La oscuridad es un ‘blackout’. Clara Sorzano, bailarina solista profesional venezolana, acumula una historia de segregación por su color de piel en el mundo del ballet clásico, donde se ha desarrollado desde temprana edad. Esos años de racismo fueron el germen para que ideara una manera distinta de contar lo que ha vivido, a través del lenguaje audiovisual.
Desde hace 13 años vive en Alemania, donde emigró en busca de mejores oportunidades en el campo de su profesión debido a que en Venezuela se le hizo cuesta arriba por ser afrodescendiente.
Mientras estuvo en Caracas para presentar su cortometraje ‘Blackout Project’, habló con RT de cómo concibió la pieza audiovisual en plena pandemia, sobre su mensaje de «empatía, respeto y aceptación» y la forma en que ha afrontado la discriminación a lo largo de su vida.
¿Cómo nació el proyecto?
‘Blackout Project‘ es dirigido y producido por Sorzano, en colaboración con De-Da Productions y con el patrocinio de Kulturbüro Dortmund (Oficina de Cultura de la ciudad del mismo nombre en el estado de Renania del Norte-Westfalia). En el audiovisual participa ella junto a los bailarines Black Pearl Almeida, Claudia Ortiz y Moisés León Noriega.
Al hablar de cómo transformó esa discriminación en algo creativo, contó que necesitaba que su propuesta «no fuera más de lo mismo» y que no tuviera como fin «causar lástima».
«Debía ser una expresión artística impactante. Algo donde no solo empatizara la gente que ha tenido la misma experiencia, sino algo que hiciera pensar que se necesita un cambio», dice esta venezolana de 37 años.
Aunque la paralización de las actividades culturales y el cierre de los teatros por causa de la pandemia, la confrontaron con el hecho de quedarse sin trabajo por un tiempo indefinido, tuvo la oportunidad de sentarse a pensar y crear.
«Siempre quise hacer un documental para expresar de alguna manera lo que me había ocurrido. Cuando era muy joven lo hacía peleando, gritando y me di cuenta, en un punto, que no servía de esa forma», explica.
Ese sentimiento se transformó en una obra audiovisual cargada de lenguaje poético.
«A veces me pasan cosas por mi color de piel, por ser mujer, por ser latinoamericana. Siempre he creído que soy valiosa y trato de mantener los valores que me hacen fuerte«.
En una compañía alemana, que abandonó poco antes de la pandemia, también fue discriminada por ser afrodescendiente y por ser madre. «A veces el director no me quería en ciertos roles, a pesar de que cumplía con lo que se necesitaba».
La primera vez en Blackout
Sorzano nunca antes había creado un cortometraje. ‘Blackout Project’ surgió en medio de la necesidad de huir de la paralización global causada por el coronavirus.
Mientras ideaba coreografías, un amigo le comentó que el Gobierno alemán estaba otorgando apoyo para incentivar a los artistas durante la pandemia y la motivó a participar.
«Ese día se me ocurrió hacer un cortometraje para explicar lo que había vivido como bailarina negra», comenta. Mandó su proyecto a la Oficina de Cultura de Dortmund, donde lo aceptaron y le respondieron que su propuesta los había impactado.
«Quería hacer algo bello, que no fuera yo en mi casa hablando, y que no solo tratara de mí. Quería incluir a personas de distintos tonos de piel e identidades sexuales que vivieran o experimentaran lo mismo», cuenta.
Para materializar su idea buscó a tres bailarines y conformó un equipo que se encargó de llevar su propuesta al lenguaje audiovisual. Del mismo modo, la música para la pieza fue creada con «gran sensibilidad» por quienes mostraron «empatía, disposición y comprensión», a pesar de que nunca habían sido víctimas de racismo.
¿Por qué ‘Blackout Project’?
«En el ballet empiezo a ver esa realidad que es más oscura que el apagón de las luces al final de la función, por eso se llama ‘blackout’. Ese apagón es mucho más liviano que la realidad cruda a lo que nos enfrentamos los bailarines», lamenta.
‘Blackout’ también es un juego de palabras para Sorzano que considera que las personas ‘black’ (de piel negra) están ‘out’ (fuera), porque no las hacen sentirse parte de algo y porque «aún nos utilizan, nos exotizan y nos venden».
«Cuando logramos entrar [a una compañía] debemos trabajar más duro que los demás y a menudo somos exotizados y estereotipados, pero debemos seguir el juego si queremos mantener nuestra posición», afirma uno de los bailarines que participan en el corto.
Otro testimonio dice: «El mundo del ballet que he experimentado es cruel, racista y sexista«.
«Para poder ser yo, me dijeron que debía ser ocho veces mejor que cualquier otro bailarín, pero nunca era suficiente», afirma otro de los protagonistas del audiovisual.
Frente a esto, el llamado urgente que hace ‘Blackout Project’ es a que las instituciones reconozcan sus sesgos y reaccionen. «La estética del ballet necesita un cambio desesperado».
Comienzos difíciles
La delicadeza del salto de una bailarina no es proporcional a las condiciones que existen en el entorno estricto donde se forma. Sus maestros suelen cuestionar su color de piel, su apariencia física y los aspectos de su personalidad.
«En el ballet hay mucha segregación y maltrato infantil. Tuve maestras en mi escuela que me decían que era negra, que no iba a bailar nunca, que no servía para nada. Tenía nueve años», recuerda.
Para ella, su «salvador» fue el maestro búlgaro Rumen Rashev, que la formó como bailarina clásica. «Me quería quería llevar a Rusia cuando estaba muy pequeña», comenta entre risas. También le agradece a los profesores Ogli Oliveros y Carlos Nieves, que contribuyeron a que no abandonara la danza.
Asegura que le impresiona cómo en Europa tuvo más aceptación que en su país. «Me fui del Ballet del Teatro Teresa Carreño porque no me dejaban bailar por negra, cuando era una bailarina profesional solista. Tuve muchísimos problemas».
Mientras se le cerraban más puertas en Venezuela, recibió apoyo del Ministerio para la Cultura venezolano para participar en una competencia en la ciudad rusa de Sochi, en 2008, donde ganó el cuarto lugar junto a su esposo.
Ante los obstáculos que el racismo ponía en su camino, en 2008, ambos decidieron audicionar en Europa y fueron admitidos en una compañía de la ciudad austriaca de Innsbruck.
«Me duele es que un país con un mestizaje tan grande me digan que no puedo ser ‘Odette’, porque soy negra, y que me pidan que me pinte la piel de blanco», agrega.
La mujer blanca y delicada
Si bien la mayoría de las bailarinas son mujeres, paradójicamente son las que sufren más maltratos en el ballet clásico.
«En el mundo de la danza, el rol es de una mujer blanca, frágil, sumisa, delicada, liviana, que necesita a un hombre. No es una mujer empoderada, recia, que se ‘bate una’ para subsistir», sostiene.
«Muchas veces ganamos menos que los hombres, somos menospreciadas, hay abuso sexual por parte de los maestros y directores», denuncia la bailarina venezolana.
Además, la maternidad genera otro problema, pues las madres son rechazadas por las compañías que creen que les cambiará la forma del cuerpo, que no rendirán como antes y que faltarán a los ensayos ante cualquier enfermedad de sus hijos.
«El ballet es blanco y elitesco, pero si tienes la oportunidad de cambiar algo, ¿por qué quedarse solo con el reconocimiento y los aplausos?», se pregunta Sorzano. Ella misma se responde: «Creo que el mundo dancístico necesita un cambio».
Sobre esa ruptura que considera necesaria, asevera que está haciendo su parte con la enseñanza de ese arte escénico en una escuela infantil donde la formación es distinta y no responde ni a la discriminación ni al maltrato. «Siento que si siembras unas semillita en los niños, ya cambiaste algo. Esto va a tomar tiempo pero pienso que cada generación exige más, quiere saber más».
Sobre su visita a Venezuela, agradece poder volver de la mano del Ministerio de Cultura y asegura que el hecho de que las nuevas generaciones puedan verla «les da la capacidad de soñar más alto, de ver otro tipo de bailarina».
«Que yo esté aquí es como decirle a esas niñas que sí se puede», finaliza.
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