de regiones de Chile, pero tirando a bajo, ya que, promediando las dimensiones de educación, salud, bienestar socioeconómico, actividad económica, conectividad, seguridad, sustentabilidad y medioambiente se ubica en el quinto puesto de abajo para arriba en la tabla. Respecto al índice de desarrollo regional global de 2017, todas las regiones tuvieron un mejor desempeño, salvo Tarapacá, que pasó de 0,529 a 0,508 puntos.

Según el Mapa de Conflictos Socioambientales en Chile, confeccionado por el INDH, la región concentra 8 conflictos vigentes, de los cuales cinco tienen que ver con el sector minero, dos con el sector energético y cuatro de ellos involucra tierras y/o territorios indígenas.

Historias para transformar

La “historia oficial” le llama Guerra del Pacífico al conflicto bélico (1879 a 1883) que causó verdaderas masacres de vidas humanas impulsado por los estados de Chile, Bolivia y Perú. Sin embargo, la verdadera causa de ello no fue el mar del Pacífico, en ese rinconcito que se generó, sino: el salitre.

Las extensiones de territorio a lo que se refieren los libros de historia en el marco de esta guerra, no eran tierras con ocupaciones efectivas de los estados, eran extensiones de los pueblos originarios, con culturas ancestrales en amplias extensiones. Los terrenos en cuestión eran parte del denominado “Tawantinsuyo” que compartían ancestralmente culturas como las Aymara, Quechua o más abajo las llamadas atacameñas (Colla – Likanantai) que hoy se encuentran en situación transfronteriza, cercenados geopolíticamente por los estados.

La tranquilidad ancestral, con Pueblos Naciones originarias con importantes cosmovisiones y formas de relación con los elementos naturales del territorio, se vio abruptamente sobrepasada a causa del descubrimiento por parte de empresarios de yacimientos de salitres. Así comenzaron a establecerse diversos tratados de límites de Chile y Bolivia como el de 1874 (Errázuriz – Frías), donde se ratificaba el paralelo 24 grados latitud sur.

Las codicias por el denominado “oro blanco”, con aumentos de impuestos, intervenciones políticas y acciones destinadas al control de los territorios, conllevaron a una guerra bélica, bajo el nombre de falsos nacionalismos, ya que detrás de esto, estaban los intereses de mercenarios y especuladores ingleses. El historiador Iván Ljubetic, a modo de ejemplo, hace referencia a Robert Harvey y John Thomas North, este último fue denominado “el rey del salitre” y considerado luego uno de los hombres más ricos del mundo.

Señala el historiador que el 10 de julio de 1883 se libró en Huamachuco el último combate de una guerra en que murieron 23 mil soldados bolivianos, chilenos y peruanos. El estado Chileno quedó con el territorio de dos provincias, Tarapacá y Antofagasta, pero el salitre, razón y motivo del conflicto, pasó en su mayor parte a manos de capitalistas británicos.

En esta historia bélica, también está la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, una sociedad anónima, con domicilio societario en el puerto de Valparaíso. Sus accionistas fundadores fueron la británica Gibbs & Cia y Agustín Edwards Ossandón, principal accionista, también de origen inglés (de la línea familiar del actual empresario dueño del Mercurio, Agustín Edwards E.). Esta empresa de salitres y ferrocarriles, hacia 1878 tenía como gerente al británico George Hicks.

Edwards, promovía los financiamientos a los ingleses a través del Banco Edward y Valparaíso, el mismo que durante la segunda mitad del siglo 19, además de los bancos, comenzó a controlar una serie de otras empresas, como, por ejemplo, el de Valparaíso, uno de los más importantes del continente y se hizo dueño del diario El Mercurio de Valparaíso, donde se inicia la cadena. De cercanía e influencia en sectores políticos y castrenses del aparato público estatal.

Asimismo, la influencia en la llegada de armamento de última generación, marcó la diferencia, particularmente en la uniformidad de municiones y de repeticiones, la misma, que fue utilizada para la invasión bélica del territorio Mapuche en el denominado Ngulumapu (Pacificación de la Araucanía, simultánea a la campaña del desierto en Argentina también con la intervención británica y elites criollas).

Eso fue la guerra del salitre, masacres de vidas humanas, en su mayoría de origen campesino e indígenas, a nombre de nacionalismos, para los intereses de mercenarios y especuladores, para la codicia de empresarios, la explotación de territorios ancestrales.

El 21 de diciembre de 1907, obreros de las salitreras en huelga por mejoras laborales junto a sus familias (mujeres y niños/as), mantenían la ocupación de la Escuela Santa María de Iquique a la espera de la respuesta de autoridades para obtener soluciones laborales, sin embargo, el general Roberto Silva Renard, bajo instrucciones del ministro del interior Rafael Sotomayor Gaete y a su vez del Presidente Pedro Montt,  ordenó a sus tropas hacer fuego en contra de la multitud. Según testigos, más de 200 cadáveres quedaron tendidos en la Plaza Montt y entre 200 y 400 heridos fueron trasladados a hospitales, de los cuales más de noventa murieron esa misma noche. Los sobrevivientes fueron enviados de regreso a las oficinas o embarcados a Valparaíso.

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