Este era yo en 2013.
Hace un par de años, decidí abandonar mis viejas costumbres alimenticias para bajar de peso. Me armé de valor y fui con una nutrióloga que —básicamente— me obligó a olvidar todas las percepciones que tenía sobre una dieta saludable.
No. No es aburrido comer sano.
No. No te tienes que matar de hambre para bajar de peso. Lo único que necesitas es hacer pequeños cambios en tu vida.
No. No va a ocurrir mágicamente, pero cuando comienzas a notar tus avances, es la mejor motivación que puedes tener en la vida.
Aquí les comparto algunos, que definitivamente se convirtieron en hábitos que se quedaron conmigo, y me ayudan a sentirme bien con el cuerpo que tengo.
1. El cambio fue para mi, y para nadie más.
Incontables veces me tuve que soplar el clásico sermón de “piensa en tu salud”, “estar pasado de kilos no solo hace que te veas mal, sino que puedes morirte en cualquier momento” y el clásico… “oye, como que estás muy ‘repuestito’, ¿no?”.
La verdad, es que esos comentarios solo me pegaron en el autoestima, y me hicieron comer ensalada durante una semana, hasta que botaba todo y regresaba a los sándwiches fritos. (Ok, nunca hice sándwiches fritos, pero se entiende el punto, ¿no?)
En realidad, el primer gran cambio que tuve que hacer fue mental. Nadie iba a bajar de peso por mi, nadie se iba a preocupar realmente por mi salud más que yo, y nadie se iba a sentir emocional y físicamente bien por mi.
2. Aprendí a desayunar.
Durante mucho tiempo, mi rutina diaria era un maratón que comenzaba muy temprano y terminaba muy tarde. Desayunaba unas dos o tres horas después de levantarme, cuando moría de hambre y comía por compulsión. La primera gran revelación que tuve después de ir con una especialista fue que la frase “El desayuno es el alimento más importante del día” no es un cliché. Es real.
El desayuno es la fuente de energía más importante que tendrás a lo largo de las horas que estés despierto. Salir de tu casa con la panza vacía es una maldad que te haces a ti mismo. Desayuna, y procura incluir todos los grupos alimenticios.
3. Aprendí que ningún grupo alimenticio es malo.
Clásico. Te quieres poner “a dieta” y te quitas el pan, las tortillas y los dulces, pero le entras con ganas al nopal con queso. Ningún grupo alimenticio “engorda”. Más bien, cada uno tiene una función específica en nuestros cuerpos.
Lo que me costaba trabajo, más bien, fue balancear su consumo.
4. Aprendí a comer entre comidas.
Un snack a media mañana y a media tarde ayudan a que tu metabolismo se acelere. Yo encontré unas nuevas mejores amigas en las almendras y la fruta.
5. Báscula, una vez a la semana.
Hay personas que se obsesionan y se pesan todos los días. No hay tortura más grande que esa. De entrada, nunca sabes cuánto peso es realmente agua, qué porcentaje de grasa bajaste, si fuiste o no al baño antes…
Me subía a la báscula una vez a la semana y apuntaba mi peso en una tablita. Eso me dio un poco de perspectiva y me obligó a pensar en lo que hice y dejé de hacer en la semana para llegar a mi meta.
6. Adiós (temporalmente) a la cerveza. 
Si eres chelero, como yo, esto es una verdadera tragedia. Pero es cierto. Ni siquiera las cervezas light son realmente light. Tres cervezas light equivalen aproximadamente a dos cervezas normales, así que haz la cuenta.
Despídete un rato de ese mágico elixir. No te preocupes, no pasa nada. Puedes cambiarla por agua mineral. :)
7. Una comida de premio a la semana.
Pero solo una.
De pronto te das cuenta que tienes los antojos más extraños. En mi experiencia, casi todos fueron comida que vi en alguna serie o película: una pasta de una película de gánsters, o la pizza que se come Kevin McAllister en Mi pobre angelito. Plop.
Spoiler alert: Este tipo de hamburguesas no se te van a antojar.
8. No todo lo light es realmente ligero.
Sugar free no es equivalente a “cómete todo porque no engorda”. Al contrario, muchas veces los productos sin azúcar compensan con otro tipo de carbohidratos y grasas. Los valores nutricionales de la etiqueta me dieron una buena guía de qué comer, cómo y cuando.
9. Aprendí a cocinar.
Cuando me fui a vivir solo, vivía en el paraíso. Compraba todo lo que en mi casa no se compraba: banderillas congeladas, Pop Tarts, mantequilla de cacahuate con mermelada incluida. Inconscientemente, compraba esas cosas porque era fácil “prepararlas” (en realidad todo ya venía preparado).
Uno de los cambios más positivos que he tenido en mi vida ha sido el perderle el miedo a la cocina. Saber para qué sirve cada sartén y cada cuchillo, expermientar con recetas, cocinar con vegetales (tip de profesionales, el ajo es mágico, todo sabe mejor cuando aprendes a usarlo).
Cocinar no solo hace que estés consciente de qué te estás metiendo al cuerpo, sino también es una gran terapia ocupacional. Es un momento para estar contigo, escuchar música, despejar la mente y eliminar la ansiedad. Desde que cocino, me gusta más comer.
10. Aderezo aparte.
Uno de las percepciones erróneas más comunes que tenemos es que las ensaladas “adelgazan”. Y es que es una verdad a medias. Si bien comer vegetales te ayuda a acelerar el metabolismo y a tener mejor digestión , los aderezos que acompañan las ensaladas no necesariamente son lo más ligero. Al contrario, tienden a disfrazar las verduras con sabores grasosos y dulces.
Con el aderezo aparte de la ensalada, y “dipear” cada bocado, la diferencia fue total.
11. El agua = <3
Al principio cuesta trabajo, pero cuando te haces la costumbre de tomar agua como parte de tu rutina, es como magia. Verás cómo tu cuerpo va a ir necesitando más y más….
12. La nutricioista fue mi mejor amiga.
A pesar de que intenté bajar de peso en repetidas ocasiones, no lo logré sino hasta que fui con una especialista. Derribé el prejuicio que me había formado y me di cuenta que no hay nadie mejor para ayudarte a estar motivado, enviarte un plan de alimentación adecuado a tu complexión, altura, peso y ayudarte a lograr metas que un profesional.
Aunque los cambios comienzan por nosotros mismos, es muy importante tener la guía de alguien que sabe mucho más del tema que nosotros. Acércate con un médico especialista en nutrición y verás que todo es mucho más fácil.
13. Aprendí a celebrar mis logros.
La gente notaba que mi físico estaba cambiando, pero eso no servía de nada si no me lo creía yo. Fue difícil, sobre todo cuando durante tanto tiempo me sentí apenado por mi cuerpo, verme en el espejo y sonreír porque no tenía que meter la panza.
Tal vez suena ridículo, pero de vez en cuando esas pequeñísimas celebraciones personales fueron mucho mejores que cualquier fiesta de cumpleaños.
Un par de cosas más…

No hay nada que me parezca más cuestionable que los llamados estereotipos de belleza, sin embargo, la decisión que tomé fue para sentirme bien conmigo. Cosas como poder amarrarme las agujetas, ir a un festival de música sin terminar agotado o poder ir a un evento formal en un traje de mi talla son pequeños logros que se sienten gigantes.
Lo mejor de todo, es que aunque estos cambios a simple vista podrían ser monumentales (y en realidad lo son) se convierten en parte de tu rutina y los conviertes en parte de tu vida porque quieres estar bien y no necesariamente porque tienes que verte bien.
Al final, la única persona con la que necesitas estar en buenos términos, es contigo.