Crónica

«¿Por qué no pruebas ser vegetariana?»: El regreso a la vida de una mujer tras la tortura

Ni Suiza ni las drogas ni los psiquiatras y sus medicamentos pudieron lograr en la chilena Heidi Dettwiler (55) lo que hizo el vegetarianismo: devolverle las ganas de vivir. Tenía 24 años por entonces y hacía solo cuatro que había pasado por probablemente una de las experiencias más terribles de su vida: Ser torturada en un cuartel de la CNI. Esta es la historia de la transformación de su vida.

Por CVN

11/09/2014

Publicado en

Alimentación / Chile / Portada / Represión / Salud

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Heidi tenía 20 años y un hijo de seis meses cuando la CNI la detuvo, en agosto de 1979. Por entonces participaba como co-protagonista en la filmación de la película “Los deseos concebidos”, del director Cristián Sánchez, y hasta el lugar donde registraban llegaron ocho agentes para llevársela a ella y una amiga con quien compartía departamento. La noche anterior no la habían pasado ahí pues debían filmar, por lo que se lo habían prestado a uno de los asistentes de producción para que alojara. La ubicaron luego de mostrarle una foto suya a su papá. Una que ella tenía en su departamento y que los funcionarios le habían robado sin que se diera cuenta. Le dijeron que su hija era mirista, que le habían encontrado una ametralladora, granadas.

Heidi no estaba de acuerdo con la Dictadura, pero no militaba. “Sí era una joven idealista y bastante hippie. En mi casa tenía un tremendo poster de Pablo Neruda y música de Silvio Rodríguez, y mi colchón en el suelo. Las dos éramos así”, recuerda. Salvo su padre, su familia completa era partidaria del régimen y de Pinochet. “Yo me movía en ese mundo como la niña rebelde, porque encontraba que las cosas no estaban bien y lo decía en mi familia”, agrega.

Durante toda su detención, que duró tres días, estuvo vendada y esposada. No sabe bien dónde las llevaron, pero por las descripciones que dieron años después para el Informe Rettig se presume que fue en unos de los cuarteles que la CNI tenía en la Panamericana, a la salida de Santiago. Allí estuvo sometida a un interrogatorio de 30 horas donde la torturaron física y psicológicamente. Le preguntaban por personas que no conocía, por su propio nombre una y otra vez. Recuerda que una de las torturas físicas más brutales fue un supuesto examen ginecológico que le realizaron. No obstante, asegura: “Las torturas físicas son las menos dolorosas. Los toqueteos, las violaciones, son algo menor. Son dolorosas para el cuerpo, pero de alguna parte surge una fuerza increíble y una aguanta. Después de un rato te duele tanto que ya no te duele”.

“La peor parte fue la psicológica”, sostiene. Las torturas de este tipo a las que fue sometida transitaban entre el agente “amable” que intentaba ganar su confianza dialogando y diferenciándose supuestamente del resto, y el otro feroz que se ocupaba de atormentarla y golpearla. Ella no pudo verle la cara a uno de sus peores verdugos pero sí sabía que era una mujer muy grande, robusta. “Me pegó mucho y tenía mucha fuerza”, dice. En un momento del interrogatorio la agente le quitó las esposas y le pidió que tocara lo que le había dejado en el regazo. “Toqué algo muy suavecito, como una piel, que estaba mojado, pero no sabía lo que era”, rememora. Cada vez que no conseguía adivinar, Heidi era golpeada. Hasta que la mujer decidió quitarle la venda para que viera de qué se trataba. “Era el tuto de mi guagua, de seis meses, lleno de sangre y con hoyos como de balas”, cuenta. “Ya matamos a tu hijo y si no quieres hablar vamos a seguir con tu abuela, porque ella lo está cuidando”, recuerda que le advirtió la agente.

Con 20 años y sometida al inmenso poder de sus torturadores, no dudó en que eso fuera cierto. “Yo escuchaba cómo violaban, torturaban y mataban al lado mío… en ese momento te lo crees todo”, explica, respecto a aquel tormento que afortunadamente resultó ser mentira.

La liberación de Heidi, quien tenía también la nacionalidad suiza, fue posible luego de que su papá, nacido en ese país, acudiera a la embajada de esa nación en Chile y esta los ayudara colocando un reclamo formal.

Suiza y “La noche oscura del alma”

Heidi salió muy mal de esa experiencia, con estrés postraumático, con pánico, sin poder dormir en la noche, al punto de que fue su hermana quien debió hacerse cargo de cuidar a su bebé. “Estaba destruida. De haber sido una persona llena de ideales, de fuerza interior, con sueños, que me sentía capaz de todo, terminé transformada en una garrapata, en una cuestión totalmente inservible, anulada como ser humano”, dice. Dos meses después, su padre decide entonces que lo mejor es que se vaya a Suiza, sola, sin su hijo.

Primero estuvo en la casa de su abuela en Basilea y luego emigró a Zúrich. Fuera de Chile, pero sin poder dejar atrás el trauma de la tortura, es que Heidi vive el período de su vida al que llama “La noche oscura del alma”. “Pasé durante mucho tiempo súper mal, con depresión bastante fuerte, con intentos de suicidio y, además, como me sentía tan nada, que valía cero, quería autodestruirme, porque ya me sentía destruida”, explica.

Es en ese escenario que recibe una dura noticia: Sufre un episodio ginecológico grave, una Pelviperitonitis, y se entera de que el daño causado en su útero producto de las torturas la ha dejado estéril. Estuvo un mes internada en una clínica, donde intentó sin éxito quitarse la vida.

Suiza, un lugar difícil, poco amable, no ayudó tampoco a mejorar el panorama: “Para ese momento de mi vida, no fue el mejor país para irme, fue duro”.

Además, por entonces -finales de los ’70 e inicios de los ´80- la juventud suiza reclamaba contra el sistema capitalista que imperaba allí y –según recuerda- apareció mucha droga para “atontar” a los jóvenes. En su estado, Heidi no tardó en caer también.

“Las torturas y el trato que te dan este tipo de gente (los torturadores) es tan degradante que toda tu dignidad de ser humano queda destruida, no hay más dignidad, entonces ya te da lo mismo cualquier cosa. Yo probé todas las drogas que existen en Suiza -menos la heroína, porque vi a amigos inyectados que estaban fritos-, pero probé todo lo que te imagines”, cuenta.

En Zúrich, sin embargo, había encontrado un buen trabajo como cuidadora de un niño cuyos padres eran chef de un reconocido restaurante de la ciudad. Fueron ellos -con quienes al poco tiempo se había ido a vivir- los que también le regalaron un pasaje para que pudiera venir a Chile a buscar a Noé, su hijo. Al volver continuó al cuidado del niño y consiguió otro trabajo. Uno al que asistía solo un par de horas al día, pero que cambiaría su vida para siempre.

“No estás matando a nadie para comer”

Heidi recuerda al menos su paso por dos psiquiatras en Zúrich. Uno que la trató en la clínica donde se enteró que ya no podría tener más hijos y otro al que la llevó el jefe de la tienda de productos orgánicos donde trabajaba, su nuevo empleo. El último especialista le diagnosticó una depresión severa y la medicó, con lo que comenzó a estar algo más estable. Sin embargo, recuerda: “Estaba con mi hijo, con esta familia con la que yo vivía –que eran un 7, unas personas maravillosas-, con su hijo que me decía mami, en una súper buena situación y sin embargo no podía estar feliz, seguía súper mal, angustiada, triste”.

“¿Por qué no pruebas ser vegetariana?”, le propuso entonces su nuevo jefe. Heidi acostumbraba por entonces a ir a comer al fino restaurante francés donde trabajaba como chef uno de los integrantes de la familia con la que vivía, y en el que abundaban los pescados y carne de muy buena calidad. “Da lo mismo lo que como, eso no tiene nada que ver”, le respondió ella.

 

Como el lugar donde trabajaban era de insumos orgánicos, hábilmente él le pidió que lo acompañara a una feria internacional de estos productos que por entonces se llevaba a cabo en Múnich, Alemania. La condición era una sola: Mientras estuviera con él en esos dos días, no podía comer nada de carne. “Y yo ahí, en unos restoranes vegetarianos en Alemania, increíbles, comí unas cosas deliciosas, durante dos días, y en esos dos días yo empecé a sentir algo, como que una lucecita se prendió en mí”, recuerda.

Empeñado en ayudarla y confiado en su fórmula, a su regreso a Suiza su jefe le regala dos vales para cenar en el restaurante orgánico vegetariano más importante de Zúrich. “Me encantó, era maravilloso, qué comida más exquisita”, dice Heidi, y agrega: “Empecé a sentir que había algo en mí que estaba recuperando el entusiasmo por vivir, por primera vez”. Contenta, le comenta a su jefe que al parecer él tenía razón, que si bien no entendía por qué, desde que había dejado la carne, el pollo y el pescado se sentía mejor, con más ánimo. “Por supuesto: No estás matando a nadie para comer”, fue la rotunda respuesta que oyó.

Junto con comenzar a dejar el hachís, el opio, el LSD y las otras drogas que acostumbraba a consumir, Heidi decide entonces deshacerse de todos los medicamentos que le había recetado el psiquiatra y cambiarlos por homeopatía.

De paso, aprovecha este nuevo impulso para irse a vivir a España. Allí, el ahora esencial tema de la alimentación, nuevamente la sorprende cuando sufre un nuevo episodio ginecológico grave producto de las torturas. Tras escapar de la clínica donde estaba internada y frente a los fuertes dolores que sentía, unos amigos la llevan donde una doctora irióloga y homeópata, quien le prohíbe tomar té, café y alcohol durante una semana y junto con homeopatía le da una particular tarea: mantenerse en ese período en cama y comer solo frutillas. “Te voy a desintoxicar”, le dijo. “Había estado un mes en la clínica en Suiza, con medicamentos, con suero permanente… ¡y ahora que me quedé una semana en cama comiendo frutillas me mejoré!”, rememora.

Heidi llegó a la comunidad donde vivía en España con otros nueve jóvenes -entre chilenos y suizos, además de tres niños- y les anunció que ya no sería parte del consumo de drogas que había en esa casa. Decidió ponerse a cocinar y no paró nunca más. Les exigió, eso sí, que mientras ella lo hiciera no habría en su mesa carne para nadie. “Fue tan increíble que todo el grupo, los nueve, nos hicimos vegetarianos”, cuenta. Es en ese momento también que junto a ellos comienza un interés espiritual que transformará definitivamente su vida. “Empezamos a leer, a estudiar Yoga, a incursionar en la meditación… encontramos la otra droga”, dice.

“Entre un torturador y un matarife no hay diferencia”

Durante muchos años Heidi estuvo rehaciéndose, rearmando su vida. Regresó a Chile a fines de los ’80, en medio del plebiscito del Sí y el No, ocasión en la que por primera vez pudo romper con el pánico que sentía frente a la policía y festejar en la calle, con euforia, la salida de Pinochet. Por entonces todavía le costaba hablar con la gente, tener amigos y, sobretodo, contarle a alguien sobre la tortura, ni siquiera a su padre. “Era demasiado doloroso para un papá enterarse de esto, lo hablé después de mucho tiempo. Simplemente no era capaz”, dice.

Es entonces que comienza a incursionar en terapias alternativas y decide someterse a una grupal de Rebirthing (Renacimiento), que es una técnica de respiración que puede trasladar a una persona a un estado alterado de conciencia.

 

“Tuve una regresión al momento de la tortura. O sea, me vi en el lugar donde me llevaron, escuché los gritos, sentí las sensaciones físicas, el pánico, lo reviví completamente y, por primera vez en muchos años, grité, pataleé y saqué todo afuera”, relata. Heidi recuerda que hasta entonces nunca se había atrevido siquiera a manifestar su rabia, el odio que sentía. “Tenía tal pánico de entrar en desacuerdo o de decir lo que me había pasado, lo que no me había parecido, que no lo podía decir. Fue una catarsis bien grande, fue muy fuerte pero muy sanador para mí”, explica.

Junto con esto conoce a quien hoy es su marido y decide someterse a un tratamiento para poder volver a tener hijos. Gatillado -cree Heidi- por el trauma de la tortura en manos de un ginecólogo, sufre un paro cardíaco en la Clínica Alemana, mientras se le realizaba un examen sin anestesia que servía para ver la permeabilidad de las trompas de Falopio. Estuvo aproximadamente seis minutos muerta clínicamente, pero durante ese tiempo –asegura- vivió una experiencia mística y transformadora que terminaría por cambiar definitivamente su vida.

Uno de esos cambios fue encontrarse con el Budismo y con ello la reafirmación de su decisión de hacerse vegetariana. Explica que en el camino budista se dice que uno debe dejar de participar en los círculos de violencia que genera el consumo de carne, y esos –sostiene- son hoy la realidad de los mataderos y de las personas que trabajan ahí.

“Entre un torturador y un matarife no hay diferencia”, asegura, y agrega: “Es la misma energía, son personas que están enajenadas, que han perdido todas sus cualidades humanas de compasión y empatía con otros. Las personas que torturan y que matan animales se odian tanto por lo que hacen que tienen que seguir haciéndolo cada vez más, para no ser conscientes de lo que sienten de sí mismos”.

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Cocina para el alma

“Ahora siento mucha compasión, no lástima, por las personas que me torturaron, por toda la gente de la Dictadura y por toda la gente que hace ese tipo de cosas en el mundo, porque creo que para llegar a hacerle a otro Ser ese tipo de cosas hay que estar en demasiada oscuridad”, dice.

Heidi hoy vive en el Valle de Quilimarí, en la comuna de Los Vilos, donde construyó junto a su marido el centro de retiros “Miravalle”. Allí enseña cocina vegetariana y meditación. “Creo que uno de mis grandes potenciales hoy es mi propio sufrimiento, porque lo pude transformar, tengo cero necesidad de victimizarme y esa es mi riqueza”, sostiene.

Heidi explica que si bien no todo su entorno sabe lo que le ocurrió, cuando ha sentido que es necesario contarlo a otras personas con el fin de ayudarlas, sí lo ha hecho. Así ha ocurrido, por ejemplo, con mujeres violadas que ha conocido. “Muchas cosas de las que puedo ver o escuchar las siento porque yo también las viví, por lo tanto no es solo una interpretación intelectual mía, sino que es una experiencia y eso es distinto”, dice.

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Ese sentido es también el que en 2009 inspiró su libro “Cocina para el alma: 84 deliciosas recetas vegetarianas que alimentan la paz”. Ha sido en sus más de 20 viajes a Asia que ha ido aprendiendo todo lo que sabe sobre cocina y empapándose del sentido más profundo de la comida. “El alimento que consumes es el combustible que les pones a tu Ser. Si ese alimento es de buena calidad y está libre de violencia, tu Ser va a cambiar, no hay ninguna vuelta que darle, yo lo he comprobado”, asegura. Y de eso, precisamente, da cuenta su historia.

Por Daniel Labbé Yáñez

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