A propósito del informe del INDH

Violencia Obstétrica: El abuso que sale a la luz

Testimonios, académicos y profesionales aportan su mirada sobre una de las formas de abuso contra las mujeres más invisibilizadas y silenciadas, y de las acciones que pueden llevarse a cabo para transformar el escenario actual.

Por Meritxell Freixas

16/12/2016

Publicado en

Chile / Género / Portada / Salud

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El alumnado de la Universidad Diego Portales que asista a la primera clase del doctor René Castro, médico a cargo del Programa de Salud de la Mujer del Ministerio de Salud durante 18 años, conocerá de buena mano la mirada del sistema sanitario chileno hacia la mujer. “Siempre les hago la siguiente reflexión –explica el doctor a este medio–: si miran el lenguaje popular y común, todos los temas relacionados con la fisiología de las mujeres tienen un nombre patológico. Cuando menstrua, se dice que está enferma; cuando busca un método anticonceptivo, se dice que va a pedir un tratamiento; cuando quiere hacerse un aborto, se dice que va a hacerse remedio; cuando llega el parto, que va a mejorarse. Todo es patológico”.

Esta es -para el académico- una de las claves de los niveles de violencia obstétrica que existe en Chile. Una realidad por la que, lamentablemente, muchas mujeres pasan en uno de los momentos más esperados y determinantes de su vida: dar a luz, y que esta semana fue visibilizada por por primera vez en el Informe Anual de la Situación de Derechos Humanos en Chile, publicado por el Instituto de Derechos Humanos (INDH).

Según el estudio, en 2015, el 50% de las mujeres parieron por cesárea. De este porcentaje, el 70% corresponde a partos en clínicas privadas mientras que el 30% restante fueron en hospitales públicos. Unas cifras que, tal y como advierte el INDH y los investigadores en el tema, son muy alejadas del 15-20%  que establece la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Para el médico, estas cifras “no tienen justificación” y confirman que los ginecólogos “hemos ido relajándonos en nuestras buenas prácticas y transformándolas en un intervencionismo innecesario”. Y agrega: “40 o 50 años atrás practicar una cesárea era algo muy especial y concreto, que no superaba el 5% de los casos. Hoy -concluye- se llegó al plano opuesto, se le perdió el respeto y el temor a la cesárea”.

René Castro

René Castro FOTO: Agencia Uno

El caso de Ana Farmer es un claro ejemplo del abuso con esa práctica en los hospitales y clínicas chilenas. Ana tuvo su primer y único hijo en 2012, cuando tenía 25 años, en la clínica Cordillera. Era una acérrima defensora del parto natural y tanto ella como su pareja, Sebastián, tenían muy claro cómo querían recibir a su hija Melisa.

Sin embargo, a la hora de la verdad, el doctor no sólo se retractó de su compromiso de que la futura mamá tuviera su parto en el agua, sino que bloqueó la opción del parto natural y le programó una cesárea que, además, le practicó sin tener la atención de esperar la llegada de la pareja de la joven. A pesar de que ella intentó hasta encerrarse en el baño y esconderse para ganar tiempo, no hubo nada que hacer.

Ana recuerda con dolor como le inyectaron remedios sin su consentimiento, como no la dejaban caminar y los comentarios del médico infantilizándola ante el anuncio de una cesárea innecesaria: “Me decía: ‘no seas cabra chica, está en riesgo tu bebé’; me hicieron firmar un papel conforme yo había autorizado que me inyectaran oxitocinas [que pueden provocar la aplicación de una cesárea urgente], sin consultarme; no puede amamantar a mi hija como quise y, además, cortaron el cordón umbilical”. Salió todo al revés de lo que yo quería, me sometieron y fue como una pesadilla que me afecta hasta el día de hoy”, señala a El Ciudadano.

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El Doctor Castro asegura que estas prácticas tienen un impacto emocional en la mamá y que “le quitan a la mujer el derecho a disfrutar de una experiencia humana, dañando los primeros momentos entre esta madre y su hijo recién nacido”. El experto se remite a las tesis de la psiquiatra y activista por los derechos de los bebés y las madres en primera infancia, Ibone Olza. Esta experta española recuerda que se ha comprobado como muchas mujeres que han sufrido un parto traumático presentan los mismos síntomas que las víctimas de violaciones por sentirse “forzadas a consentir algunos procedimientos sin que se les informe con detalle ni se les explique los riesgos de los mismas”.

Argumentos similares son los que expone a El Ciudadano la antropóloga, pionera en estudios de violencia obstétrica y docente de la Universidad de Chile, Michelle Sadler. Según ella, “en las sociedades contemporáneas y con la medicina moderna, el rito de dar a luz fue perdiendo peso. La mujer quedó aislada, perdió el protagonismo y se transformó en un rito tecnocrático”, dice.

michelle sadler

Michelle Sadler

También desde el Observatorio de Violencia Obstétrica de Chile (OVO), su director Gonzalo Leiva, matrón de profesión, asegura a este diario que “en lo que estamos peor en Chile es en el exceso de intervencionismo y  medicalización”. Ante esta realidad, se pregunta: “¿Qué información entregan los médicos a sus pacientes respecto al nacimiento?”, y más aún cuando -apunta- “todos los estudios nacionales que hay respecto a la preferencia del parto muestran que el porcentaje de las mujeres que prefieren parto vaginal en este país es muy superior al de las que prefieren cesárea”. Según él, lo que ocurre en Chile es “una apropiación del cuerpo de la mujer por parte del equipo de salud”.

Maltrato en salud vs violencia obstétrica

Quien no comparte las tesis anteriores es la presidenta del Colegio de Matronas y Matrones de Chile, Anita Román. La líder gremial asegura a este medio que, de partida, la institución “no reconoce el tema de la violencia obstétrica porque en Chile no existe jurídicamente”, aunque sí que reconoce lo que la OMS denominó “maltrato en salud”.

Sobre este “maltrato”, Román afirma que “lo hemos estado trabajando con todos los profesionales del gremio para cambiar el trato y promover el respeto a los derechos de las personas que entran a un centro de salud y, específicamente, a una maternidad”.

Anita Roman

Anita Roman

A pesar de eso, la presidenta del Colegio reconoce que “los avances no se han dado en todo como quisiéramos”, y especifica que “hace rato que conversamos con el Minsal para ver la posibilidad de destinar dinero para cambiar la estructura de las maternidades”, ya que las salas de atención integral al parto de centros como el Hospital del Carmen de Maipú, el de La Florida, Puerto Montt o Punta Arenas no existen en todos los hospitales del país.

Preguntada sobre las cifras que dio a conocer el INDH, Román critica que la información publicada “no fue consensuada ni conversada con los servicios públicos”. Y agrega: “Incluso las estadísticas no tienen validez cuando el propio Estado no ha hecho los cambios de infraestructura necesarios para que se den, y más encima es el propio Minsal el que valida la intervención medicamentosa del trabajo de parto”.

La dirigente del gremio subraya que el 70% de las intervenciones se dan en los servicios privados, algo que -según ella- indica que “la cesárea no se da tanto por violencia obstétrica, sino por el modelo económico”.

A la vez, advierte que el mensaje implícito del informe puede ser contraproducente porque “los indicadores que tiene Chile no se deben a altos números de cesáreas, sino a que el país tiene una gran cantidad de personal calificado, preparado desde la  universidad para determinar cuando ocurre un evento que podría ser lamentable y adverso”. Y espeta: “De una mujer sana en trabajo de parto a una mujer muerta en trabajo de parto pueden haber 10 minutos”.

Más alla del intervencionismo

“Me retaban porque era vegetariana y me decían que si no tenía leche era culpa mía. Me culpabilizaron diciéndome que era yo quien no quería dar el pecho a mi bebé […] Me hicieron la episiotomía [corte desde la vagina hasta el ano] sin preguntarme y me prohibieron parir parada, controlándome para que no me sentara”. Es el relato de María José Padilla, quien a los 20 fue mamá de su único hijo en el Sótero del Río.

Ella comparte con Paz Urrejola, otra joven que a los 17 fue mamá en la Clínica Bicentenario, haber sufrido humillaciones y abusos de poder de los profesionales que las atendieron. A Paz también le practicaron la episiotomía sin su consentimiento, la denigraron diciéndole que no sabía pujar y que si su hijo moría ella sería la responsable: “Me hicieron la maniobra de Kristeller, subiéndose encima mío y presionándome con fuerza. Estuve todo el día en el hospital sin tomar agua, casi 24 horas sólo mojándome los labios. Fue demasiado violento. Yo tenía 17 años. Me sentí transgredida. No respetaron mis decisiones ni como yo quería vivir mi parto. Fue un acto inhumano para traer un ser en el mundo, demasiado cruel”, recuerda con profunda pena la mamá.

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La intervención con cesáreas es sólo una de las aristas de la violencia obstétrica. Tal y como apunta el Dr. Castro, “la violencia es cuando alguien usa o abusa desde una posición de poder, en cualquiera de los planos”. Por eso, en el ámbito de la obstetricia, la agresión –no necesariamente física– puede darse tanto en el momento de parir, durante la gestación o el puerperio; durante la intervención para un aborto, o bien en una simple visita al ginecólogo. Desde el humillante “oye, no te gustó, ahora aguántate”, hasta los tratos infantilizantes o denigrantes, pasando por alertas innecesarias de riesgos inexistentes.

“El cuerpo de la mujer es una propiedad social, todo el mundo opina lo que una debería hacer con él. Nos hemos convertido en una especie de problema para las mujeres, y no en una solución”, lamenta el académico.

Causas y efectos de la violencia

Buscar los motivos de esta violencia que hoy empieza a identificarse es una tarea difícil. Michelle Sadler explica que sus causas son “tremendamente multifactoriales” pero que están totalmente inseridas dentro de un contexto de violencia de género que además adquiere formas de violencia sexual.

“La ejercen los profesionales de la salud porque el contexto de misoginia y sexismo lo permite”. Para ella, “el sistema médico ha desvalorizado a la mujer, la ha convertido en un cuerpo patológico -a diferencia del cuerpo masculino-, por eso siempre ha estado tan intervenido, a pesar de que la gestación y el nacimiento son eventos fisiológicos normales”.

Sadler también identifica factores económicos, al evidenciarse que las tasas de cesárea en salud privada se duplican respecto al público, y otros de tipo más relativos al sistema de salud en sí: “Los profesionales del sector también sufren violencia de sus superiores, del sistema, con muy poca contención emocional, turnos interminables, etc.”

Normalizar estas prácticas tiene un precio tanto para las mujeres como para los neonatos. Varias investigaciones demuestran  que las cesáreas no requeridas alteran el sistema inmunológico y facilitan el desarrollo de alergias, asma, obesidad y cuadros infecciosos, dificultan el apego y la lactancia, y provocan más depresiones post-parto. Además suponen elevados costes económicos para los sistemas de salud.

La experiencia de vivir un parto traumático provoca que muchas mujeres busquen vías alternativas a los centros hospitalarios para parir. Gonzalo Leiva asegura que en los últimos años ha aumentado considerablemente el número de partos en casa: “Colegas que se dedican a eso cuentan que han triplicado sus servicios porque las mamás que pasaron por eso no quieren volver a someterse al maltrato”.

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Gonzalo Leiva

“Mil veces pariría en casa ahora. No tengo miedo a eso. Lo mío no fue un parto, yo no parí a mi hija, me la sacaron”, exclama Ana Farmer. Una opinión muy similar a la de María José Padilla, quien asegura que “ahora que me he planteado ser mamá de nuevo, será lejos de un hospital, aunque me lo recomienden. Quiero un parto sin Epidural y ojalá en la naturaleza”.

¿Cómo revertir el escenario actual?

A diferencia de otros países de la región como Venezuela o Argentina, en Chile no existe una ley que defienda los derechos de las mujeres en el parto, ni tampoco una legislación que proteja los derechos de los niños en ese momento.

Para la presidenta del Colegio de Matronas y Matrones, esta regulación no es necesaria en nuestro país “porque tiene una política pública clara para la mujer”. La dirigenta considera que los deberes para corregir los déficits del actual sistema de salud obstétrica pasan por empoderar a las mujeres frente al proceso de gestación y parto: “Si nosotros educamos a todas nuestras mujeres, hombres y parejas desde el punto de vista de la salud sexual y reproductiva, ninguna mujer debiera, por ejemplo, tener hipertensión en el parto y podríamos evitar muchas cesáreas”, explica.

Gonzalo Leiva coincide en este punto: “Cuando las mujeres entienden que el parto es un proceso de la vida sexual y reproductiva y que, por tanto, les pertenece a ellas, que tienen que tomar sus decisiones para parir en ambientes de respeto, se sienten tremendamente poderosas y capaces de todo porque la sociedad les entrega confianza y desaparece la idea de que el cuerpo de la mujer es defectuoso y que el embarazo es una enfermedad”.

El doctor René Castro, por su parte, apuesta por promover tanto el derecho de las personas a la salud como el derecho a una información lo más completa y clara posible para poder tomar una decisión informada. Para eso, cree que “la relación entre el médico y la mujer tendría que basarse en la confianza y el respeto mutuo, una relación simétrica en la que el profesional tiene la posibilidad de informar bien a un mujer que no tiene esta información pero que si se le explica puede entenderla y asumirla”.

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Por otro lado, Michelle Sadler va más allá y habla de poder evolucionar del actual modelo tecnocrático a otro más personalizado: “Hay que pensar en todos los niveles, desde la educación sexual para los niños hasta las mallas curriculares de las carreras de salud como obstetricia, matronas, enfermería, neonatología, pediatría; la capacitación de los equipos, aplicar medidas de auditoría, reducir los incentivos económicos o aplicar canales más transparentes y claros para que las mujeres puedan demandar”.

En este sentido, la directora del OVO, Pilar Plana, comenta a El Ciudadano que las reclamaciones que presentan las mujeres ante la Oficina de Información, Reclamos y Sugerencias (OIRS) del Minsal o en las oficinas de atención al cliente de los centros privados no suelen resolverse de forma favorable para las mamás: “Se enfrentan a organizaciones muy grandes, con equipos de abogados potentes.  No suelen conseguir lo que buscan, que lejos de ser una compensación económica por lo vivido, normalmente son unas disculpas”. Y continúa: “Se las culpabiliza diciéndoles que la situación fue así porque ellas no tenían un estado de salud adecuado, que el centro no tenía condiciones para resolverlo de otra forma, o que era una situación de urgencia, aún cuando no lo era”.

Sea como sea, lo que está claro es que para revertir esa situación las responsabilidades son compartidas e implican y afectan a mujeres, profesionales, gobiernos y a la sociedad en general.

Más allá de los pendientes que tiene el Estado, las mujeres, desde lo micro, pueden también hacer su aporte para prevenir este tipo de situaciones. Informarse del proceso de gestación y parto es una cuestión fundamental. “Ocurre a muchas mujeres que después de su primer parto empiezan a investigar y se dan cuenta de la oportunidad preciosa de vivir un parto y una gestación mucho más plena”, afirma el director del OVO.

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El matrón recomienda que una buena manera de involucrarse es diseñar el propio plan de parto y presentarlo al centro de salud “para que sean las propias mujeres las que empiecen a impulsar un cambio”. “La transformación no va a ocurrir sin las mujeres porque los profesionales que estamos en esto hemos ido generando cambios, pero son sumamente lentos. Los procesos se han acelerado en la medida que se han ido formando organizaciones de la sociedad civil, y que las mujeres empezaron a relatar sus experiencias de parto”, indica.

En esta misma lógica, Sadler asegura que las mujeres tienen la responsabilidad de hablar sobre lo que les ocurre para instalar este tema en la agenda: “Tenemos que reconocer este tipo de violencia, pedir ayuda, vincularnos con organizaciones y movilizarnos”.

Este tipo de acciones son las que han provocado que por primera vez el informe del INDH dedique un capítulo a abordar el tema, que se difunda y se haga público un asunto que hasta hace relativamente poco estaba muy invisibilizado. “Es un tipo de violencia que queda subsumida dentro de un proceso biológico. La visión patológica del cuerpo de la mujer ha hecho que por mucho tiempo se suponga que la futura madre tiene que entregarse a este sistema médico por el bien de su bebé y que si no lo hacen son unas criminales que arriesgan la vida de sus guaguas”, precisa la antropóloga.

“Precisamente cuando ponemos como protagonista de este evento biológico el bienestar emocional y psicosocial, ahí se visibiliza esta violencia”, concluye.

Meritxell Freixas

@MeritxellFr

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